III

El Puma tenía algún que otro problema con el kilo de coca. La mitad se la había pasado al por mayor a un grupo de calabreses que estaban a punto de salir para Buccinasco: la droga serviría para concluir un acuerdo en Milán entre Turatello[12] y los cataneses de Epaminonda el Tebano. Pero el Puma no quería meterse en esos líos. Había decidido marcharse, basta. Por eso, el medio kilo del que se arriesgaba a no poder desembarazarse, se lo vendió a precio de coste al Frío, quien invirtió en ello todo lo que le quedaba de su parte en el secuestro. De forma que, en el momento del reparto, al kilo y trescientos gramos de Brown Sugar que habían traído los correos chilenos, añadieron también el medio kilo de colombiana rosa que el Puma había ya cortado con anfetaminas y lidocaína.

Se habían reunido en la caseta del Rata. Los hermanos Bufones eran los encargados del corte: al treinta por ciento, ya que si lanzaban sobre el mercado una mercancía demasiado pura, corrían el riesgo de causar una masacre y de que les cortaran los huevos. Y tres kilos y medio de heroína al por menor eran un buen negocio.

El Búfalo, Treintamonedas y Ricotta habían hecho un buen trabajo de reclutamiento. Habían acudido los hombres del Sardo y todos los muchachos que habían conseguido reunir. El Libanés había sacado un cuaderno de notas en el que había esbozado la división por zonas. A medida que las bolsas con la mercancía cortada estaban listas, se las entregaba a un camello y registraba el peso y el lugar. Todo debía estar bajo control. Había que describir y regular cada detalle minuciosamente.

—¡Esto parece una cadena de montaje! —comentó el Dandi—. ¡Mira tú por dónde, acabar de obrero!

—¡De la galardonada empresa Hero, Coca e hijos! —bromeó el Búfalo.

—Esto es sólo el principio… —les tranquilizó el Libanés—, luego, con el tiempo, las cosas rodarán solas…

NOTAS DE DISTRIBUCIÓN

17 de marzo de 1978

ZONA CANTIDAD JEFE DE ZONA CAMELLO
Magliana 700 gr. Treintamonedas Bebécebada
Monteverde Búfalo Pescadofresco
Portuense
Trullo 700 gr. Hermanos Bufones Papanatas
Bola de Nieve
Garbatella 700 gr. Esqueleto Yeimsbond
Tormarancia Ojo Feroz El Marroquí
Trastevere 1.500 gr. Dandi Rata
Topignara Líbano Petulante
Centocelle Tapón
Frío
Ostia-Acilia 150 gr. Sardo Bergantín
Avenida Marconi 150 gr. Ricotta Sádico

En Testaccio no se vendía: la solicitud que el Tapón había hecho a este respecto había sido aceptada. La culpa de aquello la tenía su madre, quien no habría tolerado ver la plaza de su infancia proletaria invadida por una horda de drogatas sarnosos. En cuanto al medio kilo de cocaína, habían aceptado la propuesta de Treintamonedas. La intercambiarían con dos colegas de Nápoles por una cantidad de heroína tailandesa ya cortada al veinticinco por ciento. Los quinientos gramos de tailandesa debían ser ulteriormente divididos entre los grupos de Ostia-Acilia y de la avenida Marconi (doscientos gramos por grupo) y los cien restantes a medias entre Garbatella y Trullo.

El último en salir fue el Sádico, un cojo de la calle Orderisi da Gubbio que debía su apodo a la costumbre de pegar a las prostitutas con las que se gastaba todo su dinero.

Sólo se quedaron el Rata —que había conseguido agenciarse otro chute extra—, el Frío y el Libanés. Éste encendió dos Marlboro y le pasó uno al Frío. Sonreía. La sonrisa de un verdadero amigo.

—¿Sabes, Frío, ese medio kilo de coca…?

—¿Sí?

—La idea fue tuya, tú has puesto el dinero… si lo hubieses vendido por tu cuenta, nadie te lo habría reprochado…

—Era más justo compartirlo…

—¿Cuántos crees que habrían hecho una cosa así?

—¿Y yo qué sé? Tú, el Búfalo… tal vez Ojo Feroz.

—El Dandi.

—El Dandi, sí, claro.

—Pero los demás no, ¿eh?

—Bueno, tenemos que conseguir que a los otros les nazca también hacerlo… a todos, incluso a Ricotta… incluso a Mario el Sardo

—¿Y por qué?

—Porque el día que razonemos todos de la misma manera… ese día nadie será capaz de detenernos…

—¿Y si alguien se niega?

—¡Entonces nos lo quitamos de encima!

Pero el Frío era muy reservado. Siempre tan hermético, tan impenetrable. El Libanés le dio una palmada en el hombro.

—Lo conseguiremos, socio.

—Sí.

—Y abriremos ese local.

—Puede.

—A setenta, ochenta el kilo ganaremos un montón de pasta. Una parte la metemos en el fondo común, otra la reinvertimos y la última la repartimos entre los muchachos… y nosotros abrimos ese local.

—Quizá.

—¡Vaya, qué entusiasmo!

—He oído que nos tenemos que ocupar de Moro.

El Libanés aplastó la colilla y se encendió otro cigarrillo.

—Es un buen asunto.

—La política nunca es un buen asunto, Líbano. Eso me huele a trampa.

—Pero ¡qué dices! Imagínate que encontramos a ese desgraciado: le hacemos un favor al Estado y el Estado cierra los ojos… y de eso se trata Frío: ¡del gran juego!

El Frío encogió los hombros. El Frío era así. Con el eterno temor de que en cualquier momento le hiciesen una jugada. Porque cuando las cosas parecen empezar a funcionar bien, llega el diablo para estropearlas.