I

El Frío vivía ahora en Pigneto, en un gran apartamento de los antiguos edificios de los ferroviarios, a dos pasos del viaducto de la Casilina vieja. El equipo de Ziccone se lo había rehabilitado y, si un día el Frío se decidía a ocuparse de los muebles, el lugar podía convertirse en una auténtica mansión real. Pero el Frío no pensaba en estas cosas: se contentaba con un sofá, una cama, dos sillones y algunas lámparas irregulares.

El Libanés fue a visitarlo una noche de finales de junio. El Frío estaba delante del televisor con una chica de cabellera rubia y rizada. El Frío le dijo que se llamaba Roberta. La muchacha se marchó pasados unos minutos, cuando el Libanés le hizo comprender que quería quedarse a solas con el Frío.

El Libanés se acomodó. La pantalla mostraba las imágenes de Ustica[25]: al Libanés le impresionó en particular un cadáver sin pierna que flotaba en las azules aguas del Tirreno. El Frío apagó el aparato.

—Si nosotros nos merecemos la cadena perpetua, ¿qué crees que les debería caer a ésos?

—Dicen que ha sido un accidente.

—Sí, claro, un accidente… ¿quién era ésa?

—Una.

—¿Una seria o una cualquiera?

—Una seria.

El Libanés pensó que la tipa tenía una sonrisita poco prometedora, de furcia resabiada. Pero no dijo nada.

—Tenemos que hablar —dijo, contundente.

—¿Problemas?

El Libanés abrió uno de los esquemas que solía trazar periódicamente para mantenerse al día sobre la situación del grupo.

INVERSOR: El Libanés

RECICLADOR: El Seco

RESULTADOS: Cuota Climax Seven, cuota tienda Sandy, calle de los Giubonnari; cuota tienda Cameo '700, calle de los Coronari, apartamento Torretta (2); edificio Prenestina (1), villa y terreno La Storta (1).

INVERSOR: El Dandi

RECICLADOR: El Seco (por medio del Libanés)

RESULTADOS: Cuota Climax Seven, cuota tienda Sandy, calle de los Giubonnari; cuota tienda Cameo '700, cuota boutique Donna Chic, calle de los Santi Quattro, apartamento Torretta (2); villa Olgiata (1).

INVERSOR: Hermanos Bufones

RECICLADOR: Ziccone

RESULTADOS: Usura; apartamentos Vitina (dos, uno a cada hermano).

INVERSOR: Ojo Feroz

RECICLADOR: Ziccone

RESULTADOS: Usura; apartamento Casalbruciato.

INVERSOR: Búfalo

RECICLADOR: Ziccone

RESULTADOS: Fundición La Malana (Grotta-rosa); usura; cuota peluquería Sabrina (Ostia). Fundición en pasivo.

INVERSOR: Nembo Kid

RECICLADOR: Seco (por medio del Libanés)

RESULTADOS: Cuota Climax Seven, cuota Cameo '700; cuota Sandy; cuota Donna Chic; apartamento calle del Peregrino (2). Porcentaje casa (Donatella).

INVERSOR: El Tapón

RECICLADOR: Seco (por medio del Libanés)

RESULTADOS: Cuota Climax Seven, cuota Cameo '700; cuota Sandy; cuota bar Franco; cuota autolavado Equal’s (Santa Maria Liberatrice); usura; casa calle Bianchi; apartamentos calle Dall’Ongaro (3).

INVERSOR: El Esqueleto

RECICLADOR: Seco (por medio del Libanés)

RESULTADOS: Cuota Climax Seven, cuota Cameo '700; cuota Sandy; cuota bar Franco; usura; apartamentos lungotevere de Pietra Papa (3); villa Olgiata.

INVERSOR: Treintamonedas

RECICLADOR: Napolitanos

RESULTADOS: Apartamento calle Como; ?

INVERSOR: El Sardo

RECICLADOR: Napolitanos

RESULTADOS: ?

INVERSOR: El Frío

RECICLADOR: Seco

RESULTADOS: Blanqueo Negro —apartamento de los padres— apartamento Pigneto.

INVERSOR: El Negro

RECICLADOR: Seco

RESULTADOS: Blanqueo Frío - ?

El Frío le devolvió el folio con una mirada interrogativa.

—Cuando sucedió lo del Arenque me dijiste que algo te daba mala espina… que teníamos que calmarnos… —dijo el Libanés—, ¡pues tenías razón!

Bastaba leer el esquema, le explicó, para comprender que el grupo estaba netamente dividido en dos. La mercancía entraba y salía que era una maravilla: los negocios iban sobre ruedas, como dirigidos por un piloto automático. La cuota era igual para todos, y para todos suponía un buen pellizco. Las diferencias venían después, cuando se pasaba al capítulo de las «inversiones».

El Seco estaba haciendo circular el dinero a su manera. Tenía en la mano al director de un banco y, después del horario de cierre, ocupaba su despacho y prestaba dinero a personas endeudadas a intereses de usura. Aquellos que no pagaban veían desaparecer en un abrir y cerrar de ojos sus coches, casas, terrenos, empresas. De los desesperados se ocupaban los hermanos Bufones y ciertos gitanos con los que el Seco mantenía una estrecha relación. Según decía el propio Seco, no existía la persona que no tuviese nada que perder, por lo que al final siempre era posible sacar algo de todos. A fuerza de acumular casas y créditos, el Dandi, Nembo, el Tapón, el Libanés y el Esqueleto se estaban convirtiendo en una potencia económica. ¡Pero los otros! El Búfalo se las arreglaba sostenido, sobre todo, por el instinto. Treintamonedas era un misterio. El Sardo no le preocupaba porque ése, a menos que sucediese un milagro, tenía el destino marcado en cuanto saliera del manicomio. ¡Pero los otros! ¡De Ojo Feroz, a los Bufones, pasando por los diferentes acólitos… menudo desastre! El dinero que malgastaban en mujeres y droga era mucho más del que se metían en el bolsillo acabada la noche. Gastaban a manos llenas, sin preocuparse por el mañana, y a ese paso la envidia no tardaría en reconcomerles. Estaban viajando ya a dos velocidades.

—Vamos a tener problemas, Frío. Debemos hacer algo.

—¿Qué?

El Libanés le expuso la idea que había elaborado durante sus largas y solitarias noches. El problema principal era suprimir las diferencias ya que, de no ser así, la división entre ricos y pobres acabaría desencadenando odios, antagonismos y venganzas a largo plazo. Y un día correría la sangre.

—La cuota igual para todos no la podemos tocar: a todos nos corresponde una parte de cada cargamento de mercancía. Pero nada nos impide intervenir en las inversiones.

—Explícate mejor…

De inmediato. Seguirían repartiendo las cuotas sólo que, nada más hacerlo, una parte consistente de las mismas, pongamos un setenta o setenta y cinco por ciento, debía ser retirada por el Libanés y confiada al Seco para que la invirtiese. Los beneficios derivados de dicha inversión se repartirían de nuevo en partes iguales, con las que se procedería de igual modo. Por ejemplo: las cuotas del Climax, que por el momento pertenecía sólo a algunos de ellos, serían distribuidas entre todos. Todos participarían en igual medida tanto en los gastos como en los beneficios. Al Seco le correspondía individuar las inversiones más rentables y cultivar su especialidad: hacer circular el dinero. Todo nuevo negocio debía ser propuesto y discutido y, en caso de que fuese aceptado, se gestionaría de acuerdo con dichas reglas.

—¿Qué significa eso, Líbano, nos quieres tener a sueldo?

—¡Es el único modo de permanecer unidos! En lugar de que cada uno decida por su cuenta, centralizamos los movimientos…

—¿Y si uno quiere retirarse?

—Vende sus cuotas, coge el dinero y lo despilfarra como le parezca… pero, en este caso, el grupo deja de tener cualquier tipo de obligación con él.

—¿Qué piensan los demás?

—Eres el primero en saberlo, Frío.

—¿Por qué yo?

—Porque tú y yo tenemos la misma cabeza. Porque tú y yo pensamos más en el grupo que en nosotros mismos. Porque sin nosotros todo se iría al garete…

El Frío sirvió dos whiskies y se lio un porro. Roberta y él estaban juntos desde hacía unos días. Él le había contado toda su vida. Ella no lo había criticado, aunque tampoco lo había apoyado. Le gustaba como era. Todavía no había hablado con Gigio, y la mala conciencia lo atormentaba. El Libanés estaba convencido de su plan. El Frío le dijo que no podía funcionar.

—Los demás no querrán. Jamás se ha hecho algo semejante en Roma…

—Tampoco se había visto nunca un grupo como el nuestro… y en cambio aquí estamos, ¡y somos fuertísimos!

—Mientras dure…

—Si hacemos lo que yo digo, durará para siempre…

El Frío sacudió la cabeza.

—Y si no se hace lo que digo —insistió el Libanés—, uno de estos días se deshará todo… el Búfalo, por poner un ejemplo, empezará a decir que cómo es posible que el Dandi se de a la buena vida mientras él está siempre sin un duro… debería reconocer que el otro es un tío como se debe mientras que él es un cretino, pero nunca lo hará y dado que tendrá que echarle la culpa a alguien…

—Hay otro modo —insinuó el Frío—, podemos detenernos ahora…

—Imposible —se apresuró a replicar el Libanés.

Y le habló de los dos espías.

—Ésos saben todo, y son muy poderosos. ¡Si nos retiramos, nos joderán!

El Frío arrojó al aire la botella de whisky. Apretó los puños y achicó los ojos hasta que éstos quedaron reducidos a dos fisuras malignas. El Libanés jamás lo había visto con un semblante tan espantoso.

—¡De forma que ahora tenemos amo! ¡Y qué amo, por si fuera poco! ¡El Estado! ¡El sucio Estado! ¡Coño, Libanés, nos has vendido por un plato de lentejas!

El Libanés intentó explicarle que las cosas no eran así. Que no se trataba de amos y siervos, sino de aliados. Aliados cuyo valor aumentaba a medida que el volumen de negocios lo hacía también. Cuanto más se expandieran, más necesidad iban a tener de contactos, de seguros, de relaciones privilegiadas. Ahora ya no se trataba de pagar a un policía corrupto para apoderarse del acta de un arresto. Ahora formaban parte de los grandes. Y el acuerdo con los espías era un acuerdo entre iguales. Como con el tío Carlo. Yo te doy una cosa y tú me das otra. Ellos nos dan los palacios y nosotros les damos la calle. Eso es todo. ¿Qué hay de malo?

El Frío iba recuperando poco a poco la calma. Volvió a sentarse y se lio otro canuto. Pero lo encendió y le dio una calada sin ofrecerle a su compañero.

—¡Perfecto Líbano! Veo que has formado una banda integrada por fascistas, napolitanos, Cosa Nostra y ahora hasta espías… ¿adónde quieres ir a parar?

Molesto por el sarcasmo del Frío, el Libanés agitó los brazos resoplando. Con aquel gesto parecía querer decir dos cosas, o al menos eso fue lo que entendió el Frío: que era posible abrazar a todo el sucio y jodido mundo, y que preguntarse «hasta dónde» era estúpido e inútil.

—Si estás de acuerdo —dijo, por fin—, ¡yo este negocio lo convierto en un Ferrari!

—¿Yo? —rio con amargura el Frío—. ¡Se te han subido los humos a la cabeza, Líbano!

Ahora fue el Líbano el que perdió los estribos. ¡Que se burlase si quería, el Frío! Pero ¿qué se creía? ¿Que todo ese juego él, el Libanés, lo había montado para acabar como un barriobajero de mierda, como un macarra de dos liras? Si quería seguir siendo un piojoso durante toda su vida, que se fuese a la fábrica o, peor aún, que acabase sus estudios, que una porquería de trabajo fijo, con su inteligencia, lo encontraba seguro. ¡Pero él quería todo, todo lo mejor, y ése era el mejor momento para conseguirlo! ¡Detenerse! ¡Menuda estupidez! ¡Detenerse y malvivir como un criminal de barrio cualquiera! ¡Detenerse, y quizá toparse con la bala de un botarate a la salida de un miserable tugurio! ¡Que se las quedase él, el Frío, esas delicias! ¿O es que tal vez aquella Roberta lo había atontado? ¿Había sido ella la que le había metido en la cabeza la idea de la renuncia? ¿De la retirada?

—Deja en paz a Roberta —le amenazó el Frío.

—¿Y quién se ha metido con ella? —gritó el Libanés, y salió dando un portazo, negro de rabia. ¿Había perdido al Frío? Mejor, seguiría adelante solo.