TC produce T
A la mañana siguiente, a pesar de haber dormido solamente dos horas, TC se puso en marcha con una energía encomiable. Se encargó de acompañar a MTC hasta su trabajo y a los niños hasta el colegio, pues ese día necesitaba el coche. Se puso a circular por el centro hasta que encontró una relojería suficientemente grande. Adquirió veinte despertadores, que guardó en el maletero del automóvil. Lo cierto es que con menos despertadores hubiera tenido suficiente, pero podía producirse alguna avería durante el proceso de llenado. Es bien sabido que las líneas de envasado se estropean de vez en cuando y la suya no tenía por qué ser una excepción.
Acto seguido, se dirigió raudo a Frascos & Frascos, una fábrica de botes que había escogido el día anterior en las páginas amarillas.
—¿Y para qué dice usted que quiere esos dos mil frascos? —le preguntó un ingeniero, frente a frente, en el interior de una sala de reuniones reservada para clientes—. Lo pregunto para escoger un modelo de frasco en el que quepan exactamente los mililitros que precise envasar —aclaró.
—Verá usted, esa es una buena pregunta. No sé cuál es el tamaño que necesito —contestó TC.
—¡¿Cómo?!
—Sí, verá… es que son para envasar cinco minutos de T.
El ingeniero quedó perplejo.
—Este es un caso al que nunca me había visto enfrentado. Su pedido es de una complejidad técnica desorbitada. Debo avisar a los ingenieros jefe de cada uno de nuestros departamentos técnicos.
TC se puso nervioso porque se le iban las horas. Intentó disuadirle:
—Verá usted. No importa demasiado. Al final, yo solamente necesito un frasco en el que quepan cinco minutos…
Pero su interlocutor le interrumpió ofendido:
—¿Cómo que no importa demasiado? ¿Sabe usted lo que está diciendo? En Frascos & Frascos hemos proporcionado siempre la medida exacta. «Ni un mililitro más, ni un mililitro menos.» Ese es nuestro lema.
El ingeniero desapareció ante la impotencia de TC y al cabo de unos instantes aparecieron cuatro hombres más con bata blanca y una enseña en la solapa que indicaba que también eran ingenieros de la Dirección Técnica de Frascos & Frascos. La cosa se complicaba, pues ahora debía lidiar con cinco ingenieros en lugar de con uno sólo.
—Este cliente solicita el tamaño de frasco ideal para envasar cinco minutos de T. Señores, espero sus sugerencias de cómo realizar tal cálculo.
Después de unos segundos de reflexión, todos los ingenieros empezaron a escribir fórmulas y a hacer cálculos en una libreta que, uno por uno, extrajeron del bolsillo superior de sus batas. TC no podía creer lo que le estaba sucediendo. Todo era más simple, ¿por qué los ingenieros se empeñaban en complicarlo tanto? Al cabo de un interminable cuarto de hora, el ingeniero más canoso tomó la palabra:
—Bien, ya lo tengo. Un minuto de T equivale a sesenta segundos. Un segundo de viento a una velocidad promedio de catorce kilómetros por hora equivale a medio centímetro cúbico de aire. Por tanto, mi estimación es que este señor precisa frascos de… un momento… sí, de noventa centímetros cúbicos.
—¿Pero qué dice usted? —reprochó indignado el director del Departamento de Calidad—. El cálculo que usted ha realizado es de una simplicidad pasmosa. El problema es mucho más complejo. El T es una dimensión relativa al espacio. Desde que Albert Einstein postuló su Teoría General de la Relatividad quedó demostrado que el espacio no puede ser desligado del T. Por tanto, la pregunta fundamental para escoger el frasco que necesita este señor es: ¿a qué velocidad va a envasar el T?
Todos los asistentes se giraron y miraron a TC en espera de una respuesta. Este no sabía qué decir. Al final, contestó:
—Pues, pues… a la velocidad del… del… ¡del T!
Los ingenieros de Frascos & Frascos se quedaron estupefactos… El ingeniero más joven tomó la palabra:
—¡Entonces, estamos ante un problema irresoluble! Se trata de un sistema de referencia dentro de otro sistema de referencia. Si tenemos en cuenta que E = mc2, la energía que se va a almacenar dentro del bote solamente podrá ser contenida si hacemos uso de un material ultrarresistente que soporte la presión del envasado. Eso nos sitúa en una problemática adicional, porque no vamos a poder decidir el material del frasco hasta que no sepamos el espacio que ocuparán los cinco minutos. Es como un pez que se muerde la cola. ¡No tiene solución!
La discusión se estaba enconando y la temperatura de la salita de reuniones subía por momentos. Otro de los ingenieros, que hasta entonces había permanecido en silencio, intervino con vehemencia:
—¡Por tanto, lo que aquí estamos debatiendo es una cuestión de seguridad laboral! Dependiendo de la velocidad a la que este señor almacene el T, y la velocidad a la que se desacelere en el proceso de envasado, puede darse un aumento de masa similar al que se produce en las centrales nucleares en los procesos de desaceleración del núcleo de un átomo. ¡Es preciso que la planta de producción de este hombre esté libre de uranio, pues podría producirse una explosión a gran escala! ¿Ha pensado usted en ello, señor…?
Pero TC ya no estaba allí. Había abandonado la salita sin que ninguno de los ingenieros de Frascos & Frascos se percatara, y ya conducía su automóvil camino de alguna farmacia en la que comprar simples botes de orina. Acabaría antes. Pero como no encontró tal cantidad en una sola botica, tuvo que recorrer prácticamente todas las de la ciudad hasta adquirir mil quinientos frascos de orina.
Completó el resto de sus recados: se hizo con una lona blanca y una impresora láser de etiquetas adhesivas en unos grandes almacenes.
TC llegó exhausto a su despacho-jaula, pero no le faltaron fuerzas para seguir trabajando sin descanso. Primero imprimió mil quinientas etiquetas adhesivas con el siguiente texto:
«Este frasco contiene cinco minutos de tiempo para su uso y disfrute. En cuanto abra el bote, esos cinco minutos serán suyos. ¡Disfrútelos!»
Eso dejaba claras las cosas.
Acto seguido, TC comenzó con el llenado de sus mil quinientos frascos.
Dispuso sus veinte despertadores en el suelo, uno al lado del otro, en dos hileras de diez despertadores. Al inicio de las mismas, una caja de cartón contenía los frascos de plástico vacíos y, al final de la fila de despertadores, puso otra caja en la que tenía previsto ir depositando los frascos llenos de minutos a medida que los fuera envasando.
Se puso frente al primer reloj, cogió un frasco para orina y lo destapó. Tomó el despertador y lo programó para que sonara al cabo de cinco minutos. Hizo lo propio con el segundo frasco y el segundo despertador, y después con el tercero, y con el cuarto… y así sucesivamente. Cuando llegó al vigésimo despertador se apagó la luz del aparcamiento. Corrió a encenderla. Podían verse dos hileras de diez despertadores cada una, con un frasco de orina enfrente. Ese era el increíble aspecto de su línea de producción. ¡Qué emocionante! ¡Ya estaba envasando T! Por el camino, volviendo del interruptor de la luz, sonó el primer despertador. Al cabo de unos segundos estaba ya sonando el de al lado. Los timbres simultáneos le volvían loco.
TC corrió hacia el primer despertador, tomó el frasco que yacía delante, lo tapó, le puso una etiqueta adhesiva con el logotipo y el texto de las instrucciones de uso y lo depositó en la caja.
TC se desesperaba, pues los despertadores sonaban demasiado rato antes de que pudiera apagarlos. No es que temiera molestar a ningún vecino a esa hora de la tarde, sino que estaba sobrellenando los botes. Los primeros cien frascos debieron recibir alrededor de seis o siete minutos más de la cuenta. ¡Qué desastre! ¡Si seguía así no le saldrían los números! Estaba produciendo frascos con un 50 por ciento de contenido gratis, como en las ofertas.
Poco a poco fue cogiendo soltura con el llenado. Abrir el bote, programar la alarma, apagar un despertador, cerrar el frasco, poner la etiqueta, correr a encender la luz del aparcamiento, depositarlo en la caja de producto acabado, abrir otro envase, programar otro reloj, y así sucesivamente durante las horas en las que consiguió llenar los mil quinientos botes.
TC estaba orgulloso. Su primera producción había sido un éxito. Era cierto que algunos envases se habían desbordado de T, y que otros no habían quedado bien cerrados. En sus idas y venidas a oscuras por entre las «líneas de producción» se le habían caído algunos botes, cuyos minutos solamente TC veía desparramarse por el suelo. Los llenó de nuevo. Estaba prácticamente seguro de que no había ningún frasco vacío. ¡Era imprescindible asegurar una buena calidad al cliente!
Era tarde. TC debía pensar dónde almacenar el T envasado, pues si lo dejaba en su plaza de aparcamiento cualquier desaprensivo podría robarlo. ¡A saber lo que podría hacer un individuo con tantos minutos gratis!
Como TC no tenía trastero, forzó la puerta del trastero de la vecina del cuarto segunda, la que se había ido a vivir con el Dr. Che. Lo tiró todo al contenedor que había frente a la portería y dejó dentro del trastero sus mil quinientos frascos llenos de T.
TC estaba exhausto y necesitaba una ducha. En las últimas cuarenta y ocho horas solamente había dormido dos. El día siguiente iba a ser duro. Había que empezar a vender, pues se le acababa el plazo que su mujer le había dado para empezar a ingresar $. De hecho, solamente le quedaban dos días.