Lori tomó asiento, al tiempo que Anthony Leverett rodeaba su mesa escritorio, encendía la lámpara y dejaba a un lado su cartera. Ella procuró permanecer en silencio hasta que Leverett ocupó su sitio.
—¿No va a decirme lo que ha sucedido? —preguntó Lori.
—Pretendo hacerlo. —A la luz de la lámpara sus ojos buscaron los de ella—. Pero usted no ha venido aquí por casualidad. Al llegar me ha dicho la recepcionista que había intentado ponerse en contacto conmigo. No estaría usted aquí ahora si no creyera que es importante.
—Se lo diré después. —Lori se adelantó sobre su asiento—. Primero quiero que me cuente lo de la clínica.
Cuando ella se inclinó hacia delante, Leverett lo hizo hacia atrás.
—Verá; es curioso cómo tendemos a equiparar la autoridad con la autenticidad. Como ese edificio ha sido confiscado, todo el mundo daba por cierto que había sido derruido hace tiempo. Y eso que nadie tendría razones para investigar, aparte de usted y su amigo periodista.
Lori sacudió la cabeza.
—Si lo ha hecho él, a mi no me ha dicho ni una palabra.
Había llegado el momento de contarle todo al doctor Leverett; de contarle su pelea con Russ, de contarle lo del hombre que la había estado siguiendo; de contarle lo de su sueño. Feliz día de tu muerte. Pero no, eso podía esperar. Lo de la clínica era más importante. Ella no conocía la razón pero presentía que era así.
—¿Por qué emplea evasivas conmigo? —dijo ella. También él le daba evasivas, como todos los demás; como Ben Rupert, como el teniente Metz, incluso como Russ. La estaban desviando, diciéndole cosas para su bien y no para el bien de ellos. Y si tampoco ahora podía fiarse del doctor Leverett…
Él la contemplaba en aquel momento.
—Es usted muy perspicaz.
—Lo que ocurre es que estoy harta de hacer el papel de mujer pasiva —respondió ella.
—Bravo. Eso era lo que yo quería oír —Leverett no sonreía ahora—. La pasividad ha venido siendo un problema. Recibir órdenes de otros sin cuestionarlas, estar sometida al dictado de sus sueños, recurrir a personas con autoridad, como Russ y como yo mismo. Me gustaría creer que esta fase ha terminado, antes de que sigamos progresando.
—¿Por qué?
—Porque la pasividad es un síntoma de inmadurez y ha llegado el momento de dejar de ser niña. Esto es lo que cualquier terapia espera conseguir: ayudarla a madurar, desechar las fobias y traumas de la niñez hasta el extremo de que pueda usted identificarse con una actitud de adulto responsable.
—Veo que sigue usted dándome evasivas.
—No, Lori. Pero antes de que avancemos más, quiero repetirle de nuevo lo que he intentado decirle antes. Usted no es ninguna psicótica y, considerando lo que ha padecido, usted no se ha sobrepuesto. Pero tampoco quiero que lo haga ahora.
—Cuénteme lo de la clínica —dijo Lori.
—Al terminar mi última entrevista de esta tarde, he cogido el coche y he ido hasta allí. No se parecía en absoluto a lo que yo esperaba que fuese. Me imaginaba que iba a ser uno de esos edificios comerciales de dos plantas que solían construirse a finales de los años veinte y a principios de los treinta pero, por su aspecto, el 490 de Allister Avenue debe de haber sido originariamente una casa particular. Es de estructura amplia, posee muchos espacios intermedios y una valla metálica que rodea la propiedad por tres lados. Carece de paseo de entrada; he podido ver el garaje situado en la parte posterior; así que se debe entrar directamente desde la callejuela. Aparte de las ripias que faltan en el tejado y del descascarillado de la pintura debido al paso de los años, desde el exterior no se observan muchos signos de desperfecto, salvo, claro está, que los patios central y lateral están siendo pasto de la mala hierba. Aun así, tiene mejor aspecto que la cacharrería que hay a la izquierda. Puede que en otro tiempo hubiera una mansión, pero ahora se trata de puras ruinas. El terreno de la esquina del otro lado de la clínica estaba vacante. Alguna firma inmobiliaria debió colocar un letrero de Se vende, pero seguramente de eso hace ya muchos años, porque apenas se distinguen las letras. Las casas del otro lado de la calle se hallaban muy escondidas por los árboles, pero yo diría que son mucho más pequeñas que la clínica, aunque la mayor parte de ellas se encuentra en estado ruinoso. Delante de un par de ellas había coches aparcados, como si pertenecieran a la cacharrería de enfrente, pero yo no he visto a ningún vecino. Y espero que ellos no me hayan visto a mi tampoco.
—¿Ha intentado usted entrar?
—¿No lo haría usted? —La sonrisa del doctor Leverett volvió a aparecer por un momento mientras se encogía de hombros—. He rebasado la finca y he ido a aparcar al otro extremo de la manzana. Luego he regresado andando. Cuando he pasado con el coche por delante he echado un breve vistazo y he tenido la impresión de que la puerta no estaba cerrada con llave. No me he equivocado. Entrar en el patio no ha sido fácil; el problema estaba en encontrar un sendero a través de la maleza. Lo crea o no, algunas hierbas me llegaban a la cabeza. El porche delantero también ofrecía dificultades; los peldaños de arriba empezaban a ceder bajo mi peso y he tenido que agarrarme a la barandilla para no caerme. A ambos lados de la puerta principal había cuatro ventanas, todas ellas entabladas. Por lo que he podido ver, no existen señales de que nadie haya intentado abrirlas para asomarse. La puerta principal no estaba con tablas; tenía puesto un candado y, a buen seguro, alguien clavó en ella un anuncio oficial de demolición. Aunque el alero del porche proporcionaba cierta protección contra el sol y la lluvia, era tan difícil leer aquel aviso como el letrero de venta de la finca inmediata. Antes de abrir la puerta he podido leer lo suficiente para convencerme de lo que había dentro.
—Pensaba que había dicho que la puerta tenía un candado —dijo Lori frunciendo el rostro.
—Exacto. Pero alguien se me había anticipado, porque el candado estaba roto.
—¿Y ha entrado usted en esas condiciones?
—Se me ha olvidado decírselo: llevaba encima una linterna del coche. Como era de esperar, allí no había luz eléctrica y todo estaba tan oscuro como la boca de un lobo, pero tenía luz suficiente para ver por dónde iba.
—¿Y no le ha importado que pudiera estar dentro el que había roto el candado?
—Según he podido ver, el candado llevaba roto mucho tiempo. En el piso de la planta baja se veían sobre el polvo unas huellas muy desdibujadas de plantas humanas, lo cual me ha llevado a la conclusión de que allí no había entrado ni salido nadie en mucho tiempo.
—Con tantas noticias sobre gentes sin hogar, seguramente habrá pensado usted que allí podrían haberse instalado vagabundos, ¿no?
—Que yo sepa, no había el menor rastro de eso. Ni que decir tiene que no había mobiliario, todo aquello está vacio. Chase vendió probablemente antes de irse todo el mobiliario junto con el equipo médico. He entrado en lo que supongo era la oficina, pero solo había paredes desnudas y, adosados a estas, algunos estantes de libros vacios.
—¿Y no ha encontrado absolutamente nada?
Leverett se inclinó hacia delante e hizo saltar la tapa de su cartera.
—Solo esto.
Lori se quedó mirando al trozo de papel que Leverett sostenía en la mano. Al verlo mejor a la luz de la lámpara distinguió en el papel evidentes muestras de haber estado doblado.
—Estaba metido debajo del estante inferior y mostraba tan solo un pico. Lo suficiente para que pudiera verlo cuando he enfocado hacia allí mi linterna. Debió de caerse de algún expediente o legajo situado en los estantes superiores y quedó oculto sin que nadie lo viese.
Leverett alargó el papel a Lori.
—Véalo. A ver qué le parece.
Ella se puso a mirarlo.
—Por el tipo de letra parece escrito con una de aquellas antiguas Selectrics.
—La tipografía no tiene importancia. Lo que me interesa es su opinión sobre el verdadero contenido.
Lori se puso a leer. A pesar de sus conocimientos filológicos, algunas de sus palabras le resultaba extrañas.
Anotación de contracciones ventriculares unifocales.
Resultados analíticos preoperatorios:
Glucosa 110
Potasio 3,7
Creatinina de 1,0
Pulso carótido volumen normal, sin ruido.
Auscultación pulmonar clara.
Sin distensión venosa yugular.
Membranas mucosas con buen color.
Temperatura de la piel normal.
Sin dilatación cardiaca a la palpitación.
Sonido normal del primero y segundo corazón, sin ritmo de galope o murmullo.
Abdomen suave sin ruido de dilatación hepática.
Sin edema periférico.
PVCS sin evidencia de otros problemas.
Cuando Lori terminó de leerlo se encontraba un tanto perpleja.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó.
—Es obvio que se trata de la trascripción mecanográfica de las anotaciones sobre un caso —repuso Leverett.
—A pesar de haber captado bastante, necesitaría un diccionario médico para entenderlo.
—No es preciso. —El doctor Leverett apoyó los codos sobre el borde de la mesa—. El primer renglón referente al trabajo de laboratorio debería darle una pista.
—¿Supone que en la clínica se hacían operaciones quirúrgicas?
—Yo diría que si. Pequeñas intervenciones a pacientes externos y cosas que no requerían hospitalización. Pero este caso es diferente.
—¿Por qué diferente?
—Las anotaciones clínicas, en particular las relativas al sonido del primero y segundo corazón nos hablan de una mujer embarazada. Esto implica probablemente una sección cesárea.
—No tengo más remedio que dejarlo en sus manos —dijo Lori sonriendo—. Ya veo que es usted un Sherlock Holmes.
Leverett sacudió la cabeza.
—Nada de eso. —Las palabras de Leverett fluían lentamente—. Ni usted tampoco lo es.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Ha leído solo una cara del papel. Vea la otra.
Lori le dio la vuelta al pliego y alzó extrañada el rostro.
—Está en blanco.
—Mírelo bien. En la parte superior derecha.
Volvió a mirarlo, cogiendo el papel por otra parte, de forma que su dedo pulgar ya no tapaba la anotación que había escrita a lápiz. La escritura estaba un tanto difuminada, pero lo bastante clara para que pudiera leer sus líneas.
En la primera había un nombre escrito que Lori reconoció. En la segunda solo se leían números que indicaban un día, un mes y un año. Esto si le resultó demasiado familiar. Era una fecha exacta de hacía veintiún años; la fecha de su nacimiento.
Y además su nombre.
—En resumidas cuentas —dijo con suavidad Leverett—, es usted una Fairmount. Priscilla Fairmount fue su madre.