¿Qué tienen en común Túnez e Islandia? Nada en absoluto. Y sin embargo, los levantamientos políticos que transformaron las instituciones de gobierno en ambos países entre 2009 y 2011 se han convertido en referencia para los movimientos sociales que sacudieron el orden político en el mundo árabe y desafiaron a las instituciones políticas europeas y estadounidenses. En la primera manifestación multitudinaria en la plaza Tahrir de El Cairo, el 25 de enero de 2011, miles de personas gritaban «Túnez es la solución», modificando a propósito el eslogan «El islam es la solución» que en años recientes había presidido las movilizaciones sociales en el mundo árabe. Se referían al derrocamiento de la dictadura de Ben Alí, que huyó del país el 14 de enero, tras semanas de protestas populares que vencieron a la cruenta represión del régimen. Cuando las indignadas españolas empezaron a acampar en las principales plazas de las ciudades del país en mayo de 2011, proclamaban que «Islandia es la solución». Y cuando los neoyorquinos ocuparon los espacios públicos próximos a Wall Street el 17 de septiembre de 2011, bautizaron el primer campamento Tahrir Square, igual que las acampadas de plaza Catalunya en Barcelona. ¿Cuál podía ser el hilo común que unía en las mentes de la gente sus experiencias de revuelta a pesar de que sus contextos culturales, económicos e institucionales fueran tan diferentes? En pocas palabras: su sentimiento de empoderamiento. Un sentimiento que nació de la indignación contra los gobiernos y la clase política, ya fuera dictatorial o, en su opinión, pseudodemocrática. Indignación provocada por la rabia ante la complicidad que percibían entre la élite financiera y la élite política y que estalló por la reacción emocional que causó algún acontecimiento insoportable. Y fue posible por la superación del miedo mediante la unión forjada en las redes del ciberespacio y en las comunidades del espacio urbano. Además, tanto en Túnez como en Islandia hubo transformaciones políticas tangibles, así como nuevas culturas cívicas que surgieron de los movimientos en un intervalo muy corto. Transformaciones que materializaron la posibilidad de conseguir algunas de las reivindicaciones clave de los manifestantes. Por ello es pertinente, desde el punto de vista analítico, que nos centremos en primer lugar en estos dos procesos para identificar las semillas del cambio social que un viento de esperanza diseminó a otros contextos, en ocasiones germinando en nuevas formas y valores sociales y, en otros casos, sofocadas por la maquinaria de represión alertada por el poder establecido que en un principio se vio sorprendido, después atemorizado y, en última instancia, llamó a la acción preventiva en todo el mundo. Una nueva generación de activistas ha descubierto nuevas formas de cambio político mediante la capacidad de comunicarse y organizarse de forma autónoma, fuera del alcance de los métodos habituales de control político y económico. Si bien hubo precedentes de estos nuevos movimientos sociales en la última década (especialmente en España en 2004 y en Irán en 2009), podemos decir que su plena expresión empezó en Túnez y en Islandia.
Empezó en un lugar inusitado: Sidi Buzid, una pequeña ciudad de 40.000 habitantes del centro de Túnez, una zona pobre al sur de la capital. El nombre de Mohamed Buazizi, un vendedor ambulante de 26 años, ha quedado grabado en la historia como el de alguien que cambió el destino del mundo árabe. Su inmolación, quemándose a sí mismo a las once y media de la mañana del 17 de diciembre de 2010 ante un edificio del gobierno, fue su definitivo grito de protesta contra la repetida y humillante confiscación de su puesto de frutas por la policía local ante su negativa a pagar un soborno. La última confiscación se había producido una hora antes ese mismo día. Murió el 3 de enero de 2011 en el hospital de Túnez donde el dictador le había llevado para aplacar la ira de la población. Efectivamente, tan sólo unas horas después de prenderse fuego, cientos de jóvenes a los que las autoridades habían humillado de forma similar protestaban delante del mismo edificio. Alí, el primo de Mohamed, grabó la protesta y colgó el vídeo en Internet. Hubo otros suicidios simbólicos e intentos de suicidio que alimentaron la ira y animaron a los jóvenes. En unos días se iniciaron manifestaciones espontáneas en todo el país, empezando en las provincias y llegando a la capital a principios de enero, a pesar de la brutal represión de la policía, que mató al menos a 147 personas e hirió a cientos de ellas. Pero el 12 de enero de 2011 el general Rachid Ammar, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas tunecinas, se negó a disparar contra los manifestantes. Fue inmediatamente depuesto, pero el 14 de enero de 2011 el dictador Ben Alí y su familia abandonaron Túnez y se refugiaron en Arabia Saudí cuando el gobierno francés, el aliado más próximo a Ben Alí desde su llegada al poder en 1987, le negó su apoyo. Se había convertido en un estorbo para sus socios internacionales y había que encontrar un sustituto en la élite política del propio régimen. Pero la victoria no calmó a los manifestantes. En realidad, les animó a exigir la destitución de todos los gerifaltes del régimen, a reclamar libertad política y de expresión y a pedir unas elecciones realmente democráticas con una nueva ley electoral. Seguían gritando «Dégage! Dégage!» (¡Lárgate!) a todos los que estaban en el poder: políticos corruptos, especuladores financieros, policía represora y medios serviles. La difusión de los vídeos de las protestas y de la violencia policial en Internet estuvo acompañada de llamadas a la acción en las calles y las plazas de las ciudades de todo el país, empezando por las provincias centrales occidentales y trasladándose después a la propia capital. La conexión entre la comunicación libre en Facebook, YouTube y Twitter y la ocupación del espacio urbano creó un espacio público híbrido de libertad que se convirtió en la principal característica de la rebelión tunecina, presagio de futuros movimientos en otros países. Se formaron caravanas solidarias de cientos de coches con destino a la capital. El 22 de enero de 2011 la Caravana de la libertad (Qâfilat al-hurriyya), con origen en Sidi Buzid y Menzel Buzaiane, llegó a la kasbah de la medina de Túnez exigiendo la dimisión del gobierno provisional de Mohamed Ghannuchi, una evidente continuación del régimen tanto desde el punto de vista del personal como de las políticas. Como afirmación simbólica del poder del pueblo, ese día los manifestantes ocuparon la Place du Gouvernement, en el corazón de la kasbah, donde se encuentran la mayoría de los ministerios. Levantaron tiendas y organizaron un foro permanente con animados debates que duraron hasta bien entrada la noche. Las conversaciones se alargaron en algunos casos dos semanas seguidas. Se grabaron y el vídeo de los debates se difundió por Internet. Pero su lenguaje no era sólo digital. Las paredes de la plaza estaban cubiertas con eslóganes en árabe, francés e inglés, ya que el movimiento quería identificarse con el mundo exterior para proclamar sus derechos y aspiraciones. Coreaban lemas y canciones de protesta. Con más frecuencia cantaban el verso más conocido del himno nacional: «Si el pueblo desea vivir un día, el destino tendrá que responder» (Idhâ I-sha ‘bu yawman arâda I-hayât, fa-lâ budda an yastadjiba al-qadar). Aunque no había líderes, surgió algún tipo de organización informal que se ocupaba de la logística e imponía las normas del compromiso en los debates en la plaza: las discusiones tenían que ser educadas, respetuosas y sin gritos; cualquiera tenía derecho a expresar su opinión sin diatribas interminables para que todos pudieran ejercer esta nueva libertad de expresión. Una red de vigilancia moderada, organizada por los propios manifestantes, controlaba el respeto de las normas. Esta misma organización informal protegía al campamento contra la violencia y la provocación, tanto interna como externa. Hubo efectivamente violencia policial y los ocupantes fueron desalojados varias veces de la plaza, pero volvieron a ocuparla el 20 de febrero y otra vez el 1 de abril de 2011. Debatían de todo: rechazar un gobierno corrupto exigiendo una auténtica democracia y pidiendo un nuevo régimen electoral, defender los derechos de las regiones contra el centralismo, pero también pedían trabajo, ya que una gran proporción de los manifestantes jóvenes no tenían empleo y querían una mejor educación. Se rebelaban contra el control de la política y la economía por el clan de los Trabelsi, la familia de la segunda mujer de Ben Alí, cuyos negocios deshonestos se habían comentado en la correspondencia diplomática que WikiLeaks sacó a la luz. También hablaban del papel del islam como guía moral contra la corrupción y el abuso. Pero no se trataba de un movimiento islámico, a pesar de la presencia de una poderosa corriente islamista entre los manifestantes, por el simple motivo de que hay una influencia generalizada del islamismo político en la sociedad tunecina. Pero secularismo e islamismo coexistían en el movimiento sin grandes tensiones. Realmente, en cuanto a la comunidad de referencia, fue un movimiento tunecino que utilizó la bandera y cantaba el himno nacional como llamamiento, proclamando la legitimidad de la nación contra su apropiación por un régimen político ilegítimo respaldado por antiguas potencias coloniales, especialmente Francia y Estados Unidos. No se trataba de una revolución islámica ni de una revolución del Jazmín (el poético nombre que dieron los medios de comunicación occidentales sin motivo aparente, puesto que en realidad fue el nombre original del golpe de estado de Ben Alí en 1987). En palabras de los propios manifestantes, era una «revolución por la libertad y la dignidad» (Thawrat al-hurriya wa-I Karâma). La búsqueda de la dignidad en respuesta a la humillación con respaldo institucional fue un motivo inductor emocional fundamental de las protestas.
¿Quiénes eran los que protestaban? Tras unas semanas de manifestaciones, podemos decir que una muestra representativa de la sociedad urbana tunecina estaba en las calles, con una fuerte presencia de las clases profesionales. Además, la gran mayoría de la población apoyaba la exigencia de acabar con el régimen dictatorial. Sin embargo, en opinión de muchos observadores, los que iniciaron el movimiento y los que tuvieron el papel más activo en la protesta eran principalmente jóvenes universitarios sin trabajo. Efectivamente, mientras que la tasa de paro en Túnez era del 13,3%, entre los jóvenes licenciados había subido hasta el 21,1%. Esta mezcla de educación y falta de oportunidades era terreno abonado para la revuelta en Túnez, así como en los demás países árabes. También fue significativo que los trabajadores afiliados a los sindicatos tuvieran una participación destacada cuando el movimiento alcanzó su masa crítica. Mientras que el liderazgo de la Union Générale des Travailleurs Tunisiens (UGTT) quedaba deslegitimado por su profunda conexión con el régimen (especialmente su secretario general, Abdeslem Jrad), las bases y los cuadros intermedios aprovecharon la oportunidad para expresar sus reivindicaciones e iniciaron una serie de huelgas que contribuyeron a llevar al país fuera del control de las autoridades. En cambio, los partidos políticos de oposición fueron ignorados por los activistas y no tuvieron una presencia organizada en la revuelta. Los manifestantes crearon espontáneamente su propio liderazgo en lugares y momentos concretos. La mayoría de estos líderes autodesignados tenían entre veinte y treinta años. Aunque el movimiento era intergeneracional, la confianza se generó entre los jóvenes. Un post en Facebook expresaba claramente una determinada actitud: «La mayoría de los políticos tienen el pelo blanco y el alma negra. Queremos gente con el pelo negro y el alma blanca».
¿Por qué este movimiento consiguió subvertir tan rápidamente una dictadura estable con una fachada de democracia institucional, un enorme sistema de vigilancia de toda la sociedad (hasta un 1% de los tunecinos trabajaba de alguna forma para el Ministerio del Interior) y un fuerte apoyo de las principales potencias occidentales? Después de todo, las luchas sociales y las manifestaciones de oposición habían sido reprimidas rápidamente por el régimen con relativa facilidad en anteriores ocasiones. En Ben Guerdane (2009) y en las minas de fosfato de Gafsa (2010) se habían producido intensas luchas obreras, pero fueron violentamente reprimidas, con numerosos muertos, heridos y detenidos, y al final la revuelta se sofocó. A los disidentes se les torturó y encarceló. Las manifestaciones eran poco frecuentes. Sabemos que la chispa de la revuelta surgió del sacrificio de Mohamed Buazizi. Pero ¿cómo incendió la chispa el bosque y cómo y por qué se propagó el incendio?
Nuevos factores diferenciadores posibilitaron el éxito de las revueltas populares tunecinas en 2011 durante un periodo de tiempo sostenido. Entre estos factores figura principalmente el papel que desempeñaron Internet y Al Jazira para impulsar, ampliar y coordinar las revueltas espontáneas como expresión de indignación, en particular entre los jóvenes. Es cierto que cualquier levantamiento social —y Túnez no fue una excepción— se produce como expresión de protesta contra condiciones económicas, sociales y políticas funestas, como desempleo, altos precios, desigualdad, pobreza, brutalidad policial, falta de democracia, censura y corrupción como forma de proceder del estado. Pero a partir de estas condiciones objetivas surgieron emociones y sentimientos —sentimientos de indignación provocados a menudo por la humillación—, y estos sentimientos produjeron protestas espontáneas iniciadas por individuos: jóvenes que utilizaban sus redes, las redes donde viven y se expresan. Por supuesto que aquí se incluyen las redes sociales de Internet, así como las redes de telefonía móvil. Pero también las redes sociales: amigos, familias y, en algunos casos, clubes de fútbol, la mayoría no conectados a Internet. Fue en la conexión entre redes sociales de Internet y redes sociales de la vida donde se forjó la protesta. Así pues, la condición previa para la revuelta fue la existencia de una cultura de Internet formada por blogueros, redes sociales y ciberactivistas. Por ejemplo, el periodista bloguero Zuhair Yahiaui fue encarcelado en 2001 y murió en prisión. Otros blogueros críticos con el régimen, como Mohamed Abbu (2005) y Slim Bukdir (2008), fueron encarcelados por denunciar la corrupción del gobierno.
Estas voces libres cada vez más numerosas que se expandían por Internet a pesar de la censura y de la represión encontraron un poderoso aliado en la televisión por satélite fuera del control del gobierno, en especial Al Jazira. Había una relación simbiótica entre los ciudadanos periodistas con sus teléfonos móviles, que cargaban imágenes e información en YouTube, y Al Jazira, que usaba material del periodismo ciudadano y después lo retransmitía a toda la población (el 40% de la población urbana en Túnez veía Al Jazira, ya que la televisión oficial había quedado reducida a una primitiva herramienta de propaganda). Este vínculo Al Jazira-Internet fue fundamental durante las semanas de la revuelta, tanto en Túnez como en relación con el mundo árabe. Al Jazira llegó al punto de desarrollar un programa de comunicación para que los teléfonos móviles pudieran conectarse directamente con su satélite sin necesidad de un equipo sofisticado. Twitter también tuvo un papel decisivo para tratar los acontecimientos y coordinar acciones. Los manifestantes usaron el hashtag #sidibouzid en Twitter para debatir y comunicar, indexando de esta forma la revolución tunecina. Según un estudio[2] sobre el flujo de la información en las revoluciones árabes, «los blogueros desempeñaron un papel importante a la hora de sacar a la luz y divulgar las noticias de Túnez, ya que tenían mayores probabilidades de animar a su audiencia a participar, en comparación con cualquier otro tipo de actor».
Teniendo en cuenta el papel de Internet a la hora de extender y coordinar la revuelta, es importante señalar que Túnez tiene una de las tasas más altas de penetración de Internet y de la telefonía móvil en el mundo árabe. En noviembre de 2010 un 67% de la población urbana tenía un teléfono móvil, y un 37% estaba conectado a Internet. A principios de 2011 un 20% de los usuarios de Internet estaba en Facebook, un porcentaje dos veces mayor que el de Marruecos, tres veces mayor que el de Egipto, cinco veces el de Argelia o Libia y veinte veces el de Yemen. Además, la proporción de usuarios de Internet entre la población urbana y especialmente entre los jóvenes era mucho mayor. Como hay una relación directa entre la edad, la educación superior y el uso de Internet, los jóvenes licenciados en paro que fueron los protagonistas clave de la revolución eran además usuarios habituales de Internet, y algunos de ellos, usuarios avanzados que utilizaron el potencial comunicador de Internet para crear y expandir su movimiento. La autonomía comunicativa que ofrece Internet posibilitó la difusión viral de vídeos, mensajes y canciones que incitaban la indignación y alentaban la esperanza. Por ejemplo, la canción «Rais Leble» de un famoso rapero de Sfax, El General, en la que denunciaba la dictadura, se convirtió en un éxito en las redes sociales. Por supuesto, El General fue detenido, pero esto enfureció aún más a los manifestantes y reforzó su determinación en la lucha por una «completa transición», como decían ellos.
Así pues, parece que en Túnez encontramos una importante convergencia de tres características distintivas:
La combinación de estos tres elementos, que se alimentaban mutuamente, proporciona una pista para comprender por qué Túnez fue la precursora de una nueva forma de movimiento social en red en el mundo árabe.
Los manifestantes tunecinos mantuvieron su reivindicación de una total democratización del país durante 2011 a pesar de la represión policial persistente y la presencia de los políticos del anterior régimen en el gobierno provisional y en los niveles más altos de la administración. El ejército, sin embargo, apoyó el proceso democrático en general, intentando encontrar nueva legitimidad al negarse a iniciar una represión cruenta durante la revolución. Con el apoyo de los medios de comunicación que habían recuperado su independencia, especialmente en el caso de la prensa, el movimiento democrático abrió un nuevo espacio político y alcanzó el hito de unas elecciones libres y limpias el 23 de octubre de 2011. Ennahad, una coalición islamista moderada, se convirtió en la principal fuerza política del país: recibió un 40% de los votos y obtuvo 89 de los 217 escaños de la Asamblea Constituyente. Su líder, el veterano intelectual y político islamista Rached Ghannuchi, se convirtió en primer ministro. Representa el tipo de islamismo que habría llegado al poder mediante elecciones libres en la mayoría de los países árabes si se hubiera respetado la voluntad del pueblo. No representa un regreso a la tradición ni a la imposición de la sharia. En una entrevista citada frecuentemente que concedió en su exilio londinense en 1990, Rached Ghannuchi explicó sencillamente su visión política del islamismo: «La única forma de acceder a la modernidad es por nuestro propio camino, trazado por nosotros con nuestra religión, nuestra historia y nuestra civilización»[3]. Por lo tanto, no se rechaza la modernidad, sino que se defiende un proyecto de modernidad autodeterminada. Su referencia contemporánea más explícita es el partido Libertad y Desarrollo, dirigido por Erdogan en Turquía, pero esto es coherente con la postura que Ghannuchi mantiene desde hace años. No hay indicios de que el resultado de la revolución tunecina sea un régimen fundamentalista islámico. El presidente Moncef Marzuki es laico, y el borrador de la nueva Constitución no depende más de la voluntad de Dios que la Constitución de Estados Unidos. Efectivamente, la aceptación de un partido islamista moderno en la primera línea del sistema político ha marginado, sin excluirlas, a las fuerzas islámicas radicales. No obstante, esto podría cambiar si los nuevos gobiernos democráticos no consiguen atajar los dramáticos problemas del desempleo masivo, la extrema pobreza, la corrupción generalizada y la arrogancia burocrática que no han desaparecido con el ambiente de libertad. Túnez tendrá que afrontar grandes retos en los próximos años. Pero lo hará con una política razonablemente democrática y, lo que es más importante, con una sociedad civil concienciada y activa, que ocupa el ciberespacio y está lista para volver al espacio urbano en caso de necesidad. Sea cual sea el futuro, la esperanza de una sociedad tunecina humanitaria y democrática será resultado directo del sacrificio de Mohamed Buazizi y de la lucha por la dignidad que defendió para su persona, una lucha cuyo testigo han tomado sus compatriotas.
Las escenas iniciales de Inside Job, de Charles Ferguson, probablemente el mejor documental sobre la crisis financiera de 2008, presentan el caso de Islandia. El auge y la caída de la economía islandesa son efectivamente el epítome de un modelo fallido de creación de riqueza mediante la especulación característico del capitalismo de la pasada década. En 2007 la renta media en Islandia era la quinta más alta del mundo. Los islandeses ganaban un 160% más que los estadounidenses. Su economía se había basado desde siempre en la industria pesquera, que representa un 12% del PIB y un 40% de las exportaciones. Aunque se añadiera el turismo, el software y el aluminio como actividades económicas dinámicas, y por muy rentable que hubiera sido la pesca, el origen de la repentina riqueza islandesa estaba en otro lugar. Era el resultado del rápido crecimiento del sector financiero a raíz de la expansión global del capitalismo financiero especulativo. La rápida integración de Islandia en las finanzas internacionales estuvo liderada por tres bancos islandeses: Kaupthing, Landsbanski y Glitnir, que pasaron de ser bancos de servicios locales a finales de los años ochenta a grandes instituciones financieras a mediados de la primera década del 2000. Los tres bancos incrementaron el valor de sus activos de un 100% del PIB en 2000 hasta casi un 800% del PIB en 2007. La estrategia que siguieron para este crecimiento tan notable fue similar a la de muchas entidades financieras de Estados Unidos y Gran Bretaña. Usaban sus acciones como garantía para pedirse préstamos mutuamente y después utilizaban dichos créditos para financiar la compra de más acciones de los tres bancos, incrementando el precio de las acciones y disparando su balance. Además, conspiraron para ampliar el ámbito de sus operaciones especulativas a escala mundial. Sus planes fraudulentos se ocultaron en una red de empresas de propiedad conjunta con sede en paraísos fiscales como la Isla de Man, las Islas Vírgenes, Cuba y Luxemburgo. Convencieron a los clientes de los bancos para que aumentaran sus deudas, conviniéndolas a francos suizos o yenes japoneses a bajo interés. El crédito ilimitado permitió que la gente se entregara al consumo ilimitado, lo que estimuló artificialmente la demanda interna e impulsó el crecimiento económico. Además, para cubrir sus operaciones, los bancos concedieron créditos favorables a determinados políticos, así como generosas contribuciones económicas a los partidos políticos para las campañas electorales.
En febrero de 2006, la agencia de evaluación Fitch rebajó las perspectivas de la economía islandesa hasta valores negativos, desencadenando lo que se consideró una «minicrisis». Con objeto de evitar que los principales bancos perdieran crédito, el Banco Central islandés pidió préstamos para aumentar sus reservas en divisas. La Cámara de Comercio, dominada por representantes de los grandes bancos, contrató como asesores a dos destacados académicos: Frederic Mishkin, de la Columbia Business School, y Richards Portes, de la London Business School, que certificaron la solvencia de los bancos islandeses. Sin embargo, en 2007 el gobierno ya no podía ignorar las sospechosas cuentas de resultados de los bancos y comprendió que si uno de los grandes bancos quebraba, todo el sistema financiero se hundiría. Se nombró una comisión especial para evaluar el problema. La comisión sirvió de poco, y ni siquiera se planteó la regulación del sector bancario. Poco después, los tres bancos, Landsbanski, Kaupthing y Glitnir, afrontaron la necesidad urgente de pagar su deuda a corto plazo ya que la mayoría de sus valores eran ficticios y a largo plazo. Con más imaginación que escrúpulos, diseñaron nuevos planes para solucionar su insolvencia. Landsbanski estableció cuentas financieras en Internet con el nombre de Icesave, ofreciendo altas rentabilidades para los depósitos a corto plazo. Ofrecían este servicio a través de nuevas sucursales en el Reino Unido y los Países Bajos. Fue todo un éxito; millones de libras se depositaron en las cuentas Icesave. Sólo en el Reino Unido se abrieron 300.000 cuentas Icesave. Los depósitos parecían seguros, ya que Islandia era miembro del EEE (Espacio Económico Europeo) y, por tanto, estaba cubierta por el sistema de garantía de depósito del EEE, lo que significaba que estaban avalados por el gobierno islandés, así como por los gobiernos de los países en los que se establecieron las sucursales de los bancos. La segunda estrategia utilizada por los tres grandes bancos para obtener fondos rápidamente con el fin de pagar su deuda a corto plazo se conoció como «cartas de amor». Los bancos permutaban títulos de deuda entre sí para usar la deuda de los otros como aval para conseguir más dinero del Banco Central de Islandia. Además, el Banco Central de Luxemburgo prestó a los tres bancos 2.500 millones de euros, con la mayoría de los avales en forma de «cartas de amor».
El gobierno siguió prestando apoyo político a los grandes bancos a pesar de su clara insolvencia. En abril de 2008 el FMI envió un memorándum confidencial al gobierno de Haarde pidiéndole que controlara los bancos y ofreciendo ayuda, sin obtener ningún resultado. La única reacción del gobierno fue encargar al Banco Central que suscribiera más préstamos con las reservas en divisas. El 29 de septiembre, el banco Glitnir pidió al gobernador del Banco Central ayuda urgente, ya que no podía cubrir sus obligaciones financieras. Como respuesta, el Banco Central compró un 75% de las acciones de Glitnir. Sin embargo, consiguió el efecto contrario: en lugar de tranquilizar a los mercados financieros, el movimiento provocó la caída libre de la calificación crediticia de Islandia. En unos cuantos días, la bolsa, los bonos y los precios del sector inmobiliario se desplomaron. Los tres bancos se hundieron, dejando una deuda de 25.000 millones de dólares. La crisis financiera causó unas pérdidas, en Islandia y en otros países, equivalentes a siete veces el PIB islandés. En proporción al tamaño de su economía, era la mayor destrucción de valor financiero de la historia. La renta personal de los islandeses se redujo drásticamente y sus valores se devaluaron radicalmente. El PIB islandés cayó un 6,8% en 2009, y un 3,4% adicional en 2010. A medida que se desplomaba el castillo de naipes financiero, la crisis económica islandesa se convirtió en el catalizador de la revolución de las cacerolas.
Toda revolución tiene su fecha de nacimiento y su héroe rebelde. El 11 de octubre de 2008 el cantante Hordur Torfason se plantó con su guitarra delante del edificio del Althing (el parlamento islandés) en Reikiavik y cantó su rabia contra los «banksters» y los políticos sumisos. Se le unieron unas cuantas personas. Alguien grabó la escena y la subió a Internet. En unos días, cientos y luego miles de personas manifestaban su protesta en la histórica plaza Austurvollur. Un grupo llamado Raddir fólksins prometió manifestarse todos los sábados para conseguir que el gobierno dimitiera. En enero de 2009, las protestas se intensificaron tanto en Internet como en la plaza, desafiando al invierno islandés. Según los observadores de este proceso de movilización social, el papel de Internet y de las redes sociales fue absolutamente decisivo, en parte porque un 94% de los islandeses están conectados a Internet y dos tercios son usuarios de Facebook.
El 20 de enero de 2009, el día en que el parlamento se reunía tras unas vacaciones de un mes, miles de personas de todas las edades y condiciones sociales se juntaron ante el edificio para acusar al gobierno de no saber dirigir la economía y por su mala gestión de la crisis. Golpeaban tambores, cacerolas y sartenes, por lo que se ganaron el sobrenombre de «revolución de las cacerolas». Los manifestantes pedían la dimisión del gobierno y la celebración de elecciones. Además, exigían la refundación de la República, que, en su opinión, se había corrompido por la subordinación de políticos y partidos políticos a la élite financiera. Pidieron la redacción de una nueva Constitución que sustituyera a la provisional de 1944, una carta magna temporal tras la declaración de independencia de Dinamarca que se había mantenido porque favorecía los intereses de la clase política (dando un peso desproporcionado a las provincias rurales y conservadoras). Los socialdemócratas y los verdes respondieron positivamente a esta petición, mientras que la coalición conservadora, dirigida por el Partido Independiente, la rechazaba. A medida que la presión en las redes sociales y en las calles se intensificaba, el 23 de enero de 2009 se anunció el adelanto de las elecciones legislativas y el primer ministro, el conservador Geir Haarde, declaraba que por problemas de salud no se presentaría a la reelección. Las elecciones se saldaron con la derrota estrepitosa de los dos grandes partidos (ambos conservadores) que, solos o en coalición, habían gobernado Islandia desde 1927. Una nueva coalición formada por socialdemócratas y «verdirrojos» subió al poder el 1 de febrero de 2009. Estaba dirigida por la líder socialdemócrara Johanna Sigurdardottir, la primera mujer primera ministra lesbiana declarada. La mitad de los miembros del gobierno son mujeres.
El nuevo gobierno se puso a trabajar en tres frentes: limpiar el embrollo financiero y exigir responsabilidades por la gestión fraudulenta de la economía; restablecer el crecimiento económico transformando el modelo económico, estableciendo normas financieras estrictas y reforzando las instituciones de supervisión, y responder a la demanda popular iniciando un proceso de reforma constitucional con la participación de los ciudadanos.
Los tres bancos principales fueron nacionalizados y dos de ellos volvieron al sector privado en manos de un consorcio formado por los acreedores extranjeros de los bancos con la participación del estado. El gobierno compensó a los islandeses por la pérdida de sus ahorros. No obstante, a iniciativa del presidente de la República, Grimson, se celebró un referéndum para decidir sobre los pagos de los avales de los préstamos propiedad de los bancos nacionalizados a los depositantes británicos y holandeses y sus gobiernos. Un 93% de los islandeses votaron no pagar la deuda de 5.900 millones de dólares que se debía al Reino Unido y a los Países Bajos. Obviamente, esto conllevó una serie de pleitos que todavía tienen que decidirse en los tribunales. Islandia se enfrenta a una larga batalla legal para liquidar la deuda extranjera. Los bancos intentaron evitar el litigio ofreciéndose a pagar con la venta de sus activos, pero el resultado de la negociación sigue pendiente cuando escribo esto.
El nuevo gobierno instruyó un procedimiento legal contra los responsables de la crisis. En la convención del partido socialdemócrata celebrada el 30 de mayo de 2011, la primera ministra Johanna Sigurdardottir declaraba, con la máxima claridad, que:
La gente con sueldos exagerados, los «banksters» y las élites de grandes propietarios no engullirán el futuro crecimiento económico […] Su fiesta desenfrenada se había celebrado bajo la fanfarria neoconservadora del Partido Independiente. La calidad de vida que los islandeses tendrán en el futuro se basará en el principio de igualdad.
En consecuencia, figuras destacadas del sector bancario fueron arrestadas en Reikiavik y Londres para responder de los cargos contra su ilícita gestión financiera. El anterior primer ministro Hurde fue juzgado bajo la acusación de malversación de fondos públicos y de someterse a la influencia de grupos de presión.
Tal como se esperaba, los expertos económicos advirtieron contra las funestas consecuencias de nacionalizar la banca, de controlar los flujos de capitales y de negarse a pagar la deuda extranjera. No obstante, después de que Islandia invirtiera su política económica y reforzara el control gubernamental, la economía se recuperó en 2011 y 2012, superando a la mayoría de las economías de la Unión Europea. Tras experimentar un crecimiento negativo en 2009 y 2010, el PIB aumentó un 2,6% en 2011 y se preveía un incremento del 4% en 2012. El desempleo bajó del 10% en 2009 al 5,9% en 2012, la inflación se redujo del 18 al 4% y la situación financiera de Islandia mejoró en la calificación CDS de 1.000 a 200 puntos. Aunque la economía sigue estando sometida a la posibilidad de crisis futuras, como sucede con toda la economía europea, Standard & Poors mejoró sus perspectivas a finales de 2011 de negativas a estables. Los inversores internacionales agotaron la emisión de bonos del estado en 2011. De hecho, según Bloomberg, en 2011 costó menos asegurar la deuda islandesa que la deuda soberana de la eurozona. La actitud de los islandeses ante el futuro se volvió más positiva hacia mediados de 2011, especialmente entre los segmentos de la sociedad con más educación.
¿Cómo pudo rescatar el nuevo gobierno democrático al país de un desastre económico tremendo en tan corto espacio de tiempo?
En primer lugar, no fomentó el tipo de medidas de austeridad drásticas implantadas en otros países europeos. Islandia firmó un pacto de «estabilidad social» para proteger a los ciudadanos de los efectos de la crisis. Por lo tanto, el empleo público no se redujo significativamente y el gasto público mantuvo la demanda interior a un nivel razonable. El gobierno tenía suficientes ingresos para mantener el gasto y recomprar activos financieros internos porque no tenía que pagar la deuda extranjera de los bancos, tal como se decidió en referéndum. Además, si bien se compensó a los clientes de los bancos por sus pérdidas, se dio prioridad a los depositantes frente a los poseedores de acciones. De esta forma se mantuvo la liquidez de la economía, facilitando la recuperación.
En segundo lugar, la devaluación de la corona, que cayó un 40%, tuvo un impacto muy positivo en las exportaciones pesqueras, en las exportaciones de aluminio y en el turismo. Por otra parte, a medida que las importaciones resultaban más caras, los negocios locales recuperaron una parte de la demanda de los consumidores, facilitando la creación de un número inusitado de empresas tecnológicas nuevas que compensaron en gran medida la desaparición de compañías del sector público, la construcción y el sector inmobiliario.
En tercer lugar, el gobierno estableció el control de los flujos de capital y de divisas, impidiendo la evasión de capitales.
No obstante, aunque la revolución islandesa estuvo provocada por la crisis económica, no se trataba solamente de restaurar la economía. Se trataba principalmente de una transformación fundamental del sistema político, al que se culpaba por su incapacidad para gestionar la crisis y su subordinación a los bancos. Todo ello a pesar de que o quizás porque Islandia es una de las democracias más antiguas del mundo. El Althing (su asamblea de representantes todavía vigente en la actualidad con una forma diferente) se constituyó antes del año 1000. Sin embargo, después de experimentar el amiguismo y distanciamiento de la clase política, Islandia se hundió en la misma crisis de legitimidad que la mayoría de los países del mundo. Sólo un 11% de los ciudadanos confiaba en el parlamento y obviamente sólo un 6% confiaba en los bancos. Intentando recuperar la confianza de la gente, el gobierno convocó elecciones, que se celebraron por demanda popular, cumpliendo su promesa de entablar la reforma constitucional con la máxima participación ciudadana factible. Se estableció un proceso constituyente único y, de hecho, se llevó a cabo. El parlamento designó un comité constituyente que agrupó a una asamblea nacional de 1.000 ciudadanos elegidos al azar. Tras dos días de deliberación, la asamblea llegó a la conclusión de que había que redactar una nueva Constitución y sugirió algunos de los principios primordiales del texto constitucional. A pesar de las críticas de los partidos de la oposición conservadora, el parlamento organizó unas elecciones populares para designar un Consejo de Asamblea Constituyente (CAC) de 25 miembros. Todos los ciudadanos podían presentar su candidatura, y 522 optaron a los 25 escaños. Las elecciones se celebraron en noviembre de 2010 con la participación del 37% del electorado. Sin embargo, el Tribunal Supremo anuló las elecciones alegando motivos técnicos. Para salvar este impedimento, el parlamento ejerció su derecho a nombrar a los 25 ciudadanos elegidos en este proceso para el consejo constituyente encargado de redactar la nueva Constitución. El CAC solicitó la participación de todos los ciudadanos a través de Internet. Facebook fue la principal plataforma de debate. Twitter fue el canal para informar sobre el trabajo en curso y para contestar las dudas de los ciudadanos. YouTube y Flickr se utilizaron para establecer una comunicación directa entre los ciudadanos y los miembros del consejo, así como para participar en los debates que se celebraron en toda Islandia.
El CAC recibió online y offline 16.000 sugerencias y comentarios que se debatieron en las redes sociales. Redactó 15 versiones diferentes del texto para tener en cuenta los resultados de esta deliberación generalizada. Así pues, el texto constituyente definitivo se produjo literalmente con las opiniones de la gente. Algunos observadores la denominaron wikiconstitución (http://www.wired.co.uk/news/archive/2011-08/01/iceland-constitution).
Tras meses de deliberaciones en línea y entre sus miembros, el consejo aprobó un borrador de texto constitucional con una votación de 25 a 0. El 29 de julio de 2011 el CAC entregó al parlamento una ley que contenía 114 artículos en 9 capítulos. Mientras que el parlamento debatía algunos puntos secundarios y cambiaba la redacción de algunos textos, la mayoría de izquierdas superó las objeciones de la oposición conservadora y la ley sólo se modificó ligeramente. El gobierno decidió que debía someterse a un voto de los ciudadanos y prometió respetar la decisión popular en la aprobación definitiva que es la prerrogativa del parlamento. La votación del texto constitucional se programó para el mismo día de las elecciones presidenciales, el 30 de junio de 2012.
La nueva Constitución islandesa consagra principios filosóficos, valores sociales y formas políticas de representación que ocupan un lugar destacado en las demandas y la visión de los movimientos sociales que surgieron en el mundo en 2011. Merece la pena destacar algunos elementos de este texto (se puede consultar el borrador de la Constitución en su traducción inglesa en http://www.politics.ie/forum/political-reform/173176-proposed-new-celandic-constitution.html).
El preámbulo de la Constitución proclama el principio fundamental de igualdad:
Nosotros, pueblo de Islandia, deseamos crear una sociedad justa con igualdad de oportunidades para todos.
Se subraya el principio político representativo de «una persona, un voto», ya que es la clave en Islandia, como en muchos otros países, para evitar la confiscación de la voluntad popular por parte de la ingeniería política. El texto afirma que:
Los votos de los electores de cualquier parte del país tendrán el mismo peso.
Para romper el monopolio de los partidos políticos, se establece que los electores tendrán libertad de votar a los partidos o a los candidatos individuales en distintas listas.
Se reafirma el principio de libre acceso a la información:
La ley garantizará el acceso público a todos los documentos recogidos o procesados por entidades públicas.
Se acabaría así eficazmente con los secretos del gobierno, dificultando las ocultas maniobras políticas, ya que todas las reuniones del gobierno y del parlamento quedarían registradas y dichos registros estarían al alcance de cualquiera. Por otra parte:
Todas las personas tendrán la libertad de recopilar y divulgar información.
Hay un límite en el número de mandatos que los políticos, y especialmente el presidente, pueden ejercer. Se reconoce el derecho de los ciudadanos a promover leyes y a convocar referéndums sobre temas concretos.
Se afirma el interés público en la gestión de la economía:
Los recursos naturales de Islandia no pueden privatizarse. Son propiedad colectiva y perpetua de la nación […] El uso de los recursos estará guiado por el desarrollo sostenible y el interés público.
Y el respeto de la naturaleza es fundamental:
La naturaleza islandesa es la base de la vida del país […] El uso de recursos naturales se gestionará para minimizar su agotamiento a largo plazo respetando los derechos de la naturaleza y de futuras generaciones.
Que la Constitución de un país pueda reflejar explícitamente principios que, en el contexto del capitalismo global, son revolucionarios muestra la relación directa entre el proceso de propuestas populares genuinas y el contenido que resulta de dicho proceso de participación. Hay que recordar que la consulta y la elaboración se realizaron en cuatro meses, tal como exigía el parlamento, desmintiendo la idea de la ineficacia de la democracia participativa. Es cierto que Islandia sólo tiene 320.000 habitantes. Pero los defensores de la experiencia argumentan que con la Red y una sociedad con acceso ilimitado y conocimientos de Internet este modelo de participación política y propuestas populares en el proceso legislativo se puede ampliar. De ser así, las bases culturales y tecnológicas para la profundización de la democracia representativa se habrían puesto en un pequeño país hecho de hielo y fuego en una isla del Atlántico Norte.
La referencia en que se ha convertido la revolución islandesa para los movimientos sociales europeos que luchan contra las consecuencias de una crisis financiera devastadora se explica por su conexión directa con los problemas principales que suscitaron las protestas.
Los islandeses se rebelaron, igual que la gente de otros países, contra una forma de capitalismo financiero especulativo que ha destrozado la vida de las personas. Pero su ira provenía de la constatación de que las instituciones democráticas no representaban los intereses de los ciudadanos porque la clase política se había convertido en una casta autorreproducida tan sólo preocupada por los intereses de la élite financiera y por la conservación de su monopolio sobre el estado.
Por eso el primer objetivo del movimiento era el gobierno en el poder, y la clase política en general, aunque al nuevo gobierno se le ofreció la oportunidad de legitimar sus acciones respetando la voluntad de la gente tal como se expresaba en el espacio público que ofrecía Internet. El gobierno respondió promulgando políticas económicas eficaces tendentes a la recuperación económica, en nítido contraste con muchas economías europeas agobiadas por políticas de austeridad mal entendida que agravaron la recesión en el continente. El factor diferenciador clave entre Islandia y el resto de Europa es que el gobierno islandés hizo pagar a los banqueros el coste de la crisis, liberando a la gente de su penuria en todo lo posible. De hecho, ésta es una de las principales demandas de los que protestan en Europa. Los resultados de este enfoque fueron positivos en términos económicos y en términos de estabilidad social y política.
Por otra parte, los ciudadanos islandeses materializaron completamente su proyecto de transformación del sistema político elaborando una nueva Constitución cuyos principios, de promulgarse, garantizarían la práctica de una democracia auténtica y la conservación de los valores humanos fundamentales. En este sentido concreto fue realmente un experimento revolucionario cuyo ejemplo, con todas sus limitaciones, ha inspirado a una nueva generación de idealistas pragmáticos en la primera línea de los movimientos sociales contra la crisis. Es significativo que en algunos posts de Internet sobre el experimento constitucional islandés haya referencias a la Constitución corsa de 1755, que se considera una de las fuentes de inspiración de la Constitución de los Estados Unidos (www.nakedcapitalism.com/2011/10).
El primer borrador de la Constitución corsa fue redactado por Jean-Jacques Rousseau a petición de los fundadores de la efímera República. Al intentar establecer los principios en los que debía basarse la Constitución, Rousseau escribió:
El poder derivado del pueblo es más real que el derivado de las finanzas y más seguro en sus efectos. Como el uso de la mano de obra no puede ocultarse a la vista, siempre alcanza su objetivo público. No sucede así con el uso del dinero, que fluye y se pierde en destinos privados; se recoge con un propósito y se gasta con otro, la gente paga por protección y sus pagos se utilizan para oprimirlos. Por eso un estado rico en dinero siempre es débil, y un estado rico en hombres siempre es fuerte[5].
El eco de este contraste entre la pobreza de las finanzas y la riqueza de la gente llega a través de la historia a las numerosas plazas en las que los ciudadanos imaginan nuevos proyectos constitucionales. En este sentido, la creación de una nueva Constitución islandesa podría tener la misma función inspiradora para las democracias del siglo XXI que tuvo la Constitución de Córcega para la proclamación de la libertad en Estados Unidos.
Los precursores de los movimientos sociales en red presentan, tras un examen detallado, parecidos sorprendentes a pesar de sus contextos culturales e institucionales tan diferentes.
Ambas revueltas protestan contra las consecuencias de una crisis económica dramática, aunque en Túnez no se debió tanto a un hundimiento financiero como al colapso de la economía del país por una camarilla enraizada en un estado depredador. Por otra parte, la gente se sentía impotente por las obvias relaciones de los empresarios oligarcas y de la clase política, tanto elegida democráticamente como impuesta dictatorialmente. Por supuesto no estoy comparando la democracia islandesa, totalmente respetuosa con la libertad y los derechos civiles, con la dictadura opresora de Ben Alí y sus secuaces. Pero desde la perspectiva de los ciudadanos de ambos países, los gobiernos en el poder e incluso los políticos en el sentido amplio de la palabra no representaban su voluntad porque se habían mezclado con los intereses de la élite financiera y habían situado sus propios intereses por encima de los del pueblo. El déficit democrático, aunque en proporciones muy diferentes, estaba presente en ambos países y era la principal causa de descontento que motivó las protestas. La crisis de legitimidad política se combinó con la crisis del capitalismo especulador.
También hay una interesante característica común en estos dos países. Ambos son muy homogéneos en etnicidad y religión. Islandia, por su aislamiento histórico, sirvió de laboratorio para los genetistas que buscaban una herencia genética homogénea. En cuanto a Túnez, es el país étnicamente más homogéneo del mundo árabe y los musulmanes suníes representan a la gran mayoría de la población. Por tanto es importante evaluar el impacto de la heterogeneidad cultural y étnica en otros países respecto a las características de movimientos sociales comparándolos con la referencia que representan estos dos países.
Los parecidos se extienden a las prácticas de los propios movimientos. Ambos se desencadenaron por un acontecimiento dramático (el hundimiento financiero en Islandia y la inmolación de Mohamed Buazizi en Túnez). En ambos casos los teléfonos móviles y las redes sociales de Internet tuvieron un papel fundamental a la hora de difundir imágenes y mensajes que movilizaron a la gente y ofrecieron una plataforma para la discusión, para convocar a la acción, coordinar y organizar las protestas y transmitir la información y el debate a la población en general. La televisión también desempeñó su papel, pero siempre utilizó Internet y los teléfonos móviles para obtener imágenes e información.
En ambos casos el movimiento pasó del ciberespacio al espacio urbano con la ocupación de plazas públicas simbólicas como apoyo material a los debates y las protestas, desde el cántico de eslóganes en Túnez hasta las caceroladas de Reikiavik. Un espacio público híbrido formado por redes sociales digitales y una comunidad urbana recién creada estaba en el centro del movimiento, como herramienta de autorreflexión como afirmación del poder de la gente. La impotencia se transformó en empoderamiento.
De este empoderamiento procedió el parecido más fuerte entre los movimientos de Túnez e Islandia: su éxito para lograr el cambio institucional. La democracia se estableció en Túnez. En Islandia se consiguió un nuevo orden constitucional que ampliaba los límites de la democracia representativa y se implantó un nuevo conjunto de políticas económicas. El proceso de movilización para conseguir un cambio político de éxito transformó la conciencia cívica y dificultó cualquier intento futuro de volver a la manipulación política como estilo de vida. Por este motivo ambos movimientos se convirtieron en modelo de los movimientos sociales que, inspirados por ellos, surgieron posteriormente en el paisaje en un mundo en crisis que buscaba nuevas formas de convivencia.
El objetivo de este libro es investigar hasta qué punto las características clave identificadas en estos dos movimientos se encuentran igualmente presentes como factores decisivos en los movimientos que surgen en otros contextos sociales. Porque, si lo están, podemos encontrarnos ante el nacimiento de nuevas formas de cambio social.
Y si se modifican en su práctica por las diferencias de contexto, podríamos sugerir algunas hipótesis sobre la interacción entre cultura, instituciones y movimientos, la cuestión clave para una teoría del cambio social. Y para su práctica.
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