De ambos cuernos hubo uno, el más saliente
que empezó a estremecerse murmurando
cual llama que una ráfaga en sí siente;
luego, la punta aquí y allá cimbrando
como una lengua que de pronto hablara,
echó fuera la voz y dijo: «Cuando…»[28].
Había sido la memoria la que, un año después, lo había hecho regresar a Bolonia. La memoria, sí, y una nueva conciencia que se iba abriendo camino. Scialoja había aprendido a desconfiar de las apariencias. La captura del Negro había sido el último golpe. Scialoja no podía imaginarse a uno tan experto y curtido como el Negro dejando que una asustadiza patrulla lo llenase de perdigones como a un tordo en el curso de un control casual. El Negro sólo abría la boca para confirmar la versión oficial: trataba de escapar, me sorprendieron, tenía un arma, fueron más rápidos que yo y eso me ha traído hasta aquí. Scialoja no le creía. La bomba era fascista. El Negro era fascista. El Negro no podía haber puesto la bomba porque el 2 de agosto de 1980 estaba en la cárcel. Pero el Negro era uno de la organización que Borgia y él combatían. Zeta y Equis protegían a dicha organización. Zeta y Equis se encontraban en la estación pocas horas después de la explosión. La protección consistía en un intercambio de favores. Y sobre eso precisamente debían concentrarse. Favores. ¿Qué tipo de favores? ¿Hasta qué punto estaban dispuestos a exponerse? A Zeta y Equis les podía venir bien tener a mano gente dispuesta a todo. Intercambio de favores. ¿Qué tipo de favores?
Considera estirpe y ascendencia:
nacisteis no para vivir cual brutos,
sino para adquirir virtud y ciencia…
Scialoja había comentado su teoría a Borgia. Borgia lo había puesto en contacto con un fiscal de Bolonia. Bulgarelli era su hombre de confianza. Lo había escuchado con gran atención. El Negro hace o sabe algo. Zeta y Equis deciden cerrarle la boca. ¿Qué ha hecho el Negro? ¿Qué sabe el Negro? Algo muy, muy gordo, si de verdad habían decidido desembarazarse de él. Scialoja no conseguía imaginarse nada peor que la masacre. Bulgarelli le había abierto nuevos horizontes. En Bolonia llevaban ya algún tiempo investigando sobre las conexiones entre los servicios secretos, los fascistas y la criminalidad. En Bolonia se tomaban muy en serio ciertas cosas. Consideraban su colaboración un «valioso estímulo investigador». ¿Por qué eran tan distraídos en Roma? ¿Era sólo distracción? En Bolonia se respiraba un cierto optimismo. Se susurraba, a media voz, que un pez gordo de la derecha estaba a punto de cantar, vencido por una dura reclusión. En Bolonia no creían que los Servicios hubiesen puesto la bomba. En todo caso, podían haber intervenido después. Para proteger, despistar, truncar, calmar. Y cuando Scialoja le había preguntado por qué, Bulgarelli lo había arrastrado hasta la calle. Mira esta gente, le había dicho, mira esta ciudad. La capital roja de Italia. Si consiguen doblegar a Bolonia, doblegarán a toda Italia. Así que se trataba sólo de eso: de detener a los rojos. A cualquier precio.
La breve arenga no tardó en dar frutos:
nada pudo a mi gente entusiasmada
frenar, y el viaje se aprestó en minutos;
popa a oriente, cambió nuestra remada
en juego de alas para el loco vuelo…
El grito de Bene. Su voz que perforaba las estrellas. La plaza enmudecida, las calles de alrededor enmudecidas. Cien, doscientos mil rostros anónimos, abandonados al vértigo, con el corazón encendido, recorrían como oficiantes de un antiguo rito el último viaje de Ulises. Bene cantaba para Bolonia. Bene cantaba para el mundo de los vivos. Bene cantaba para él. No había nada que entender. Es necesario vivir algunas cosas. Scialoja sintió que le apretaban un brazo. Bulgarelli tenía los ojos anegados en lágrimas. No habían doblegado a Bolonia. La estación había sido reconstruida. En lo alto, la luna competía con los reflectores que rayaban las torres repletas de autoridades que felicitaban al actor. Scialoja y Borgia no eran los únicos que veían las implicaciones, que intuían las conexiones. Aunque las pruebas se desvaneciesen, aunque la certeza se resquebrajase, había que seguir adelante.