Durante un momento Lori fue presa del pánico. En seguida se abrió la puerta exterior de la sala de espera y apareció Russ, que venía del vestíbulo, avanzando a toda prisa hacia ella.
—¿Dónde estabas? —murmuró Lori.
—Te lo diré después —repuso él.
La cogió del brazo y salieron por la puerta hacia el pasillo. En el atestado ascensor no había intimidad para hablar, ni tampoco en la farmacia de abajo, donde tuvieron que hacer cola para adquirir la medicina. Y cuando Lori repitió la pregunta dentro del coche, Russ meneó la cabeza centrando su atención en la logística de salir del aparcamiento subterráneo.
Cuando hubieron ascendido hasta el nivel del tráfico de la calle, Russ se volvió hacia ella con una sonrisa tardía.
—Paremos a comer algo en cualquier parte —dijo—. Entonces podremos hablar.
Y así lo hicieron, pero después de que Russ insistiera en pedir bebida en un pequeño restaurante francés de Sunset. Pensándolo bien, no parecía existir ningún restaurante francés que fuera grande.
—Dos bloody maries —le dijo a la camarera, ante las dudas de Lori.
—Realmente, a mí no me apetece nada.
—Te hará bien. —Russ despidió con el brazo a la camarera—. Debes de haber tenido una larga sesión con el doctor Justin. ¿Qué te ha dicho?
—Nada importante. Solo que descanse y vuelva dentro de dos semanas. —Lori se inclinó hacia delante—. Russ, ¿por qué tratas de disimular? ¿Dónde estabas cuando he salido de la consulta?
—Abajo hay un teléfono público. Pensaba que estaría de vuelta antes de que acabaras con el doctor Justin. —Russ le cogió la mano—. Lamento haberte preocupado.
—Todavía estoy preocupada. —Lori retiró sus dedos—. ¿A quién has llamado?
—Al despacho.
—¿No me habías dicho que estabas libre hasta la semana que viene?
Russ emitió un suspiro.
—Prométeme que no vas a reprenderme por ello, pero he tenido un presentimiento.
—¿Un presentimiento?
Él asintió en el momento en que llegaron las copas. Levantó la suya.
—Vamos, bebe.
—No hasta que sepa qué hay en todo esto.
—Se trata del incendio —dijo Russ—. Me he estado preguntando cómo pudo empezar.
—Pero si ya lo sabemos. El jefe de bomberos dijo que las chispas de la chimenea pudieron inflamar el petróleo que empleaba papá para encender la madera cuando estaba verde. ¿No me dijiste que habían encontrado la lata entre las cenizas? —A Lori le temblaba la voz—. Papá debió olvidarse de cerrarla con el tapón…
—Tal vez ni siquiera la abrió.
—¿Qué quieres decir?
—El jefe de bomberos habló con algunos vecinos. Estos dijeron que habían visto salir humo por la chimenea durante toda la tarde. Eso significa que no fue necesario emplear petróleo para encender un fuego que llevaba horas ardiendo.
Los ojos de Lori se dilataron.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Ya tenías bastantes preocupaciones. Además, no sabremos nada definitivo hasta que haya concluido la investigación.
—¿La investigación?
Russ volvió a suspirar.
—Está bien. No he telefoneado al despacho. He llamado al jefe de bomberos para averiguar qué estaba sucediendo. Me ha dicho que va a intervenir la Policía.
—¡Entonces no fue un accidente!
Russ se inclinó hacia delante.
—Es pura rutina. Lo único que hacen es verificar todas las posibilidades. Tu padre pudo haber usado el petróleo al echar más leña verde. No te preocupes. Esos tipos son expertos y encontrarán la respuesta.
De nuevo intentó cogerle la mano, y otra vez ella la retiró.
—Debería habértelo dicho —agregó Russ.
—¿Qué más no me has dicho?
—Eso es todo.
—¿Estás seguro?
—Claro que lo estoy. ¿Por qué iba a ocultártelo?
—No lo sé.
Y esa era la cuestión. Ella no lo sabía.
Así que Lori se tomó un bloody mary, pidió algo de comer y mantuvo con Russ una breve charla sobre los problemas con que se encontraba para adaptarse a su nuevo apartamento. La misma breve charla que podía haber mantenido con un extraño.
Y ese extraño se mostró muy solícito y comprensivo, incluso se ofreció después a acompañarla hasta su casa.
—No te preocupes —dijo Lori—. Me encontraré bien. Todo lo que necesito ahora es un buen reposo nocturno.
En estas circunstancias se separaron, después que ella le prometiera llamarle si tenía dificultades.
Lori no tuvo problemas para regresar a su apartamento y, una vez hubo cerrado la puerta con llave, comprendió que no tenía motivos para llamar a un extraño a quien ni siquiera conocía.
Hasta hacía escasos días, ella lo sabía todo, o creía saberlo. La vida le había sido fácil: el plan diario del colegio, la seguridad de mamá y papá esperando en casa, Russ a su lado para compartir su futuro.
Pero ahora la graduación y el colegio formaban parte del pasado, mamá y papá se habían ido junto con la casa. Lo único que le quedaba era Russ.
Tal vez él tuviera razón al decir que era una investigación rutinaria, una cosa con la que no quería aumentar sus preocupaciones en un momento así. Pero ¿y si no fuera pura rutina? ¿Y si tuvieran fundamentos para sospechar de otra cosa?
Sonó el teléfono.
La estridencia del timbre la sobresaltó. Lo más probable era que fuese Russ para comprobar si había llegado bien a casa.
Se levantó, se acercó al aparato y quiso contestar.
La línea estaba muerta.
Muerta. Mamá y papá están muertos. Todo está muerto, incluso el teléfono. Estás separada del mundo.
Mientras regresaba a su asiento, el teléfono volvió a sonar. Esta vez descolgó a la segunda llamada y una voz dijo:
—No, Lori, está usted equivocada.
—¿Equivocada?
—No está separada del mundo.
Era una voz baja, rauca y, sin lugar a dudas, femenina. Lori frunció el ceño.
—¿Quién es?
—Nadia Hope.
—No la conozco.
—Exacto. Pero yo la conozco a usted, Lori. Y no me he equivocado acerca de lo que estaba usted pensando, ¿verdad?
—Eh…, sí. —La extrañeza de Lori se acentuó más—. ¿Cómo sabía usted…?
—Soy una sensitiva. Lo que la gente llama una psíquica, aunque ese es un nombre equivocado. —La voz se detuvo un momento—. Por favor, discúlpeme por molestarla de este modo, pero desde el momento del incendio he estado recibiendo impresiones que cada vez se hacen más fuertes. Esta noche me ha llegado algo que parece importante y tenía que llamarla.
—Acabo de instalarme aquí. ¿Cómo sabía mi número de teléfono?
—Eso no procede del mundo espiritual, Lori. Me bastó con preguntarlo al servicio de Información.
Lori aspiró aire hasta llenar sus pulmones.
—¿Ha dicho usted que hay algo importante?
—He dicho que parece importante. Sabremos si es importante o no cuando vayamos allí.
—¿Dónde?
—Al dos-diez de Sunnydale Avenue —dijo la voz—. Me reuniré con usted dentro de media hora.
El receptor repiqueteó. Del mismo modo repiquetearon los números en la cabeza de Lori, como el volteo que forman en una caja fuerte hasta encajar en la combinación.
Y el 210 de Sunnydale Avenue era definitivamente el sitio precisamente el lugar donde Lori y sus padres vivían antes de que llegara el incendio.