Esta historia no tiene un solo final, tiene dos. Y esto es así porque esta historia no ha ocurrido todavía, aunque ocurrirá dentro de poco T, de seguir las cosas igual.
El primer final es que, tal y como sugirió TC, las personas recibieron sus monedas de T, y compraron de nuevo sus viviendas por un precio razonable. Por unos dos o tres años de valor, según dicen que pasó. Los ciudadanos volvieron a sus trabajos y sus sueldos fueron pagados en billetes de minutos. Las cosas se pagaron por lo que valían, que no era mucho más ni mucho menos que el T que llevaba fabricarlas. Y vivir nunca volvió a ser tan duro. Y nunca más fue posible comprar cosas en base a todo el T que faltaba por vivir.
El segundo final es que, transcurrido un T, invadió al país el temor de que las personas no hicieran en cada momento lo que la sociedad precisaba. A alguien se le ocurrió cobrar un impuesto por un bien tan escaso, pero necesario, como era el agua. Al parecer, el agua sufrió una inflación desorbitada. Disponer de agua en el domicilio pasó a ser algo a lo que sólo podía accederse si se acudía a unas entidades denominadas Bancos de Agua, en las que los ciudadanos recibían unos créditos. El agua se volvió tan, tan cara, que había que solicitar préstamos a treinta y cinco años para poder abrir los grifos y recibirla en el hogar. Dicen que, de producirse este segundo final, las cosas volverían a ser como al principio de este relato.
Y es que, después de todo, los hombres acabamos siempre inventando algo para no permitirnos ser lo que podemos ser, por miedo a que así sea.
¿Cuál de los dos finales será el que sucederá? Depende, esencialmente, de cada uno de nosotros. Ese día, los ciudadanos debemos contribuir a que sea el primero.