CAPÍTULO XXXI

El tráfico a la hora punta constituía una pesadilla. Pero entonces todo parecía ya una pesadilla, desde el Feliz cumpleaños de Russ hasta las palabras pronunciadas por la voz. Su voz, salida del interior de su cabeza. Feliz día de tu muerte. ¿Era allí donde se escondía la muerte, en el interior de su cabeza?

Lori necesitaba saberlo. Llamar al doctor Leverett no la ayudó demasiado porque la otra voz, la voz real con sincopado acento jamaicano, solo pudo decirle que el doctor no estaba.

—Piensa pasar por aquí a eso de las seis antes de irse a su casa —le dijo la recepcionista—. Puede usted probar a esa hora. Si desea dejar algún recado…

Pero Lori no dejó ningún recado; eso era algo que no podía esperar. Ella no podía esperar, sobre todo en el día de su cumpleaños, en el día de su muerte. Si la voz estaba en lo cierto solo le quedaban unas horas de vida. Y si la voz estaba equivocada, entonces ella se estaba volviendo loca de remate, pese a cuando trataran de decirle para tranquilizarla. Tú que eres tan versada en palabras, aquí tienes un neologismo: fisuración psíquica, que significa esquizofrenia.

Y si ella sufría desorden de personalidad múltiple, tenía que hablar otra vez con el doctor Leverett antes de que la voz volviera a hablarle a ella. ¿O era todo aquello una continuación de su pesadilla?

Si así era, el hombre de la camisa hawaiana parecía haber escapado de su sueño; después de entrar en la autovía veía tras ella a través del espejo retrovisor una fila interminable de coches que avanzaban pegados entre sí en caravana, pero no había ningún Honda gris. Eso si de verdad antes la había perseguido algún Honda gris.

Si. Ahora todo era si, condicional. Si pudiera hablar con el doctor Leverett, si él le pudiera dar una explicación lógica, si se estaba volviendo loca…, y si podría soportar aquel tráfico antes de volverse loca de verdad; en tal caso, quizá la pesadilla no fuera más que una pesadilla, después de todo.

De una cosa si estaba segura: no podía esperar. E incluso si lograba hablar por teléfono con él mientras estaba en el consultorio, o la llamaba él más tarde, tampoco eso bastaría. Resultaba muy fácil dar evasivas por teléfono, igual que había hecho Russ en lo tocante a Ben Rupert y al anuario. ¿No habría intentado Russ decírselo cuando la llamó desde Acapulco? Aquel era otro punto que necesitaba aclarar con Leverett, vis a vis.

Por eso se proponía llegar al consultorio del doctor antes de que llegara él; cuando Leverett entrara por la puerta, ella ya estaría allí, lista, esperando. Necesitaba saberlo ahora, cuando no quedaba tiempo para más condicionales si. Al salir finalmente por la rampa de la autovía de San Diego, avanzó poco a poco por el Santa Mónica Boulevard y giró a la derecha por Bedford. Los coches continuaban saliendo en abundancia de los aparcamientos. Esto le facilitó el hallazgo de un sitio en la segunda planta del garaje que había frente al consultorio del doctor Leverett.

Pero después de cruzar la calzada sorteando el atasco de faros que se dirigían hacia el Sur y de disfrutar del placer que le proporcionaba un ascensor vacio, empezaron los problemas.

La puerta del consultorio del doctor Leverett estaba cerrada como un castillo. Por mucho que llamó e intentó abrir el tirador, no consiguió nada. Lori consultó su reloj; eran exactamente las seis treinta. No había contado con que el viaje de venida la entretendría tanto tiempo. A lo mejor el doctor Leverett ya había estado en el despacho y se había vuelto a marchar. ¿Por qué no había tenido el sentido común de haberle dejado un aviso? Porque carecía de sentido. La falta de sentido, comprendió, la había llevado allí. Ahora no le quedaba más remedio que emprender el viaje de regreso a su casa y enviarle un mensaje telefónico a través de su contestador automático. Podía hacerlo desde allí mismo, pero por otra parte no se atrevía a fijar una hora concreta, por si acaso el doctor recibía el aviso y la llamaba antes de que hubiera regresado a su apartamento.

Nada resultaba fácil. ¿Desde cuándo no había visto en el cine o en la televisión que un actor o actriz tuviera o marcara un número equivocado de teléfono? Tales cosas solo sucedían en la vida real, junto a centenares de otras pequeñas circunstancias, inconvenientes molestos y ese clima general de confusión que distingue, aunque solo en cierto grado, la vida auténtica de la pesadilla.

Nada de estas cosas la ayudaban lo más mínimo en esos momentos. El caso era que necesitaba ayuda, pero no de voces a través del teléfono, ni del interior de su cabeza, ni del interior de la sepultura. Tony, ¿dónde estás?

Dio media vuelta, sacudiendo la cabeza. Mejor seria rehacer aquella frase. Lori, ¿dónde estás? ¿Lori, de dónde vienes, a dónde vas y cuándo dejarás de actuar como una versión femenina de Hamlet?

Aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para empezar. Y mientras lo estuviera haciendo, podía igualmente aprender a tener un poco de paciencia cuando se enfrentara a los muchos inconvenientes que configuran la vida diaria.

Era una buena solución que fue alimentando durante su camino de regreso a los ascensores. Al llegar allí pulsó el botón de descenso y obtuvo una inmediata respuesta: el sonido metálico de una señal y el relampagueo de una fecha luminosa que indicaba subida.

Es la historia de mi vida. Nunca falla. Lori sacudió la cabeza. Pero yo sigo.

Estaba a punto de pulsar otra vez, el botón de bajada cuando se detuvo el ascensor que subía. Al abrirse la puerta corredera hizo su salida el doctor Leverett. Cuando la reconoció se puso a sonreír.

—Qué casualidad —dijo él—. Llevo una hora intentando ponerme en contacto con usted. Cuando venía de la prisión la he llamado tres veces por el teléfono del coche.

—¿De la prisión?

—Así es. —Leverett asintió—. ¿Recuerda lo que le dije sobre la clínica Fairmount y que la habían declarado ruinosa en 1983? He estado pensando en ello esta mañana y he decidido volver a hacer comprobaciones. He descubierto algo interesante. Los procedimientos de demolición fueron paralizados hasta que se estableciera la propiedad legal. Sospecho que su difunto abogado pudo haber estado implicado en el intento de conseguir la posesión de la finca. Pero lo cierto es que el edificio continúa en pie.

Lori le miró fijamente, extrañada.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque he estado allí esta misma tarde.