Ocurrió cuando nadie lo esperaba. En un mundo presa de la crisis económica, el cinismo político, la vaciedad cultural y la desesperanza, simplemente ocurrió. De pronto, la gente derrocaba dictaduras sólo con sus manos, aunque estuvieran cubiertas con la sangre derramada por los caídos. Los magos de las finanzas pasaron de ser objeto de envidia pública a objetivo del desprecio universal. Los políticos quedaron en evidencia como corruptos y mentirosos. Se denunció a los gobiernos. Los medios de comunicación se hicieron sospechosos. La confianza se desvaneció. Y la confianza es lo que cohesiona a una sociedad, al mercado y a las instituciones. Sin confianza, nada funciona. Sin confianza, el contrato social se disuelve y la sociedad desaparece, transformándose en individuos a la defensiva que luchan por sobrevivir. Sin embargo, en los márgenes de un mundo que había llegado al límite de su capacidad para que los seres humanos convivieran y compartieran la vida con la naturaleza, los individuos volvieron a unirse para encontrar nuevas formas de ser nosotros, el pueblo. Al principio fueron unos cuantos, a los que se unieron cientos, que se conectaron en red con miles, apoyados por millones con su voz y su búsqueda de esperanza, bastante caótica, que atravesaba ideologías y modas, para conectar con las preocupaciones reales de la gente real en la experiencia humana real que reivindicaban. Empezó en las redes sociales de Internet, que son espacios de autonomía en gran medida fuera del control de gobiernos y corporaciones que, a lo largo de la historia, han monopolizado los canales de comunicación como cimiento de su poder. Compartiendo dolor y esperanza en el espacio público de la red, conectándose entre sí e imaginando proyectos de distintos orígenes, los individuos formaron redes sin tener en cuenta sus opiniones personales ni su filiación. Se unieron. Y su unión les ayudó a superar el miedo, esa emoción paralizante de la que se vale el poder para prosperar y reproducirse mediante la intimidación o la disuasión y, si es necesario, mediante la pura violencia, manifiesta o impuesta desde las instituciones. Desde la seguridad del ciberespacio, gente de toda edad y condición se atrevió a ocupar el espacio urbano, en una cita a ciegas con el destino que querían forjar, reclamando su derecho a hacer historia —su historia— en una demostración de la conciencia de sí mismos que siempre ha caracterizado a los grandes movimientos sociales.
Los movimientos se extendieron por contagio en un mundo conectado en red mediante Internet inalámbrico y marcado por la rápida difusión viral de imágenes e ideas. Empezaron por el Norte y por el Sur, en Islandia y en Túnez, y desde allí la chispa prendió en un paisaje social diverso devastado por la codicia y la manipulación en todos los rincones del planeta azul. No fue sólo la pobreza, o la crisis económica, o la falta de democracia lo que provocó esta rebelión polifacética. Por supuesto, todas las manifestaciones dolorosas de una sociedad injusta y de una política antidemocrática estuvieron presentes en las protestas. Pero fue fundamentalmente la humillación causada por el cinismo y la arrogancia de los poderosos, tanto del ámbito financiero como político y cultural, lo que unió a aquellos que transformaron el miedo en indignación y la indignación en esperanza de una humanidad mejor. Una humanidad que tenía que reconstruirse desde cero, escapando de las múltiples trampas ideológicas e institucionales que habían conducido una y otra vez a un callejón sin salida, haciendo un nuevo camino al andar. Se trataba de encontrar la dignidad en el sufrimiento de la humillación, temas recurrentes en la mayoría de los movimientos.
Los movimientos sociales en red se extendieron primero en el mundo árabe y fueron combatidos con violencia sanguinaria por las dictaduras árabes. Corrieron suerte diversa, de la victoria y las concesiones a repetidas matanzas y guerras civiles. Otros movimientos surgieron contra la gestión ineficaz de la crisis económica en Europa y en Estados Unidos por parte de unos gobiernos que se alinearon con las élites financieras responsables de la crisis a costa de sus ciudadanos: en España, Grecia, Portugal, Italia (donde las movilizaciones de las mujeres contribuyeron a acabar con la bufonesca commedia dell’arte de Berlusconi), en Gran Bretaña (donde la ocupación de plazas y la defensa del sector público por parte de los sindicatos y los estudiantes aunaron fuerzas) y con menor intensidad pero un simbolismo parecido en la mayoría de los países europeos. En Israel, un movimiento espontáneo con numerosas demandas se convirtió en la mayor movilización popular de su historia, consiguiendo muchas de sus reivindicaciones. En Estados Unidos el movimiento Occupy Wall Street, igual de espontáneo que los demás y también conectado en red en el ciberespacio y en el espacio urbano como los otros, se convirtió en el acontecimiento del año y afectó a una gran parte del país, hasta el punto de que la revista Time nombró a «El Manifestante» como persona del año. El lema del 99%, cuyo bienestar se había sacrificado en interés del 1% que controla el 23% de la riqueza del país, se convirtió en el tema dominante de la vida política estadounidense. El 15 de octubre de 2011 una red global de movimientos de ocupación bajo la bandera de «Unidos por un cambio global» movilizó a millones de personas en 951 ciudades de 82 países del mundo, reivindicando justicia social y democracia auténtica. En todos los casos los movimientos ignoraron a los partidos políticos, desconfiaron de los medios de comunicación, no reconocieron ningún liderazgo y rechazaron cualquier organización formal, dependiendo de Internet y de las asambleas locales para el debate colectivo y la toma de decisiones.
Este libro intenta arrojar luz sobre estos movimientos: su formación, dinámica, valores y perspectivas de cambio social. Es una investigación de los movimientos sociales de la sociedad red, los movimientos que en última instancia formarán las sociedades del siglo XXI a través de prácticas conflictivas arraigadas en las contradicciones fundamentales de nuestro mundo. El análisis que aquí se presenta se basa en la observación de los movimientos, pero no intenta ni describirlos ni aportar una demostración de los argumentos expresados en el texto. Hay mucha información, artículos, libros, reportajes y blogs que se pueden consultar fácilmente navegando por Internet. Y por otro lado es demasiado pronto para elaborar una interpretación sistemática y académica sobre estos movimientos. Por ello mi objetivo es más modesto: proponer algunas hipótesis, basadas en la observación, sobre la naturaleza y perspectivas de los movimientos sociales en red con la esperanza de identificar los nuevos caminos del cambio social en nuestra época y estimular el debate sobre las repercusiones prácticas (y, en última instancia, políticas) de dichas hipótesis.
Este análisis se basa en una teoría empíricamente fundada sobre el poder que presenté en mi libro Comunicación y poder (2009), una teoría que proporciona el marco analítico para comprender los movimientos que se estudian aquí.
Comienzo con la premisa de que las relaciones de poder constituyen el fundamento de la sociedad porque los que ostentan el poder construyen las instituciones de la sociedad según sus valores e intereses. El poder se ejerce mediante la coacción (el monopolio de la violencia, legítima o no, por el control del estado) y la construcción de significados en las mentes a través de mecanismos de manipulación simbólica. Las relaciones de poder están incorporadas en las instituciones de la sociedad, y especialmente en el estado. Sin embargo, como las sociedades son contradictorias y conflictivas, donde quiera que haya poder hay también contrapoder, que considero como la capacidad de los actores sociales para desafiar al poder incorporado en las instituciones de la sociedad con el objetivo de reclamar la representación de sus propios valores e intereses. Todos los sistemas institucionales son un reflejo de las relaciones de poder, así como de los límites de estas relaciones de poder negociadas en un proceso histórico interminable de conflictos y acuerdos. La configuración propiamente dicha del estado y otras instituciones que regulan la vida de la gente depende de esta interacción constante entre poder y contrapoder.
La coacción y la intimidación, basadas en el monopolio del estado para ejercer la violencia, son mecanismos fundamentales para imponer la voluntad de los que controlan las instituciones de la sociedad. Sin embargo, la construcción de significados en la mente humana es una fuente de poder más estable y decisiva. La forma en que pensamos determina el destino de las instituciones, normas y valores que estructuran las sociedades. Muy pocos sistemas institucionales pueden perdurar si se basan exclusivamente en la coacción. La tortura física es menos eficaz que la manipulación mental. Si la mayoría de la gente piensa de forma contraria a los valores y normas institucionalizados en las leyes y reglamentos impuestos por el estado, el sistema cambiará, aunque no necesariamente para cumplir las esperanzas de los agentes del cambio social. Por eso, la lucha de poder fundamental es la batalla por la construcción de significados en las mentes.
El ser humano construye significados al interactuar con su entorno natural y social, interconectando sus redes neuronales con las redes de la naturaleza y las redes sociales. Esta interconexión funciona mediante el acto de la comunicación. Comunicar es compartir significados mediante el intercambio de información. Para la sociedad en sentido amplio, la principal fuente de producción social de significado es el proceso de comunicación socializada. La comunicación socializada es aquella que existe en el ámbito público más allá de la comunicación interpersonal. La transformación continua de la tecnología de la comunicación en la era digital extiende el alcance de los medios de comunicación a todos los ámbitos de la vida social en una red que es al mismo tiempo local y global, genérica y personal, en una configuración constantemente cambiante. El proceso de construcción de significado se caracteriza por una gran diversidad. Sin embargo, hay una característica común a todos los procesos de construcción simbólica: en gran medida dependen de los mensajes y de los marcos creados, formateados y difundidos en las redes de comunicación multimedia. Aunque la mente de cada individuo construya su propio significado al interpretar a su manera los materiales recibidos, este proceso mental está condicionado por el entorno de las comunicaciones. Es decir, la transformación del entorno de las comunicaciones afecta directamente a la forma en que se construye el significado y, por tanto, a la producción de las relaciones de poder. En los últimos años el cambio fundamental en el mundo de las comunicaciones ha sido el nacimiento de lo que he llamado autocomunicación de masas: el uso de Internet y de las redes inalámbricas como plataformas de comunicación digital. Es comunicación de masas porque procesa mensajes de muchos para muchos y potencialmente puede llegar a numerosos receptores y conectarse a incontables redes que transmiten información digitalizada en un barrio o por todo el mundo. Es autocomunicación porque el emisor decide el mensaje de forma autónoma, designa a los posibles receptores y selecciona los mensajes de las redes de comunicación que quiere recuperar. La autocomunicación de masas se basa en redes horizontales de comunicación interactiva que, en gran medida, los gobiernos y las empresas tienen dificultad para controlar. Por otra parte, la comunicación digital es multimodal y permite una referencia constante a un hipertexto global de información cuyos elementos el comunicador puede mezclar según los proyectos concretos de comunicación. La autocomunicación de masas proporciona la plataforma tecnológica para la construcción de la autonomía del actor social, ya sea individual o colectivo, frente a las instituciones de la sociedad. Por eso los gobiernos tienen miedo de Internet y las empresas mantienen una relación de amor-odio con la red e intentan obtener beneficios al tiempo que limitan su potencial de libertad (por ejemplo, controlando el intercambio libre de archivos o las redes de código abierto).
En nuestra sociedad, que he conceptualizado como sociedad red, el poder es multidimensional y está organizado en torno a redes programadas en cada campo de actividad humana de acuerdo con los intereses y valores de los actores empoderados. Las redes de poder lo ejercen influyendo en la mente humana predominantemente (pero no exclusivamente) mediante redes multimedia de comunicación de masas. Por tanto, las redes de comunicación son fuente decisiva de construcción de poder.
Las redes de poder en varios ámbitos de la actividad humana se conectan entre sí. Las redes financieras globales y las redes multimedia globales están íntimamente enlazadas, y esta meta-red acumula un poder extraordinario. Pero no todo el poder, porque esta meta-red de finanzas y medios de comunicación depende a su vez de otras grandes redes, como la red política, la red de producción cultural (que abarca todo tipo de producto cultural, no sólo productos de comunicación), la red militar y de seguridad, la red del crimen organizado y la decisiva red global de producción y aplicación de la ciencia, la tecnología y la gestión del conocimiento. Estas redes no se fusionan, sino que establecen estrategias de colaboración y competición formando redes puntuales para proyectos concretos. Pero todas tienen un interés común: controlar la capacidad de definir las reglas y normas de la sociedad mediante un sistema político que responda fundamentalmente a sus intereses y valores. Por eso, la red de poder construida en torno al estado y el sistema político desempeña un papel fundamental en la interconexión general del poder. Esto se debe, en primer lugar, a que el funcionamiento estable del sistema y la reproducción de las relaciones de poder en cada red dependen, en última instancia, de las funciones de coordinación y regulación del estado, como pudo comprobarse en el derrumbamiento de los mercados financieros en 2008, cuando se pidió ayuda a los gobiernos de todo el mundo. Además, a través del estado las distintas formas de ejercer el poder en ámbitos sociales diferenciados se relacionan con el monopolio de la violencia como capacidad para imponer el poder en última instancia. Por tanto, mientras que las redes de comunicación procesan la construcción de significado de la que depende el poder, el estado constituye la red predeterminada para el funcionamiento adecuado de las demás redes de poder.
¿De qué forma se conectan entre sí las redes de poder conservando su campo de acción específico? Lo hacen mediante un mecanismo básico de construcción de poder en la sociedad red: el poder de interconexión, que es la capacidad para conectar dos o más redes en el proceso de construcción de poder para cada una de ellas en sus campos respectivos.
¿Quién ostenta entonces el poder en la sociedad red? Los programadores (programmers) con capacidad para programar cada una de las redes principales de las que depende la vida de la gente (gobierno, parlamento, ejército y seguridad, finanzas, medios de comunicación, instituciones científicas y tecnológicas, etc.). Y los conmutadores (switchers) que conectan diferentes redes (magnates de los medios de comunicación introducidos en la clase política, élites financieras que financian a las élites políticas, élites políticas que rescatan a las instituciones financieras, corporaciones mediáticas entrelazadas con corporaciones económicas, instituciones académicas financiadas por grandes empresas, etc.).
Si el poder se ejerce mediante la programación y la conexión de redes, entonces el contrapoder, el intento deliberado de cambiar las relaciones de poder, se activa mediante la reprogramación de redes en torno a intereses y valores alternativos o mediante la interrupción de las conexiones dominantes y la conexión de redes de resistencia y cambio social. Los actores del cambio social pueden ejercer una influencia decisiva utilizando mecanismos de construcción de poder que se correspondan con las formas y procesos del poder en la sociedad red. Mediante la producción de mensajes autónomos para los medios de comunicación de masas y el desarrollo de redes autónomas de comunicación horizontal, los ciudadanos de la era de la información pueden inventar nuevos programas para sus vidas con los materiales de sus sufrimientos, sus miedos, sueños y esperanzas. Al compartir experiencias, construyen proyectos. Subvierten la práctica habitual de comunicación ocupando el medio y creando el mensaje. Superan la impotencia de su desesperación solitaria comunicando sus deseos. Luchan contra el poder establecido identificando las redes de la experiencia humana.
A través de la historia, los movimientos sociales han producido nuevos valores y objetivos que transforman las instituciones de la sociedad para representar estos valores, creando nuevas normas para organizar la vida social. Los movimientos sociales ejercen el contrapoder construyéndose en primer lugar a sí mismos mediante un proceso de comunicación autónoma, libre del control del poder institucional. Como los medios de comunicación de masas están controlados en gran medida por los gobiernos y las corporaciones, en la sociedad red la autonomía comunicativa se construye Fundamentalmente en las redes de Internet y en las plataformas de comunicación inalámbrica. Las redes sociales digitales ofrecen la posibilidad de deliberar y coordinar acciones sin trabas. No obstante, éste es sólo un elemento de los procesos comunicativos a través de los cuales los movimientos sociales se relacionan con la sociedad en general. También necesitan establecer un espacio público creando comunidades libres en el espacio urbano. Como el espacio público institucional —el espacio designado constitucionalmente para la deliberación— está ocupado por los intereses de las élites dominantes y sus redes, los movimientos sociales tienen que labrarse un nuevo espacio público que no se limite a Internet sino que se haga visible en los lugares donde se desarrolla la vida social. Por eso ocupan el espacio urbano y edificios simbólicos. Los espacios ocupados han tenido un papel destacado en la historia del cambio social, así como en las prácticas actuales, por tres razones básicas:
—Crean comunidad, y la comunidad se basa en el compañerismo. El compañerismo es un mecanismo psicológico fundamental para superar el miedo. Y superar el miedo es el umbral fundamental que deben cruzar los individuos para comprometerse en un movimiento social, ya que saben que en última instancia tendrán que enfrentarse a la violencia si traspasan los límites establecidos por las élites dominantes para mantener su dominio. En la historia de los movimientos sociales las barricadas erigidas en las calles tenían muy poco valor defensivo; de hecho, se convertían en blancos fáciles para la artillería o para las brigadas antidisturbios, dependiendo del contexto. Pero siempre definían un «dentro y fuera», un «nosotros contra ellos», de forma que, al incorporarse a un lugar ocupado y desafiar las normas burocráticas del uso del espacio, otros ciudadanos pudieran ser parte del movimiento sin necesidad de adherirse a una ideología u organización, simplemente estando allí por sus propias razones.
—Los espacios ocupados no son algo sin sentido: normalmente están cargados con el poder simbólico de la invasión de los centros de poder del estado o de las instituciones financieras. O bien, en relación con la historia, evocan recuerdos de revueltas populares que expresaron la voluntad de los ciudadanos cuando se cerraban otras formas de representación. A menudo se ocupan edificios por su simbolismo o para afirmar el derecho del uso público de una propiedad especulativa vacía. Al tomar y ocupar el espacio urbano los ciudadanos recuperan su propia ciudad, una ciudad de la que fueron desalojados por la especulación inmobiliaria y la burocracia municipal. Algunos grandes movimientos sociales de la historia, como la Comuna de París en 1871 o las huelgas de Glasgow en 1915 (origen de la vivienda pública en Gran Bretaña), empezaron como huelgas de alquileres contra la especulación inmobiliaria. El control del espacio simboliza el control de la vida de la gente.
—Al construir una comunidad libre en un lugar simbólico, los movimientos sociales crean un espacio público, espacio para la deliberación que finalmente se convierte en un espacio político, espacio de reunión de asambleas soberanas para recuperar los derechos de representación que han sido capturados en instituciones políticas constituidas en su mayoría para conveniencia de los intereses y valores dominantes. En nuestra sociedad, el espacio público de los movimientos sociales se construye como espacio híbrido entre las redes sociales de Internet y el espacio urbano ocupado: conectando el ciberespacio y el espacio urbano en una interacción incesante y constituyendo tecnológica y culturalmente comunidades instantáneas de prácticas transformadoras.
La cuestión fundamental es que este nuevo espacio público, el espacio interconectado entre el espacio digital y el urbano, es un espacio de comunicación autónoma. La autonomía de la comunicación es la esencia de los movimientos sociales porque es lo que permite la formación del movimiento y lo que hace que éste se relacione con la sociedad en general más allá del control del poder de comunicación por parte de los poderosos.
¿De dónde proceden los movimientos sociales? ¿Cómo se forman? Sus raíces están en la injusticia fundamental de todas las sociedades, continuamente enfrentada a las aspiraciones de justicia de las personas. En cada contexto específico los habituales jinetes del apocalipsis de la humanidad cabalgan juntos en abigarrado aquelarre: explotación económica, pobreza desesperada, desigualdad inicua, política antidemocrática, estados represores, justicia injusta, racismo, xenofobia, negación cultural, censura, brutalidad policial, belicismo, fanatismo religioso (a menudo contra las creencias religiosas de los demás), negligencia hacia el planeta azul (nuestro único hogar), indiferencia por la libertad personal, violación de la privacidad, gerontocracia, intolerancia, sexismo, homofobia y otras atrocidades en la extensa galería de retratos que representan a los monstruos que somos. Y por supuesto siempre, en cada caso y en todos los contextos, la dominación absoluta de los hombres sobre las mujeres y los niños como base fundamental de un (injusto) orden social. Los movimientos sociales han tenido siempre toda una serie de causas estructurales y motivos personales para rebelarse contra una o varias dimensiones de la dominación social. Sin embargo, conocer sus razones no responde a la pregunta sobre su nacimiento. Puesto que, según mi punto de vista, los movimientos sociales son la fuente del cambio social y, por tanto, de constitución de la sociedad, esta cuestión es fundamental. Tan fundamental que hay bibliotecas enteras dedicadas a dar una respuesta aproximada y, por tanto, no lo haré aquí ya que este libro no pretende ser otro tratado sobre los movimientos sociales sino una pequeña ventana a un mundo naciente. Pero sí diré lo siguiente: los movimientos sociales, por supuesto ahora, y probablemente durante la historia (más allá del ámbito de mi competencia), están formados por personas. Lo digo en plural porque en casi todos los análisis que he leído sobre los movimientos sociales de cualquier época y sociedad encuentro pocos individuos, algunas veces tan sólo el típico héroe acompañado por una multitud indiferenciada, llamada clase social o etnia, o género, o nación, o creyentes o cualquier otra denominación colectiva de los subconjuntos de diversidad humana. Sin embargo, aunque agrupar la experiencia vital de la gente en cómodas categorías analíticas de estructura social es un método útil, las prácticas reales que permiten el nacimiento de los movimientos sociales y el cambio de las instituciones y, en última instancia, de la estructura social las realizan los individuos: personas de carne y hueso. La pregunta clave que hay que entender es dónde, cómo y por qué una persona o mil personas deciden, individualmente, hacer algo que les advierten repetidamente que no deben hacer porque serán castigadas. Normalmente son un puñado de personas, a veces sólo una, las que inician un movimiento. Los teóricos sociales normalmente las llaman agencia. Yo los llamo individuos. Y por tanto tenemos que entender la motivación de cada individuo; de qué forma se interconectan mentalmente con otros y forman redes y por qué son capaces de hacerlo en un proceso de comunicación que lleva al final a la acción colectiva; de qué forma estas redes negocian la diversidad de intereses y valores presentes en la red para centrarse en un conjunto de objetivos comunes; cómo estas redes se relacionan con la sociedad en general y con muchos otros individuos y cómo y por qué esta conexión funciona en muchos casos llevando a los individuos a ampliar las redes formadas en la resistencia a la dominación y a implicarse en un ataque multimodal contra un orden injusto.
Desde el punto de vista de los individuos, los movimientos sociales son movimientos emocionales. La insurgencia no empieza con un programa ni una estrategia política. Esto puede surgir después, cuando aparecen líderes desde dentro o fuera del movimiento para promover los programas políticos, ideológicos y personales que pueden o no relacionarse con el origen y las motivaciones de los participantes en el movimiento. Pero el big bang de un movimiento social empieza con la transformación de la emoción en acción. Según la teoría de la inteligencia afectiva, las emociones más importantes para la movilización social y el comportamiento político son el miedo (una emoción negativa) y el entusiasmo (una emoción positiva). Las emociones positivas y negativas se relacionan con dos sistemas de motivación básicos resultado de la evolución humana: aproximación y evitación. El sistema de aproximación está relacionado con el comportamiento de búsqueda de objetivos que dirige al individuo a experiencias satisfactorias. Los individuos se muestran entusiasmados cuando se movilizan por un objetivo que les importa. Esta es la razón por la que el entusiasmo está directamente relacionado con otra emoción positiva: la esperanza. La esperanza proyecta el comportamiento hacia el futuro. Como una de las características diferenciadoras de la mente humana es la capacidad para imaginar el futuro, la esperanza es un ingrediente fundamental para apoyar la acción de búsqueda de objetivos. No obstante, para que surja el entusiasmo y la esperanza, los individuos tienen que superar la emoción negativa resultado del sistema de la evitación: la ansiedad. La ansiedad es una respuesta a una amenaza externa sobre la que la persona amenazada no tiene control. Por lo tanto, la ansiedad lleva al miedo y tiene un efecto paralizante. La superación de la ansiedad en un comportamiento sociopolítico a menudo es resultado de otra emoción negativa: la ira. La ira aumenta con la percepción de una acción injusta y con la identificación del agente responsable de ella. Las investigaciones neurocientíficas han demostrado que la ira está asociada a un comportamiento que asume riesgos. Cuando el individuo supera el miedo, las emociones positivas se imponen a medida que el entusiasmo activa la acción y la esperanza anticipa la recompensa de la acción arriesgada. No obstante, para que se forme un movimiento social, la activación emocional de los individuos debe conectar con otros individuos. Para ello se requiere un proceso de comunicación de una experiencia individual a los demás. Para que un proceso de comunicación funcione, hay dos requisitos: la consonancia cognitiva entre emisores y receptores del mensaje y un canal de comunicación eficaz. La empatía en el proceso de comunicación está determinada por experiencias similares a las que motivaron el estallido emocional original. En concreto: si muchos individuos se sienten humillados, explotados, ignorados o mal representados, estarán dispuestos a transformar su ira en acción en cuanto superen el miedo. Este miedo lo superan mediante la manifestación extrema de la ira en forma de indignación cuando tienen noticia de que alguien con quien se identifican ha sufrido algo insoportable. Esta identificación se consigue mejor compartiendo sentimientos en una forma de compañerismo que se crea en el proceso de comunicación. La segunda condición para que las experiencias individuales se conecten y formen un movimiento es, por tanto, la existencia de un proceso de comunicación que propague los acontecimientos y las emociones asociadas a las mismas. Cuanto más rápido e interactivo sea el proceso de comunicación, más probable es que se forme un proceso de acción colectiva, arraigado en la indignación, impulsado por el entusiasmo y motivado por la esperanza.
Históricamente, los movimientos sociales siempre han dependido de la existencia de mecanismos de comunicación específicos: rumores, sermones, panfletos y manifiestos, divulgados de persona a persona, desde el púlpito, la prensa, o por cualquier medio de comunicación disponible. En nuestra época, la comunicación multimodal con redes digitales de comunicación horizontal es el medio de comunicación más rápido, autónomo, interactivo, reprogramable y autopropagable de la historia. Las características de los procesos de comunicación entre individuos comprometidos en el movimiento social determinan las características organizativas del propio movimiento social: cuanto más interactiva y autoconfigurable sea la comunicación, menos jerárquica es la organización y más participativo el movimiento. Por eso los movimientos sociales en red de la era digital representan una nueva especie de movimiento social.
Si los orígenes de los movimientos sociales se encuentran en las emociones de los individuos y en sus interconexiones a partir de la empatía cognitiva, ¿cuál es el papel de las ideas, ideologías y propuestas programáticas consideradas tradicionalmente como la materia de la que está hecho el cambio social? En realidad son materiales indispensables para el paso de la acción impulsada por las emociones a la deliberación y la construcción de proyectos. Su incorporación a la práctica del movimiento también es un proceso de comunicación, y la forma en que está construido este proceso determina el papel de estos materiales ideacionales en el significado, evolución e impacto del movimiento social. Cuanto más se generen las ideas dentro del movimiento a partir de la experiencia de sus participantes, más representativo, entusiasta y prometedor será aquél, y viceversa. Sucede muy a menudo que los movimientos se convierten en materia prima de experimentación ideológica o instrumentación política al definir objetivos y representaciones que tienen poco que ver con su realidad. A veces incluso en su legado histórico la experiencia humana del movimiento suele sustituirse por una imagen reconstruida para la legitimación de los líderes políticos o para la reivindicación de las teorías de los intelectuales orgánicos. Un ejemplo que hace al caso es el de cómo se convirtió la Comuna de París en su reconstrucción ideológica, a pesar de los esfuerzos de los historiadores para restaurar su realidad, en una protorrevolución proletaria en una ciudad que en aquella época contaba con pocos obreros industriales entre sus habitantes. Por qué se interpretó mal una revolución municipal, provocada por una huelga de alquileres y dirigida en parte por mujeres, tiene que ver con la inexactitud de las fuentes de Karl Marx en sus escritos sobre la Comuna, basados fundamentalmente en su correspondencia con Elizabeth Dmitrieva, presidenta del Sindicato de Mujeres, figura socialista de la Comuna que sólo veía lo que ella y su mentor querían ver. La interpretación errónea de los movimientos por parte de sus líderes, ideólogos o cronistas tiene consecuencias considerables, ya que introduce una escisión irreversible entre los actores del movimiento y los proyectos construidos en su nombre, a menudo sin su conocimiento ni consentimiento.
La siguiente pregunta para comprender los movimientos sociales tiene que ver con la evaluación del impacto real de la acción conjunta de estas redes de individuos en las instituciones de la sociedad, así como en ellos mismos. Para esto se requieren otros datos e instrumentos analíticos, ya que las características de las instituciones y de las redes de dominación tendrán que enfrentarse a las características de las redes de cambio social. En pocas palabras, para que las redes de contrapoder prevalezcan sobre las redes de poder incorporadas en la organización de la sociedad, tendrán que reprogramar la política, la economía, la cultura o cualquier otra dimensión que pretendan cambiar introduciendo en los programas de las instituciones, así como en su propia vida, otras instrucciones entre las que se encuentra, en algunas versiones utópicas, la regla de no regular nada. Además, tendrán que activar las conexiones entre distintas redes de cambio social, por ejemplo, entre redes prodemocráticas y redes de justicia económica, redes feministas, redes de conservación medioambiental, redes pacifistas, redes por la libertad, etc. Comprender en qué condiciones se producen estos procesos y cuáles son los resultados sociales de cada proceso específico no puede ser asunto de teoría formal. Hay que basar el análisis en la observación.
Las herramientas teóricas que he propuesto aquí son simplemente eso, herramientas, cuya utilidad o futilidad sólo se puede evaluar utilizándolas para examinar las prácticas de los movimientos sociales en red que este libro pretende analizar. Sin embargo, no codificaré la observación de estos movimientos en términos abstractos para que encajen en el enfoque conceptual aquí presentado. En su lugar, mi teoría se integrará en una observación selectiva de los movimientos, para reunir al final de mi viaje intelectual las conclusiones más sobresalientes de este estudio en un marco analítico. Pretendo que ésta sea mi aportación a la comprensión de los movimientos sociales en red como precursores del cambio social en el siglo XXI.
Una última palabra sobre los orígenes y condiciones de las reflexiones que aquí presento. He tenido un participación marginal en el movimiento de las indignadas de Barcelona y he apoyado y simpatizado con los movimientos de otros países. Pero, como suelo hacer, he mantenido la máxima distancia posible entre mis creencias personales y mi análisis. Sin pretender lograr la objetividad, he intentado presentar los movimientos en sus propias palabras y sus propios actos, usando algunas observaciones directas y un acervo considerable de información: algunas de entrevistas individuales y otras de fuentes secundarias que se indican en las referencias de cada capítulo y en los apéndices del libro. En realidad, me identifico con el principio básico de este movimiento polifacético sin líderes: me represento exclusivamente a mí mismo y ésta es sencillamente mi reflexión sobre lo que he visto, oído o leído. Soy un individuo y hago lo que he aprendido en mi vida: investigar procesos de cambio social con la esperanza de que esta investigación pueda aportar algo a los que luchan, con gran riesgo, por un mundo en el que quisiéramos vivir.