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Volví a la ciudad; para ser más específicos, a las oficinas de CryoHope.

No podía ser.

Ese era el pensamiento que me daba vueltas por la cabeza. No sabía si esperaba estar en lo cierto o en lo equivocado; pero como dije, la verdad tiene un cierto olor. En cuanto a aquello de «no puede ser», de nuevo recurrí al axioma de Sherlock Holmes: cuando elimines lo imposible, aquello que queda, no importa lo improbable que parezca, debe ser la verdad.

Me sentí tentado de llamar al agente especial Jones. Tenía la foto de la muchacha. La tal Carrie era probablemente una terrorista, una simpatizante o quizás —en el mejor de los casos— estaba retenida contra su voluntad. Pero aún era demasiado pronto para hacerlo. Podría hablar con Terese, explicarle esa posibilidad, pero también me pareció prematuro.

Necesitaba saberlo a ciencia cierta antes de despertar las esperanzas de Terese o acabar con ellas.

El centro tenía un aparcacoches. Le di las llaves y entré. Tras haber descubierto que tenía la enfermedad de Huntington, Rick Collins había venido aquí de inmediato. A primera vista tenía sentido. CryoHope encabezaba la investigación con células madre. Era natural creer que había venido aquí con la ilusión de encontrar algo que pudiese salvarlo de su destino genético.

Pero no había sido así.

Recordé el nombre del médico que aparecía en el folleto.

—Querría ver al doctor Sloan —le dije a la recepcionista.

—¿Su nombre?

—Myron Bolitar. Dígale que se trata de Rick Collins y una muchacha llamada Carrie.

Cuando salí, Win estaba junto a la puerta principal, apoyado en la pared con la calma de quien mira pasar el tiempo. Su limusina esperaba en el aparcamiento, pero él se quedó conmigo.

—¿Qué? —preguntó.

Se lo conté todo. Lo escuchó sin interrumpirme ni formular preguntas aclaratorias. Cuando acabé, dijo:

—¿El siguiente paso?

—Se lo diré a Terese.

—¿Alguna idea de cómo reaccionará?

—Ninguna.

—Podrías esperar. Investigar un poco más.

—¿Qué?

Cogió la foto.

—La muchacha.

—Lo haremos. Pero necesito decírselo a Terese ahora.

Sonó mi móvil. El identificador de llamada mostró un número desconocido.

Atendí y conecté el altavoz.

—¿Hola?

—¿Me ha echado de menos?

Era Berleand.

—Usted no me llamó.

—Habíamos quedado en que se mantendría fuera del caso. Llamarlo podría haberlo alentado a volver a la investigación.

—Entonces, ¿por qué me llama ahora?

—Porque ahora tiene un grave problema —dijo.

—Le escucho.

—¿Estás en modo altavoz?

—Sí.

—¿Win está ahí?

—Aquí estoy —dijo Win.

—¿Cuál es el problema? —pregunté.

—Estamos captando algunas charlas muy peligrosas que provienen de Paterson, Nueva Jersey. Se mencionó el nombre de Terese.

—¿El de Terese, pero no el mío?

—Puede que lo hayan aludido. Es charla. No siempre es clara.

—¿Cree que saben de nosotros?

—Sí, parece probable.

—¿Alguna idea de cómo?

—Ninguna. Los agentes que trabajan con Jones, los que se lo llevaron en custodia, son los mejores. Ninguno de ellos hubiese hablado.

—Alguno tuvo que hacerlo.

—¿Estás seguro?

Lo repasé todo en mi cabeza. Pensé en quién más había estado allí aquel día en Londres que hubiese podido decirles a los otros terroristas que yo había matado a su jefe Mohammad Matar. Miré a Win. Él levantó la foto de Carrie y enarcó una ceja.

Cuando eliminas lo imposible…

—Llama a tus padres —dijo Win—. Los llevaremos a una casa de Lockwood, en Palm Beach. Añadiremos la mejor seguridad para Esperanza; quizás Zorra esté disponible o aquel tipo, Cari, de Filadelfia. ¿Tú hermano todavía está en las excavaciones, en Perú?

Asentí.

—Entonces estará seguro.

Sabía que Win se quedaría con Terese y conmigo. Win comenzó a hacer llamadas. Cogí el móvil y desconecté el altavoz.

—¿Berleand?

—Sí.

—Jones insinuó que quizás usted mintió sobre el resultado de la prueba de ADN en París.

Berleand no abrió la boca.

—Sé que dijo la verdad.

—¿Cómo?

Pero yo ya había dicho demasiado.

—Tengo que hacer unas llamadas. Le volveré a llamar.

Colgué y llamé a mis padres. Esperaba que atendiese mi padre, así que naturalmente la que atendió fue mi madre.

—Mamá, soy yo.

—Hola, cariño. —La voz de mi madre sonaba cansada—. Acabo de volver del médico.

—¿Estás bien?

—Lo podrás leer esta noche en mi blog —dijo mamá.

—Espera un momento, acabas de volver del médico, ¿no?

Mamá exhaló un suspiro.

—Te lo acabo de decir, ¿no?

—Así es, y, por lo tanto, estoy preguntando por tu salud.

—Será el tema de esta noche en mi blog. Si quieres saber más, léelo.

—¿No me lo dirás?

—No lo tomes como algo personal, cariño. De esta manera no tengo que repetirme si alguien más pregunta.

—¿Así que para eso utilizas el blog?

—Aumenta las visitas a mi página. ¿Lo ves?, ahora tú estás interesado. Así que tendré más visitas.

Damas y caballeros, mi madre.

—Ni siquiera sabía que tuvieses un blog.

—Oh, claro, estoy muy pero que muy a la última. También soy de MyFace.

Escuché a mi padre gritar en el fondo:

—Es MySpace, Ellen.

—¿Qué?

—Se llama MySpace.

—Creía que era MyFace.

—Ese es el Facebook. También estás ahí, y en MySpace.

—¿Estás seguro?

—Sí, estoy seguro.

—Escucha al señor Bill Gates. De pronto lo sabe todo de internet.

—Y tu madre está bien —gritó papá.

—No se lo digas —protestó ella—. Ahora no visitará mi blog.

—Mamá, esto es importante. ¿Puedo hablar con papá un momento?

Papá se puso al teléfono. Se lo expliqué deprisa y con el mínimo de detalles posible. Papá lo pilló a la primera. No hizo preguntas ni discutió. Acababa de explicarle que iríamos a recogerlos para llevarlos a otro lugar cuando mi llamada en espera pitó para avisar de otra llamada. Era Terese.

Me despedí de mi padre y atendí la llamada.

—Estoy a unos dos minutos de ti —le dije a Terese—. No salgas hasta que yo llegue.

Silencio.

—¿Terese?

—Ella llamó.

Escuché el sollozo en su voz.

—¿Quién llamó?

—Miriam. Acabo de hablar con ella por teléfono.