Agradecidos

Noviembre de 2011 fue un buen mes. Mi amigo John Thompson, uno de los sociólogos más destacados en el estudio político de los medios de comunicación, me había invitado a Cambridge para dar una serie de conferencias en el programa CRASSH de esa universidad. Estuve alojado en el magnífico edificio medieval del St. John’s College, donde el ambiente monástico y la interacción colegial me proporcionaron un espacio-tiempo de serenidad para reflexionar sobre mis ideas tras un intenso año inmerso en la teoría y práctica de los movimientos sociales. Como le sucedió a mucha gente en todo el mundo, primero me sorprendí y después me movilicé con las protestas que se iniciaron en Túnez en diciembre de 2010 y que se difundieron viralmente por todo el mundo árabe. En estos últimos años había estado siguiendo el surgimiento de movimientos sociales en red, apoyados en el uso de Internet y las redes de comunicación móvil, en Madrid en 2004, en Irán en 2009, y en otros países del mundo. Durante casi una década estuve estudiando la transformación de las relaciones de poder en interacción con el cambio en las comunicaciones y detecté el nacimiento de un nuevo modelo de movimientos sociales, quizás las nuevas formas de cambio social en el siglo XXI. Este fenómeno conectaba con mi experiencia personal como veterano de mayo del 68 en París. Volví a sentir la misma alegría que había sentido entonces: de repente todo parecía posible; el mundo no estaba irremediablemente condenado al cinismo político y la imposición burocrática de formas de vida sin sentido. Por todas partes, de Islandia a Túnez, de WikiLeaks a Anonymous y, poco después, de Atenas a Madrid y Nueva York, eran evidentes los síntomas de una nueva era revolucionaria, una época de revoluciones encaminadas a explorar el sentido de la vida más que a tomar el poder en el estado. La crisis del capitalismo financiero global no era obligatoriamente un callejón sin salida; podía ser incluso el indicio de un nuevo comienzo de forma inesperada. Durante 2011 empecé a recopilar información sobre estos nuevos movimientos sociales, compartiendo mis investigaciones con mis estudiantes de la University of Southern California. Después di algunas conferencias para comunicar mis ideas preliminares en la Northwestern University, en el College d’Etudes Mondiales de París, en Oxford, en la Universitat Oberta de Catalunya en Barcelona y en la London School of Economics. Cada vez estaba más convencido de que en el mundo estaba pasando algo realmente importante. Dos días antes de volver a Barcelona desde Los Angeles, el 19 de mayo, recibí un correo electrónico de una joven de Madrid a la que no conocía, en el que me decía que iban a ocupar las plazas de las ciudades españolas y que por qué no me unía a ellos de alguna forma, teniendo en cuenta lo que había escrito sobre el tema. Mi corazón se aceleró. ¿Sería posible? ¿Habría esperanza nuevamente? En cuanto aterricé en Barcelona, me fui a la Plaza de Catalunya. Allí estaban, cientos de ellas, debatiendo a pleno sol, pacíficamente y con total seriedad. Conocí a las indignadas. Resultó que mis dos principales ayudantes de investigación en Barcelona, Joana y Amalia, ya formaban parte del movimiento. Pero no para investigar. Estaban tan indignadas como los demás y habían decidido actuar. Yo no acampé, mis huesos no hubieran soportado dormir sobre el pavimento. Pero desde entonces he seguido a diario las actividades del movimiento, visitando las acampadas de Barcelona y Madrid; hablando cuando alguien me lo pedía ante la Acampada Barcelona u Occupy London, y ayudando a elaborar algunas de las propuestas que surgían del movimiento. Conecté espontáneamente con los valores y el estilo del movimiento, despojado en gran medida de ideologías obsoletas y políticas manipuladoras. Así empezó un viaje de apoyo a estos movimientos y de estudio de su significado. Sin un objeto concreto y, por supuesto, sin ninguna intención de escribir un libro; desde luego no a corto plazo. Vivir es mucho más interesante que escribir, especialmente cuando uno ya ha escrito veinticinco libros. Así pues, estaba en Cambridge con la oportunidad de hablar y debatir con un magnífico grupo de inteligentes estudiantes que además eran ciudadanos comprometidos. Decidí centrar mi serie de conferencias en «Los movimientos sociales en la era de Internet» para ordenarme las ideas, con la esperanza de que la interacción con estudiantes y colegas me ayudara a comprender mejor el significado de movimientos tan diversos. Fue fantástico. Intenso, riguroso, auténtico, y sin ningún tipo de boato académico. Al terminar el mes, cuando me despedía, mis colegas John Thompson e Isidora Chacón insistieron en que debía escribir un libro basado en estas conferencias. Un libro breve, de rápida escritura, menos académico de lo habitual. ¿Breve? ¿De rápida escritura? Nunca había hecho algo así. Mis libros se gestan normalmente en al menos cinco años y suelen tener más de cuatrocientas páginas. Sí, puedes hacer otro dentro de cinco años, me dijeron, pero ahora lo que se necesita es un libro sencillo que organice el debate y ayude a reflexionar sobre el movimiento y a que el gran público comprenda mejor estos nuevos movimientos. Lograron que me sintiera culpable de no hacerlo, ya que la única aportación potencialmente útil que puedo hacer a un mundo mejor procede de mi experiencia vital como investigador, escritor y profesor, no de mi activismo, que a menudo es confuso. Cedí a su petición y aquí estoy, cuatro meses después. Ha sido rápido y agotador. Corto, para lo que suele ser normal en mí. En cuanto a su relevancia, lo dejo al juicio de los lectores. Mi primer agradecimiento es por tanto para John e Isidora, los instigadores de esta empresa. Ellos demostraron su interés siguiendo y comentando el borrador durante la elaboración de este proyecto. Les estoy profundamente agradecido por su generosidad y aportación intelectual.

Sin embargo, a pesar del impulso que recibí en Cambridge, no habría podido cumplir mi promesa sin la ayuda de un extraordinario grupo de jóvenes investigadores con los que trabajé regularmente en Barcelona y Los Angeles. En cuanto regresé de Inglaterra me di cuenta de que estaba en apuros y pedí ayuda a mis amigas y compañeras de investigación. Junto con Joana Conill y Amalia Cárdenas había creado un pequeño equipo de investigación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) para estudiar el nacimiento de culturas económicas alternativas en Barcelona. Muchos de los grupos y personas observados se convirtieron de hecho en participantes en el movimiento de las indignadas. Como Joana y Amalia ya formaban parte del movimiento, accedieron a ayudarme con búsqueda de información y análisis, con la condición de no participar en la redacción final de la investigación por motivos personales. Amalia también recogió y analizó información sobre lslandia y Occupy Wall Street, mientras que yo utilicé mi red de colegas, amigos y antiguos alumnos para recopilar información, contrastar datos y escuchar ideas, especialmente sobre los países árabes. Otras personas del movimiento también accedieron a hablar conmigo o con mis colaboradores sobre los temas y la historia del movimiento. Quiero agradecérselo especialmente a Javier Toret y Arnau Monterde, ambos de Barcelona.

En Los Angeles, mi colaboradora de investigación Lana Swartz, una destacada doctoranda de la Annenberg School of Communication en USC, que también participaba en Occupy Los Angeles, aceptó con una inusitada generosidad, inteligencia y rigor ayudarme en la recopilación de datos y en el análisis del movimiento Occupy en Estados Unidos. Joan Donovan, una activa participante de Occupy Los Angeles e Inter-Occupy, veterana de muchas luchas por la justicia social y estudiante de doctorado en UC San Diego, me dio algunas ideas clave que me ayudaron a comprender. Dorian Bon, estudiante de la Universidad de Columbia, me contó su experiencia en el movimiento estudiantil asociado a Occupy Wall Street. Mi amigo y colega Sasha Costanza-Chock, profesor del MIT, compartió los datos de un estudio inédito sobre el movimiento Occupy en Estados Unidos. Maytha Alhassen, una periodista árabe-americana y doctoranda en Estudios Americanos y Étnicos en la University of Southern California en Los Angeles, que había viajado a los países árabes durante las protestas, colaboró estrechamente conmigo, informándome sobre acontecimientos clave que había presenciado, facilitándome el acceso a fuentes árabes y, lo más importante, enseñándome lo que realmente había pasado en todas partes. Soy, por supuesto, el único responsable de los numerosos errores que probablemente habré cometido en mi interpretación. Pero sin su valiosa ayuda, éstos habrían sido muchos más. Gracias a la calidad de su aportación me atreví a analizar los procesos específicos de las protestas árabes.

Mi gratitud y reconocimiento van a este grupo tan variado de personas excepcionales que aceptaron colaborar en el proyecto de este libro, que se convirtió en una empresa realmente colectiva, aunque el resultado final se elaboró en la soledad de la autoría.

Al igual que en mis libros anteriores, mi ayudante Melody Lutz, escritora de profesión, fue el punto de enlace fundamental entre el autor y el lector, haciendo posible nuestra comunicación. Mi reconocimiento de todo corazón para Melody.

La complejidad del proceso de trabajo que acabo de esbozar y que dio lugar a este libro requirió de unas grandes dotes de gestión y organización y buenas dosis de paciencia. Mi más sincero agradecimiento por ello a Clelia Azucena Garciasalas, mi ayudante personal en la Annenberg School of Communication, que dirigió todo el proyecto, coordinó la investigación y la edición, completó lagunas, recopiló información, corrigió errores y se aseguró de que este volumen llegara a las manos del lector con la garantía de su control de calidad. Quisiera agradecer también la aportación de Noelia Díaz López, mi ayudante personal en la Universitat Oberta de Catalunya, por su continua y eficaz ayuda en todas mis actividades de investigación.

Por último, como en anteriores investigaciones y libros, nada de esto habría sido posible sin el entorno afectivo de mi familia. Por todo ello quiero expresar mi amor y gratitud a mi esposa, Emma Kiselyova, a mi hija Nuria, a mi hija compartida Lena, a mis nietos Clara, Gabriel y Sasha, a mi hermana Irene y a mi cuñado José.

En la encrucijada de emoción y conocimiento, trabajo y experiencia, historia personal y esperanza de futuro, es donde nació este libro. Para ti.

Barcelona y Santa Mónica, diciembre 2011 - abril 2012