Dignidad, violencia y geopolítica:
los levantamientos árabes[30]

El mundo árabe asiste actualmente al nacimiento de un mundo nuevo al que intentan oponerse tiranos y gobernantes injustos. Pero al final, este nuevo mundo surgirá inevitablemente […]. Nuestro pueblo oprimido se ha levantado, anunciando el nacimiento de un nuevo día en el que la soberanía del pueblo y su invencible voluntad prevalecerán. La gente ha decidido emanciparse y seguir los pasos de los pueblos libres y civilizados del mundo.

Palabras de Tawakkul Karman al recibir el premio Nobel de la Paz 2011 por su trabajo en favor de la paz y la justicia en Yemen y entre las mujeres árabes en general[31].

Tras las revoluciones de Túnez y Egipto, en todo el mundo árabe se produjeron los Días de la Ira (Youm al-Ghadab): 7 de enero en Argelia, 12 de enero en Líbano, 14 de enero en Jordania, 17 de enero en Mauritania, 17 de enero en Sudán, 17 de enero en Omán, 27 de enero en Yemen, 14 de febrero en Baréin, 17 de febrero en Libia, 18 de febrero en Kuwait, 20 de febrero en Marruecos, 26 de febrero en Sahara Occidental, 11 de marzo en Arabia Saudí y 18 de marzo en Siria. En algunos casos (Arabia Saudí, Líbano, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, donde en realidad apenas pasó nada), las protestas se apagaron por distintas causas[32]. En otros, las revueltas se sofocaron con una mezcla de represión y concesiones (Marruecos, Jordania, Argelia, Omán), aunque las cenizas de los movimientos todavía están calientes y podrían reavivarse en cualquier momento. En Baréin, el día 17 de febrero, el «jueves sangriento», en una brutal acción respaldada por Arabia Saudí, se aplastó violentamente un movimiento pacífico y multitudinario formado por la población chií. En Yemen, Libia y Siria, las dictaduras combatieron con la máxima violencia movimientos inicialmente pacíficos que degeneraron en guerras civiles que han transformado estos países en campos de batalla donde los enemigos geopolíticos luchan por consolidar su influencia. La intervención militar extranjera directa fue decisiva en Libia, y la influencia geopolítica extranjera ha sido un factor fundamental en la evolución de la revuelta siria. Estos movimientos surgieron por razones específicas de cada país y evolucionaron de acuerdo con sus contextos y la idiosincrasia de cada revuelta. No obstante, todas fueron revueltas espontáneas animadas por la esperanza que inspiraba el éxito de las revoluciones tunecina y egipcia, transmitidas por las imágenes y los mensajes que llegaban por Internet y las redes de televisión por satélite árabes. Sin duda, la chispa de indignación y esperanza que nació en Túnez y derrocó al régimen de Mubarak, implantó la democracia en Túnez y una protodemocracia en Egipto, se extendió rápidamente a otros países árabes, siguiendo el mismo modelo: convocatorias en Internet, conexión en el ciberespacio y llamamientos para ocupar el espacio urbano y presionar a los gobiernos para que dimitieran e iniciaran un proceso de democratización, desde la Plaza de la Perla de Baréin hasta la «Plaza del Cambio» en Saná, o las plazas de Casablanca y Amán. Los estados del mundo árabe reaccionaron de forma distinta, desde una leve liberalización hasta una represión cruenta por miedo a perder el poder. La interacción entre las protestas y los regímenes dependió de las condiciones internas y geopolíticas.

Por supuesto, había agravios profundamente arraigados entre una población que había estado sometida a la opresión política y en una situación económica desesperada durante décadas, sin la oportunidad de reclamar sus derechos bajo la amenaza de la violencia arbitraria del estado[33]. Además, la mayoría de la población de estos países está constituida por menores de 30 años, muchos de ellos con estudios y la mayoría desempleados o con trabajos precarios. Esta juventud sabe utilizar las redes de comunicación digitales, ya que la penetración de los teléfonos móviles supera el 100 por cien en la mitad de los países árabes y es superior al 50% en la mayoría de los demás, y muchos centros urbanos tienen alguna forma de acceso a los medios de comunicación sociales[34]. Además, sufrían a diario humillaciones en una vida sin oportunidades sociales ni posibilidades de participación política. Estaban dispuestos a luchar por su dignidad, la motivación más poderosa. Algunos ya lo habían hecho en la década anterior, sufriendo violencia, prisión y quedando a menudo en el camino. Fue entonces cuando llegaron simultáneamente la chispa de la indignación y la luz de la esperanza. La esperanza procedía de otros jóvenes árabes, como ellos, que se habían levantado en otros países, especialmente en Egipto, la um al-dunya (madre del mundo) en la cultura árabe. La chispa fue el resultado de acontecimientos concretos en cada país: la inmolación y el martirio simbólico como forma de protesta, imágenes de torturas policiales y palizas a manifestantes pacíficos, asesinato de defensores de los derechos humanos y de blogueros conocidos. No eran islamistas ni revolucionarios de izquierdas, pero cualquiera con un proyecto para cambiar la sociedad acabó participando en el movimiento. Al principio eran de clase media[35], aunque normalmente de una clase media empobrecida, y en muchos casos eran mujeres. A ellos se sumaron después los pobres, que sufrían la inflación y no podían comprar los alimentos básicos como resultado de las políticas de liberalización económica y el sometimiento de sus países a la subida de los precios en el mercado mundial[36]. La dignidad y el pan eran los elementos originales que impulsaron la mayoría de los movimientos, junto con las demandas de vivienda en el caso de Argelia. Pero exigir pan suponía, de hecho, cambiar las políticas económicas y poner fin a la corrupción como forma de gobierno. La afirmación de la dignidad se convirtió en un clamor por la democracia. Así pues, todos los movimientos se convirtieron en movimientos políticos que exigían reformas democráticas.

La evolución de cada movimiento dependió en gran medida de la reacción del estado. Cuando los gobiernos mostraron visos de plegarse a sus demandas y apuntaban a la liberalización política, los movimientos se canalizaron en un proceso de democratización del estado manteniendo siempre la esencia de la dominación de la élite. El rey Abdalá II de Jordania, por ejemplo, cesó a su primer ministro y al gobierno (blanco de las protestas contra las políticas económicas), estableciendo mecanismos de consulta ciudadana, especialmente con representantes de las tribus beduinas. El rey Mohamed VI de Marruecos propuso algunas medidas democratizadoras en la Constitución, como la transferencia de poder para nombrar a un primer ministro de entre los parlamentarios. Las enmiendas se aprobaron por referendo en julio de 2010 con un 98,5% de votos a favor. Además, liberó a decenas de prisioneros políticos y se celebraron elecciones el 25 de noviembre de 2011 con la victoria de los candidatos islamistas (la mayoría moderados), como en todas las demás elecciones libres celebradas en el mundo árabe en los últimos años.

Sin embargo, cuando los regímenes se resistieron a las exigencias de reforma política y utilizaron la represión absoluta, los movimientos pasaron de la reforma a la revolución e iniciaron un proceso de derrocamiento de las dictaduras. En esos procesos, la interacción de facciones internas e influencias políticas se tradujo en guerras civiles cruentas cuyos resultados están redefiniendo la política del mundo árabe de los próximos años.

Violencia y estado

Cuando se desafía el poder del estado, éste responde según sus normas institucionales, ya sean democráticas, dictatoriales o una mezcla de ambas. Si no consigue incorporar las demandas o proyectos de sus rivales sin poner en peligro los principios fundamentales de las relaciones de poder que representa, recurre a su última esencia: el monopolio de la violencia en su esfera de acción. Su disposición a hacer uso de la violencia extrema depende de su legitimidad, de la intensidad del desafío que tiene que afrontar y de su capacidad operativa y social para usar la violencia. Cuando los movimientos están suficientemente resueltos a mantener su presión incesante sobre el estado con independencia de la violencia que tengan que soportar, y el estado recurre a la extrema violencia (tanques contra manifestantes desarmados), el resultado del conflicto depende de la interacción entre los intereses políticos del país y los intereses geopolíticos en el mismo.

En Yemen un estado fracturado en un país apenas unificado se dividió bajo el asalto de un movimiento masivo y diverso, y un sector del ejército se puso del lado de los manifestantes que exigían la dimisión del dictador Alí Abdullah Saleh. La naturaleza tribal de Yemen y los movimientos secesionistas del norte y el sur llevaron a un punto muerto entre Saleh, que contaba con el apoyo de Arabia Saudí, y el movimiento democrático, que pedía una nueva Constitución y una democracia real. Las sospechas de la presencia de Al Qaeda con mayor intensidad que en ningún otro país llevaron a Estados Unidos a extremar las precauciones de manera que, a pesar de los discursos de apoyo al movimiento, la diplomacia estadounidense dejó a los saudíes a cargo de una transición política controlada. En febrero de 2012, tras negociar un acuerdo, Saleh dejó el poder después de tres décadas y su vicepresidente, Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, se presentó a las elecciones y ganó con un 99,8% de los votos. Continuará.

En Libia, el estado-nación, aunque encarnaba el proyecto panafricanista mesiánico de su carismático fundador, en realidad representaba el dominio de las tribus occidentales sobre las orientales. La represión implacable de cualquier intento de las élites de Bengasi o de las tribus sometidas de reclamar su parte del botín del petróleo y del gas, cuyos principales yacimientos están en el desierto oriental, llevó a la concentración de poder en manos de la familia de Gadafi, sus partidarios tribales, y un reducido círculo de las élites de las zonas occidentales del país. El poder se ejercía con el control de una guardia pretoriana bien pertrechada y entrenada que, cuando era necesario, contaba con el apoyo de mercenarios de otros países. Es decir, no había un ejército nacional real que pudiera encarnar las instituciones de la nación independientemente de los designios del dictador y su camarilla. El estado libio era en gran medida un estado patrimonial. Esto suponía que, por una parte, grandes segmentos de la población, especialmente en el este, quedaban excluidos de los ingresos que generaba la energía. Por otra parte estaban las extensas redes clientelistas organizadas en torno al sistema de protección del líder y a las que se trataba generosamente. El régimen tenía una cierta base social apoyada en las divisiones tribales, los miedos y la animosidad, que el líder aprovechaba en beneficio propio. La mayor parte de la juventud libia mostraba indiferencia política por el régimen, pero en Trípoli tenían más oportunidades económicas que los jóvenes egipcios. En esas condiciones, las manifestaciones que comenzaron el 17 de febrero en Bengasi tras los llamamientos en las redes sociales en Internet y a través de los teléfonos móviles tuvieron una repercusión limitada en Trípoli, y expresaban las aspiraciones democráticas y una rebelión regional y tribal contra un estado autoritario y patrimonial. Contaban con el apoyo de un segmento de las fuerzas armadas con vínculos en el este, que les protegieron cuando Gadafi intentó aplastar el movimiento por la fuerza. La rebelión se convirtió pronto en guerra civil: el 20 de febrero, sólo tres días después del comienzo del movimiento, los rebeldes habían ocupado Bengasi y otras ciudades del este, y el 23 de febrero ya habían tomado Misrata, a medio camino de Trípoli. El movimiento improvisó una administración civil en Bengasi con la cooperación de la mayoría de los burócratas locales, mientras que unas milicias populares entusiastas, armadas apresuradamente y sin experiencia en el combate se montaron en camionetas y se dirigieron a Trípoli para fracasar en un enfrentamiento desigual con un ejército privado bien entrenado, con mayor potencia de fuego, bajo el mando de los hijos de Gadafi. Horas antes de que Gadafi pudiera llevar a cabo su anunciada intención de ocupar Bengasi y buscar a los rebeldes casa por casa para matarlos, veinte bombarderos franceses detuvieron el asalto e internacionalizaron el conflicto libio, abanderando la intervención de la OTAN bajo el emblema de Naciones Unidas. La geopolítica tomó el relevo. La profunda reticencia de Obama a iniciar cualquier acción militar fue superada en parte por la insistencia de Hillary Clinton, Susan Rice y otros miembros del equipo presidencial, como Samantha Power, en proteger a los rebeldes de una matanza, recordando quizás las terribles consecuencias de la pasividad del presidente Clinton en Ruanda. Más decisivo fue el papel que desempeñaron Francia, Gran Bretaña e Italia en la intervención para asegurar el control del petróleo y del gas libios, un suministro decisivo para Europa Occidental. A Rusia y a China las pillaron desprevenidas y la OTAN las superó tácticamente en una lección que nunca olvidarían. Como mi principal interés aquí no son las estrategias de guerra sino el desarrollo de los movimientos sociales, lo que parece evidente es que, cuando un movimiento pasa a la violencia militar para contrarrestar la violencia del ejército, pierde su carácter de movimiento democrático para convertirse en un contendiente, a veces tan despiadado como sus opresores, de una cruenta guerra civil. Y cualquier guerra civil puede convertirse en una oportunidad para que los actores geopolíticos, bajo cualquier manto ideológico, aumenten sus posesiones, por si el enemigo tuviera la tentación de aprovechar el vacío de poder creado tras la caída del régimen. En cierto sentido, las guerras civiles no sólo matan a la gente, también a los movimientos sociales y sus ideales de paz, democracia y justicia.

La patética contradicción entre movimientos sociales y violencia también ha estado presente en la rebelión siria, uno de los movimientos sociales más potentes y decididos que haya sacudido el mundo árabe. También se inició por la explosiva combinación de indignación y esperanza. La esperanza: el ejemplo egipcio, una referencia histórica para los sirios. La indignación: el 27 de febrero de 2011 en la ciudad de Daraa, al sur del país, fueron arrestados 15 niños de entre 9 y 14 años. ¿Su delito? Influidos por las imágenes de otros países, escribieron en las murallas de la ciudad «As-shaab yureed askot an-nizam» («El pueblo quiere derrocar al régimen»). Fueron torturados y encarcelados. Cuando sus padres protestaron por las calles, dispararon contra ellos y algunos murieron. En los funerales, los asistentes fueron tiroteados y muchos murieron. Bashar Al-Assad sencillamente pensó que podía seguir el ejemplo de su padre cuando en 1982 aplastó a los Hermanos Musulmanes bombardeando la ciudad de Hama y matando a más de 20.000 personas. Esta vez era distinto. La gente tenía sus propias redes que les conectaban entre sí y con el resto del mundo. En Damasco cuatro mujeres, tres abogadas de derechos humanos y una bloguera, convocaron por Internet a una «vigilia de las familias de los prisioneros» que se celebraría delante del Ministerio del Interior el 16 de marzo. Sólo asistieron 150 personas, que fueron golpeadas y encarceladas. Pero las convocatorias de manifestación contra la brutalidad del régimen llegaron después desde Daraa, Homs, Hama, Damasco, Baniyas y muchas otras ciudades, y el 18 de marzo decenas de miles de personas se manifestaron por todo el país, enfrentándose con sus manos y su voluntad a la policía y a los matones que disparaban contra ellas. Nadie acudió a ayudarlas. No lo pidieron; rechazaban la idea de la intervención extranjera. Pero querían que el mundo lo supiese. Sus demandas originales eran la bajada de los precios de los alimentos, el cese de la brutalidad policial y el fin de la corrupción política. Querían una reforma política. Assad contestó con promesas vagas de reforma constitucional del parlamento, depuso al gobernador de Daraa, cesó a su gobierno, levantó la prohibición del niqab para las profesoras, cerró el único casino del país y otorgó la nacionalidad siria a los kurdos, entre otras concesiones. Sin embargo, para la gente, estos gestos limitados no podían compensar la extrema violencia desencadenada por el régimen, que llegaba al uso de tropas de combate y tanques contra manifestantes desarmados. El movimiento se volvió inflexible: la gente quería derrocar al régimen; Assad tenía que marcharse. Seis meses después, tras 5.000 muertos y decenas de miles de heridos y encarcelados, el movimiento se convirtió en una mezcla de manifestaciones, ocupaciones del espacio urbano y resistencia armada limitada. La gente empezó a armarse, algunas unidades militares desertaron y formaron un misterioso Ejército Libre de Siria, de origen y filiación desconocidos, y comenzó la guerra civil. Sin embargo, esta vez no era como en Libia. El dictador contaba con cierto respaldo social, especialmente entre las élites empresariales de Damasco y Alepo y entre la minoría alauí que constituye la base étnica del partido Baaz. Algunos grupos sociales estaban influidos por la propaganda de Assad y tenían miedo ante la posibilidad de que los islamistas limitaran su libertad religiosa, un miedo que Assad inculcaba y provocaba, por ejemplo, con la colocación de coches bomba que atribuía a los islamistas. Además, el núcleo de la dictadura es el partido Baaz, que controla un ejército moderno y poderoso que sólo recibe órdenes de sus líderes, encabezados por la familia Assad. Así pues, la fractura de la sociedad no se propagó al estado, que, al menos durante el primer año del movimiento, se mantuvo unido en torno al partido. No obstante, el factor decisivo en el destino de la revolución siria era su entorno geopolítico, ya que el país ocupa una posición clave en el enmarañado juego de poder de Oriente Próximo. Rusia y China habían apoyado incondicionalmente a la dictadura y no estaban dispuestas a repetir la situación libia. Por ello bloquearon cualquier acción militar de Naciones Unidas y advirtieron a la OTAN y a Estados Unidos contra la intervención, mientras apoyaban las negociaciones. Rusia tiene su única base militar fuera de su territorio en Tartus, una base naval siria, y vende cantidades considerables de armas a Assad, su último aliado en el mundo árabe. China apoya a Irán, su principal proveedor de petróleo, e Irán protege a Assad. Por otra parte, Arabia Saudí, junto con Qatar y Jordania, ha entablado una batalla por Siria contra el Irán chií, a fin de reclamar el poder para la población suní mayoritaria y socavar una posición fundamental de influencia en la región de su archienemigo Irán. Fuentes bien informadas consideraban que, en 2012, el Ejército Libre de Siria estaba en realidad financiado y entrenado por los saudíes, que habían pedido abiertamente a la Liga Árabe la intervención en Siria. En el momento de escribir esto, Kofi Annan dirigía una misión de Naciones Unidas para entablar negociaciones políticas con Siria, donde el movimiento ha seguido ocupando las calles a pesar de los bombardeos, y el desigual combate entre las fuerzas armadas y los rebeldes ha continuado. Sin embargo, una vez más, con independencia del resultado de este proceso en el aspecto político, uno de los movimientos democráticos más extraordinarios de la rebelión árabe se enredó en las maniobras de una oposición política fragmentada, en el realineamiento del poder en los pasillos del estado y en la red de estrategias geopolíticas, y la promesa de democracia que la gente había defendido con sus vidas se les fue de entre las manos. No obstante, la libertad y el debate autónomo continúan en las plazas ocupadas y en las redes digitales donde el movimiento nació. No hay vuelta atrás para el pueblo sirio, que no cedió ante el enfrentamiento sectario y no aceptó la dictadura bajo nombres diferentes en su determinación de elegir el derecho a existir.

¿Una revolución digital?

Al igual que en Túnez y en Egipto, la mayoría de las revueltas árabes empezaron con la organización, el debate y convocatorias de protestas en Internet, y continuaron y se formaron en el espacio urbano. Las redes de Internet proporcionaron, por tanto, un espacio de autonomía del que surgieron unos movimientos con distintas formas y resultados, dependiendo de su contexto social. Como en los demás casos de movimientos sociales que he estudiado en este libro, también hay un debate muy activo en los medios de comunicación y en las universidades sobre el papel exacto de las redes digitales en estos movimientos. Afortunadamente, en el caso de los levantamientos árabes, contamos con un estudio riguroso basado en la investigación sociológica gracias al trabajo que Philip Howard, Muhammad Hussain y sus colaboradores vienen realizando sobre este tema desde hace tiempo. Resumiré aquí sus principales conclusiones porque creo que han enterrado un debate estéril sobre el papel causal de las redes sociales de Internet en el movimiento social. Obviamente, la tecnología no determina ningún movimiento ni ningún comportamiento social. Pero Internet y las redes de telefonía móvil no son simples herramientas, sino formas de organización, expresiones culturales y plataformas específicas de autonomía política. Veamos la evidencia recogida y teorizada por Howard, Hussain y su equipo.

En primer lugar, en su libro The Digital Origins of Dictatorship and Democracy: Information Technology and Political Islam[37], escrito antes de las revueltas árabes, Philip Howard, partiendo de un análisis comparativo de 75 países musulmanes o con una población musulmana importante, encuentra que el uso y la difusión de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), si bien están enmarcados por una serie de factores contextuales, favorecen la democratización e incrementan la participación cívica y la autonomía de la sociedad civil, allanando el camino para la democratización del estado y también para enfrentarse a las dictaduras. Además, el uso de Internet favoreció la participación cívica de los jóvenes musulmanes. Howard escribe: «Los países en los que la sociedad civil y el periodismo utilizaron activamente las nuevas tecnologías de la información experimentaron posteriormente una transición democrática radical o una consolidación significativa de sus instituciones democráticas» [38]. Antes de la Primavera árabe tuvo una gran importancia la transformación de la participación social en Egipto y Baréin con ayuda de la difusión de las TIC. En una serie de estudios realizados en 2011 y 2012 tras las revueltas árabes, Howard y Hussain, usando una serie de indicadores cuantitativos y cualitativos, construyeron un modelo estadístico multicausal de los procesos y resultados de las revueltas árabes utilizando lógica difusa[39]. Encontraron que el uso extensivo de las redes digitales por parte de una población de manifestantes predominantemente joven tenía un efecto significativo en la intensidad y potencia de estos movimientos, partiendo de un debate muy activo sobre las demandas políticas y sociales en las redes sociales antes de comenzar las manifestaciones. Cito textualmente:

Los medios digitales tuvieron un papel causal en la Primavera árabe, ya que proporcionaron la infraestructura fundamental de un movimiento social diferente de los que han surgido en los últimos años en estos países. En las primeras semanas de protestas en cada uno de los países, la generación que estaba en las calles —y sus líderes— claramente no estaba interesada en los tres principales modelos de islam político […] Por el contrario, estas generaciones más jóvenes y mayoritariamente cosmopolitas de personas movilizadas sentían que los sistemas políticos les habían privado de sus derechos, veían las grandes pérdidas por la mala gestión del desarrollo y de las economías nacionales y, lo más importante, tenían un discurso coherente de agravios comunes —un discurso que conocieron por los demás y redactaron en colaboración en los espacios digitales de debate político y airearon en blogs, vídeos compartidos en Facebook y Twitter, y en foros de sitios web de noticias internacionales como Al Jazira y la BBC. La Primavera árabe es única desde el punto de vista histórico porque constituye el primer conjunto de levantamientos políticos en el que todo esto [alienación del estado, consenso de la población en las protestas, defensa del movimiento por la opinión pública internacional] llegaba por medios digitales […]. Es verdad que Facebook y Twitter no causaron las revoluciones, pero sería estúpido ignorar el hecho de que el uso cuidadoso y estratégico de medios digitales para interconectar al público de distintas regiones, junto con las redes de apoyo internacionales, ha dado a los activistas nuevas formas de poder que han llevado a algunas de las mayores protestas de esta década en Irán, al levantamiento temporal del bloqueo egipcio en Gaza y a los movimientos populares que acabaron con Mubarak y Ben Alí, que llevaban décadas en el poder. Los medios digitales tuvieron un papel causal en la Primavera árabe en el sentido de que proporcionaron la infraestructura que creó unos profundos lazos de comunicación y capacidad organizativa entre grupos de activistas antes de que se produjeran las grandes protestas y mientras éstas tenían lugar en las calles. Efectivamente, gracias a todas estas redes digitales desarrolladas, los líderes cívicos movilizaron con éxito a tanta gente.

Cada uno de los incidentes violentos de la Primavera árabe estuvo mediatizado de alguna manera. La infraestructura de la información, en forma de teléfonos móviles, ordenadores personales y medios sociales, estaba entre las causas que debemos contar sobre la Primavera árabe. La gente se animaba a protestar por distintos motivos, siempre personales. Las tecnologías de la información mediatizaban ese impulso de forma que las revoluciones se seguían en pocas semanas y seguían una pauta notablemente similar. Obviamente, los resultados políticos fueron diferentes, pero esto no merma el importante papel que desempeñaron los medios digitales en la Primavera árabe. Lo que es más importante: esta investigación ha demostrado que los países que no tienen una sociedad civil equipada con un andamiaje digital son mucho menos propensos a experimentar movimientos populares a favor de la democracia —una observación que pudimos hacer sólo después de explicar las múltiples variables causales que existían antes de iniciarse las protestas en la calle, no sólo los usos a corto plazo de las tecnologías digitales durante el breve periodo de agitación política.

O sea: Los levantamientos árabes fueron procesos espontáneos de movilización que surgieron de llamamientos hechos en Internet y en redes de comunicación inalámbricas basadas en redes sociales, tanto digitales como presenciales, que existían previamente en la sociedad. En gran medida no estaban mediatizadas por organizaciones políticas formales, que habían quedado diezmadas por la represión y que no contaban con la confianza de los jóvenes, participantes activos que encabezaban los movimientos. Las redes digitales y la ocupación del espacio urbano, en estrecha interacción, proporcionaron la plataforma de organización autónoma y de deliberación en la que se apoyaban las revueltas, y crearon la capacidad de recuperación necesaria para que los movimientos soportaran feroces ataques de la violencia institucional hasta el momento en que, en algunos casos, por instinto de autodefensa, se convirtieron en un contraestado.

La presencia del movimiento en las redes de Internet tuvo otro efecto significativo, como me señaló Maytha Alhassen: la creatividad artística política. Los movimientos, especialmente en Siria, contaban con el apoyo del innovador diseño gráfico de avatares, minidocumentales, series en YouTube (como Beeshu), vlogs, montajes fotográficos y otros. El poder de las imágenes y las emociones creativas —tanto movilizadoras como tranquilizadoras— que se despertaron configuraron un entorno virtual de arte y significado en el que los activistas del movimiento podían confiar para conectar con la población joven, alterando la cultura del cambio político.

Los blogs políticos antes de las revueltas fueron fundamentales para crear, en muchos países, una cultura política de debate y activismo que contribuyó al pensamiento crítico y a las actitudes rebeldes de una joven generación preparada para rebelarse en la calle. Los levantamientos árabes nacieron en el amanecer de la explosión de la era digital en el mundo árabe, si bien con distintos niveles de difusión de estas tecnologías de comunicación en los diferentes países. Incluso en países con bajo nivel de acceso a Internet, el núcleo de activistas que se intercomunicaron en red y pusieron al movimiento en contacto con su país y con el mundo estaba organizado y deliberaba en los sitios de las redes sociales. Desde ese espacio protegido, las amplias redes de telefonía móvil llegaban a toda la sociedad. Y como la sociedad estaba preparada para recibir ciertos mensajes sobre el pan y la dignidad, la gente se emocionó y, al final, se convirtió en un movimiento.

Referencias y fuentes

Council of Foreign Affairs (2011): The New Arab Revolts: What Happened, What it Means, and What Comes Next, Nueva York, Council of Foreign Affairs.

Howard, P. (2011): The Digital Origins of Dictatorship and Democracy. Information Technology and Political Islam, Oxford, Oxford University Press.

Hussain, M. M., y P Howard (2012): Democracys Tourth Wave? Information Technology and the Tuzzy Causes of the Arab Spring, ponencia presentada en la reunión de la International Studies Association, San Diego, 1-4 abril (inédita).

Marzouki, M. (2004): Le mal arabe. Entre díctatures et integrisme: la démocratie interdite, París, L’Harmattan. [Ed. cast.: El mal árabe: entre las dictaduras y los integrismos: la democracia prohibida, Barcelona, Asimétrica Editorial.]

Noland, M. (2011): The Arab Economies in a Changing World, Washington DC, Peter G. Peterson Institute for International Economics.

Schlumberger, O. (2007): Debating Arab Authoritarianism: Dynamics and Durability in Nondemocratic Regimes, Stanford, Stanford University Press.