Si la noche había sido buena, la mañana siguiente fue mejor. Era el sueño más profundo y pacífico que recordaba haber tenido en los últimos tiempos. Y justamente ahora no notaba el más ligero indicio de resaca.
Y lo que era aún mejor, no había platos sucios. Fue el ruido que hacía Russ en la cocina lo que la despertó. Cuando Lori, tras ponerse la ropa, salió arrastrando los pies por el pasillo, Russ ya estaba colocando los platos lavados a mano en su sitio apropiado en el armario que había adosado a la pared, encima del fregadero.
Él no se percató de que llegaba y Lori se detuvo un instante en la puerta y se quedó observándole. También esto formaba parte de la mañana siguiente; una condiscípula suya lo temía más que a la resaca. Ambas estaban de acuerdo en que resultaba más fácil desembarazarse de una jaqueca o de una molestia gástrica que verse ante la presencia continua de un varón pitañoso sin afeitar que se apoderaba del cuarto de baño de una. Eso si no cogía prestada la maquinilla de afeitar y rompía la hoja.
Lori sonrió, saboreando el aroma del café recién hecho. A lo mejor había tenido suerte. No le resultaba en modo alguno duro aceptar la presencia de Russ. Aunque no se había rasurado la barba, parecía más apto como compañero actual que como un error del pasado. Y si continuaba como hasta ahora, a ella no le importaría aceptarle como presagio de un futuro brillante. Por lo menos, ya tengo a quien me cuide la cocina, se dijo para sus adentros. Sonriendo otra vez, cruzó el umbral de la puerta para hacer notar su presencia.
Él no perdió un segundo en manifestar y sentir la presencia de ambos, y durante un rato se produjo una especie de cara o cruz para ver si regresaban al dormitorio. Fue ella quien lo decidió.
A decir verdad, fue el doctor Leverett quien tomó la decisión. Pero eso sería más tarde, después que ella se hiciera cargo de los preparativos para el desayuno y los dos apurasen el zumo, los huevos, las tostadas y el café. Durante el desayuno, Lori no encontró motivos para alterar su veredicto anterior. De hecho, la presencia de Russ la tranquilizaba. Le había echado de menos, a pesar de sus recientes racionalizaciones en sentido contrario, y le necesitaba, ahí y ahora.
Al final del desayuno resultaba obvio que de cuanto había sucedido en Acapulco era preciso hablar largo y tendido. Problemas con los cámaras, problemas con las autoridades locales, problemas de alimentación, agua y alojamiento; todo ello parecía insignificante comparado con las dificultades encontradas durante las veinticuatro horas del día para disponer de un teléfono desde el que llamar y hablar.
—Pero eso no importa, mientras sepas comprender por qué no pude ponerme en contacto contigo —dijo Russ—. Además, creía que iba a regresar anteanoche. Una vez terminado mi trabajo, lo único que pude hacer fue aguardar mi turno de regreso.
—Lo sé. —Lori dirigió una mirada a la tostadora—. Pero ya empezaba a inquietarme…
—Yo no dejé de estar preocupado —dijo Russ—. Eso merece una recompensa.
Lori se esforzó por complacerle. Russ escuchaba con atención y hacía los comentarios oportunos cuando ella callaba.
—Lo has debido pasar horriblemente, ¿verdad? —dijo Russ moviendo la cabeza—. Ahora quien lo va a pasar mal soy yo debido a esta sensación de culpa que me ha dejado el viaje.
—No tienes que sentirte culpable de nada —dijo ella—. Tenías que cumplir con tu obligación profesional.
—Tú eres la única que necesita muchos cuidados. Y de ahora en adelante…
En aquel instante sonó el teléfono en el salón. Y fue entonces cuando Lori, al descolgar el aparato, oyó la voz del doctor Leverett. Doctor Leverett, Anthony Leverett, doctor en medicina. Tony. Los nombres relampagueaban en su mente y se desvanecían, pero la imagen de él continuaba viva. Allí estaba su rostro, flotando sobre ella, detallado y claro en medio de un borrón de luz y de sensaciones.
Lo había tenido de forma tan vívida y sorprendente… ¿Por qué lo habría olvidado, después de caer dormida, hasta ese momento en que escuchaba su voz? Interesante pregunta; mejor que hablara de ello con su psiquiatra. Pero estaba hablando con él precisamente ahora; o, para ser más exacto, estaba escuchando cómo hablaba él.
—Espero no llamar demasiado temprano —dijo él—. Anoche quise llamarla, pero tuve una emergencia. Una paciente sufrió una crisis repentina y hube de desplazarme a Cedars-Sinaí. Cuando terminé ya era casi medianoche. Confío en que lo suyo no sea…
—No —le interrumpió Lori en seguida, deseosa de aliviar la preocupación que notaba en la voz del doctor.
Por lo menos, así le parecía a ella. A estas alturas creía conocerle lo bastante como para captar sus reacciones.
Y, en efecto, le conocía bien. Íntimamente.
Sin pérdida de tiempo, Lori desechó esta idea. Pero no podía borrar el recuerdo. A partir de ahora no lo olvidaría, jamás.
Pero eso no se lo podía decir a él ahora, ni era aquel el lugar para discutir sus sueños. La mala acción del día la había cometido ya, sembrando en Russ una sensación de culpa a causa del viaje, pero no abrigaba la intención de repetir esa forma de proceder con el doctor Leverett.
La forma de proceder con el doctor Leverett… Una vez más trató, en vano, de olvidarse de la noche anterior. Leverett acudiría en su ayuda.
—Por eso la llamo ahora. —El acento de ansiedad que había en su voz dio paso a un tono de aplomo—. Ayer, antes de que se complicaran las cosas, hice un descubrimiento. Su Nigel Chase no es una pura invención de nadie. En el registro médico de 1968 aparecen inscritos su nombre y dirección.
—¿No será en…?
—¿En la Clínica Fairmount? —Su pausa duró una fracción de segundo, pero a Lori le pareció una eternidad—. Pues sí. Tenía usted razón; estaba allí el doctor Chase. Pero a partir de ese año no he podido encontrar ningún antecedente sobre él. Resulta desconocido tanto en el ejercicio privado como entre los socios.
—¿Cree usted que vive todavía?
—No sé. Tuve la precaución de comprobar los registros posteriores y no aparece su nombre entre las notas necrológicas.
—Al menos, es bueno saber que yo no me estaba imaginando cosas. —Lori dudó un instante—. ¿No cree? ¿Cómo es posible que aparezca en mis sueños el nombre de una persona de la que no he oído hablar nunca?
—Pienso que usted ya conoce la respuesta a eso, Lori. De alguna manera, en algún lugar, usted oyó ese nombre y lo almacenó, sin que por ello tuviera que recordarlo. El inconsciente es como un ordenador; todos los datos que se le suministran quedan automáticamente retenidos. Pero no siempre resulta fácil activar el recuerdo instantáneo o la salida consciente.
—¿Entonces cree usted que el doctor Chase, el doctor Fairmount y Clara son personas de las que he oído hablar antes? ¿Pero quién pudo hablarme de ellas y por qué? Y en el supuesto de que esas personas fueran de alguna importancia, ¿por qué no las recuerda mi memoria consciente?
—Tal vez por idéntica razón por la que no recordaba a Priscilla. —El doctor Leverett hizo una pausa—. Esto es algo que creo deberemos examinar después.
—Yo también lo creo —dijo Lori—. Pero me quedaría más tranquila si pudiéramos obtener alguna información sobre ellos a través del banco de datos de un ordenador real. El que hay en mi subconsciente no parece tener contestador automatizado.
—No se desanime. Estamos haciendo progresos y nos quedan otras fuentes que consultar; desde los registros de nacimiento hasta los de defunción. Si esta tarde dispongo de tiempo libre, me dedicaré a ellas. Si averiguo algo, ¿podré contar con usted bien avanzado el día?
—Por supuesto. —Antes de continuar, Lori miró a su compañero de desayuno—. Russ está aquí en este momento, pero me tendrá usted disponible cuando me necesite.
—¿Su novio? ¿Cuándo ha vuelto?
En un reflejo involuntario, se puso a mirar a Russ otra vez antes de contestar. ¿Por qué estaba dudando?
La respuesta a esta interpelación, en cierto modo, la excluía a ella, pero eso era algo que tendría que averiguar después por sí misma. La pregunta del doctor Leverett requería ahora mismo una respuesta, y además verdadera.
—Regresó ayer —contestó Lori.
—Bien.
La contestación contenía un acento de sinceridad, y Lori no tenía más remedio que confiar en que la suya hubiera sonado igualmente sincera, pese a que cuanto le había dicho no era más que una verdad a medias. Por otra parte, no era incumbencia de Leverett saber si Russs había pasado allí la noche. ¿O acaso sí lo era? A fin de cuentas, ¿no se suponía que uno debía contárselo todo a su psiquiatra? Tal vez sí, pero si insiste en inmiscuirse e invadir tu vida privada, incluyendo las partes más íntimas, en el momento más crucial posible…, entonces, ¿qué te queda para luego?
—Es probable que la llame después.
—Estupendo.
Russ había estado hablándole en aquellos mismos instantes, pero ella no había oído ni una palabra de cuanto había dicho. En vez de escucharle a él había estado escuchando sus propios pensamientos, que carecían por completo de sentido. A lo mejor necesitaba quitar el ordenador de su memoria inconsciente y poner en su lugar otro modelo más moderno.
Pero al colgar el aparato, Lori desechó ese pensamiento. Lo que importaba ahora era lo que el doctor Leverett le había dicho al comienzo de la conversación.
Se dio media vuelta hacia Russ, sonriente.
—¿Has oído esto? Tenía yo razón. El doctor Leverett ha averiguado que Nigel Chase y el doctor Fairmount existen. Si conseguimos localizarle, lo mismo que a esa Clara de quien te hablé, dispondremos de una prueba…
—¿Una prueba de qué? —El tono de Russ era cortante y la sonrisa de Lori distaba mucho de coincidir con la seriedad del rostro de él—. No importa que existan personas con esos nombres. Tendremos que…
—¿Que no importa? —La voz de Lori describió un arco de creciente indignación—. ¡No te importará a ti, pero a mí me importa mucho! Si esos nombres que oigo en mis sueños pertenecen a personas verdaderas, eso significa que yo no soy ninguna visionaria, aunque tú parezcas opinar lo contrario.
—¡Sé razonable, Lori! Lo que te estoy diciendo es que creía que tú y yo estábamos buscando a Priscilla Fairmount. Pero desde que ese tal Leverett ha entrado en escena te está llevando por varias direcciones al mismo tiempo. Además, a juzgar por lo que me habías dicho antes y por lo que he oído de tu reciente conversación con él, ¿cuántas pruebas has conseguido reunir hasta el momento? Te dice que ha localizado nombres en el registro, pero cuando intenta practicar una información verdadera acerca de esas personas se da contra un muro en blanco. Eso es muy cómodo, sobre todo cuando no se pretende seguir adelante. Quién sabe si no ha levantado él mismo esos muros. Salvo que no me parece una clase de individuo capaz de mancharse las manos realizando un trabajo corporal.
—¿Qué tienes contra él? Al menos, lo que ha descubierto puede ser comprobado por medio de los archivos. Está tratando de ayudarme.
—¿Crees que yo no lo intento?
—¡Ahora eres tú quien está sacando conclusiones! Yo no digo que no intentes ayudarme, pero también digo que el doctor Leverett merece algún crédito por lo que ha hecho. Ha liberado mi mente de muchas cosas.
—Maldito lo que ha hecho por ti, ya que lo dices. —Russ sacudió la cabeza—. Según me has contado tú misma, lo único que ha hecho es obligarte a ir corriendo a su consulta o tenerte pendiente del teléfono todo el día. Y a fin de cuentas, no ha conseguido más que lo que habría averiguado un investigador privado en pocas horas de trabajo.
—Pero durante la última semana no he tenido a mi disposición a ningún reportero de investigación. —Lori trataba de quitarle importancia, mediante una sonrisa, a la implicación que hacía contra Russ, pero sin mucho éxito—. Al menos, deberías dar crédito a Leverett por intentarlo.
—¿Quieres saber una cosa? Te está manipulando. Primero te mete en la cabeza unas cuantas cosas sobre Priscilla Fairmount y luego desvía tu atención con otros nombres. Te está confundiendo, como solían hacer los antiguos magos de feria.
—El doctor Leverett no es ningún mago. Ni ha metido esos nombres en mi cabeza, incluyendo a Priscilla. Todos ellos aparecieron en mis sueños.
—Pero no tuviste tales sueños hasta que llegaste a ver el nombre y fotografía de Priscilla en aquel anuario.
—El anuario —comentó Lori automáticamente sin tener conciencia clara de su pérdida. Su voz salía ahora exenta de voluntad—. He pensado mucho en él últimamente. Sobre todo después de haber hablado con el doctor Leverett y con el teniente Metz. Los dos coinciden en sospechar que pudo haberlo robado Ben Rupert por medio de un duplicado que había hecho de la llave de mi apartamento. Pero eso no explica cómo conocía la existencia de ese libro ni dónde tenía que ir para encontrarlo.
Lori se obligó a hacer una pausa, considerando si no sería mejor que dejara de hablar por completo. Pero, de nuevo, sus palabras fueron saliendo de manera espontánea, sin control consciente:
—Una vez muerta Nadia Hope, solo dos personas conocían el anuario: tú y yo. Yo no le dije a Ben Rupert dónde estaba. ¿Por qué lo hiciste tú?
—Está bien. —Russ hablaba a toda prisa—. Poco antes de irme de la ciudad, le telefoneé, pero no le dije que lo robara. Ni siquiera sabía yo que él tenía una llave de tu apartamento. Dado que tú estabas en el hospital, pensé que sería conveniente que alguna persona responsable conociera lo que estaba ocurriendo, por si acaso…
—¿Y no me lo dijiste a mí? ¿Por qué? ¿Pensaste que yo no era una persona responsable?
—Escucha, Lori, te hallabas bajo tratamiento de sedantes. Nadie sabe exactamente lo que se puede esperar. Ni siquiera el doctor Justin estaba seguro del diagnóstico ni del pronóstico.
—Y por eso me mentiste. Pensabas que yo era una chiflada… Y tal vez lo sigas pensando.
—Yo no he dicho eso.
—No con esas mismas palabras. —Lori se levantó de su asiento y también levantó la voz—. Pero la forma en que te refieres al doctor Leverett, como si yo fuera una especie de niña retrasada a la que hay que llevar por ahí cogida de la mano…
—¿Es que no lo entiendes? No me gusta lo que está haciendo contigo, no me gusta que te emplee de esa forma.
Lori le miró, la amargura llameaba en sus ojos y salía a raudales entre sus labios.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan conceptual? En primer lugar, si no me hubieras tratado de aquella forma, yo no habría ido a ver al doctor Leverett.
Russ sacudió la cabeza.
—Si yo cometí entonces un error, ahora lo estás cometiendo tú. Este hombre te está sacando de tus casilla. Si crees que todavía necesitas ayuda, pídele al doctor Justin que te recomiende a otro. Y no olvides que Leverett no es tu tutor.
—¡Ni tú tampoco! ¡Márchate de aquí y déjame sola!
Russ avanzó hacia delante con los brazos extendidos en el eterno gesto masculino de reconciliación. No te apures, chiquilla, tienes a papá que te comprende y está aquí para protegerte. Como si eso resolviera alguna cosa.
Lori retrocedió, negando con la cabeza.
—No, estoy harta de jugar contigo. ¡Márchate!
Russ llenó de aire sus pulmones, dejando caer los brazos. Luego se volvió y echó a andar hacia la puerta. Esta se abrió sin el más mínimo ruido y cuando él se alejaba por el descansillo empezó a cerrarse. En aquel momento, cuando estaba a punto de cerrarse del todo, Russ giró la cabeza y rompió el silencio con las siguientes palabras:
—Casi se me olvida —dijo—. Feliz cumpleaños.