Mientras cenaban en el restaurante de siempre, el tío Carlo le preguntó al Dandi y a Nembo Kid si estaban dispuestos a «hacerle un favor».
El Dandi aceptó con los ojos cerrados. Al tío Carlo cada vez le gustaba más aquel muchacho. Nembo Kid, en cambio, le preguntó de qué tipo de favor se trataba mientras se servía la salsa de langosta. El tío Carlo, disgustado, le cedió la palabra al Maestro.
—Tenemos un problema con el Corbatero.
—¿Qué problema?
—Últimamente está un poco estresado. Ya no se comporta bien… no respeta los pactos…
El tío Carlo corroboró sus palabras con una amplia sonrisa. El Dandi comprendió que el destino del Corbatero estaba marcado.
—¿Por qué nosotros?
—Cada uno es amo en su propia casa —puntualizó el tío Carlo sin dejar de sonreír—, y en casa de los demás las personas bien nacidas no se sirven de beber solas. ¿Estáis de acuerdo?
El tío Carlo sabía de sobra que el Corbatero era un viejo amigo. Al confiarles ese trabajo les demostraba su estima, a la vez que los ponía a prueba.
El Dandi y Nembo Kid le dieron su palabra y tres noches después de la cena, acompañados por el Tapón, dispararon al Corbatero a la salida de Villa Candy.
Fue una cosa repentina y anómala. El Corbatero llevaba en el hampa veinte años. Estaba considerado un intocable. Las necrológicas se interrogaban sobre el fin violento de un «empresario hábil y sin escrúpulos» que tras un inicio «de oscuros contornos» vivía en el lujo y gozaba de la estima de la sociedad romana. El mismo Borgia pensó en una cuestión privada, quizá una historia de cuernos o, como mucho, la venganza de un usurero exasperado. A nadie se le ocurrió que ellos pudieran tener algo que ver. Jamás se había visto un homicidio tan limpio.
Sólo el Frío lo entendió al vuelo. Reconoció el estilo. En aquellos días se encontraba en la cárcel expiando el residuo de una pena de 1976. Mandó un mensaje a sus compañeros a través de Roberta, y los de fuera convocaron al Dandi. El Dandi tuvo la desvergüenza de negarlo todo: mientras disparaban al pobre del Corbatero, él asistía con una nueva amiga al concierto de Franco Califano. Incluso le había concedido dos autógrafos. ¿Es que el Califa también era sospechoso?
El Esqueleto y Ojo Feroz no se tragaron la historia.
—Fueron ellos.
—Claro que sí. ¡A saber qué lío tenían con ese desgraciado!
—¡Ésos están haciendo grupo aparte!
—¡Me gustaría controlar las cuentas, vaya si me gustaría!
—De las cuentas ya se ocupa Treintamonedas…
—¿Y tú te fías de ése?
Ah no, esta vez no podían desentenderse. El Frío sintió que se acercaba el momento de tomar una decisión. Hizo saber a los demás que iba a tomar medidas. Aquello no se podía retrasar más.
Y, sin embargo, eso fue precisamente lo que hicieron.
Poco antes de Navidad el Antiterrorismo precintó el depósito del ministerio.