34

Me esperaba en la puerta.

—Dime qué pasó.

Temblaba como una hoja. Se acercó a mí y la abracé con los ojos cerrados. Esa conversación, lo sabía, sería terrible. Ahora lo comprendía. Comprendía por qué Rick Collins le había dicho que estuviese preparada. Sabía por qué le había advertido que cambiaría su vida.

—Sonó mi teléfono. Atendí y una muchacha al otro lado dijo: «¿Mamá?».

Intenté imaginar el momento, escuchar aquella palabra de tu propia hija, convencido de que era alguien a quien amabas por encima de cualquier otra cosa del mundo y que en cuya muerte habías participado.

—¿Qué más dijo?

—Que la tenían secuestrada.

—¿Quiénes?

—Terroristas. Me pidió que no se lo dijese a nadie.

Permanecí en silencio.

—Un hombre con un acento muy cerrado le arrebató el teléfono. Dijo que llamaría más tarde con sus exigencias.

La retuve en mis brazos.

—¿Myron?

Conseguimos llegar hasta el diván. Me miró con ilusión y —sé cómo sonará esto— con amor. Se me partió el corazón cuando le entregué la fotografía.

—Esta es la muchacha rubia que vi en París y en Londres.

Ella miró la foto durante un minuto sin hablar. Luego dijo:

—No lo entiendo.

No estaba seguro de qué decir. Me pregunté si había visto el parecido, si quizás también para ella alguna de las piezas comenzaba a encajar.

—¿Myron?

—Es la chica que vi —repetí.

Ella sacudió la cabeza.

Sabía la respuesta, pero pregunté de todas maneras:

—¿Qué pasa?

—No es Miriam —afirmó.

Miró de nuevo; se enjugó las lágrimas.

—Quizás, no lo sé, quizás Miriam se hizo alguna operación de cirugía estética… Han pasado muchos años. Es como un cambio, ¿no? Tenía siete años la última vez que la vi…

Sus ojos volvieron a mi rostro, con la esperanza de encontrar algún consuelo. No le ofrecí ninguno. Comprendí que había llegado el momento y me zambullí de cabeza.

—Miriam está muerta —dije.

La sangre desapareció poco a poco de su rostro. Mi corazón se partió de nuevo. Quería abrazarla otra vez, pero sabía que era un movimiento equivocado. Lo fue digiriendo, intentó mantenerse racional, sabía lo importante que era todo esto.

—Pero ¿la llamada telefónica…?

—Tu nombre apareció en unas conversaciones. Creo que están tratando de hacerte salir.

Miró de nuevo la foto.

—¿Así que es un fraude?

—No.

—Pero acabas de decir…

Terese intentaba con todas sus fuerzas no perder el hilo. Intenté pensar en la mejor manera de decirlo y comprendí que no la había. Tendría que dejar que lo viese de la manera que yo lo había hecho.

—Retrocedamos unos meses —dije—, cuando Rick descubrió que tenía la enfermedad de Huntington.

Me miró.

—¿Qué es lo primero que hubiese hecho? —pregunté.

—Someter a su hijo a la prueba.

—Así es.

—¿Entonces?

—Así que fue a CryoHope. Sigo pensando que fue allí en busca de una cura.

—¿La encontró?

—No. ¿Conoces al doctor Everet Sloan?

—No. Espera, vi su nombre en el folleto. Trabaja en CryoHope.

—Correcto. También se hizo cargo de la consulta del doctor Aaron Cox.

No dijo nada.

—Acabo de encontrar su nombre. Pero Cox era tu obstetra ginecólogo. Cuando tú y Rick tuvisteis a Miriam.

Terese se limitó a mirarme.

—Tú y Rick teníais graves problemas de fertilidad. Me dijiste lo difícil que había sido hasta que… bueno, aquello que llamaste un milagro médico, aunque es bastante común. Una fertilización in vitro.

Ella seguía sin poder o querer hablar.

—In vitro, por definición, es cuando los óvulos se fertilizan con el esperma fuera de la matriz y luego el embrión es transplantado al útero de la mujer. Mencionaste haber tomado Pergonal para aumentar el número de óvulos. Eso ocurre en casi todos los casos. Luego están los embriones sobrantes. Durante los últimos veintitantos años, los embriones se congelan. Algunas veces los descongelan para utilizarlos en la investigación de células madre. Otras los utilizan cuando la pareja quiere intentarlo de nuevo. En ocasiones, cuando uno de los cónyuges muere, el otro lo utiliza, o si acabas de descubrir que tienes cáncer y todavía quieres un hijo. Eso ya lo sabes. Hay temas legales complejos que incluyen el divorcio y la custodia, y muchos embriones son destruidos sin más o permanecen congelados mientras la pareja decide.

Tragué saliva porque ahora ella había visto adonde quería ir a parar.

—¿Qué pasó con tus otros embriones?

—Fue nuestro cuarto intento —contestó Terese—. Ninguno de los embriones había cuajado. No te puedes imaginar lo terrible que fue. Cuando finalmente funcionó, fue maravilloso… —Su voz se apagó—. Solo nos quedaban dos embriones. Íbamos a guardarlos por si acaso queríamos intentarlo de nuevo, pero entonces aparecieron los fibromas y, bueno, no había manera de quedar embarazada otra vez. El doctor Cox me dijo que los embriones no habían sobrevivido al proceso de congelación.

—Mintió.

Terese miró de nuevo la foto de la muchacha rubia.

—Hay una entidad llamada Salvar a los Ángeles. Están en contra de la utilización de embriones en las investigaciones de células madre y la destrucción de embriones de cualquier forma, tamaño o manera. Durante casi dos décadas han hecho de todo para que los embriones fuesen adoptados, por así decirlo. Tiene sentido. Hay centenares de miles de embriones almacenados, y hay parejas que podrían concebir con esos embriones y darles una vida. El tema legal es complicado. La mayoría de los estados no permiten adopciones de embriones porque, en cierto sentido, la madre que da a luz no es más que una alquilada. Salvar a los Ángeles quiere implantar los embriones guardados en mujeres infértiles.

Ahora lo vio.

—Oh, Dios mío…

—No conozco todos los detalles. Uno de los ayudantes del doctor Cox era un gran partidario de Salvar a los Ángeles. ¿Recuerdas a un tal doctor Jiménez?

Terese sacudió la cabeza.

—Salvar a los Ángeles presionó a Cox cuando comenzaba a poner en marcha CryoHope. No sé si le asustó la publicidad negativa, si hubo un pago o si era partidario de la causa de Salvar a los Ángeles. Quizás tuvo claro que muchos embriones no tenían ninguna posibilidad de ser usados, y, bueno, ¿por qué no? ¿Para qué mantenerlos congelados o destruirlos? Así que los entregó en adopción.

—Entonces, ¿esta muchacha es mi hija? —preguntó Terese con la mirada fija en la foto.

—Si hablamos en términos biológicos, sí.

Se limitó a mirar el rostro sin moverse.

—Cuando el doctor Sloan se hizo cargo hace seis años, descubrió lo que se había hecho. Estaba en una situación difícil. Durante un tiempo dudó si permanecer callado, pero consideró que era ilegal y médicamente antiético. Al final buscó un camino intermedio. Se puso en contacto con Rick y le pidió permiso para permitir que los embriones fuesen adoptados. No sé qué pasó por la mente de Rick, pero supongo que cuando tuvo que escoger entre destruir los embriones o darles una oportunidad de vida, escogió la vida.

—¿Por qué no se pusieron en contacto conmigo?

—Tú ya les habías dado el permiso cuando empezaste el tratamiento. Rick, no. Además nadie sabía dónde estabas. Rick lo firmó. No sé si fue legal o no. De todas maneras, el hecho ya se había consumado. El doctor Sloan solo intentaba aclarar aquel follón por si acaso hubiese algo que pudiese necesitar de una investigación de antecedentes clínicos. En este caso, lo había. Cuando Rick descubrió que tenía la enfermedad de Huntington, quería asegurarse de que la familia que había adoptado los embriones supiese de su salud. Acudió a CryoHope. El doctor Sloan le contó la verdad, que los embriones habían sido implantados años atrás vía Salvar a los Ángeles. No sabía quiénes eran los padres adoptivos, y le dijo a Rick que haría una solicitud para conseguir la información de Salvar a los Ángeles. Creo que Rick no quiso esperar.

—¿Crees que forzó la entrada de sus oficinas?

—Parece lógico —respondí.

Por fin apartó la mirada de la foto.

—¿Dónde está ahora?

—No lo sé.

—Es mi hija.

—Biológica.

Algo pasó por su rostro.

—No me vengas con esas. Tú descubriste lo de Jeremy cuando él tenía catorce años. Todavía lo consideras tu hijo.

Quería decirle que mi situación era distinta, pero ella tenía razón. Jeremy era mi hijo biológico, pero nunca me había visto como su padre. Me había enterado de su existencia demasiado tarde como para marcar una diferencia en su crianza, pero ahora seguía siendo parte de mi vida. ¿Esta situación era en algo diferente?

—¿Cómo se llama? —preguntó Terese—. ¿Quién la crio? ¿Dónde vive?

—Su primer nombre puede ser Carrie, pero no lo sé a ciencia cierta. No sé el apellido ni dónde vive.

Bajó la foto a su regazo.

—Tenemos que decírselo a Jones —dije.

—No.

—Si tu hija fue secuestrada…

—Tú no te lo crees, ¿verdad?

—No lo sé.

—Vamos, sé sincero conmigo. Crees que ella está relacionada con esos monstruos; que ella es una de las muchachas de las que habló Jones, con los problemas edípicos.

—No lo sé. Pero si ella es inocente…

—Es inocente de todas las maneras. No puede tener más de diecisiete. Si de alguna manera se vio atrapada en esto porque era joven e impresionable, Jones y sus amigos de Seguridad Interior nunca lo comprenderán. Su vida se habrá acabado. Tú viste lo que hicieron contigo.

No dije nada.

—No sé por qué ella está con ellos —añadió Terese—. Quizás sea el síndrome de Estocolmo. Quizás tuvo unos padres terribles o es una adolescente rebelde; demonios, sé que yo lo fui. No importa. No es más que una cría. Y es mi hija, Myron. ¿Lo entiendes? No es Miriam, pero aquí tengo una segunda oportunidad. No puedo darle la espalda a ella. Por favor.

Seguí sin decir nada.

—Quizás pueda ayudarla. Es como… es como estaba destinado a ser. Rick murió intentando salvarla. Ahora es mi turno. La llamada dijo que no se lo dijese a nadie excepto a ti. Por favor, Myron. Te lo suplico. Por favor, ayúdame a rescatar a mi hija.