Somos los chicos de hoy
almas en una ciudad
en los cines vacíos
de marcha en algún bar
y caminamos tan solos
en la noche oscura
a pesar de que el mañana
a veces nos asusta…
El director había concedido dos horas extras de televisión. Era la primera vez que el Frío se asomaba a la vida corriente desde que Borgia le había revocado la prohibición de recibir visitas. Los reclusos habían acudido en masa a presenciar el final del festival de San Remo. No quedaba un sólo sitio libre. Los demás se habían acomodado en primera fila. El Búfalo charlaba con el Niño. Treintamonedas y el Tapón compartían un cigarrillo. El Esqueleto y Ojo Feroz armaban jaleo acompañando las exhibiciones de los cantantes con bromas y silbidos. El Frío permaneció de pie al fondo de la sala, absorto en las imágenes que desfilaban por la pantalla.
Yo sé que algo cambiará
que alguien nos regalará
una tierra prometida
un mundo distinto
donde crecerán nuestras ideas
nunca nos cansaremos
ni nos detendremos
siempre en busca de nuestro camino…
El chico era jovencísimo y tenía un fuerte acento romano. Arrancaba las notas a la guitarra con una energía arrolladora. El ritmo de aquella melancolía cargada de violencia reprimida penetró en el corazón del Frío. Somos jóvenes de hoy gitanos de profesión… Roberta no respondía a sus cartas. Todavía no había pedido permiso para visitarlo. El muchacho parecía mirarlo desde el otro lado de la pantalla con una expresión de huraño escarnio. Yo tengo mi guitarra, mi rabia, mi astucia, le decía, ¿y tú qué tienes? Tú que te crees el rey de Roma, ¿qué tienes?
Una tierra prometida
un mundo distinto
donde crecerán nuestras ideas…
—¡Huy, el Frío está ahí! ¡Eh, Frío, ven aquí!
Ojo Feroz lo había visto y ahora gesticulaba silbando como un pastor de cabras. El Frío agitó una mano en ademán de saludo.
—¡Venga Frío, ahora te dejamos una silla libre!
Ojo Feroz le dijo algo al marroquí que había sentado a su lado. El africano sacudió vigorosamente la cabeza. Ojo Feroz le dio un empujón. El marroquí acabó encima del Esqueleto. Los dos amigos lo cogieron por brazos y piernas y lo hicieron volar hasta las filas de detrás. Alguien protestó. Ojo Feroz se volvió y les lanzó una retahíla de insultos. Se hizo el silencio. El marroquí se levantó, dolorido y asustado. Los guardias los observaban sin intervenir. Ni siquiera ellos tenían los huevos suficientes para enfrentarse a los amos de la cárcel.
—¿Entonces? —gritó el Esqueleto, alzando bien en alto la silla recién conquistada.
El Frío se acercó a ellos con aire indolente. El muchacho romano se inclinaba para recibir los ensordecedores aplausos del público.
«¡Eros Ramazzotti! ¡Tierra Prometida!», gritaba el presentador.
El Frío intercambió un fugaz saludo con el Tapón y Treintamonedas, y cuando llegó delante del Búfalo le tendió la mano. El Niño se había levantado en señal de respeto. El Búfalo no se movió. Se limitó a asentir con la cabeza, mientras lo miraba divertido.
—¡Veo que ya te has aburrido de jugar a la Bella Durmiente del Bosque!
El Frío le puso la palma abierta bajo la nariz. El Búfalo decidió a estrecharla. Al final, el Frío tomó asiento entre el Esqueleto y Ojo Feroz.
—¿Qué le pasa al Búfalo? —preguntó con un suspiro.
—Está cabreado —dijo el Esqueleto en voz alta.
—¡Pues vaya una novedad! —comentó Ojo Feroz.
—Está cabreado porque todos estamos dentro y el Dandi no —precisó el Esqueleto.
—Eso no me gusta nada.
—Ya sabes cómo es el Búfalo. Se le pasará…
En el escenario abarrotado de claveles había ahora una cantante con la cara redonda y una vocecita de gata en celo. El Frío dejó de seguir la retransmisión. El Búfalo se la tenía jurada al Dandi, a él, al mundo entero. El Búfalo se estaba convirtiendo en un problema serio. Justo en el momento en el que era imprescindible permanecer unidos… pero ¿qué más daba? ¿Habían estado realmente unidos alguna vez? Sí, tal vez, en una ocasión, cuando el Libanés vivía, pobre amigo… después… el deseo por Roberta se hizo desgarrador. ¿Cómo decía ese muchacho? Una tierra prometida, un mundo distinto… El Frío sintió una punzada en el fondo de la nuca y se volvió hacia la izquierda. El Búfalo lo miraba con una sonrisa arrogante mientras hacía el signo de la pistola con el índice y el pulgar.