Nada más salir de permiso, el Sardo los convocó en casa de su hermana, un ático con vistas a la basílica de San Pablo que olía a asado y a amatriciana. Acudieron el Frío, el Dandi y Nembo Kid. El Sardo estaba más furioso y se mostraba más arrogante que nunca. Les soltó una retahíla de quejas mientras Rizo de Oro y Barbarella se divertían en el dormitorio, y un gato atigrado con un ojo de cristal montaba guardia con el lomo arqueado.
—Pero ¿qué se os ha metido en la cabeza? Compro, envío, veo esto, veo aquello, disparo, organizo, planeo… ¿qué se os ha metido en la cabeza? Os habéis hecho millonarios, y en dos años de manicomio sólo me habéis dejado ver las migajas… en Nápoles están cabreados por la historia del terremoto, y don Rafaele en persona me ha informado de que ese canalla de Treintamonedas se ha dirigido de nuevo a las viejas familias… ¿y a qué viene lo de la mafia? ¿Y esos locales, hoteles, restaurantes, «butiques» en el centro? ¿Y los cincuenta kilos de droga? ¿Sabéis que el último mes, en Castiglione, el pobre Rizo de Oro ha tenido que contentarse con la comida que dan en el trullo?
—Siempre hemos pagado con regularidad —protestó el Dandi.
—Yo no he visto que fuese el doble…
—¿Por qué, te correspondía?
—Sí, me correspondía. Recuerda que soy el jefe, capullo…
—Mario, escucha, mira que tu parte la tenemos en reserva… —intervino Nembo Kid.
—¡Gilipolleces! Por el momento se habla… digo se «habla» de pasta… pero lo que es verla… ¡nada! ¡Pero ahora va a cambiar la música, mis queridos muchachos! ¡Recordad que en Roma no se mueve ni una hoja sin el Sardo! Y quien ose cantar fuera del coro… ¡pam, pam! ¿Qué dices, Frío? ¿Te ha comido la lengua el gato?
—Todo se arreglará, Mario, tranquilo.
El Sardo se sirvió una bebida y se guardó muy mucho de ofrecer a los demás. Incluso las sillas se las habían tenido que coger solos.
—El Libanés nunca se enteró de cómo funcionaban las cosas. Quería hacerlo todo solo y ya veis cómo acabó. ¡Pero ahora la música va a cambiar, cabrones! Ahora me corresponde el doble, más un resarcimiento por los dos años de mierda que he pasado en el manicomio… Mañana nos reuniremos en casa de ese judas de Treintamonedas y como no tenga una buena explicación se las va a tener que ver conmigo. Mañana arreglaremos cuentas. ¡Los ratones han bailado de lo lindo, pero se acabó, el gato está de vuelta! De momento necesito cien millones. Y un kilo de coca para unos amigos… Pero cómo ¿seguís aquí? ¡Raus, fuera!
El Dandi miró a Nembo, y Nembo miró al Frío. Hay gente que aprende a vivir y otros que, en cambio, se estropean sin remedio. El Sardo se estaba jugando alegremente todas las posibilidades de mantenerse en vertical durante algunos años más.
—¿Has dicho cien? —preguntó el Frío, simulando estar impresionado—. Mañana mismo los tendrás.
La reunión operativa se celebró en casa de Treintamonedas. El Sardo no podía haber elegido un momento peor para abandonar el cómodo refugio del manicomio. Después de la proeza de la sala de apuestas se había restablecido la confianza recíproca. Volvían a sentirse invencibles y, lo que era más importante, unidos. El Frío pidió a Treintamonedas que efectuase un control. El napolitano, encargado de los libros después de la muerte del Libanés, le dijo que todo estaba en orden.
—Se ha pagado hasta la última lira. Está incluso la parte de los negocios que ése ni siquiera se imaginaba… ¡vaya si perdió la cabeza! —exclamó en napolitano.
En cuanto a la pretensión de una parte doble, ni siquiera al Libanés, cuya autoridad era indiscutible, se le había ocurrido pedirla. Lo que equivalía a decir que no había ninguna razón para tener que negociar. Tal vez, si el Sardo la hubiese planteado de forma menos brusca, habrían podido discutir sobre ello. Pero dado el punto al que habían llegado las cosas, cualquier ulterior duda quedaba excluida.
El Frío se encargó de trazar el plan. El juez Borgia sabía demasiado.
Se lanzaría a por ellos en cuanto hiciesen algo. Así que el Sardo debía desaparecer literalmente.
—Los sicilianos disuelven los cuerpos en ácido —explicó Nembo Kid.
—No tenemos tiempo —le atajó el Frío—, cavaremos una fosa y lo meteremos dentro.
Ricotta se ocupó de ello: conocía el lugar adecuado, una cantera en la Salaria donde en unos tres o cuatro días el Ayuntamiento haría saltar las minas.
Se citaron en la Pirámide.
—El trabajo lo realizaremos en casa del Rata. Iremos todos. Necesitamos tres coches y dos motos. Se ocuparán los Bufones. Además nos harán falta coartadas. Mujeres, amantes, novias, jugadores, todo vale… basta que las cosas se hagan bien… ¡eso es todo, manos a la obra!
—¿Y Rizo de Oro? —preguntó el Búfalo.
—Es un pez insignificante —resopló el Dandi—, mejor dejarlo en paz…
—No —replicó el Frío—, nos ha visto hoy. Sabe demasiado. Que venga él también a casa del Rata.
—¡Entonces tendré que cavar un agujero doble! —concluyó Ricotta con resignación. El Búfalo se echó a reír.