C9

Los contenedores de T

Efectivamente, al cabo de tres días se publicaba en el Diario Oficial de Un Sitio Aleatorio la siguiente ley:

«El tiempo envasado tiene una caducidad de quince días. Cualquier envase caducado no podrá ser abierto, ni consumido. Pero si se abre un envase de tiempo antes de su fecha de caducidad se permitirá a su propietario consumir su contenido, independientemente de la cantidad de tiempo que contenga.»

La nueva normativa era un misil contra Libertad, S. L., pues no impedía a los ciudadanos consumir T, pero limitaba el plazo en que Libertad, S. L., podía venderlo.

Cuando TC lo leyó casi se desmayó. En primer lugar, experimentó un pequeño mareo, después se tambaleó en su silla, luego los ojos se le llenaron de lucecitas que chisporroteaban por doquier y, al final, un sudor frío lo despertó del desvanecimiento que le sobrevenía.

Era el fin. TC lo sabía. Tenía en sus silos miles de millones de minutos que caducarían en quince días. Toda esa producción estaba destinada a cubrir la futura demanda de cubos de una semana de la población que recién había comenzado a adquirirla. Y todo ese T iba a caducar. Si no podía dar salida al T de los silos, no podría atender a todos los pagos ni devolver los créditos que precisó para construir las nuevas plantas de envasado. En definitiva, todo se acabaría al cabo de quince días. Era seguro. No había nada que hacer. El Gbrno había decidido acabar con él. Se había convertido en alguien demasiado peligroso. A Libertad, S. L., sólo le quedaban unos días de vida. Estaba literalmente arruinado. Su imperio se había desmoronado cual castillo de naipes. ¡A la porra Hormigolandia, a la M las Hrmgas de Cbza Rja! ¡Todo al garete!

TC estaba destrozado. Tanto esfuerzo, tantas ideas en las que nadie más que él había creído, tanto riesgo, tanta inversión, tanta audacia… y el Gbrno se lo había arrebatado todo. Era peligroso convertirse en alguien importante.

Llamó a sus colaboradores. Los reunió en la sala de juntas. También estaban abatidos. La voz había corrido rápido por la fábrica y se hallaban ya al corriente de su extrema situación. TC les pidió que lanzaran posibles soluciones. Nadie fue capaz de hacerlo porque no había nada que hacer. El Gbrno había tramado un complot contra ellos y se había salido con la suya. DVD suspiró con la mirada perdida en el horizonte:

—Nos sobra tanto, tanto T…

Uno de los ingenieros contestó:

—Pues mira, divide los miles de millones de minutos que tenemos entre los millones de personas del país… es el T per cápita que nos sobra…

Antes de que nadie pudiera realizar tal operación aritmética, TC exclamó:

—¡Esa es la solución! ¡Claro está! ¡Ya lo tengo! Si el T que tenemos en los silos caduca dentro de quince días, debemos venderlo y forzar su consumo de forma inmediata, antes de que caduque. La nueva normativa dice claramente que si una persona abre un envase de T antes de su fecha de caducidad, entonces tiene derecho a consumir todo su contenido, independientemente de cuánto contenga. De lo que se trata, por tanto, es de repartir la totalidad de minutos que tenemos almacenados entre todos y cada uno de los habitantes de Un Sitio Aleatorio y que estos abran sus envases antes de los quince días que establece la ley. Eso supone… ¡rápido, rápido, una calculadora!

TC no tardó más que unos segundos en efectuar tal división:

—¡Treinta y cinco años! ¡Treinta y cinco años! Si somos capaces de vender treinta y cinco años de T a todos y cada uno de los habitantes del país antes de quince días, daremos salida a todo el T que hay en los silos. De esta forma salvaremos la empresa.

El resto de su equipo no daba crédito a tal propuesta.

—Pero… ¿cómo? ¿En qué envases vamos a poner tal cantidad de T? —preguntó DVD.

—Pues no sé… en contenedores, ¡eso es!, en contenedores de treinta y cinco años. ¡Rápido! ¡Empiecen a comprar contenedores de todos los proveedores del país!

DVD lanzó otra inquietante pregunta:

—Espera, espera, TC… esto es una verdadera locura. ¿Cómo vamos a cobrar tal cantidad de $ de nuestros clientes? ¿Cómo van a abonarnos treinta y cinco años de T, que todavía no han cobrado?

Pero eso era fácil de responder, porque en el C1 de este libro TC se había encontrado exactamente en la misma tesitura: había comprado un apartamento de cien, perdón, de sesenta metros cuadrados con treinta y cinco años de sueldos, que todavía no había cobrado. Así, que la solución estaba clara:

—Entiendo lo que me quieres decir, DVD. Nadie va a poder asumir el precio de treinta y cinco años de T a nuestros precios habituales. Tendremos que rebajarlos tanto como sea necesario. De lo contrario, solamente los ricos podrán adquirir los contenedores y ellos, precisamente, son los únicos que ya disponen de T. Esta jugada es de todo o nada. Deberemos aceptar la totalidad de bienes que cada ciudadano nos pueda entregar, y le daremos un contenedor a cambio. Permitiremos que nos paguen con sus pisos… con todo lo que posean y estén dispuestos a renunciar. Se trata de ganarle la partida al Gbrno y, para ello, debemos poseerlo todo. Recibiremos inmuebles de los ciudadanos y los pondremos a la venta. Con lo que ganemos de la venta de pisos pagaremos nuestras deudas. Ya no importa si el precio es el adecuado, se trata de hacerse con todo lo que los ciudadanos puedan entregarnos, incluidas sus propias casas.

Uno de los ingenieros preguntó:

—¿Y dónde vivirá la gente? ¿De qué vivirán?

—Bueno, supongo que la gente que disponga de todo su propio T se irá a vivir al campo, a tiendas de campaña, a parques públicos, no lo sé… el caso es que estoy seguro de que la gente comprará todo ese T, pues todo el mundo precisa recuperar el T que ha vendido. Supongo que se creará un nuevo sistema económico paralelo…

DP intervino:

—No lo veo, no lo veo… ¿cómo vamos a distribuir este producto en comercios? En ningún sitio cabrán los contenedores…

Pero TC tenía respuesta para todo:

—Esa es una buena pregunta. Por una sola vez, renunciaremos a los canales de distribución convencionales. No tenemos T material de distribuir los contenedores por comercios y tiendas. Tomaremos pedidos de los ciudadanos por teléfono y enviaremos los envases directamente a sus domicilios. Retiraremos a todos nuestros operarios de las líneas de producción y habilitaremos dos naves con mesas y sillas; los equiparemos con teléfonos inalámbricos a los que, desde la centralita, desviaremos las llamadas entrantes.

DP lanzó una pregunta más:

—Pero… ¿está usted diciendo que cuando una persona nos ceda su apartamento para adquirir sus treinta y cinco años tendremos que expulsarle de su casa?

—Bueno, lo haremos… pero solamente cuando precisemos venderla para tener liquidez suficiente. Piensen que los Bcos nos pasarán los recibos de los préstamos hipotecarios de los inmuebles que nos cedan los ciudadanos. Pero… ¡dejen de hacerme preguntas! Son ustedes los que deben dar respuestas… ¡corran a sus puestos de trabajo! Tenemos poco T. Dentro de quince días los millones de minutos que tenemos almacenados en los silos caducarán.

Y así es como TC se dispuso a lanzar el producto que podía salvarle del complot que el Gbrno había tramado contra él. Lo cierto es que, si de él hubiera dependido, no hubiera tenido necesidad de lanzar un envase con tantos minutos dentro, pero no le habían dado otra opción. Además, ahora estaba seguro de que se haría con tanto $ como quisiera. Seguramente, Hormigolandia sería un proyecto pequeño para lo que podría construir cuando poseyera prácticamente todo el $ que este nuevo lanzamiento le iba a proporcionar.

TC cogió desprevenidas a las autoridades. Pero ¿cómo podrían impedirlo? El lanzamiento y la comercialización de los contenedores de treinta y cinco años estaban en toda regla y cumplían estrictamente todos los requisitos que establecía la ley, incluso los del endiablado reglamento de caducidad del T publicado el día anterior.

Al día siguiente, cuando la gente acudió a los comercios a comprar T se encontró con que no había ningún envase a la venta. Todas las tiendas, los bares, restaurantes, establecimientos, centros comerciales… daban la misma indicación: «Para adquirir más T llamen a Libertad, S. L. Teléfono: 999 555 444 333. A partir de ahora, el sistema de venta de T será directo, por televenta».

El día en que comenzó la venta de contenedores, la centralita empezó a sonar a las ocho de la mañana y a las ocho y media estaba ya que echaba humo.

Una vez más, el nuevo envase de treinta y cinco años, fue un verdadero éxito, tal como lo fueron los frascos de cinco minutos, las cajas de dos horas y lo habían empezado a ser los cubos de una semana.

La gente hacía entrega de las escrituras de propiedad de sus pisos, de apartamentos y de todo tipo de bienes inmuebles a Libertad, S. L., para disponer de treinta y cinco años de T, porque ¿de qué sirve ahorrar $ durante treinta y cinco años si cuando llega el momento de disfrutarlo ya no queda T de vida? Para ser libres, había que dárselo todo a Libertad, S. L.

A medida que la empresa recibía inmuebles, se extraía T de los silos. De ahí, se echaba a contenedores de plástico con, exactamente, treinta y cinco años de T, que se enviaban a los domicilios de las personas que habían realizado sus compras de T por teléfono, y que ya no volverían a sus trabajos. Era lógico: la totalidad de su T les pertenecía ya enteramente.

Por su parte, las empresas se lanzaron a contratar más gente para reemplazar a las personas que se iban a ausentar durante treinta y cinco años, pero ya nadie respondía a las ofertas de empleo, pues todos estaban adquiriendo contenedores y no iban a disponer de T para nada más que para ellos mismos. ¿Cómo podría el país continuar sus actividades productivas si nadie se ofrecía a trabajar hasta al cabo de treinta y cinco años?

TC fue atendiendo cada una de las peticiones de $ que hacían los diferentes Bcos del país que, a medida que recibían la notificación del cambio de propiedad de los inmuebles sobre los que gravaban sus créditos, enviaban los recibos de las hipotecas a Libertad, S. L. De momento, esta tenía liquidez y atendió puntualmente los pagos. Para ello, buena parte del personal de Libertad, S. L., tuvo que dejar sus tareas de envasado, que ya no eran necesarias, y dedicarse a vender inmuebles, actuando como verdaderos intermediarios inmobiliarios. Eso le proporcionaba liquidez para pagar las cuotas de los préstamos de la gran cantidad de activos que se estaban añadiendo a su propiedad.

La actividad era frenética. Se tomaban pedidos de treinta y cinco años, se servían contenedores, se recibían peticiones de cobros millonarios por parte de los Bcos y se procedía a vender varios pisos para poder atender dichos pagos.

Las cosas iban tal y como TC había planeado.

Pero al cabo de catorce días empezaron a registrarse unas inquietantes llamadas de los vendedores de pisos que TC tenía repartidos por el país:

—¡Nadie acude a comprar pisos! —decía uno.

—¡No recibimos llamadas de compradores de apartamentos! ¿Qué está pasando? —se lamentaba otro.

—¿Por qué no se venden ya los locales? —preguntaba otro vendedor con mal disimulado nerviosismo.

Eso sí que era un verdadero problema, pues si no se vendían los pisos, faltaría liquidez para pagar a los Bcos las cuotas de los inmuebles que ahora pertenecían a Libertad, S. L. Lo que sucedía tenía una fácil explicación: los primeros días después de la oferta de contenedores de treinta y cinco años eran pocas las personas que los adquirían. El resto estaba aún en disposición de comprar los pisos que Libertad, S. L., ponía a la venta. Hasta entonces, TC vendió inmuebles sin excesiva dificultad. Pero claro, a medida que fueron vendiendo más y más contenedores, quedaban cada vez menos personas con capacidad para adquirir una vivienda.

¿Por qué? Pues porque para acceder a un piso uno debe solicitar una hipoteca. Para pagar una hipoteca, hay que aportar una nómina. Y para tener una nómina, hay que tener T para ir a trabajar. Pero en esos momentos, casi toda la población había comprado ya treinta y cinco años de T. ¿Qué significaba eso? Pues que ya no quedaba gente con T para ir a trabajar… y es que T era precisamente lo que los ciudadanos habían comprado, esta vez, para dedicarlo a ellos mismos. Nadie podía hacer frente a una hipoteca. Esa era la explicación de que la gente no acudiera ya a los anuncios de venta de pisos.

Efectivamente, en Libertad, S. L., tenían un grave problema, pues los teléfonos no dejaban de sonar. Y el T seguía saliendo de los silos, para ser entregados a sus destinatarios. Y los Bcos continuaban solicitando el reintegro de las cuotas de los préstamos que habían concedido. Pero Libertad, S. L., ya no tenía liquidez para hacer frente a tales pagos. Ni sabía dónde obtenerla. En cambio, recibía y recibía pisos a cambio de minutos. En cada llamada se añadía al activo de Libertad, S. L., un piso más. Pero tales activos no eran líquidos. Eran solamente inmuebles que nadie, absolutamente nadie, podía comprar ya.

—Necesitamos $ urgentemente. ¿Qué hacemos? —preguntó TC con desesperación a DVD, en medio de un colapso en la planta habilitada con teléfonos inalámbricos, desde la que se tomaban los pedidos de contenedores.

DVD sudaba, la corbata aflojada, la camisa abierta. TC se percató entonces de que todo se desmoronaba, y se sintió como los agentes de bolsa en el crack de 1929.

—Vendamos más T a los ciudadanos… —sugirió TC, consciente de que eso no era ya posible.

Y es que no había más T que vender. El T se había acabado. Aunque se pusieran a producir más T, no se podría consumir. La gente había adquirido casi todo el T que les quedaba de vida. El mercado de T se había agotado. La demanda había llegado al máximo del que era capaz el mercado. Ya no quedaba T. Curiosamente, había sucedido lo que rezaba el eslogan con el que TC había iniciado sus actividades: «El T se acaba». Y es que, verdaderamente, el T se había acabado. Era imposible vender más T a cualquier ciudadano.

De pronto, en las naves de Libertad, S. L., se hizo el silencio. Misteriosamente, los teléfonos dejaron de sonar. ¿El motivo? Prácticamente todos los habitantes de Un Sitio Aleatorio ya habían adquirido su contenedor de treinta y cinco años. Los silos estaban completamente vacíos. Era el decimoquinto día desde la promulgación de la ley de caducidad de T y TC había conseguido que la casi totalidad de los ciudadanos del país adquiriesen treinta y cinco años, agotando así las existencias de T almacenado en los silos.

En esos momentos, Libertad, S. L., era propietaria de prácticamente todos los activos del país. Sin embargo, no disponía de liquidez alguna, pues, obviamente, el $ líquido se le había terminado antes que los inmuebles. ¿Qué podía hacer?

Así como los teléfonos de la planta de pedidos habían dejado de sonar, los teléfonos de la planta de pagos echaban humo. Los Bcos constataban que los pagos prometidos en los últimos días no llegaban. Más y más reclamaciones. Pero no quedaba ni un sólo $ en las cuentas corrientes de Libertad, S. L.

La venta de contenedores de treinta y cinco años había provocado una revolución desde el propio consumo, coordinada desde el silencio. El consumo de T había acabado con el consumo de bienes y servicios. ¿Qué había sucedido? ¿Era una locura? ¿Un absurdo? No.

Cuando los habitantes de Un Sitio Aleatorio se percataron de que sus conciudadanos empezaban a entregar sus pisos comprendieron que el mercado de bienes inmuebles se colapsaría y que nadie podría expulsarles del suyo; era imposible expulsar a todo el país de sus viviendas. ¿Quién podía hacerlo?

Pero había otra razón aún más profunda. Había que deshacerse de los activos inmobiliarios, traspasar las hipotecas a Libertad, S. L. y hacerse con un contenedor de treinta y cinco años cuanto antes. ¿Por qué? Pues porque era preciso sumarse a lo que todo el mundo hacía. En cualquier sistema económico hay que poseer lo que la mayoría demande y sacarse de encima lo que nadie quiera, ya que esa es la única forma de conservar el valor de lo que uno posee. En Un Sitio Aleatorio los contenedores de T se convirtieron en cuestión de días en el único contravalor aceptado por la sociedad. Todo lo demás carecía de valor, pues nadie lo quería. Era fácil intuir que los inmuebles serían activos cuyo valor caería en picado, por lo que convenía desprenderse de ellos lo antes posible. Y eso fue lo que pasó. Nadie quería pisos ni $ y solamente se demandaban contenedores de T. Ese fue el verdadero motivo por el cual tanta gente se decidió a entregar sus pisos.

El sistema estaba en quiebra, la sociedad industrial se había desplomado. La economía se colapsó. No había liquidez alguna. No existía fuerza laboral, pues nadie acudía a trabajar, dado que todo el mundo había comprado su T. Tampoco había demanda, pues la gente no tenía ingresos; ni siquiera oferta, pues, sin trabajadores en las empresas la capacidad productiva era nula… No sólo Libertad, S. L., y todos sus ciudadanos, el país entero era insolvente.

TC, con sus ventas de frascos de cinco minutos envasados en una plaza de aparcamiento, después con sus cajas de dos horas, con sus cubos de una semana más tarde y, a continuación, con los contenedores de treinta y cinco años, había colapsado y acabado con el sistema de economía liberal que regía al país más desarrollado del mundo.

El colectivo empresarial se reunió para analizar la situación. Había advertido al Gbrno cuando aún estaban a T. Pero no hicieron caso. Se lamentaron de no haber puesto más presión al Estado cuando se vendían cajas de dos horas y la situación todavía podía reconducirse. Pero los ciudadanos eran ahora dueños de su T y ya no había solución alguna.

Los presidentes de los principales Bcos tampoco encontraron ninguna salida. Era solamente una cuestión de T empezar a ejecutar embargos a Libertad, S. L., para ir recuperando inmuebles que no tenían ningún valor. ¿Quién adquiriría todos aquellos pisos, que eran la garantía final de los créditos que habían otorgado? Las entidades financieras habían entregado millones y millones de $ en créditos para la compra de viviendas a los ciudadanos de Un Sitio Aleatorio. Y esas viviendas ahora no tenían valor alguno. Por lo tanto, los Bcos habían perdido todo su $. ¿Cómo reclamarlo ahora?

Tal era el caos que nada más y nada menos que el Presidente de Un Sitio Aleatorio tuvo que regresar apresuradamente de una visita oficial al otro lado del océano. Cuando entró en la sala de reuniones de su residencia ya le esperaban allí el Secretario de Economía, los miembros principales de su Gbrno y varios generales en el que se denominaba Gabinete de Crisis, que se convocaba solamente en situaciones de excepción. Y esa era una de ellas. La sala de reuniones estaba mal iluminada. Políticos, altos funcionarios y militares se mantenían callados. Al cabo de unos interminables segundos, el silencio se interrumpió:

—La situación es verdaderamente crítica —dijo el Presidente de la nación a su equipo de Gbrno—. Según me informan, nadie acude a sus puestos de trabajo, las empresas están inactivas, los Bcos están en quiebra… y todo por culpa de ese cretino de TC. Tendríamos que haberle prohibido sus actividades… pero ha ido más rápido que nosotros. Comenzó con un producto inofensivo, incluso beneficioso para la sociedad, sus frasquitos de cinco minutos. Pero en su afán de crecer y crecer ha ido complicando las cosas a todo el mundo. ¿Qué ambición hay detrás de ese hombre? Dicen que son las Hrmgas de Cbza Rja. ¿Por culpa de ellas nos encontramos ahora así? ¡Dios mío!… Supongo que no les cabe ninguna duda de que ha llegado el momento de intervenir Libertad, S. L. Hoy mismo la embargaremos. Es una cuestión de seguridad nacional. Además, no paga sus deudas. Su morosidad se eleva a billones de $.

—Es obvio que debemos intervenir —ratificó el Secretario de Economía—. De hecho, hemos enviado ya agentes de seguridad a su domicilio. No queremos que se evada del país. Estamos esperando a que usted, señor Presidente, nos dé su autorización para ello. Lo juzgaremos y lo condenaremos.

—No esperen más. Doy orden de que el Gbrno intervenga Libertad, S. L. Y que procesen a ese tipo. Quiero acabar con ese Tipo Corriente del que todo el mundo habla. Quiero hundir al hombre que ha arruinado a nuestro país vendiendo envases llenos de aire. ¡Santo Cielo! ¿Cómo hemos sido tan estúpidos de no darnos cuenta de lo que podía pasar?

Tras la orden del Presidente, los agentes de seguridad entraron en Libertad, S. L., y la precintaron. A continuación, detenían a TC y lo metían en un coche de policía: sería acusado de alta traición y juzgado por un tribunal militar.