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El A y el P de TC

Cuanto aquí se relata le sucedió a un Tipo Corriente que vivía en Un Sitio Aleatorio. Emplearemos sus siglas: a él le llamaremos TC, pero de su país no utilizaremos las iniciales, pues en tal caso el lugar en cuestión dejaría de ser aleatorio.

TC comenzó a interesarse por el sistema reproductor de las hormigas de cabeza roja (para resumir, las Hrmgas de Cbza Rja) desde muy pequeño. Su maestro de Ciencias Naturales de la escuela primaria explicó cómo se reproducían los mamíferos justo un día antes de que se desplomara el ascensor de su domicilio desde la quinta planta, con él en su interior. Milagrosamente, el profesor salió ileso, pero debido al susto contrajo la ictericia, así como una incurable tartamudez que aminoró considerablemente el ritmo del plan de estudios de TC y sus compañeros de clase. Lo que veían en una semana, ahora tomaba cuatro y, obviamente, no hubo T de completar todo el temario ni de llegar al capítulo del sistema reproductor de las Hrmgas de Cbza Rja, que era el que más interesaba a TC. Y como la duda llama al interés, desde entonces adquirió tal inquietud por las Hrmgas que jamás logró quitárselas de la Cbza.

TC pasó sus años de formación obligatoria con intención de convertirse en biólogo, lo que le permitiría consagrarse en cuerpo y alma a los insectos. Sin embargo, cuando llegó el momento de acceder a la Facultad de Biología, debido a su incompleto plan de estudios, su calificación no fue suficiente para ingresar en la Universidad.

TC se sintió abatido, desolado, impotente. Fue un mazazo que le sacudió con la fuerza de un gigante. Por más que lo intentó, nunca comprendió por qué las calificaciones obtenidas en latín, griego, cálculo matricial o historia del arte tenían que determinar su incapacidad para asimilar el mundo de los insectos. Pero así funcionaban las cosas en Un Sitio Aleatorio.

Descartadas las Hrmgas, no le quedó otra opción que seguir lo que su padre le impuso: contabilidad. TC obtuvo la titulación de Contable Diplomado con apenas veintidós años. Al ver el título, su padre le abrazó y le dijo solemnemente a su esposa con hiriente intención:

—Querida, nuestro hijo ya cuenta.

A TC no le importunó el comentario de su padre, por dos motivos. Primero, porque su madre se había emocionado ante el diploma y después porque, en realidad, tenía planeado prescindir de la contabilidad y especializarse en la construcción de terrarios. Los terrarios para Hrmgas eran una disciplina difícil y con muy pocos especialistas en el país, lo que le auguraba un brillante porvenir y la posibilidad de retomar el camino profesional que siempre deseó. Sin embargo, algo volvió a interponerse entre él y las Hrmgas de Cbza Rja: el matrimonio.

No conviene dedicar T o espacio a pormenorizar sobre la mujer de TC. No hay T para ello. Por eso, al igual que TC, también obviaré describirla. Decida el lector si quiere que sea rubia o morena, su edad, su empleo, su carácter dulce o rebelde. Me da igual. La llamaremos la mujer de TC. Para abreviar, a partir de ahora, será: MTC.

Bien, evitando explicar la infancia de MTC y cómo conoció y se enamoró de TC hemos conseguido ahorrar unas seis páginas y que su interés por este relato no decaiga, de momento.

TC y MTC se casaron en una sencilla y entrañable ceremonia a la que acudió el profesor de primaria, quien no logró terminar su discurso de brindis, pues su tartamudez no había hecho más que empeorar desde la caída del ascensor. Tras una fugaz luna de miel, TC y su reciente esposa se pusieron a buscar un lugar en el que vivir. Visitaron primero pisos grandes y céntricos, «¿Cuánto dice que cuesta?»; después, medianos y en el radio de la ciudad, «¿Puede repetirme el precio?»; luego les mostraron unos apartamentos mucho más pequeños, aunque muy alejados del centro de la urbe, «¿Está seguro de que no se equivoca de importe?». Finalmente adquirieron en los suburbios un raquítico apartamento de sesenta metros cuadrados, cien para los amigos.

Incorporaron una plaza de aparcamiento a su adquisición, pero no les llegó para el trastero. Luego nació su primer hijo, al que llamaremos TC-1. Cinco años más tarde, vino el segundo, TC-2 y, cuatro después, MTC le reprochó desolada a su esposo:

—Si tuviéramos trastero, podríamos tener un tercer hijo, pero con tan pocos armarios, la ropa de cinco no cabría en casa. Ahora, todos los trasteros de la finca están ocupados. No hay nada que hacer.

Y lloró amargamente. TC nunca hubiera imaginado que la carencia de unos pocos metros cuadrados iba a significar, años después, negar toda una vida, pues resolvieron no tener más hijos. Pero así funcionaban las cosas en Un Sitio Aleatorio.

Para pagar los recibos de sus cinco por doce metros de superficie vital, TC se colocó en International Business Nonsenses, a partir de ahora IBN, una empresa multinacional globalizada descentralizada, siendo destinado al Departamento de Contabilidad.

Su cometido consistía en hacer que se esfumaran por los armarios y cajones de IBN las facturas a pagar a los proveedores, para que estos tuvieran que enviarlas de nuevo y, de este modo, alargar los plazos de pago.

TC trabajaba mucho, y duro. Llegaba muy pronto a la oficina, para poder llegar tarde a casa. Pasaba muchas horas en el tren, los días que decidía no tomar el coche, y pasaba muchas horas en el coche, cuando no tomaba el tren.

¿Y por qué trabajaba tan largas jornadas en tan absurda tarea? ¿A qué se debía tal entrega y voluntariosa dedicación? Lo que mejor explicaba la dependencia que TC tenía de IBN era la descomunal hipoteca que precisaba pagar cada mes, que «generosamente» le había concedido el banco diez años atrás, y de la que ya había amortizado… ¡todo un uno por ciento del capital! Eso era mucho más que nada, como siempre le recordaba el director de la sucursal, cada vez que telefoneaba a TC para avisarle que se había quedado en descubierto de nuevo.

TC solicitó su hipoteca al banco de… Bueno, ¡qué más da! Todos los bancos son iguales. Llamemos Bco al banco de TC y nos ahorraremos otro párrafo.

El caso es que en ese Bco trabajaba un amigo de su suegro, quien les aseguró que les estaban ofreciendo la hipoteca de su vida: unas condiciones a mantener en secreto, por lo exageradamente ventajosas que resultaban. En realidad, eran peores que en otras entidades financieras, pero TC descubrió que su suegro se llevaba bajo mano una comisión del Bco. Sin embargo, a TC no le importaba, porque recuperaba su parte cuando el padre de MTC le entregaba el $ para la combinación de caballos ganadores a los que, supuestamente, debía apostar todas las semanas. TC nunca compró un solo boleto al corredor de apuestas. De esta forma, la familia se mantenía unida y las cuentas zanjadas.

Ahora ya lo podemos repetir en un formato más breve: TC se encontró a los cuarenta casado con MTC, padre de TC-1 y TC-2, sin trastero, ni TC-3, amargado en IBN y sin T para las Hrmgas de Cbza Rja, que era para lo que él había venido a este mundo.

¿Ve el lector lo fácil que es abreviar una novela?

Pero volvamos a la historia. El enredo comenzó el día en que TC oyó decir por la radio a un médico especialista en enfermos terminales que «en los últimos compases de la vida, todos los que van a morir hacen balance de la misma».

A TC le sorprendió tal afirmación, porque era contable y sabía que los balances no se realizan únicamente cuando la empresa va a ser liquidada. Se confeccionan todos los años, incluso varias veces en un mismo ejercicio anual. ¿Por qué debía ser diferente con la vida? ¿Por qué había uno de esperar a realizar el balance de su vida cuando agonizara? Tal cuestión le sugirió la posibilidad de hacer balance de su vida, en vida.

Por si quien lea estas líneas desconoce el concepto de balance contable, diré que este consta de un «Activo» al que esta vez los expertos y no yo abrevian como «A», y una contrapartida, el «Pasivo», denominado «P» por los mismos expertos que antes.

El A recoge todo aquello que una empresa tiene, posee o tiene previsto cobrar. El P recoge lo que debe, sus deudas y el capital que los socios accionistas han depositado en la empresa. En resumen, el A es lo que tiene y el P es lo que debe. Normalmente, en todo balance, el A es igual al P. Es decir, están siempre igualados, pues lo que se tiene es lo que se debe. Eso significa que uno no puede tener nada que no deba a nadie, lo cual es una abominación. Pero así es.

Pues bien, cuando TC hizo el A y el P de su vida, que era una noche en la que no podía dormir, con palpitaciones, ganas de llorar y de enviarlo todo a la M, se dio cuenta del lío en que se había metido. Bueno, en el callejón sin salida en el que nos hemos arrinconado todos los TC de este mundo o, para ser más exactos, en la gran trampa que la humanidad se ha tendido a sí misma.

Inquieto, se sentó a una silla del comedor. Primero, TC detalló su A, lo que tenía: un apartamento de cien metros cuadrados, perdón, de sesenta; su plaza de aparcamiento; un coche usado por él y antes por otro; sus muebles; 3100 $ en el Bco, y 450 $ bajo el colchón sobre el cual MTC dormía plácidamente, ajena al tan poco ortodoxo ejercicio contable que su marido hacía en la habitación contigua a las tres de la mañana.

«¡Cuántas cosas tengo! ¿Cómo es posible con lo poco que gano en IBN?», se preguntó a sí mismo.

«¡Ah, claro, falta detallar el P!». Se contestó después.

Empezó su lista de deudas con lo que debía a su cuñado: 1500 $. Su cuñado era como todos los cuñados, excepto por una cualidad especial: era el suyo. Y ya se sabe que todos los cuñados son seres extrañísimos a los que nadie acierta a comprender.

Se casó con su hermana haría cuatro años y las cosas les iban bastante mejor que a ellos. Todo en su cuñado era más grande: su auto, su casa, su televisor, su cuenta corriente y su ego. Les había prestado esos 1500 $ cuando lo de las cortinas. TC insistió en instalarlas sin percatarse de que ya venían con orificios. Las colocó del revés, y las agujereó por su parte inferior con un destornillador y unas tijeras de podar para pasar los aros que la sujetarían a las guías. MTC lo miraba incrédula, incapaz de disuadirle de su empeño. Total, que la cortina acabó perforada por arriba y por abajo, y tuvieron que tirarla a la basura. MTC se puso tremendamente nerviosa, pues esa noche venían a cenar el jefe (es decir, el J) de TC y su señora y, a toda costa, había que demostrar que les llegaba para visillos. Pero no tenían $ para reponerlos. MTC telefoneó a su cuñado, quien en menos de una hora acudió con un tapicero que resolvió el problema por 1500 $, que TC prometió devolver. Nunca tuvo suficiente para zanjar esa deuda y el muy cretino de su cuñado se lo recordaba cada vez que los visitaba, con viperina ironía:

—Bonitos visillos…

Pero ese no era todo su P. Además de los 1500 $ de las cortinas, TC adeudaba 355 000 $ al Bco, que era lo que le restaba por pagar de la hipoteca que tuvo que constituir para la compra de una porción de 60 m2 de planeta. Así pues, el total de su P era de 356 500 $.

TC observó su P y se quedó pensativo. ¿Era realmente esa su deuda? No. Algo le decía que debía profundizar en el balance de su vida.

Si sumaba sus ingresos y los de su mujer, restaba los gastos de colegios, la gasolina, el tren, la comida, la ropa, los seguros inseguros, la luz, el gas, la electricidad, el agua, el cine de los sábados, las palomitas del cine de los sábados y el refresco del cine de los sábados, imprescindible para apagar la horrorosa sed que dan las palomitas, solamente quedaban unos 1400 $ libres, de los que, exactamente, 1366,22 $ iban a parar directamente al Bco cada final de mes. TC se sabía esta cifra de memoria, pues llevaba ciento veinte meses, uno tras otro, viendo cómo la cargaban a su cuenta. Mil trescientos sesenta y seis $ con veintidós centavos. En otras palabras, no tenía capacidad alguna de ahorro.

TC lo comprobó esa misma noche. Precisaría 35 años para devolver al Bco todo lo que debía. Por tanto, su deuda no era una deuda de $. Era una deuda… ¡de tiempo! Perdón, de T. Y eso, le gustara o no, era la realidad.

Poniéndolo todo junto:

BALANCE DE TC

A

(Tengo…)

P

(Debo…)

Apartamento

Coche

Muebles

3100$ en el Bco

450$ bajo el colchón

Plaza de aparcamiento

35 años

En otras palabras, la que le dijeron que era la hipoteca de su vida había resultado ser una hipoteca de su vida. TC había vendido todo su T. Era un vendedor de T, igual que tantos tipos corrientes como él. Una losa cayó sobre su conciencia. Había ido arrinconando a las Hrmgas de Cbza Rja pensando que algún día llegaría su momento, y ahora comprendía con diáfana claridad que nunca dispondría de T para ellas y que los misterios de su sistema reproductor regresarían a él una y otra vez como una asignatura pendiente, como un asunto por resolver que, en el momento final, a las puertas de la muerte, pondrían su balance en pérdidas, en suspensión de pagos, en quiebra total.

Se dijo a sí mismo que eso no podía ser. Concretamente, dijo:

«No puede ser.»

¿Cómo podía haberse metido en un balance tan asfixiante, él, que era especialista en contabilidad? ¿Sería culpa del sistema? TC confeccionó el balance del sistema, para comprobar si le arrojaba algo de luz al respecto:

«El sistema posee casi todo mi T, pero no me debe nada», se dijo TC. Este balance era muy sencillo de representar:

BALANCE DEL SISTEMA

A

(Tiene…)

P

(Me Debe…)

Todo mi T Nada

Ante tal hallazgo, le sobrevino un ahogo mayor al anterior, un sudor frío, unas ganas terribles de asesinar a su cuñado, al tapicero, a su suegro, al director del Bco, a su J y a su señora, al maestro de ciencias naturales… Era preciso despertar a MTC. Acudió hasta su dormitorio:

—¡Cariño, cariño! ¡Despierta!

Su mujer dio un brinco:

—¡Dios mío! ¿Qué es lo que te sucede?

—¡MTC, amor mío, no podré dedicar mi vida a observar cómo se reproducen las Hrmgas de Cbza Rja hasta los setenta y cinco años!

Restregándose los ojos, su compañera clamó:

—¡Son las cuatro de la madrugada! ¿Estás loco o qué?

—¡No, no! ¡El que está loco es el mundo! ¿Por qué treinta y cinco años de esconder facturas durante todos los días, de lunes a viernes? ¿Para qué? Vida mía, tenemos que hacer algo. Yo llevo demasiado T ajeno a mi destino, que se halla estrechamente vinculado al de las Hrmgas.

MTC envió a su marido a dormir al sofá, a pesar de que estaba recién tapizado. Resolvió que al día siguiente llevaría a su marido a algún psicólogo con diploma falsificado y recomendado por alguna vecina. Digo una vecina, pues no conozco a nadie que no diga que tiene una vecina que esté loca.

La vecina en cuestión resultó ser la del cuarto segunda, que se había enamorado recientemente de su psicólogo durante las terapias a las que asistía para aprender a comunicarse con sus hijos. Hasta ahí, todo normal. Pero el caso es que todavía no tenía niños. «Es una cuestión de no dejar cosas para mañana», decía. Su marido intentó disuadirla una y otra vez, pero ella, más testaruda que nada, inició una terapia que consistía en interpretar dibujos que traían los niños de otros pacientes. Claro, la vecina no podía traer los suyos y tampoco iban a analizar los dibujos del doctor.

El psicólogo era un argentino de origen ruso. El Doctor Nicolás Tcherenolojov, pero siempre nos referiremos a él como el Dr. Che, que es más corto.

En fin, en nuestro formato breve, lo que pasó es que MTC convenció a TC de ir a ver al Dr. Che a causa de las Hrmgas de Cbza Rja.

Pero nuestro protagonista no se fiaba del Dr. Che. Para empezar, sospechaba que no era doctor, ni siquiera que fuera ruso y, probablemente, que tampoco fuera argentino. Cuando TC entró al despacho del Dr. Che no pudo evitar imaginarse a su vecina y al terapeuta sobre el diván, mientras decenas de dibujos garabateados por niños ajenos a todo aquello se desparramaban sobre sus desnudos cuerpos. TC lo encontraba una atrocidad. Era demasiado para él. Sólo tenía ganas de salir corriendo de ahí.

Pero, para su asombro, después de que MTC detallara sus preocupaciones, el Dr. Che le dijo a TC:

—Mire, usted no podrá dedicar su vida a observar el sistema reproductor de las Hrmgas de Cbza Rja hasta que no tenga suficiente $. Y nunca tendrá una cuenta corriente en condiciones hasta que no posea su propio negocio; pero como, reconozcámoslo, no tiene usted ni idea de cómo iniciar una empresa, debe apuntarse a un curso de marketing para emprendedores. Sin embargo, no tiene usted T para ello debido, única y exclusivamente, a sus horarios en IBN. Por eso, debe usted apuntarse a un curso a distancia, mediante entregas semanales, en forma de fascículos. Personalmente, le recomiendo los de la editorial Profesionales del Mundo. ¡Son formidables!

MTC se quedó absolutamente atónita. Envió a su marido a la salita de espera, en la habitación contigua.

—¡¿Pero está usted loco o qué?! —le chilló al Dr. Che.

—¡Cálmese, cálmese, señora!

—¿Cómo quiere usted que me calme? ¿No tenemos ya bastantes problemas con las Hrmgas de Cbza Rja?

El Dr. Che respiró hondo, aguardó a que MTC se tranquilizara y después le dijo con aire circunspecto:

—Escuche bien, señora, su marido padece una histeria obsesiva. Y las obsesiones no pueden atajarse luchando directamente contra ellas porque lo único que se consigue es obsesionar al enfermo más y más con su fijación. En el caso de TC, la obsesión ha tomado forma de Hrmga de Cbza Rja. Debe de ser un tema no resuelto de su infancia, algo que solamente un psicoanálisis convencional podría desvelarnos, y que nos llevaría demasiado T, pues para entonces estarían ustedes arruinados. Debemos acometer una terapia estratégica que consiste en introducir deliberadamente un elemento de distracción para aminorar de forma paulatina el objeto de la obsesión. En este caso, he escogido una colección de fascículos con un pretexto cualquiera, como montar un negocio. Podía haber escogido una colección de sellos senegaleses, de monóculos del siglo XV, o de palillos chinos, pero opté por lo del curso de marketing de nuevos negocios pues debía darle una lógica a la sugerencia. En caso contrario su marido no hubiera mordido el anzuelo. Y ha picado, ha picado. ¿No se ha dado cuenta? ¡Está absolutamente decidido a iniciar el curso por entregas!

—¿Y? —preguntó MTC.

—Y no lo acabará —sentenció triunfalmente el Dr. Che a la vez que se revolvía en su sillón—. Nadie acaba una colección de fascículos en su totalidad. Por eso, los cursos por entregas son la terapia que aplico a todos mis pacientes con histerias obsesivas como la de su marido. Las colecciones de fascículos logran eliminar cualquier obsesión, por persistente y extraña que esta sea, porque no hay ser humano que las complete. ¿Le digo lo que pasará? Pues que TC se apuntará al curso de marketing para emprendedores, con lo que se olvidará sin ningún esfuerzo de los dichosos bichitos. Después se cansará del curso a distancia, y también lo abandonará. Y, de pronto, un buen día, se dará cuenta de que no está pensando ni en una cosa ni en la otra. Adiós a las Hrmgas de Cbza Rja y adiós a la colección. Para entonces, su marido estará totalmente sanado.

Salieron de la consulta. TC se fue directamente a un quiosco, MTC se fue a un bar a llorar y la vida de los dos cambió para siempre desde aquel día.