XXXI

Aterrizamos en un hangar alejado de los edificios principales. Dos BMW de color negro nos esperaban junto a sus conductores y dos personas más. Se acercaron a nosotros en la escalera del avión y nos guiaron hacia los coches sin darnos tiempo de coger nuestras cosas. David, se montó en el primero donde había otra persona en la parte trasera esperándole mientras Eduardo, Emma y yo nos subimos en el otro. El hecho de separarnos no me agradó demasiado pero era de suponer que alguien tenía que explicar lo que estaba ocurriendo. Nuestro conductor siguió el primer coche hasta la barrera donde después de cruzarla tomamos caminos opuestos.

—¡Oiga! Hemos venido juntos y no entendemos por qué nos separamos.

El hombre que iba de copiloto se giró, se quitó unas gafas de sol negras que llevaba puestas y con un acento fuerte hispano alemán se presentó.

—Soy el agente Frank Linzberger y tengo órdenes de resumiros la situación en la que nos encontramos en este momento. También debo informaros de lo importante que es actuar con discreción para no provocar el pánico.

—Perdone la interrupción agente, a estas alturas creía que ya estarían evacuando la ciudad.

—¿¡Usted no es policía!?

—No. ¿Tan obvio es?

—Yo no estoy aquí para discutir las órdenes de mis superiores. Simplemente le informo que una evacuación masiva de la ciudad por un posible ataque terrorista es inviable. En primer lugar la amenaza no ha sido confirmada y en segundo, si procediéramos a alertar a los ciudadanos, los terroristas enseguida se darían cuenta y sin duda activarían el dispositivo nuclear de inmediato, anulando cualquier posibilidad de huida o intervención.

—Comprendo la situación pero…

—Como ya dije antes, no cuestiono las órdenes de mis superiores.

El agente Frank era serio, conciso y directo. Su pulcra apariencia amedrentaba cualquier intento de acercamiento amistoso. Podría considerarse como el perfecto estereotipo alemán. Pelo rubio, liso y bien peinado. El nudo de la corbata perfecto, el cuello de su chaqueta perfecto y si llegara a mirarle los zapatos seguro que estarían perfectos. No sonreía ni gesticulaba con las manos; sólo hablaba o mejor dicho… informaba.

—Según los últimos informes y tras registrar el Reichstag repetidas veces, no se ha encontrado ningún artefacto explosivo.

Eduardo quiso sacar su bolígrafo pero se detuvo.

—Supongo que hay personal suficiente trabajando en el caso.

—No todo el que nos gustaría pero debería ser suficiente.

—Eso no ha sonado muy bien.

—Todos los guardias asignados al edificio han sido alertados. Miembros de la policía secreta y de la inteligencia alemana no paran de rastrear el lugar. Un helicóptero sobrevuela la zona cada quince minutos. Hemos introducido perros rastreadores por las puertas traseras para que olfateen el edificio. Hasta escaneamos el área indicada con uno de nuestros satélites. Les aseguro que si existe esa bomba de la que hablan la encontraremos.

Unos minutos más tarde nos encontrábamos frente al Reichstag. A primera vista nadie podría sospechar que algo malo sucedería pronto. La gente paseaba tranquilamente por el parque, los turistas sacaban fotos y los niños correteaban alrededor de sus padres. En general, aparte de las pocas nubes que de vez en cuando ocultaban al sol, se podía decir que era un día perfecto.

Mis compañeros veían lo mismo que yo. La sensación de peligro desaparecía y su lugar lo ocupaba un sentir de paz y tranquilidad. Eduardo, sacó su bolígrafo y se me acercó con cautela.

—¿Estás seguro de que no hemos interpretado mal lo que el anciano nos dijo?

—Tengo la misma seguridad que todos vosotros. Creo que se trata de este edificio por su importancia histórica y su ubicación geográfica. ¡Imagínate el impacto que causaría un ataque de esta magnitud!

—Pero parece imposible introducir dos aparatos de gran tamaño sin ser detectados. Los guardias son profesionales y conocen cada rincón del lugar. ¿Acaso piensas que no lo habrán registrado todo?

—¿Me estás diciendo que nos hemos equivocando?

—Sólo digo que debemos reconsiderar la situación y pensar en otras opciones. No olvides que Berlín es una ciudad muy grande.

—¿Por qué no entramos en el edificio? A lo mejor vemos algo que los guardias hayan pasado por alto.

—No perdemos nada por intentarlo aunque nuestro aspecto no es el más adecuado.

Eso era cierto. La ropa sucia y polvorienta, el fuerte olor a sudor y nuestras despeinadas cabelleras no era la apariencia más apropiada para pasar desapercibidos. A pesar la superficial limpieza que nos hicimos en el avión a base de toallitas húmedas, era muy difícil ocultar el hecho de que nuestra última ducha fue hace cuatro días. Si se diera la casualidad de cruzarnos con «Zeus» sin duda se fijaría en nosotros inmediatamente. Por desgracia no disponíamos de tiempo para perfeccionar nuestros movimientos, sólo podíamos improvisar y adaptarnos a las circunstancias.

Cruzamos sin intromisiones el control de seguridad y seguidamente nos dirigimos hacia la cúpula. El suelo de mármol contrastaba con la extravagante estructura de acero y cristal. Su base se extendía hacia el cielo con una espiral de caminos atravesando su periferia. Daba la sensación de estar en el interior de un remolino que te impregnaba de luz y armonía. Llegamos hasta arriba del todo donde unos bancos situados bajo una apertura te invitaban a descansar.

—Fijaos en la cúpula de cristal. En mi opinión simboliza una ventana hacia un mundo nuevo con una visión más amplia. La combinación entre el pasado y el futuro siempre ha sido la clave en la creación de una gran nación. Un monumento digno del siglo veintiuno y de la nueva Europa.

—Querrás decir que se trata del objetivo perfecto ¿verdad?

—Sí Eduardo. Sin duda se trataría de un ataque despiadado y perfecto aunque tal y como veo las cosas, debe de ser imposible introducir dos artefactos nucleares en este lugar.

—¡Maldita sea! Lo sabía… hemos metido la pata.

—¡No del todo! Creo que el plan inicial era dar el golpe aquí mismo pero al darse cuenta de lo difícil se adaptaron a las circunstancias e improvisaron.

—Puede que tengas razón.

—Espero que sí… salgamos fuera y busquemos a Frank.

Cerca de la entrada se encontraba David hablando con el hombre que buscábamos.

—¡Llegas tarde!

—La empresa me estaba informando sobre la situación con detalles. Han revisado todos los registros de hasta hace un mes y no han detectado ningún movimiento inusual, sin mencionar que examinaron cada rincón del edificio y no encontraron nada extraño. Ningún objeto más grande que un paquete de folios entró aquí y si calculamos que el tamaño de las bombas debe de ser aproximadamente de un metro de altura y treinta centímetros de diámetro, no hay ningún objeto que encaje con esa descripción.

—Nosotros también pensamos que dada la importancia del lugar y las medidas de seguridad que enseguida se pueden percibir, sería muy arriesgado para los terroristas actuar aquí. Puede que readaptaran su plan en el último momento.

—¿Quieres decir que no estamos en el lugar correcto?

—Es posible que no, pero el anciano fue bastante preciso sobre la ciudad y con la descripción del edificio.

—¡Entiendo! Lo que me quieres decir es que alertamos a todo el mundo, una bomba nuclear ha sido colocada en la ciudad, una organización de locos anda suelta y nosotros estamos dando palos de ciego. ¿Es eso lo que me quieres decir?

—Estamos muy cerca. Te lo aseguro. Sólo debemos averiguar qué ocurrió.

—¿Y cómo hacemos eso?

—Imaginémonos por un instante que hemos arriesgado las vidas de nuestros compañeros para distraer a las distintas agencias gubernamentales y conseguir introducir un arma nuclear en Europa central. Por lo que sabemos, ambas operaciones se realizaron simultáneamente. El mensaje se transmitía abiertamente en el sur de Europa mientras transportaban las bombas por el norte, alejados de miradas curiosas.

—Eso está claro Vicente aunque cometieron errores.

—Tú lo has dicho Eduardo. En Ginebra se dieron cuenta que les seguíamos el rastro y no encajaba con sus planes que estuviéramos tan cerca de ellos. Yo no sé vosotros, pero si yo supiera que la operación está en peligro y tras visitar el Reichstag me percatara de lo difícil que es entrar, tomaría las medidas oportunas para no fallar. El mensaje ya está entregado y sólo falta cometer el pecado.

—¡La ira!

—¡Exacto! El punto final a la corrupción y la indiferencia de occidente. Si yo fuera «Zeus» buscaría un edificio cerca de aquí con características similares al Reichstag pero con un acceso mucho más fácil.

—¿Otro Reichstag?

—No a nuestro entender Emma pero sí para su propósito.

—¿Entonces qué buscamos?

—Un lugar con vistas al cielo. Otra cúpula de cristal.

Frank agachó preocupado la cabeza y enseguida levantó la mirada con asombro.

—¡El Sony Center!

—¿Qué es eso?

—La zona comercial más importante de Berlín. Se encuentra muy cerca de aquí y también tiene una gran cúpula de cristal, por no mencionar los cuantiosos accesos y la facilidad para introducir mercancía de cualquier clase.

—¿Y dónde está ese centro comercial?

—¡Fíjate! Casi se puede ver desde aquí.

Nos quedamos mirando hacia la dirección que Frank nos señalaba y rápidamente David cogió un radiotransmisor que le habían dado hace poco y empezó a informar.

—Las unidades que ya se encuentran en el Reichstag permanecerán aquí por precaución mientras tanto, otras unidades se dirigirán hacia el centro comercial. No creo que tarden mucho pero ya que estamos tan cerca, nos dirigiremos hacia allí por si averiguamos algo más. Recordad que debemos ser cautos y sobre todo mantener la calma.

Empezamos a caminar por el Tiergarden mientras David seguía dándonos instrucciones. Un hombre carismático y con mucho carácter. Su determinación nos impulsaba a todos a seguirle a cualquier lado.

—Cuando entremos, nos acercaremos a las dependencias asignadas para la administración y hablaremos con los de seguridad. ¿De acuerdo Frank?

—No hay problema. Es más, el responsable es amigo mío.

—¡Perfecto! Eso quizás nos evite perder el tiempo.

—Seguramente.

—Debemos asegurarnos de que la información que obtengamos sea fiable. Para empezar hay que descartar todos los sótanos y el aparcamiento subterráneo.

Me quedé sorprendido ya que era el primer sitio donde yo escondería una bomba para no ser descubierto.

—¿Qué te ocurre Vicente?

—La verdad es que no lo entiendo ¿Por qué no debemos buscar en un sótano?

—Para que un explosivo cause estragos, no debe colocarse en un lugar hermético. La onda expansiva pierde efectividad y se limita a causar daños sólo en ese preciso lugar. Ahora… si colocamos una bomba nuclear en un primer piso, la onda se expandiría con más facilidad y arrasaría todo lo que encontrara a su paso. Estoy seguro que reduciría la ciudad de Berlín a escombros.

—¿Y damos por hecho que ése es su propósito?

—Después de arriesgar la vida ¿qué es lo que tú harías?

—Tienes razón. Intentaría acabar mi trabajo de la mejor forma posible.

—Exactamente. Según tú piensas, el país en que naciste está en ruinas, has dado la espalda a tu gente que por encima de todo defiende el bien y has perdido compañeros por el camino sin mencionar el gran coste económico que ha supuesto toda la operación. Créeme, harás todo lo que esté en tus manos para alcanzar tu meta.

En el parque Emma no dejaba de mirarme. En mi interior se entremezclaban un sinfín de emociones que por un lado me confundían pero por otro me hacían sentirme vivo. Atracción, miedo, emoción y en ocasiones ira. Durante algunos segundos, mi mano se rozaba con la suya y me ayudaba a olvidar mis temores. Su rostro inspiraba confianza y me hacía sentir seguro de mí mismo mientras su sonrisa hacía que mi cuerpo sintiera un dulce escalofrío.

Llegamos al colosal centro comercial y me quedé sin palabras. Albergaba una gran cantidad de tiendas; ropa, joyas, zapatos, maquetas, pinturas, comida, discos todo lo que te pudieras imaginar se vendía. Los enormes escaparates, adornados con posters y otros detalles, tenían un aspecto exquisito… muy cuidado. Al menos desde mí punto de vista me parecía un sitio muy agradable y concurrido. La gente, caminaba hacia todas las direcciones parándose de vez en cuando para ojear los artículos de las tiendas o para saludar a alguien conocido. Gente de todas las razas y de todas las nacionalidades coincidía en este Centro. Blancos, negros, chinos, árabes, hindúes, de todas clase y de todos los colores. El milagro de nuestro siglo… todos éramos hermanos y todos se comportaban como tal. El escenario perfecto para que un fanático pasase desapercibido y pudiera sembrar la destrucción.

—Esperad aquí mientras voy con Frank a hablar con el jefe de seguridad. Si queréis tomaos algo rápido en esa cafetería de la esquina. Como mucho en quince minutos estaremos de vuelta así que estad atentos y mantened la calma.

Nos sentamos en una mesita, cerca de la barandilla de la cafetería, que casualmente se quedó vacía. Eduardo pidió un expreso, Emma un chocolate caliente con un gofre y yo un café con leche y un bollo de chocolate con forma de lazo. Igual que la calma que procede a la tormenta, nos relajamos hasta tal punto que resultaba imposible pensar en lo que había pasado durante estos últimos días. Las conversaciones de la gente, las inconfundibles risas de los niños y de vez en cuando el inocente llanto de un bebe. La vida cotidiana transcurría ante nosotros y disfrutábamos de ella en silencio. Nos mirábamos durante un breve instante y volvíamos a evadirnos entre el bullicio de la multitud.

Había pasado ya un buen rato cuando vimos acercarse a David junto con Frank y otro hombre que debía ser el jefe de seguridad del centro.

—¿Qué habéis averiguado?

—Prestad atención que lo que os voy a decir es importante. Hace aproximadamente un mes, unos sirios compraron un local en la primera planta para abrir un restaurante. Hace una semana, llegaron unas cajas grandes que según el registro, son hornos y frigoríficos. El jefe de seguridad las examinó y le parecieron demasiado pesadas pare ser maquinaria hostelera pero no les prestó demasiada atención. Al informarle de la gravedad de la situación fue lo primero que le vino a la mente.

Eduardo se levantó, comprobó que su arma estaba en su sitio y nos miró fijamente.

—¡Preparaos! Averigüemos lo que ocurre y acabemos con esto de una vez por todas. ¿Cuándo llegan los refuerzos David?

—En unos pocos minutos habrán llegado.

—Pues averigüemos si esos bastardos se encuentran aquí.

—De acuerdo. Hay que subir esas escaleras, girar a la derecha y seguir recto hasta el final del pasillo, el local está en obras y no tiene perdida. Según el jefe de seguridad, veremos una gran cristalera cubierta con papel de color verde y naranja. Emma y tú iréis por los ascensores, Eduardo y yo por las escaleras que están delante de nosotros mientras Frank y su amigo subirán por la parte trasera con las llaves de seguridad para abrirnos en el caso de que no hubiera nadie dentro.

Dejamos un billete de veinte euros en la mesa y nos dispusimos a subir al primer piso siguiendo las instrucciones de David. No dejábamos de echar vistazos furtivos a nuestro alrededor y la idea de entrar en un ascensor me asustaba más que el hecho de enfrentarme a un terrorista.

—No te preocupes Vicente, no me separaré de tu lado. Además, sólo tenemos que subir una planta.

Emma me cogió de la mano y nos subimos al ascensor. Entonces se me acercó a la oreja y empezó a susurrarme al oído.

—Pase lo que pase mantente detrás de mí y no intentes nada heroico. Eso sí, ten tu mano cerca del arma por si acaso.

Me dio un beso en la mejilla y otro en los labios dejándome sorprendido aunque más relajado. Cerré los ojos durante un instante y recordé los extensos olivares de mí pueblo junto con la gente que había crecido. Al abrirse la puerta del ascensor, me di cuenta de lo lejos que me encontraba y de la importante tarea que se me había encomendado. Mi pecho se llenó de aire y exhalé un suspiro.

—¿No deberíamos avisar a todo el mundo para que se vayan de aquí?

—No podemos hacerlo sin saber con certeza que estamos en el lugar correcto. —Contestó Emma.

—Sigo pensando que es un riego innecesario.

—Por desgracia las cosas funcionan así, no nos corresponde a nosotros tomar la decisión de evacuar el centro comercial. Confía en Frank; estoy segura de que lo tiene todo controlado.

Llegamos a la entrada del restaurante y el jefe de seguridad empezó a tocar la puerta y a llamar a un tal John. Al comprobar que no contestaba nadie, cogió las llaves e intentó abrir la puerta.

—«Ein minuten bitte».

El guardia retiró las llaves de la cerradura y nos apartamos.

—¿Qué ha dicho?

—«Un minuto por favor».

—Así que hay alguien dentro. ¿Por qué no abrió antes?

—No lo sé Vicente pero tú quédate detrás de mí como te dije y mantente alerta por si acaso.

Un gran manojo de llaves golpeaba la puerta por el otro lado mientras el sonido de la cerradura al abrirse se clavaba en mi cerebro. El sudor de mi frente resbalaba por mi nariz hasta caer en mi camisa y las manos me temblaban sin que pudiera controlarlas. Un hombre de origen árabe apareció de forma repentina y miró al guardia. Enseguida se dio cuenta de que no estaba solo. Se quedó mirándonos sin pronunciar ni una palabra con una mueca de disgusto en sus mejillas. La tensión se respiraba en el ambiente aunque él no parecía totalmente sorprendido. En un abrir y cerrar de ojos, sacó una pistola y disparo a Frank mientras gritaba hacia el interior.

—¡Iman! ¡Hassan!

Frank caía herido al suelo y el guardia se lanzó al tirador cogiéndole del brazo y empujándoselo hacia arriba. Consiguió disparar dos veces más antes de que David cogiera su arma y le golpeara con fuerza en la nuca dejándolo inconsciente. La mirada de Frank, vacía e inexpresiva, viajaba hacia lo inalcanzable. Su amigo lo agarró de la pechera e intentó alejarle de allí mientras él también se arrastraba hacia las escaleras. Eduardo ya había saltado al interior del restaurante mientras Emma me había empujado al suelo y se acercaba a David que estaba atando las manos del agresor con una cinta adhesiva que llevaba en su bolsillo. Los gritos de la gente asustada retumbaban por todo el centro comercial y sólo pasados unos segundos pudimos distinguir una voz que provenía del interior del local.

—Atrás o moriremos todos… ya sabéis lo que tenemos…

David ya había acabado y se disponía a entrar para cubrir a Eduardo. Mientras tanto, Emma se colocó tras el marco de la puerta medio agachada, haciéndome señales para que me quedara tumbado en el suelo.

—¡He dicho que atrás!

Miré a Frank que se encontraba encharcado en su propia sangre junto a su amigo que no paraba de apretar las heridas con fuerza, pero al juzgar por la expresión de su cara se había perdido toda esperanza de salvarle. Quise arrastrarme hacia ellos pero nada más moverme, una ráfaga de disparos, seguida del tremendo estruendo del escaparate haciéndose pedazos encima de mí, me paralizó por completo.

—¡Cuidado Emma!

Por suerte, en ese momento, la vi como se lanzaba al interior del restaurante mientras Eduardo disparaba indiscriminadamente hacia la posición donde se escondían los terroristas. El guardia de seguridad abandonó el cuerpo de Frank y aterrorizado se apoyó sobre la cristalera del local contiguo, pudiendo reconocer en él la indescriptible sensación de terror que yo también compartía.

—No te quedes ahí quieto, acércate a nosotros; si te quedas parado te convertirás en un blanco fácil.

Ahora tenía una visión más amplia de lo que sucedía. El local tenía forma rectangular y mis compañeros se encontraban en la zona del comedor. David, situado en la parte derecha, se había atrincherado tras un par de mesas que había tumbado mientras a su izquierda se encontraba Eduardo junto a Emma que habían hecho lo mismo. Les tenía a unos pocos metros delante de mí pero estaba muy asustado y era incapaz de reaccionar.

—¡Maldita sea Vicente! Te parece un buen momento para quedarte quieto. ¡Muévete!

Más adelante a la izquierda, un mostrador de piedra se alargaba hacia el fondo y acababa cerca de una gran puerta que debía conducir a la cocina. Sin duda era el lugar donde se encontraban las dos bombas. Ése era nuestro objetivo.

—¿Qué estás haciendo Emma?

—Voy a contar hasta tres y me acercaré a él. Tú cúbreme. ¿De acuerdo Eduardo?

—¡Vale!

—Uno… Dos…

Uno de los terroristas empezó a gritar en un idioma que no entendía y acto seguido, una ametralladora asomó desde la esquina de la barra, descargando con furia una lluvia de balas que impidieron a Emma efectuar el rescate. Los pitidos de los rebotes rechinaban por todas partes provocando que mi cuerpo reaccionara y con movimientos nerviosos y descoordinados, me arrastre rápidamente hacia donde se encontraban mis compañeros.

—¿A qué demonios estás jugando? ¡Casi te matan!

Eduardo, enfadado y a la vez aliviado de haberme acercado, me gritaba sin parar. Por otro lado, Emma me había agarrado con fuerza contenta de que no me hubiera ocurrido nada. Saqué mí pistola y empecé a trastearla intentando quitar el seguro, pero mis temblorosas y torpes manos me lo impedían.

—Trae aquí…

Eduardo cogió la pistola, comprobó el cargador, quitó el seguro y me la devolvió.

—Ahora sólo tienes que apuntar y apretar el gatillo, pero ni se te ocurra arriesgarte demasiado.

—¡De acuerdo! ¿Qué hacemos ahora?

—Tenemos a un tirador en la barra y a otro en la cocina que seguramente está manipulando las bombas. Me pondré de acuerdo con David para que se adelante mientras realizo una maniobra de distracción. Emma y tú, debéis cubrirme disparando hacia la barra. ¿De acuerdo?

—En cuando nos des la señal, empezamos.

Cogió un servilletero metálico que había tirado en el suelo y lo lanzó al lado de David para llamar su atención. En cuanto le miró, empezó a explicarle su plan con gestos de manos, indicándole la dirección hacia donde iba a correr y qué esperaba de él. David asintió con la cabeza y se colocó en posición para avanzar cuando Eduardo diera la señal.

—Listos… ¡Ya!

Emma y yo, empezamos a disparar mientras nuestros dos compañeros, se acercaban por lados opuestos. El tirador, al percatarse de lo que sucedía, sacó su ametralladora y empezó a disparar coléricamente sin asomar la cabeza. Cuando cesaron los disparos vimos lo cerca que se encontraba David de la barra. Pronto se levantaría y acabaría con el tirador. Con señales, nos indicó que disparásemos una vez más y sin dudarlo ni un segundo, lo hicimos. En cuanto asomó la ametralladora por el borde, David se levantó con mucha rapidez y disparó dos veces. Sin decir ni una palabra, nos indico con un gesto de su dedo pulgar sobre su cuello que le había matado y seguidamente se dirigió hacia la puerta de la cocina donde se encontraba Iman junto con las bombas.

—Levántate Vicente. Vamos a acabar nuestro trabajo. Por cierto ¿te quedan balas?

—La verdad es que no lo sé…

—Déjame ver tu pistola.

Con movimientos rápidos y precisos, sacó el cargador, revisó el arma y cuando ya la tenía en mis manos, ya estaba cargada.

—Por cierto Emma ¿Dónde está Eduardo?

—¿No está con David?

Miramos hacia la puerta de la cocina pero no le vimos por ninguna parte. Entonces, entendimos que algo iba mal y nos fuimos corriendo hacia el lado izquierdo del restaurante.

—¡Dios mío! No puede ser verdad…

Eduardo yacía en el suelo con manchas de sangre a su alrededor. Enseguida pensé en el pobre Frank y la expresión que tenía su amigo cuando intentaba salvarlo hacía tan sólo unos minutos. Ahora yo me encontraba impotente frente a mi amigo y la cara en la que se reflejaba la desesperación junto con amargura, era la mía. Emma se tiró a su lado apretando con fuerza sus heridas y entonces ocurrió un milagro.

—¿¡Te has vuelo loca!? No me aprietes tanto que me haces más daño.

—¡Estás vivo! No te han matado…

—Pues claro, que te esperabas. ¿Ya te preparabas para las ceremonias funerarias? Soy un hueso duro de roer. Lo malo es, que ese bastardo me ha dado en el brazo y en el muslo. Apenas puedo moverme.

—Tú quédate aquí y no te preocupes por nada. Pronto todo habrá acabado.

Tras el susto que nos había dado, Emma y yo nos acercamos con más determinación a la puerta de la cocina que nos separaba de Iman. Para nosotros, él era el responsable de todo. Él era «Zeus» y debía ser castigado por los siete pecados capitales que ya había cometido.

—¿Qué hacemos David?

—Podemos entrar e intentar detenerle o esperar a los policías alemanes que no deben tardar mucho en llegar. El problema es que no dejo de oír ruidos metálicos, lo que significa dos cosas. Que se está atrincherando o que está activando las bombas.

—Entonces no hay tiempo que perder.

—Muy bien. Tú Vicente empuja con fuerza la puerta para que se abra y yo entraré. Emma entrará detrás de mí usándome como escudo, de esa manera si yo caigo, ella deberá disparar y matar a «Zeus». Es muy probable que sólo tengamos una oportunidad. ¿De acuerdo?

Asentimos con la cabeza y David se colocó a un metro frente a la entrada. Emma le agarró con fuerza a su chaqueta manteniéndose a cubierto y yo me dispuse a dar una fuerte patada a la puerta. Nos miramos a los ojos y sin pensarlo dos veces, actuamos.

—¡Estás detenido! Levanta las manos y ponlas donde pueda verlas.

El grito de David me impulsó a entrar con la pistola en la mano apuntando hacia todas partes sin ningún sentido. «Zeus» se encontraba tras una mesa de acero inoxidable con una de las bombas encima y con un rifle en la mano. Dio dos pasos hacia atrás, tiró su arma al suelo y levantó las manos sin dejar de reírse.

—¡Cállate o te meteré una bala en la cabeza que te cambiará el humor!

El asesino, sin dejar de reírse, empezó a hablar mirando fijamente la otra bomba que se hallaba en el suelo.

—¡Todo ha acabado! En menos de diez minutos, la bomba explotará y nuestra ira habrá castigado a Europa. Por fin habrá justicia.

—Justicia o venganza… Emma, no dejes de apuntar a este miserable hijo de mala madre y tú Vicente, coge la radio e informa de la situación.

David, guardó el arma y empezó a examinar la bomba que estaba encima de la mesa.

—No le ha dado tiempo a activarla.

Cogió las herramientas que «Zeus» tenía en un macuto negro y empezó a trabajar en la otra. Mi corazón latía con mucha fuerza, la vista se me nublaba y mis manos temblaban cada vez más. Empecé a recordar los campos donde jugaba cuando era niño y lo hermosa que era la sensación de vivir cobijado por la inocencia. Mí mente viajó a mis días de colegio. Mi familia y mis amigos me esperaban con los brazos abiertos en el estrecho callejón que daba a mi casa. La sensación de la muerte tan cercana a mí, acariciaba mis mejillas mientras la decepción no dejaba de azotar mis pensamientos. Una y otra vez, los niños harapientos y descalzos, aparecían entre un recuerdo y otro. Finalmente, respiré profundamente, apacigüé mis temores y me dispuse a afrontar mi destino. Por fin había hecho las paces con Dios.

—Creo que puedo desactivarla pero no sé si lo conseguiré a tiempo.

Lentamente empezó a desmontar varias piezas del artefacto y las colocó a su lado. Su pulso era firme pero el sudor de su frente, delataba la gran presión que soportaba. Movimiento tras movimiento, nuestros corazones palpitaban a gran velocidad y los segundos se convertían en minutos y a su vez en horas.

—¿Cómo va todo David?

—No me distraigas Emma, intento concentrarme.

—Claro, Claro. Lo siento, es que…

Estábamos tan concentrados en el trabajo de David que «Zeus» aprovechó la ocasión y agarró la pistola de Emma. En cuestión de segundos, forcejeaban al lado de David descentrándole mientras no dejaban de golpear la bomba desactivada que se encontraba sobre la mesa.

—¡Prepárate para morir perra!

David quería reaccionar pero no podía. En sus manos tenía una de las piezas de la bomba e intentaba no moverla demasiado.

—No te quedes ahí parado Vicente. ¡Haz algo!

Intenté apuntar a «Zeus» con mí pistola, pero cada vez que pensaba disparar, un movimiento brusco colocaba a Emma frente a mi punto de mira. Di un par de pasos acercándome un poco para poder golpear al asesino, pero enseguida daba dos pasos hacia atrás. No estaba preparado para afrontar la situación, no sabía qué hacer.

—¡Dispáranos a los dos! No te preocupes por mí Vicente.

—No puedo arriesgarme…

—¡Sí que puedes!

«Zeus», golpeó con fuerza a Emma y se apoyó con la espalda a la pared que tenía detrás mientras con mucha fuerza, bajaba el arma que ambos sujetaban hacia la cabeza de mí compañera. Dejé de dudar y me acerque a ellos. Agarré el brazo de Imán y coloqué mí pistola sobre su sien.

—¡Ríndete mal nacido! Ríndete o te disparo.

Mientras seguía forcejeando con Emma, «Zeus» me miró de reojo y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

—No veo la muerte en tus ojos. Tú no eres como nosotros… jamás podrías apretar el gatillo.

—¡Vicente por favor! No me quedan más fuerzas. Nos matará a todos…

Emma no aguantaba más, Imán iba venciendo y sólo yo era capaz de detener esa locura.

—¡Vicente por favor!

¡Bang!

El primer disparo agujereó el cráneo de «Zeus». Emma se apartó y empecé a disparar una y otra vez hasta que vacié completamente el cargador. El cadáver masacrado que yacía ante mí era el de un despiadado asesino, pero aún sabiendo eso, no podía creer lo que acababa de hacer. Su camisa blanca estaba empapada en sangre, sus pantalones se retorcían junto al resto del cuerpo y su mirada vacía aún me asustaba.

—Tranquilo… ya pasó todo…

Emma, cogió la pistola de mí mano y tras tirarla al suelo, me abrazó.

—Has hecho lo correcto. No hay nada de que arrepentirse.

—Quizás tengas razón. Sólo espero que mi conciencia me lo permita y que pueda vivir con ello.

Nos acercamos a David con mucha precaución. A pesar de todo lo que acababa de ocurrir, él seguía desmontando piezas del artefacto sin distraerse. En su rostro no aparecía ninguna expresión. No parecía asustado, decepcionado, alegre o estresado. Su tarea era más importante que todo eso. Él nos iba a salvar la vida a todos.

Emma y yo nos abrazamos como si estuviéramos esperando lo peor. Un extraño silencio se extendía por todas partes. Cuando avisé por radio informando de la situación, me dijeron que todo el personal cualificado había acudido al lugar pero no se oía nada. Ni ambulancias, ni sirenas, ni personas… ¡Nada!

—¡Vicente!

—Dime David. ¿Qué necesitas?

—Reza todo lo que puedas Padre. En unos instantes la bomba va a detonarse.

—¡Quieres decir que se acabó!

—Aún nos queda una oportunidad. He desmontado toda la parte electrónica del artefacto, sin ningún problema, pero los que la construyeron eran muy listos. También pusieron en marcha un dispositivo mecánico para asegurarse que nada les detendría. A juzgar por el ruido que hace no tardará mucho en activarse.

—¿No puedes pararlo?

—No conseguiría desmontarlo a tiempo así que con una pajita de plástico he creado una barrera entre las partes que activan el artefacto. Sólo espero que sea suficiente.

—¿No estás seguro de haberlo conseguido?

—Muy pronto lo averiguaremos.

David, se quedó sentado al lado de la bomba escuchando como rugían sus entrañas. Cabía la posibilidad que sólo nos quedase unos pocos minutos de vida; segundos quizás.

—Emma, sólo quiero decirte…

—Yo también Vicente, pero prefiero que hablemos en otro momento.

—Pero…

—Me gustaría que fuese en un sitio más romántico, con flores y música.

Acarició suavemente mis mejillas y asentí con la cabeza sonriendo.

—De acuerdo Emma. Así lo haremos.

Nos cogimos de la mano y miramos a nuestro compañero David con cara de admiración por todos los esfuerzos que había realizado. Él por su parte, portaba una mirada afable, como si estuviera satisfecho por las cosas que había hecho en su vida o simplemente se aferraba a un recuerdo agradable de su pasado.

¡Click!

—¡Creo que ya está!

—¿¡Qué quieres decir con eso David!?

—¡Qué ya está, ha funcionado! Jajaja.

—¡Sí! Lo hemos conseguido… Sí, sí, sí…

Nuestro compañero, pegó un salto de alegría y se lanzó hacia nosotros dándonos un gran abrazo. De repente, gritos de júbilo y alegría provenían de todas partes. Al salir de la cocina, policías, enfermeros, médicos, soldados y bomberos, con lagrimas en sus caras, celebraban este segundo renacer. Muchos hablaban por teléfono con sus familias y otros se acercaban hacia nosotros para estrecharnos la mano. Recordé lo sólo y asustado que me sentí en esa cocina, pero en realidad tenía el apoyo de toda una ciudad o mejor dicho, de toda la buena gente que habita nuestro pequeño y frágil planeta. Enseguida me di cuenta que se trataba de la misma historia de siempre, la eterna lucha entre el bien y el mal.

—¡Mira Vicente, allí está Eduardo!

—¿Dónde? No consigo verle.

—Le están subiendo a esa ambulancia. ¡Corre!

Emma y yo nos encontrábamos junto a nuestro compañero que nos sonreía con debilidad.

—Nunca dudé de vosotros.

La mirada del detective, se fijo rápidamente en nuestras manos y en como nuestros dedos se entrelazaban.

—Me alegro mucho por vosotros. Tenemos que celebrarlo a lo grande.

—Y pronto. Por eso debes recuperarte lo antes posible.

Un médico nos interrumpió y cerró las puertas de la ambulancia. Me resultaba imposible ocultar mi alegría al ver que Eduardo se iba a recuperar. De lejos conseguí distinguir al jefe de seguridad del centro comercial que me miraba con una expresión vacía. Levante mis dos manos en gesto de agradecimiento y agaché la cabeza recordando la triste perdida de su amigo. Él, simplemente movió su mano de arriba abajo, como si no le diera mucha importancia. Entendí que los verdaderos héroes son aquellas personas que se enfrentan a la adversidad y tras vencer, regresan a sus casas si necesitar medallas que demuestren su valor.

—¿Cómo estáis parejita?

—…

—Mejor no digáis nada. Ese hombre os llevará al hotel Adlon Kempinski donde hay dos habitaciones reservadas para vosotros. Ya os han llevado vuestras cosas. Estáis obligados a quedaros en la ciudad durante un tiempo hasta que se acabe la investigación y el papeleo, pero me aseguraré de que no os molesten demasiado. Al fin y al cabo, sois unos héroes.

—¿Y qué pasa con Eduardo?

—No os preocupéis por él. Se encuentra en muy buenas manos y podréis visitarle siempre que os plazca.

—Ha sido un placer conocerte David.

—Creedme, el placer ha sido todo mío.

Tras una breve y más bien simple despedida, nuestro amigo se mezcló con la muchedumbre hasta que le perdimos de vista. Enseguida nos llevaron al coche entre una multitud de periodistas que dificultaban nuestro paso. A lo mejor habría contestado alguna de sus preguntas, pero por desgracia no entendía nada de lo que me decían. Por otro lado, sólo quería descansar. Mantenía a la dulce Emma pegada a mí cuerpo para que nadie me la arrebatase. Cerramos la puerta y nos alejamos del incesante deslumbramiento que nos provocaban las cámaras de fotos.