En 1980 fui invitado a participar en una conferencia sobre traducción que se iba a celebrar en la Folger Shakespeare Library, en Washington, D.C. Me sentí muy halagado y acepté de inmediato. Sin embargo, me preguntaba por qué había sido invitado, puesto que yo no era conocido como traductor y mi interés por diferentes idiomas, si bien muy profundo e importante para mi desarrollo y mi perspectiva intelectual, ciertamente no era algo obvio a partir de mis escritos. Estando allí me fue presentado el director de la biblioteca, O. B. Hardison, un notable académico y también autor. Le pregunté si me podía explicar por qué había sido yo invitado, y respondió: “Bueno, es muy simple, ¡todo su libro trata sobre traducción!”.
Al principio no entendí muy bien lo que Hardison quiso decir, pero al pensar en ello más detenidamente vi que era totalmente cierto. GEB trata acerca de significado y símbolos, códigos e isomorfismos, conexiones y analogías; en breve, acerca de correspondencias, exactas e inexactas, entre diferentes sistemas en todos los niveles imaginables. Ésta es ciertamente la esencia de la traducción. Con el paso del tiempo, la caracterización de GEB por parte de O. B. Hardison parece cada vez más cierta —y, además, es quizás la cosa más amable, y al mismo tiempo reveladora, que alguien haya dicho alguna vez acerca del libro.
Cada traducción diferente de GEB tiene su propia y peculiar historia, y la versión castellana no es una excepción. La historia no es corta, pero es bastante interesante.
Cuando supe que GEB iba a ser traducido a varios idiomas, estaba muy entusiasmado, pero también muy preocupado, porque nadie sabía mejor que yo cuán extenso e intrincado era el papel desempeñado en GEB por el lenguaje y los novedosos trucos lingüísticos, tales como escribir cánones y fugas verbales. Era extremadamente consciente de cuán imposible sería traducir dichos trucos directamente. Sabía que para que GEB tuviera éxito en otros idiomas, iba a tener que contar con traductores de primera categoría que no temieran hacer cosas arriesgadas y originales con el fin de recrear el estilo del original inglés. Desafortunadamente, yo no tenía forma de hallar personalmente dicha gente en ninguno de los idiomas implicados; sabía, pues, que tendría que depender de los editores extranjeros para localizar a las personas que ellos consideraran idóneas para realizar el trabajo.
Pero yo no me conformaba con dejar el asunto ahí. A partir de mis conversaciones con amigos y colegas, y mi lectura de reseñas acerca del libro, había llegado a descubrir que para cada lector de GEB, no importa cuán entusiasta fuera, siempre existían cosas que había pasado por alto. Que a un lector se le pasara algo por alto no suponía ningún problema, pero sí lo suponía, en cambio, que eso le ocurriese a un traductor. El libro debía estar realmente “entero” en cada idioma, de manera que cada lector tuviera al menos la misma posibilidad que los lectores del idioma inglés de descubrir todos sus trucos.
Así que decidí, algo reaciamente, emprender la muy larga tarea de preparar una versión anotada de GEB, una versión que explicara cada retruécano, cada alusión, cada construcción verbal basada en una u otra forma musical, etc. Esto me tomó meses de trabajo y, cuando hube terminado, escribí una larga carta de presentación para todos los traductores del libro explicando cómo enfocar la traducción del libro y solicitándoles ponerse en contacto conmigo lo antes posible, de manera que pudiésemos trabajar juntos en la resolución de algunos de los problemas más desafiantes e intrigantes. Envié todo este material a mi editor americano, Basic Books en Nueva York, encomendándoles el que lo fotocopiaran y mandaran a todos los distintos editores en otros idiomas.
En ese momento sabía que el libro iba a ser traducido por lo menos al alemán, francés, holandés, italiano, japonés y castellano, y que de hecho en algunos de esos idiomas las traducciones estaban ya en camino. No obstante, no sabía cuán avanzada estaba cada una, y ansiaba tener noticia de los distintos traductores. Sin embargo, para mi gran sorpresa, la mayoría de los traductores no dieron señales de vida o tuvieron sólo contactos muy ocasionales conmigo. Esto incluía al traductor —o a los traductores— al castellano, ya que en ese momento no tenía idea de quién estaba trabajando en esa versión, cuánta gente estaba implicada en ella, o incluso en qué país. Todo lo que sabía era que finalmente iba a ser publicada en México.
Un día de abril de 1983, como caída del cielo, recibí una carta que un tal Mario Usabiaga de Bahía Blanca, Argentina, me envió, por extraño que parezca, a través de Scientific American, la revista para la cual escribía una columna en esa época. En ella, el Sr. Usabiaga me explicaba que era un profesor argentino de literatura que había vivido en los Estados Unidos, así como en México, y que era el traductor de GEB al castellano. Me agradecía el haber creado en GEB lo que él llamaba una “atmósfera de racionalidad mágica” en la cual, decía, había vivido, aunque “demasiado brevemente”. Me sentí muy conmovido por esta poética descripción del libro y sus sentimientos hacia él.
Sin embargo, la carta de Usabiaga no trataba en absoluto asuntos de traducción. Era un mensaje de desesperación y un grito de ayuda. Me explicaba que había sufrido muchísimo bajo el anterior régimen militar en Argentina, habiendo perdido su trabajo en la Universidad del Sur, y que estuvo en prisión durante tres años (1976-1979) bajo “sospecha de subversión intelectual”, después de lo cual se había marchado a México y los Estados Unidos. Cuando el gobierno militar argentino fue finalmente derrocado, había retornado lleno de esperanzas a su país natal, pero descubrió tristemente que era muy difícil readaptarse, especialmente para sus dos hijos quienes habían crecido en gran parte en los Estados Unidos. Por lo tanto, me estaba pidiendo ayuda a mí —alguien a quien nunca había conocido y con quien siquiera había mantenido correspondencia antes— para encontrar un trabajo en los Estados Unidos.
Yo estaba lleno de confusos sentimientos. No podía asegurar en qué etapa estaba el GEB castellano. La carta parecía indicar que estaba listo, ya que hablaba de haber vivido “demasiado brevemente” con el libro, pero en ninguna otra parte de la carta decía algo más acerca de su trabajo. Sin embargo, Usabiaga incluía con su carta una copia de su curriculum vitae, un documento de ocho páginas bastante impresionante en cuya quinta página descubrí cierto material de gran interés sobre este tema. Cito:
Entre febrero de 1981 y marzo de 1982, traduje para el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de México la obra Gödel, Escher, Bach: an Eternal Golden Braid, de Douglas R. Hofstadter. Destaco este trabajo, en este momento en prensa, por sus complejidades, su extensión y el interés manifestado hacia este libro en diferentes ámbitos de reflexión, dada la variedad de temas que conjuga: inteligencia humana e inteligencia artificial, alcances y límites de los sistemas formales, las paradojas radicales del lenguaje y del pensamiento, la omnipresencia de la recursividad y del isomorfismo en toda exigencia cognoscitiva, problemas y aportas actuales de la filosofía de la ciencia, la significación como problema, todo ello a través de la exposición y análisis de cuestiones concretas que plantean la física subatómica, la biología molecular, las ciencias de la computación, las matemáticas euclidianas y no euclidianas, las lógicas proposicionales, la plástica, la música, etc. Además, el autor otorga una presencia paralela a toda esta problemática mediante vueltas de tuerca y triquiñuelas gastadas al lector, amén de remitir a diálogos carrollianos intercalados entre capítulo y capítulo.
Había un asterisco escrito a mano a continuación de la frase “en este momento en prensa”, y al pie de la página una nota manuscrita que decía “Aparecido en noviembre de 1982, México”.
Me dejó verdaderamente estupefacto. ¿Por qué no había visto yo esta traducción si ya estaba en circulación desde hacía cinco meses? ¿Cómo era de buena? ¿Había recibido Usabiaga la versión anotada que yo había preparado tan concienzudamente? ¿Por qué no la había mencionado? ¿La había usado si la había recibido? ¿Por qué nunca antes había entrado en contacto conmigo? ¿Por qué me había escrito a Scientific American en lugar de a Basic Books?
A pesar de que estaba conmovido por su súplica de ayuda y quería ayudarlo, sentía que no podía hacer ningún esfuerzo sincero antes de haber visto el GEB castellano. Para ser preciso, deseaba desear ayudarlo, pero aún no estaba seguro de si deseaba ayudarlo. Después de todo, hasta antes de recibir su carta, ¡nunca había oído ese nombre! Ahora, de pronto, él deseaba que yo lo ayudara a emigrar a mi país. Sin embargo, ¡tal vez él había mutilado mi libro en castellano! ¿Cómo podía saber yo antes de haber visto el libro cómo me sentiría después?
Inmediatamente telefonée a Basic Books y les pregunté qué sabían ellos de esta edición mexicana. Estaban tan sorprendidos como yo de saber que había sido publicada. Ciertamente negociaron el contracto con CONACYT, de modo que esperaban ver el libro en algún momento, pero nunca habían oído una palabra de que estaba listo ni recibido copia alguna del libro. De modo que inmediatamente pidieron a CONACYT que les enviara dos copias, una para mí y otra para ellos. Unas semanas más tarde —en algún momento de junio de 1983— recibí un paquete de Basic que contenía lo que yo sabía era la primera versión de GEB en otro idioma. Lo abrí, por lo tanto, con gran excitación.
El aspecto del libro era muy agradable: había sido hecho con gusto, imitando el estilo tipográfico de la versión original (que yo mismo había diseñado y tipografiado con gran cuidado). Al leer por aquí y por ahí, vi que la prosa era impecable y muy pulida, con un elegante estilo que disfruté inmensamente. Sin embargo, para mi consternación, comprendí casi de inmediato que Usabiaga no podía haber visto mi versión anotada, ya que por todas partes, pasajes que yo había marcado como requiriendo especial atención no eran tratados en absoluto en forma diferente. Al mirar cuidadosamente algunos de los pasajes más llenos de trucos, vi que, tal como habían eludido a algunos de mis amigos y colegas más astutos, también habían eludido a Usabiaga.
Mi reacción fue de gran decepción —no tanto con Usabiaga mismo, quien claramente había realizado un buen trabajo con el material que había recibido, sino por el hecho de que por alguna razón, la versión anotada nunca había llegado a sus manos, lo cual había ocasionado el que su traducción tuviera serios defectos en muchas partes. En todo caso, sentí que la chispa que caracterizaba el original —y ahora me refiero básicamente a los diálogos— había sido reproducida sólo muy débilmente en la versión castellana y, lo que era peor, no existía ninguna razón para que hubiera tenido que ser de esa manera. Alguien, en alguna parte —quizás en Nueva York, quizás en México, quizás en Argentina, ¿quién sabe?— simplemente había omitido enviar la versión anotada a Usabiaga y su trabajo se había visto muy afectado —de forma innecesaria— por esa razón.
Durante varios días intenté definir mi actitud acerca de lo que había ocurrido. Paulatinamente aclaré mis complejos sentimientos y me senté a responderle a Usabiaga. Le agradecí muchísimo todo su arduo trabajo y le dije que estaba orgulloso de tener su traducción —la primera— sobre mi estante. A continuación le hablé acerca de la versión anotada y mi pesar de que no hubiera tenido acceso a ella. Entonces pasé a ocuparme de su petición y le dije que me encantaría ayudarlo a encontrar un trabajo en alguna universidad en los Estados Unidos, sugiriéndole que se dirigiera al departamento de Lingüística o al Instituto de Semiótica de la Universidad de Indiana (mi universidad en ese momento). Le indiqué mi predisposición a ayudarlo de numerosas maneras y envié mi carta a comienzos de julio.
Pasaron unas pocas semanas y no obtuve ninguna respuesta. Esto no me sorprendió, pero me preguntaba cuándo iba a tener noticias suyas. Y entonces, un día, recibí trágicas noticias de Basic Books: aparentemente alrededor del 11 de julio de 1983, su cuadragésimoctavo cumpleaños, el Sr. Usabiaga había muerto de un repentino ataque cardíaco. Más aún, supe que la esposa de Usabiaga también se estaba muriendo: de cáncer. ¡Qué terrible golpe para los dos hijos!
Hasta el día de hoy, cada vez que pienso en Mario Usabiaga siento pena. Nunca supe si recibió mi respuesta a su carta, con su mezcla de buenas y malas noticias. No sé qué sucedió con su familia. Desearía haber tenido la posibilidad de llegar a conocerlo y vivir —incluso brevemente— en su atmósfera de racionalidad mágica. Pero no estaba escrito que así pudiera ser.
Durante el verano de 1983, me vi intensamente envuelto en nuevos esfuerzos por traducir GEB, en especial al francés y al holandés, y preparé una serie de nuevos documentos para ayudar a todos los futuros traductores de GEB. ¡Me estaba volviendo muy experimentado en este tipo de trabajo!
Por esa época telefoneé a mi viejo amigo Francisco Claro, profesor de física en la Universidad Católica de Chile, en Santiago, quien me contó una historia muy entretenida. With Isabel, we were looking at the newspaper, me dijo, agregando que en los avisos clasificados él y su esposa habían encontrado un mueble a la venta en un apartamento en algún lugar de Santiago, y que estaban interesados en verlo. Tras dirigirse a dicho vecindario, se percataron de que habían dejado el pedazo de papel con la dirección en casa. Pensando que la recordaban, golpearon a la puerta de un apartamento y le preguntaron a la persona que abrió si se trataba del lugar correcto. Resultó no serlo, pero en el breve instante en que la puerta estuvo abierta, Francisco vio sobre el estante un libro que reconoció y, sin embargo, no reconoció: ¡era Gödel, Escher, Bach, pero su tapa no era del color correcto! Preguntó acerca del libro y descubrió que el dueño del apartamento era un profesor que había conocido a Usabiaga, el traductor, y que incluso había ayudado a Usabiaga de alguna manera, mostrándole unos pocos trucos que éste había pasado por alto y sugiriéndole algunas ideas para traducirlos. ¡Qué loca coincidencia!
Al oír esta historia de Francisco, me acordé de algo que ya casi había olvidado. Poco antes de recibir la carta de Usabiaga, había recibido una muy breve solicitud de dos profesores de psicología de la universidad de Francisco, la Universidad Católica de Chile, quienes eran grandes aficionados a la versión inglesa de GEB. Sin saber nada acerca de la traducción de Usabiaga que estaba en camino, estos profesores habían decidido independientemente traducir todos los diálogos de GEB al castellano y querían hacer una publicación de uso académico interno. En ese momento, les había respondido que ya existía un contrato con otro editor para una versión de GEB al castellano, de manera que realmente no podían publicar su trabajo sin la autorización de dicho editor.
De pronto, el asunto cobraba nuevamente importancia. La prosa de Usabiaga era, como dije antes, impecable y elegante. Puesto que los capítulos de GEB son básicamente prosa directa, todos los capítulos de Usabiaga eran muy aceptables. Era en los diálogos en donde residían todos los problemas reales. Y aquí había una posibilidad de sustituir los diálogos de Usabiaga por estos otros.
En consecuencia, busqué en mis archivos y encontré la carta de Alejandro López y Franco Simonetti —que ahora ya tenía cerca de un año de antigüedad. Les escribí por segunda vez, explicándoles que ahora existía una pequeña posibilidad de que su trabajo pudiera, después de todo, ser formalmente publicable en una traducción revisada de GEB al castellano. Les dije todo lo que había sucedido, incluyendo la historia de la versión anotada perdida, y que sus diálogos traducidos iban, casi con certeza, a tener que ser revisados para tomar en cuenta todas las cosas indicadas en la versión anotada. Esto ciertamente representaría muchísimo trabajo, pero si ellos estaban dispuestos a hacerse cargo, yo estaba dispuesto a tratar de arreglar la manera de que fuese publicado. Sabía que iba a haber un montón de asuntos contractuales que afrontar, pero me parecía una manera muy elegante y bastante inofensiva de salvar la versión castellana de GEB, combinando las mejores porciones del trabajo de Usabiaga con los muy prometedores diálogos de López y Simonetti.
Alejandro López se puso en contacto con Francisco Claro, y Francisco me pasó buenos informes acerca de Alejandro. Esto me convenció de que valía la pena llevar a cabo el proyecto, y le conté a la gente de Basic lo que estaba considerando. Por casualidad, Tusquets Editores de Barcelona me acababa de escribir preguntándome acerca de la posibilidad de publicar GEB y otros libros míos en castellano, sin saber nada acerca de la versión de CONACYT. Éste parecía un camino interesante para ser explorado, de modo que Basic estudió la posibilidad.
En el curso de cerca de un año, se llegó a un acuerdo según el cual Tusquets Editores publicaría una edición revisada de GEB en castellano, en la cual los capítulos de Usabiaga serían combinados con los nuevos diálogos basados en los diálogos originales de López y Simonetti. Aprovecho estas líneas para agradecer a CONACYT las facilidades que ha dado a Tusquets Editores para editar en España esta nueva edición revisada de GEB. Alejandro se hizo cargo de la tarea de tal revisión. En el momento en que recibió la versión anotada se encontraba gozando de una beca por dos años en la Ruprecht-Karls-Universitát de Heidelberg, República Federal Alemana, de modo que fue curiosamente en Heidelberg donde tuvo lugar el grueso de la conversión de los diálogos en su forma definitiva. Por supuesto, los capítulos y los diálogos están íntimamente conectados de varías maneras, y el trabajo de Alejandro no queda exclusivamente limitado a los diálogos. Tenía que asegurarse de que hubiera una total consistencia de terminología entre capítulos y diálogos, y de que las referencias cruzadas de uno a otro fueran exactas —en ningún caso una tarea fácil. Aquí tenemos un pequeño y bastante peculiar ejemplo de por qué:
Uno de los aspectos más entretenidos de los problemas de traducción de GEB a otros idiomas es el simple hecho de que la palabra equivalente a “tortoise” es femenina en muchas lenguas, incluyendo todas las lenguas románicas. Por esta razón, algunos de los traductores deseaban convertir a la Tortuga en un personaje femenino, una idea que aprobé completamente. De hecho, incluso estaba arrepentido de no haber incluido ningún personaje femenino significativo en el GEB inglés, y esto, al menos, me daría la posibilidad de compensar en alguna medida aquel error. Usabiaga había tomado esta decisión enteramente por sí mismo, y funcionaba muy bien en castellano. De modo que en la traducción de Usabiaga mi “Mr. Tortoise” se transformó en “Señora Tortuga”. Por el contrario, López y Simonetti, en su traducción de los diálogos, habían mantenido el sexo que yo le había asignado a la Tortuga, es decir, masculino, de modo que cuando Alejandro empezó a revisar sus diálogos, mantuvo masculina a la Tortuga, sin conocer mi deseo de que la Tortuga fuera femenina. Puesto que la Tortuga es aludida con bastante frecuencia en los capítulos, Alejandro debió asegurarse que todas las referencias en los capítulos de Usabiaga fueran reconvertidas para, de este modo, ser consistentes con la nuevamente masculina Tortuga.
Como puede verse, la historia de esta traducción es caótica, llena de extrañas y excéntricas coincidencias, y con algunos aspectos trágicos. Pero estoy muy contento con la traducción revisada, pues siento que honra póstumamente a Mario Usabiaga y que es un gran mérito de Alejandro López. Debería agregar que tuve el distinguido placer de trabajar estrechamente con Alejandro por carta y por teléfono (¡las conversaciones transatlánticas fueron cubiertas por Tusquets, afortunadamente!), y he llegado a tener gran respeto por sus toques de sutileza y su sentido intuitivo para crear astutos juegos de palabras. Destacaría, como un ejemplo primordial de las encantadoras cosas que hizo, el parlamento del Cangrejo en el centro del Canon Cangrejo, el cual es una hermosa recreación del espíritu del Cangrejo en el original.
Otro ejemplo interesante del estilo de traducción de Alejandro se halla en un párrafo que comienza con las palabras “Otro ejemplo interesante”, y que continúa con una discusión acerca de la diferencia de estilos en la traducción de un cierto libro que trata, entre otros temas, acerca de la autorreferencia. Por supuesto, hay muchas otras bellas creaciones, pero dejaré al lector que las descubra.
Les deseo a todos los lectores de lengua castellana muchas horas de encanto y regocijo en esta “atmósfera de racionalidad mágica” creada por Mario Usabiaga y Alejandro López.
DOUGLAS R. HOFSTADTER
Diciembre de 1986