Más y más T para todos
Si no hubiera sucedido nada más, nada más hubiera sucedido. Pero no fue así y esto es lo que ocurrió a continuación: los ciudadanos de Un Sitio Aleatorio no tuvieron suficiente con unos minutos de T al día y Libertad, S. L., ávida de crecer sin límite, reemplazó los envases de cinco minutos por un nuevo producto: las cajas de dos horas, que resultaron ser todo un éxito.
Los hábitos y pautas de consumo de T de los habitantes de Un Sitio Aleatorio cambiaron de forma radical. Cada persona pasó a consumir una caja de dos horas al día. Había quien prefería consumirla a primera hora de la mañana, lo que le permitía entrar a trabajar dos horas más tarde de lo habitual. Eso facilitaba hacer más a menudo el amor la noche anterior y recuperar horas de sueño la mañana siguiente. Este hecho provocó un incremento del 20 por ciento de la tasa de natalidad de Un Sitio Aleatorio, que durante años había sido negativa. Otros ciudadanos optaban por consumir sus cajas de dos horas a mitad de la jornada laboral. Aprovechaban para ir a jugar al tenis o a tomar clases de yoga; regresaban después a sus lugares de trabajo frescos y renovados. Los índices de absentismo siguieron bajando. Ir a trabajar era un placer, porque suponía asegurarse un par de horas para lo que uno deseara. Es más, si no ibas a trabajar… ¡te quedabas sin T libre! Y había gente que, por el contrario, consumía su caja de dos horas por la tarde, coincidiendo con las dos últimas horas de la jornada. Eso permitía acometer personalmente tareas para las que hacía años que no había T: ir a buscar a los niños al colegio o visitar a los seres queridos.
Al cabo de tres meses, TC multiplicó por doce su facturación, así como el número de minutos que producía y vendía al país cada día. Para dar respuesta a tal incremento de demanda, TC aumentó proporcionalmente el número de líneas de envasado existentes. Libertad, S. L., pasó de treinta a cien mil metros cuadrados, y de dos a seis mil empleados.
La comercialización del nuevo y mayor envase de T hizo más feliz aún a los habitantes de Un Sitio Aleatorio. Sin embargo, no todo el mundo estaba tan satisfecho. Si bien con los envases de cinco minutos no se plantearon graves problemas, con las cajas de dos horas la descoordinación en las empresas era tremenda. Cuando alguien buscaba a un compañero para tratar sobre un asunto o problema, era probable que este se encontrase ausente, consumiendo su caja diaria de dos horas. Claro, las cosas iban más lentas, los problemas se alargaban, y las decisiones que antes se tomaban en unos minutos, se demoraban ahora varios días. Contaban el caso de un ejecutivo que tardó más de un mes en poder dictar una carta a su secretaria, pues a mitad de dictado ella se iba a sus clases de Tai Chi, haciendo uso de su caja de dos horas de T, con todo derecho.
Ante tal situación, a las empresas no les quedó más opción que contratar a más personal para, así, cubrir aquellos puestos de trabajo que, sin ningún tipo de previsión, quedaban de pronto vacíos.
Eso provocó que los empresarios pusieran el grito en el cielo. ¡No podía ser! ¡No se podía permitir que la gente hiciera uso de su T así como así! ¡Una cosa eran cinco minutos, pero dos horas… eso era otro cantar!
Se convocó una reunión secreta, a la que acudieron varios representantes del mundo empresarial, del sector financiero y del gobierno, a partir de ahora, el Gbrno. Un empresario se lamentaba y le razonaba al delegado que había enviado el Estado:
—Esta situación es insostenible, debemos hacer algo. Este desmadre está provocando un aumento en los costes de producción de todas las empresas del país. Si estos aumentan, subirán los precios. Si aumentan los precios, bajarán las ventas y también las exportaciones. Si bajan las ventas, bajarán los beneficios. Y si bajan los beneficios, la Administración perderá ingresos. Ya verá cómo la recaudación por el Impuesto de Sociedades también cae en picado. No es solamente un problema de las empresas, no, esto también le atañe al Gbrno.
—Sin embargo —replicaba el delegado del Gbrno—, las empresas han aumentado sus plantillas. El paro se ha reducido enormemente. Puede decirse que no hay desempleo. Desde que se precisa más gente para paliar la ausencia continuada de personal, las oficinas de empleo han comunicado que la tasa de paro es casi nula por primera vez en muchos años. Desde el Gbrno, opinamos que las cajas de dos horas han acabado con el desempleo de Un Sitio Aleatorio de una vez por todas. ¿No creen que la riqueza se está redistribuyendo?
Desesperado, un industrial le contestó:
—Puede ser, no decimos que no. Pero verá cómo el país sale perdiendo. Este hombre… ¿cómo se llama? ¡Ah, sí, TC! Ese tipo va a provocar una crisis nacional… ya lo verá.
Otro propuso con voz grave:
—Lo que no puede ser es que deduzcamos a los trabajadores de sus nóminas solamente el coste de las horas que consumen cuando se ausentan de sus puestos de trabajo. Es necesario repercutir mucho más, mucho más de lo que nosotros abonamos por minuto de trabajo. Lo «justo» es que deduzcamos a los trabajadores el beneficio que producen en dos horas de trabajo. Eso permitirá recuperar parte de la productividad perdida.
—¿De cuánto estamos hablando? —preguntó el delegado del Gbrno.
—Hablamos de multiplicar por diez la deducción del sueldo que aplicamos a cada minuto que consume un trabajador, que es la productividad hora promedio que produce una persona en este país.
El representante del Gbrno se revolvió contra tal proposición:
—¡¿Está usted loco?! ¿Quiere provocar una revolución? Pero… ¿no se da cuenta de que los que pagan las horas que se consumen son, después de todo, los propios trabajadores? ¡No podemos pedirle a una persona que deje de ingresar por una hora diez veces más que ahora! Sería injusto.
—¿Qué otras soluciones tenemos? ¿Hay alguna alternativa?
Uno de los banqueros sugirió:
—Podemos prohibir la venta de T. Habíamos pensado solicitar al Gbrno que publicara una reforma de ley por la que se prohíba, de ahora en adelante, el consumo de T.
El representante del Gbrno lanzó otro grito y dio un puñetazo encima de la mesa:
—¡¿Cómo?! Pero… ¿no se da cuenta de que no hace ni un año que el Presidente, en su discurso de fin de año a la nación, dijo que… les recito literalmente: «El hecho de que un país haya dado libertad a sus ciudadanos para consumir su propio T no es más que un síntoma de la madurez de nuestra sociedad»? Ustedes mismos, los empresarios, dijeron por diestro y siniestro que la venta de T contribuía a la paz social y a la reducción del absentismo. Lo que no podemos es sostener ahora que la venta de T es ilegal, por el mero hecho de que se consume en demasiada cantidad. La cantidad a la venta de un producto no puede ser un motivo para su retirada del mercado. Las cosas son sí o son no. Y si son sí, no pueden ser sí a medias, o en los casos en que a ustedes les convenga. Si hemos permitido a nuestros ciudadanos ser libres de comprar T, no podemos ahora limitarles tal libertad porque consumen mucho. ¿A que no se opondrían a que compraran tres veces más coches? ¿A que nunca se quejaron cuando la gente decidió tener dos o tres televisores? ¿A que nadie controla el número de paquetes de tabaco que se fuma una persona al día? ¿No lo entienden?
Otro empresario suspiró y propuso entonces:
—Serénense, por favor. Si no podemos prohibir la venta de T, ni cobrar más $ por el T de las personas… solamente nos queda pedir que, al menos, todo el mundo haga uso de sus cajas de dos horas en el mismo momento del día. Reina una desorganización brutal en las empresas. Cuando no falta un operario de una línea de producción, falta otro. La semana pasada, durante un vuelo, dos pasajeros tuvieron que pasar ellos el carrito de las bebidas porque las azafatas abrieron una caja de dos horas tras el despegue. Dicen los dueños de las discotecas que ahora se baila sin música, pues los disc jockeys consumen T como locos por la madrugada. ¿Sabe que el otro día emitieron las N por televisión con velas porque los técnicos de iluminación se habían tomado una caja de dos horas para celebrar el cumpleaños de uno de los redactores?
El delegado del Gbrno reflexionó sobre lo que tal petición implicaba y al cabo de unos segundos sentenció:
—Si obligamos a todos y cada uno de los ciudadanos a consumir sus dos horas de T en el mismo momento del día, será interpretado como una rebaja de la duración de la jornada laboral y lo que aquí se está vendiendo es libertad. Las personas compran su T porque les pertenece. ¿O son ustedes los que van a decidir la hora en la que la gente debe consumir lo que han comprado con su propio $? Es como si pretenden que todo el mundo se tome el café a la misma hora del día. Es absurdo. Les propongo algo diferente. Expondré el problema al Secretario de Economía. De lo que sí estoy de acuerdo con ustedes es que puede llegar un día en que Libertad, S. L., se convierta en una seria amenaza para la economía del país. Conviene estar alerta. Prepararé un plan de expropiación de Libertad, S. L. En el momento en que haya que detener a TC, lo tendré todo preparado para quedarnos con su empresa y regular de forma adecuada la venta de T, pero de momento debemos esperar. Según mi parecer, ese momento no ha llegado todavía.
La reunión se disolvió y el delegado del Gbrno comenzó a maquinar un plan para acabar con Libertad, S. L., por si llegaba el momento en que sus actividades repercutían de forma negativa en la economía del país. Si bien había intentado mantener el tipo ante los empresarios, se había quedado muy, muy preocupado. ¿Era verdaderamente el momento de intervenir, como apuntaban los empresarios y los Bcos?
Mientras tanto, lejos de ahí, ajeno al complot que se fraguaba contra él, TC solicitaba a su equipo directivo que se reuniera con él al sur del inmenso complejo industrial de Libertad, S. L. Era un día caluroso y soplaba algo de viento, que levantaba la arena del desierto que se extendía más allá de las plantas de producción. Los cinco ingenieros, DVD, y DP estaban expectantes en pie bajo un sol abrasador.
—¿Por qué nos ha traído aquí? —preguntó uno de los ingenieros de Frascos & Frascos.
TC tomó aire y, con la vista en el horizonte, les dijo:
—Todos ustedes han visto remover tierra en el ala sur, por detrás de esta valla. Saben también que ahí detrás hemos estado edificando lo que iba a ser Hormigolandia, el espacio con el que siempre he soñado y que me llevó a crear Libertad, S. L.
Sus colaboradores asintieron. Se trataba de unas faraónicas obras que no hicieron más que levantar polvo durante varias semanas. Doscientas grúas se dedicaron a extraer tierra y más tierra, en lo que parecían unas excavaciones petrolíferas. En la cantina de la empresa se comentaba que iba a ser el parque temático más grande del planeta. Se calculaba que habría espacio para más de quinientos millones de Hrmgas.
—Era falso —desveló TC—. Hormigolandia será una realidad, pero no es este el lugar donde voy a edificarla. Lo que albergan esas naves no son terrarios para Hrmgas. Son doscientas naves para envasar T: unas líneas de producción con miles y miles de despertadores. He tenido a una inmensa cantidad de operarios envasando T todos los días, sin descanso ni interrupción, durante las últimas cuatro semanas. De hecho, he multiplicado por doscientos nuestra capacidad productiva de T. Les informo que tenemos millones de minutos en nuestro poder.
—¿Pero dónde ha metido todo ese T? —dijeron los cinco ingenieros al unísono.
—¡Tienen razón! ¿Dónde está guardado, si no hay almacenes en la fábrica con tal capacidad? —preguntó DP.
TC les contestó con aire triunfal:
—Están en los silos.
—¿En los silos? —se extrañó DVD.
—Efectivamente. Ordené perforar el terreno; he habilitado unos silos de decenas de miles de metros cúbicos, con capacidad para almacenar miles de millones de minutos a granel. En estos momentos, los silos están totalmente llenos de T. En su interior hay millones y millones de horas dispuestas para su comercialización.
Sus colaboradores no podían dar crédito a lo que estaban oyendo. ¿Qué pensaba hacer TC con todos aquellos minutos? Pero no les dio tiempo a que le formulasen la pregunta; tomó un paquete que tenía tras de sí y exclamó con energía, mientras lo sostenía en alto:
—Les presento nuestro próximo lanzamiento: ¡Los paquetes de una semana!
Y les mostró un envase de mayor tamaño en cuyo interior había una semana de T: cubos de una semana.
Al darse cuenta de la gran ventaja que podía suponer adquirir toda una semana de T, los colaboradores de TC aplaudieron y lanzaron gritos de júbilo. Verdaderamente, TC era un genio. Se había propuesto seguir creciendo e iba a conseguirlo. La idea era absolutamente genial. Si los ciudadanos habían sustituido los frascos de cinco minutos por cajas de dos horas, ¿cómo no iban a preferir cubos de una semana?
Antes de que las primeras unidades se distribuyeran, se difundió la N en todos los medios de comunicación:
Un Sitio Aleatorio, hoy
«Libertad, S. L., va a lanzar envases de una semana de T»
La Verdad a Medias
«Los cubos de una semana costarán una cuarta parte del sueldo mensual. ¿Estarán los ciudadanos dispuestos a comprarlos?»
Nuestra Versión Imparcial
«TC parece no tener límites. Ahora quiere que los ciudadanos compren su T de semana en semana»
Dicen que pasó
«Es una locura. Esta vez TC ha ido demasiado lejos»
Pero no fue ninguna locura. Los habitantes de Un Sitio Aleatorio, que estaban bien entrenados en el consumo, se lanzaron de cabeza a comprar un cubo de una semana al mes. La demanda fue en aumento día tras día y a Libertad, S. L., le costó seguir el ritmo de los pedidos, que superó todas las expectativas.
Los lunes por la mañana la gente llegaba al trabajo y entregaba a su superior un cubo de una semana:
—Hasta el lunes que viene. Me voy a la montaña siete días.
¡Qué libertad! Eso era mucho más de lo que cualquier persona podía soñar. Y es que Libertad, S. L., proporcionaba, a través de los cubos de una semana, días y días de T para uno mismo. Las personas pagaban por su T más de lo que la sociedad les reconocía. Tal era su desesperación por recuperar lo que era consustancialmente suyo.
Sin embargo, los desbarajustes causados en las empresas se dispararon exponencialmente. No es difícil imaginarse lo que suponía el hecho de que cualquier persona, de manera imprevisible, se ausentara durante una semana de su puesto de trabajo. Sólo habían transcurrido unos días desde el lanzamiento de los cubos, ¿qué pasaría cuando toda la población de Un Sitio Aleatorio adquiriese una semana de T al mes? ¿Podría seguir funcionando el país? Cuando eso sucediera, el $ que movería Libertad, S. L., sería el equivalente a una cuarta parte la masa nacional de sueldos del país. Cuando TC ostentara tal proporción del Producto Interior Bruto de Un Sitio Aleatorio sería más poderoso que el Gbrno y la totalidad de Bcos del país juntos.
Pero ese día no iba a llegar, porque ni los Bcos, ni las empresas, ni el Gbrno estaban dispuestos a permitirlo. Había llegado el momento de pararle los pies a Libertad, S. L. Las cosas habían llegado demasiado lejos. El delegado del Gbrno, que se había reunido clandestinamente con los empresarios y los Bcos, convencía ahora al Secretario de Economía de Un Sitio Aleatorio de la conveniencia de expropiar Libertad, S. L.
—Señor Secretario, hace un T la venta de cajas de dos horas estaba empezando a causar algunos problemas, pero ahora las cosas se han puesto muy mal. Tras el lanzamiento de los cubos de una semana, los beneficios de las empresas se están derrumbando. Las fábricas, los comercios, los servicios… todas y cada una de las empresas del país están sufriendo una caída brutal de la capacidad productiva. Es cierto que anteriormente se pudo cubrir las ausencias de trabajadores con más personal, pero ahora ya no hay paro… ¡Es terrible! ¡No hay mano de obra disponible porque no queda gente a la que contratar!
El delegado añadió:
—Además, los problemas no acaban ahí. El que consume una semana de T cobra a final de mes una cuarta parte menos de lo habitual. Y eso significa una increíble disminución del poder adquisitivo de nuestros ciudadanos.
El Secretario tenía el semblante serio. El delegado continuó:
—No es todo. Los cubos de una semana están causando estragos también en los Bcos. Como la gente cobra menos a final de mes, las cuentas corrientes de los clientes se están vaciando. Los saldos medios bancarios se han reducido a la mitad. Los ciudadanos viven con la mitad de lo que tenían anteriormente en sus cuentas. Si las personas no ingresan lo suficiente, no podrán devolver sus créditos ni sus hipotecas. El sistema consiste en prestarles $ y que estos, a cambio, destinen la totalidad de su T a trabajar para el sistema. ¡Las personas no pueden ser dueñas de su T o nos iremos todos al garete! ¡Es un grave peligro! Libertad, S. L., ha hecho ver a nuestros ciudadanos que con más T libre no hace falta consumir tantas cosas. ¡Los individuos están siendo inducidos a dejar de consumir!
El delegado del Gbrno resumió el conjunto de problemas a los que se enfrentaba el país:
—En definitiva, no hay fuerza de trabajo disponible, la morosidad va en aumento, disminuyen los saldos en las cuentas corrientes, se reducen los sueldos de la población y cada vez toma más cuerpo una cultura de no consumo. ¡La debacle! En otras palabras: el Producto Interior Bruto va a bajar alrededor de un treinta por ciento en los próximos meses. ¡Estamos ante la ruina del país! Si caen los beneficios empresariales, lo harán los ingresos del Estado y eso impedirá mantener al ejército, lo que pondrá en peligro a todas nuestras colonias en el extranjero. Con menos recursos en nuestras arcas nos volveríamos vulnerables y otros países podrían invadirnos…
El Secretario de Economía le dijo al delegado:
—Sin embargo, no podemos prohibir la venta de T porque provocaríamos una revuelta popular. Estamos en una sociedad de libre intercambio, en la que los ciudadanos pueden adquirir todo aquello que deseen, incluso su propio T. No hay modo de dar marcha atrás. ¿Qué podemos hacer?
Afortunadamente, el delegado ya había maquinado su terrorífico plan.
—Tengo una idea para acabar con Libertad, S. L. Para expropiarla con todas las de la ley.
—¿Cuál? —inquirió el Secretario.
—Sabemos por nuestros informadores que TC tiene miles de millones de minutos acumulados en unos silos bajo tierra. Toda esa producción está destinada a cubrir la demanda futura de cubos de una semana. Si pusiéramos una fecha de caducidad a todos esos minutos Libertad, S. L., no tendría T material de venderlos. Debemos promulgar una ley mediante la cual el T caduque. Si lo hacemos, Libertad, S. L., no podrá vender el T almacenado en los silos y no logrará pagar los sueldos de sus trabajadores ni reintegrar a los Bcos los créditos que precisó para construir su industria. Libertad, S. L., será acusada de morosidad, de forma que provocaremos una suspensión de pagos de tal dimensión que se justificará una intervención estatal inmediata. Tendremos entonces un motivo para expropiarla. Nos la quedaremos. Libertad, S. L., pasará a manos del Gbrno y pondremos las cosas en su sitio.
La maniobra era maquiavélica. El Secretario de Economía sonrió:
—De acuerdo, prepare de inmediato un reglamento que imponga una fecha de caducidad al T envasado. Igual que caduca la leche, el queso, o la carne, ordenaremos que el T envasado también caduque. Eso será su fin. Dejaremos a TC sin liquidez. Provocaremos su quiebra en menos de dos semanas.