XXI

—Buenos días Vicente.

—Buenos días Emma ¿Qué tal has dormido?

—Yo bien, pero tú no tienes muy buena cara. ¿Te pasa algo?

—Sólo estoy preocupado por si volvemos a fallar. Eso es todo.

—El día aún es largo. No debemos perder la esperanza.

—Tienes razón, pero a lo mejor la siguiente víctima no disponga del día entero.

Mi manera de describir la situación le resulto desalentadora y el enrojecimiento de sus mejillas me dio a entender que se sintió avergonzada. De momento me había librado de dar explicaciones sobre mis extrañas visiones, aunque sabía que tarde o temprano tendría que mencionárselas.

Instintivamente, giré mi cabeza hacia las escaleras y vi a Eduardo que bajaba, cabizbajo y murmurando. Por la expresión de su cara diría que no había dormido muy bien. Todos sabíamos que la vida de una persona estaba en juego y el peso del fracaso recaía sobre nuestros hombros.

—¡En marcha! No hay minuto que perder.

Nos dirigimos de vuelta a la plaza de San Marcos y ocupamos nuevamente nuestros puestos de vigilancia. Era domingo y la gente acudía en masa a visitar la basílica y sus hermosas vistas. Por el contrario, el tiempo, nublado y gris, no auguraba nada bueno. Parecía que de un momento a otro iba a llover, como si la pena de Dios se estuviera concentrando en este hermoso lugar que estaba a punto de ser mancillado por un acto cruel.

No tardamos en llegar y mis dos compañeros no dejaban de caminar de un lado a otro mientras yo me había quedado parado bajo la atenta mirada de los dos gigantes.

—Una extraña combinación de vistas y emociones. ¿No le parece?

—¿Cómo dice?

Me giré hacia el extraño que sigilosamente se había colocado a mi lado y que con tanta familiaridad me había hablado. De repente, mi sangre se congeló al comprobar que ese hombre era Pierre; el hombre de negro.

—¡Yo! Para serle sincero…

—Tranquilícese Padre.

—Me ha cogido por sorpresa.

—Cierto… y a pesar de ello se ha repuesto con mucha rapidez. No me esperaba esa reacción de un pobre cura de pueblo.

Me quede perplejo, pero ya no había marcha atrás. Nos habían descubierto y el poco tiempo que antes disponíamos desapareció de un plumazo. No sabía qué hacer ante esta situación, así que junté mis muñecas y levente los brazos en señal de rendición.

—Por favor. No haga eso Padre.

—Estamos detenidos ¿cierto?

—Ni mucho menos. Además ¿no estabais aquí esperándome?

—En realidad esperábamos…

—… A otra persona. Eso es porque no sabíais que era a mí a quién estabais esperando.

Mis dos compañeros se habían percatado de la situación y caminaban directamente hacia nosotros con paso firme, como si estuvieran preparándose para pelear. Sólo tardaron unos segundos en ponerse entre Pierre y yo.

—Si tienes algún problema, trátalo con nosotros. Somos policías y él sólo es un cura así que sean cuales sean tu intenciones, con él no cuentes.

Pierre, arrojó una sonrisa irónica a mis dos defensores y con mucha agilidad se apartó de ellos.

—Todo lo contrario. Él es más importante que vosotros y debe continuar ayudándonos a resolver las pistas.

—Por encima de nuestro…

—Por favor. No hay que utilizar palabras mayores. No estáis detenidos ni seréis castigados por vuestras acciones. Si me acompañáis, os lo explicaré todo.

Eduardo parecía haberse calmado, pero la expresión de preocupación reflejada en la cara de Emma, aún era latente. Se volvió a colocar delante de él y le cogió de la chaqueta.

—Le advierto que si intenta engañarnos, lo pagará caro.

El hombre de negro retiró la mano de Emma agarrándola lentamente y sin forcejear.

—¡Aquí, el único que profiere amenazas soy yo! De momento estoy siendo muy cortés y no me gustaría tener que cambiar de actitud. Por segunda vez, os pido que me acompañéis. ¿O es que no queréis ayudar a la quinta víctima?

Todos nos quedamos sorprendidos tras esa insinuación.

—Parece ser que de momento no tenéis ninguna pista sobre quién será y dependéis de que Tom os guíe. ¡Pues bien! Estabais en lo cierto y aquí me tenéis. Veamos si juntos conseguimos descifrar este galimatías y acabamos con los crímenes de una vez por todas.

No nos quedaba más remedio que ir con Pierre. A pesar de no saber a dónde nos dirigíamos y de cuáles eran sus intenciones, debíamos aceptar el hecho de que ya no sabíamos qué más hacer.

Dejamos atrás a los dos gigantes y nos dirigimos a pie hacia el centro de la ciudad. Ninguno de nosotros hablaba y las miradas furtivas avivaban la llama de la desconfianza, mientras Pierre caminaba impasible y orgulloso. El ruido de la gente y su incesable vaivén, desahogaba la enorme tensión que se respiraba en el ambiente. De los cuatro, sólo Pierre parecía estar tranquilo o eso aparentaba, ya que no dejaba de silbar una melodía desconocida para mi.

Cruzamos un pequeño puente y caminamos por las estrechas callejuelas de Venecia. Paredes desconchadas, andamios de obras, puertas renovadas, lo viejo perecía y el hombre lo arreglaba. Una pareja besándose en un rincón, un viejo contemplando una góndola negra y un joven vendiendo relojes con mucha… discreción. Incluso en los más apartados rincones de la ciudad el ritmo de la vida Veneciana era capaz de sorprenderme. Después de varios minutos andando, llegamos a un pequeño canal donde se encontraban unos edificios residenciales. Sin aceras, ni bancos, ni arboles; sólo agua, unas suaves olas y barquitas. Debía de resultar incomodo necesitar siempre una barca para poder entrar en tu casa.

—Fijaos bien en el edificio de enfrente. Allí, vive la siguiente víctima.

—Deduzco que ya le habéis avisado del peligro que corre.

—Me temo que no.

—¿Cómo? ¿No habéis aprendido nada de vuestro fracaso en Ginebra?

—Por supuesto que sí. Mientras hablamos hay cuatro agentes vigilando a la víctima, esperando que se encuentre con Imán para poder capturarle.

Indignación y frustración, eso es lo que sentí, aunque mis compañeros no parecían compartir mi preocupación.

—¿¡Le estáis utilizando como cebo!?

—Creo que esa frase describe perfectamente la situación.

—¡Pero!

—No se preocupe Padre. También tengo cuatro agentes en su trabajo y otros cuatro se encuentran ahora mismo en su casa.

—¿Y cómo se llama el pobre hombre?

—Gianfranco Marato, y de pobre no tiene nada. Se trata de un marchante de arte especializado en piezas antiguas procedentes de Mesopotamia.

—Entonces…

—¡Sí! Este hombre conoce muy bien a su futuro asesino sólo que no sabe cuáles son sus verdaderas intenciones.

No podía creer lo que mis oídos estaban oyendo. Me parecía irreal que el hombre a quien esquivábamos por tratarse de un enemigo, en realidad era un aliado. El misterioso «benefactor».

—Hablando de intenciones. ¿Ha sido usted quien nos ha ayudado durante todo el camino?

—«Quid pro Quo». Yo les ofrecía ayuda y ustedes información.

—Entonces Tom…

—Ahora mismo está vigilando a la posible víctima.

—¿Pero como habéis conseguido averiguar la identidad del quinto objetivo de «Zeus»? Me veía incapaz de llegar a cualquier tipo de conclusión.

—En ciertos momentos, a nosotros también nos costaba entender el razonamiento del asesino. Por eso os hemos seguido de cerca y he de reconocer que nos habéis sido de gran ayuda.

—¿Eso significa que ya se ha acabado nuestra participación?

—Todo lo contrario. Lo que ocurrirá ahora es que uniremos nuestras fuerzas, aunque por supuesto no de manera oficial. Lo único que cambiará es que no tendréis que evitarme, como en Ginebra.

—Entonces ¿nos viste?

—¡Por supuesto! Me ofende que penséis lo contrario.

Eduardo y Emma, seguían sin pronunciar ni una palabra. Seguramente esperaban que el momento adecuado llegase, o simplemente se contentaban con el hecho de que pronto capturaríamos a «Zeus».

—¿Qué le hace pensar que no se repetirá lo de Ginebra?

—Nada en absoluto. Puede suceder cualquier cosa, sólo que me gustaría pensar que no cometeremos ningún error y que todos los cabos están bien atados.

Me quedé meditando sobre la situación y nada de lo que escuchaba me parecía correcto. Por desgracia, sólo podía quejarme y esperar. Por otra parte mis compañeros se encontraban a mí lado en silencio, como si les hubieran hipnotizado. En el rostro de Emma se podía notar la ansiedad por vengar la muerte de su padre y Eduardo se comportaba de forma fría y mecánica. Un engranaje perfectamente diseñado para encajar en una maquina muy bien engrasada. No discutía ni dudaba, sólo obedecía al instinto que le impulsaba cazar a su presa. Supongo que después de pertenecer al cuerpo de policía durante tanto tiempo, debía de ser una reacción completamente intuitiva.

*

«Vrrrrr» «Vrrrrr»

De repente el móvil de Pierre vibró alertándonos a todos. Seguramente se trataba de Tom, pronto «Zeus» caería en nuestras manos.

—¡Colocaos donde no se os vea! Al parecer, Gianfranco se ha montado en una lancha motora tripulada por Imán y otros dos individuos. Todo indica que se dirigen hacia aquí.

Levantó la mano haciendo señales a los agentes que se encontraban dentro de la casa para que estuvieran preparados. Nos indicó que nos escondiéramos en una de las esquinas de un edificio que daba al canal y él se resguardó en la pared opuesta a nosotros desde donde había más visibilidad. Llamó a otra unidad, para que no permitieran el acceso a habitantes y a turistas, y se arrodilló cerca de la orilla.

El canal, de aguas verdes y raramente perturbadas, era más bien de tamaño medio. Sólo pasaban un par de góndolas cada veinte minutos y de vez en cuando alguna que otra embarcación más grande. Las líneas de autobuses flotantes no pasaban por aquí y, aunque se trataba de una zona céntrica de la ciudad, no había nada interesante que atrajera a los turistas.

Mientras Pierre permanecía intranquilo en su posición, Eduardo descansaba la mano en su pistola acariciando el seguro de vez en cuando.

«Vrrrrr» «Vrrrrr»

Esta vez no había necesidad de contestar. Pierre miró la pantalla y guardó el móvil en su chaqueta.

—Deben de estar acercándose. ¡Preparaos!

El motor de una lancha retumbaba sobre las antiguas paredes que nos rodeaban y estremecía a nuestros corazones que cada vez latían con más ritmo. De pronto el ruido disminuyó hasta finalmente desaparecer casi por completo. Los fuertes pisotones pasaban desde cubierta a la quilla y de ahí se apagaban en el fondo del canal perdidos en el agua Ya éramos capaces de escuchar las voces de los tripulantes y el motor de la lancha quedó completamente silenciado, lo que indicaba que pronto amarrarían para entrar en la casa de Gianfranco. No me consideraba un gran especialista de la lengua italiana, pero se notaba bastante que sólo uno de ellos era de por aquí. La otra voz que se escuchaba debía ser la de Imán. Se me hacía raro ponerle voz a «Zeus», por no mencionar el ponerle cara.

Eduardo y Emma sacaron sus pistolas y me empujaron hacia atrás.

—Ten cuidado Vicente. —Dijo Emma—. Pronto habremos acabado así que intenta mantenerte al margen.

Pierre, observando desde la otra esquina, tenía la mano levantada señalando que debíamos esperar. Por supuesto yo sólo participaba como un mero espectador y debía acatar las órdenes sin rechistar. Ni turistas, ni canciones, ni suspiros, ni risas. Sólo las voces de nuestras presas interrumpían la inusual calma que de repente prevalecía, hasta que de pronto ellas también cesaron.

Un zarandeo sobre la cubierta, un ahogado zumbido de los tubos de escape y el motor de la lancha volvió a sonar. Pierre bajó el brazo y cogiendo su pistola con las dos manos, salió de su escondite.

—¡Manos arriba! Estáis detenidos…

Mis dos compañeros también salieron apuntando con sus armas a los hombres de la lancha y justo cuando se dispusieron a ordenarles que se detuvieran, empezaron a dispararnos.

—¡Cubríos!

El ruido de las balas rebotando por las paredes y los chirriantes golpes de los cristales rotos cayendo al suelo, invadieron mi cabeza. De reojo conseguí ver a Pierre como disparaba hacia la lancha justo delante de mí, Eduardo ya había vaciado el cargador de su pistola y estaba recargando. Me pegué a la pared con todas mis fuerzas y cerré los ojos; mis piernas no paraban de temblar y sólo notaba una mano en mi pecho que me empujaba con fuerza hacia atrás. A los pocos segundos, la ráfaga de disparos había cesado y la mano que antes me protegía, ahora me tiraba con fuerza para salir de nuestro escondite.

—¡Rápido! ¡Seguidme!

La lancha se alejaba con sus ocupantes agachados pero nadie tenía la intención de dejarlos escapar. Desorientado y confuso, noté otro fuerte tirón y a los pocos segundos me encontraba dentro de otra lancha motora conducida por Tom. Ahora Eduardo me sujetaba la cabeza, manteniéndome agachado y bien protegido mientras perseguíamos a «Zeus».

—¡No te levantes!

—¿¡Qué!?

—¡No te levantes!

—¡No pensaba hacerlo!

No podía ver nada con claridad, pero si empecé a oír cómo nos disparaban una vez más. Las balas impactaban con fuerza en el casco de la lancha espolvoreando las minúsculas astillas de madera y en ese momento mis compañeros empezaron a disparar contra ellos, pero con más calma. Mirando hacia arriba, me fijaba en cómo nos acercábamos a los edificios que rodeaban el canal y como efectuando maniobras bruscas pero a la vez precisas, nos volvíamos a alejar de ellos.

—Estamos a punto de salir al canal principal. —Indicó Tom.

—Tened cuidado con la gente que pasea por las orillas.

Tom realizó una brusca maniobra de giro e hizo que nos tambaleáramos hacia el lado izquierdo de la lancha.

—No tengo un objetivo claro… Se mueven con mucha rapidez…

—Pues nos acercaremos más. —Dijo Pierre.

Pierre indicó a Tom que acelerara aún más mientras Emma realizó una ráfaga de tres disparos, aunque por la cara de decepción que puso, supuse que no había acertado.

—Por poco les doy…

A pesar de la destreza de Tom al volante, nos abalanzamos sobre una góndola partiéndola por la mitad mientras el sobresaltado gondolero se lanzaba al agua. El fuerte golpe zarandeó nuestras carnes y por un momento nos desorientó. Las astillas y trozos amorfos se dispersaron hacia varias direcciones y cuando el desconcierto desapareció, no supe reprimir mi angustia.

—¡Dios mío! ¿¡Qué hemos hecho!?

—¡Agáchate! —Gritó Eduardo.

Se lanzó hacia Emma empujándola a mi lado y recargó su arma. Pierre, se cubrió la cara con el brazo izquierdo y Tom soltaba el volante cogiéndose con fuerza del hombro.

—¿Qué te pasa? —Preguntó Pierre.

—Me han dado en el hombro. Lo vendaré antes de que pierda más sangre.

La lancha iba descontrolada y en cuestión de segundos reaccioné y me levanté agarrando el volante.

—Ocupaos de Tom. Yo conduciré…

—Pero si no sabes conducir. —Dijo Eduardo.

—Pues tendré que aprender sobre la marcha.

Me había fijado de que sólo se trataba de usar la palanca a mi derecha para controlar la velocidad y el volante para la dirección. No podía ser muy difícil. Lo que más me preocupaba eran los disparos que ahora se dirigían directamente hacia mí.

Nos encontrábamos a unos pocos metros de «Zeus» y hasta el momento, no habían dejado de dispararnos. A simple vista parecía que el italiano no tenía ni idea de lo que sucedía. Sólo se le veía gritar mientras se protegía de los disparos. Pataleaba y se abalanzaba sobre «Zeus» y sus secuaces, mientras ellos le reducían una y otra vez.

—Fijaos en Gianfranco. Parece estar luchando contra de ellos.

El más alto de ellos que llevaba la cabeza rapada, empezó a forcejear con el italiano. «Zeus», al percatarse de lo que ocurría, se giró, le disparo en la cabeza y cuando su cuerpo cayó en la cubierta, le disparo dos veces más.

—No hemos podido salvar al quinto objetivo. Menuda mierda. —Dijo Pierre enfadado.

—¡Malditos! —Gritó Eduardo.

Emma estiró el cuello y empezó a señalar con el dedo.

—¡Fijaos! Han dejado de dispararnos y se han agachado por encima del cadáver.

Íbamos a tanta velocidad que no era capaz de distinguir los detalles, pero al parecer buscaban algo que llevaba encima.

A gran velocidad llegábamos al final del canal y frente a nosotros se divisaba el mar abierto. Por todas partes navegaban barcos de pasajeros hacia todas las direcciones y también había algunos barcos de mercancías anclados de una manera que a primera vista me parecía arbitraria. Ambos comenzamos a maniobrar peligrosamente entre las diferentes embarcaciones que, aunque parecían inamovibles colosos sobre la superficie del mar, no cesaban de contonearse siguiendo un desconcertante ritmo.

—¡Ten cuidado con la cadena del ancla! —Avisó Eduardo.

—¿¡Dónde!? ¡No la veo!

—¡Ahí! ¡Demonios! ¿Qué haces?

—Ya la he visto…

—¡Gira, gira!

Puede que ni una hebra de seda cupiera entre la cadena y la lancha, y estoy seguro de que todos resoplaron aliviados cuando vieron que conseguimos esquivarla.

—Madre mía, por los pelos.

Eduardo, dejó de morderse el pulgar, se colocó a mi lado y se agachó para ver como se encontraba Tom que al parecer, había conseguido parar la hemorragia con la ayuda de Emma.

—¿Cómo te encuentras?

—No te preocupes por mí. Estoy bien. Intenta disparar a los motores a ver si así conseguimos detenerlos de una puñetera vez.

Se levantó con determinación y con su pistola apuntó hacia donde Tom le había indicado. Entonces, realizó un primer disparo pero por desgracia, una ola golpeo nuestra lancha de frente y le hizo fallar.

—Mantenla firme durante un segundo.

—Eso intento… pero no es fácil.

—¡Tú sólo hazlo!

Volvió a apuntar y justo en ese momento, los dos maleantes se levantaron y lanzaron el cuerpo de Gianfranco al mar. Fue tan repentino, que casi pasamos por encima de él.

—¡Ten cuidado Vicente!

—Por muy poco.

—Pase lo que pase no les dejes escapar.

Eduardo no se lo pensó dos veces y se lanzó al mar para recuperar el cuerpo. Emma se colocó a mi lado y junto con Pierre empezaron a disparar sin parar. Se podía oír los gritos de la gente asustada que se encontraba en las embarcaciones cercanas. La mayoría se situaba a una distancia segura y las más cercanas a nosotros, se dirigían hacia el lado contrario tras percatarse de lo que sucedía.

—¡Cuidado con esa boya! —Gritó Pierre.

—¡Aghhhhh!

Realicé otra brusca maniobra y Emma se cayó al suelo mientras Pierre se sujetó con fuerza a la barandilla. Mientras ella se levantaba, vi como Pierre me miraba anonadado y enseguida se desplomó al suelo. No tuve tiempo ni de parpadear y seguidamente entendí porque se había caído.

—Me han dado…

Tom se arrastró hacia él para ver donde le habían herido.

—¡Le han dado en el pecho! Es una herida muy grave.

Emma se abalanzó sobre él y con fuerza le presionó la herida con las dos manos. Mientras tanto, los otros miserables, no dejaban de dispararnos.

—¿Qué hago ahora Emma?

—¡Para! ¡Para!

—¿Seguro?

—¡Maldita sea te he dicho que pares!

Reduje la velocidad lentamente sin saber que más hacer, simplemente dejaba a «Zeus» escapar. El agonizante Pierre balbuceaba frases incomprensibles y una lágrima se deslizó por su severo rostro.

—Da la vuelta, busca a Eduardo y dirígete rápido hacia un hospital.

Sin dudar ni un segundo, me puse rumbo hacia donde había saltado nuestro compañero. Era bastante difícil encontrar su localización exacta y tampoco me había fijado bien en la ruta que habíamos seguido. Por suerte, tras bordear algunos barcos, me fije en una zona donde se habían concentrado varias embarcaciones que al parecer habían recogido a Eduardo junto con el cuerpo de Gianfranco.

—No pares Vicente. Ya le he visto, está en la tercera barca de la derecha. Recógelo y directos a tierra firme.

Me acerqué rápidamente, los de la barca nos lanzaron un cabo para poder colocarnos a su lado. Eduardo, saltó a la lancha, se sujetó de la barandilla y agarro con fuerza a la otra embarcación para acercarnos un poco más.

—Con cuidado… un poco más. —Indicó Emma.

—¡Ya estamos pegados!

Agarró con fuerza el cadáver y con un movimiento brusco, lo traslado a nuestra lancha. Durante unos segundos, levante la mirada y me di cuenta de lo horrorizada que estaba la gente. Yo también sentía un fuerte apretón en el pecho pero se podía decir que estaba horrorizado. Ahora empezaba a entender la frialdad de las personas que se dedicaban a este trabajo.

—Vamos Vicente, no perdamos más tiempo.

Tom no se encontraba bien y Pierre parecía perder el conocimiento por momentos. Debía dirigirme de inmediato a un hospital para que fuesen atendidos.

—Hay que llevarles a un médico enseguida.

A lo lejos empezaron a oírse las sirenas de la policía.

—¡Menos mal! Aguantad señores, la ayuda ya viene de camino.

Pierre, cogió a Emma del brazo y ella se giró hacia mí.

—Dice que nos marchemos de aquí ahora mismo. No debemos mezclar a la policía en esto.

—¡Pero! ¿Qué dices?

Tom no soltaba a su compañero y sabía muy bien cuáles podrían ser las consecuencias de su decisión pero ninguno de los dos parecía tener la intención de cambiar de parecer.

—Dirígete hasta la orilla y salid de la lancha. Debéis seguir el rastro de «Zeus» y detenerle. Del resto me ocupare yo…

Eduardo me cogió del hombro con fuerza mientras con su otra mano me indicaba una ruta hacia la orilla que parecía segura.

—¿Entiendes que quizás no lo consigan?

Sin decir ni una palabra, me apretó el hombro con más fuerza y asintiendo con la cabeza, volvió a indicarme la ruta a seguir.

—¿Y tú Emma? ¿No tienes nada que decir?

Ella ni siquiera se giró a mirarme. Permanecía al lado de Pierre haciendo todo lo que podía por ayudarle.

—¡De acuerdo! Yo… Vale…

Eduardo me soltó el hombro, se sentó al lado del cuerpo de Gianfranco y empezó a registrarle.

—Fijaos en lo que he encontrado… parece que han metido un papel en su boca.

—Se habrá mojado así que sácalo con cuidado.

Sacó su bolígrafo de su empapada chaqueta y con mucho cuidado le retiró el papel de la boca.

—¡Es una partitura!

—¿Cómo dices? —Preguntó Emma.

—Sí una partitura… De momento me la guardaré, ya la examinaremos más tarde.

Tom se dio la vuelta y se acercó al cadáver.

—Sin duda se trata de otra pista. Busca en su cuerpo la inscripción.

Le abrieron la camisa pero no había nada escrito en su pecho.

—Vamos a darle la vuelta. Puede que esté en su espalda.

Entre los dos, giraron el cadáver y lo colocaron boca abajo.

—¡Aquí está! Acércate Vicente y le echas un vistazo. Espera que coja el timón para que puedas venir. ¡Ten cuidado con el tambaleo!

¡Dios mío! Era el trabajo más chapucero de «Zeus». Más que una inscripción, parecía una autentica carnicería.

—¿Qué pone?

Intentaba leer lo que había escrito pero no era capaz de concentrarme. El movimiento de la lancha tampoco ayudaba y cada vez me entraban más nauseas.

—¡Concéntrate Vicente! No tenemos mucho tiempo.

Los gritos de Eduardo y un repentino empujón de Emma me hicieron recobrar la compostura.

—Dadme un minuto…

«O Διόνυσος θα δεί με τον Ερμή τήν τελεφτέα συνφονία»

La tensión y la nauseabunda imagen del cadáver no me dejaban concentrarme y en consecuencia no lograba entender su significado. Miraba lo que pasaba a mí alrededor y me sumergía en un mar de preocupación, más profundo del que nos rodeaba. El agua salada se mezclaba con el color purpura de la sangre creando remolinos rosas que se disolvían cuando chocaban con el casco. Gianfranco yacía muerto en mis pies, golpeándose la cabeza con cada sacudida de la lacha. Su pelo blanco como la nieve y su cara redondeada, me recordaban las facciones de un niño. De la parte trasera de su cráneo se desprendió un trozo que colgaba por un par de cabellos y me entraron ganas de vomitar.

—¿Te encuentras bien?

—…

—¿Qué demonios te pasa?

—Nada Eduardo… sólo me he mareado un poco.

—Céntrate Vicente… Si no puedes acordarte de la inscripción, apuntala en un papel y la vemos luego.

Rebusque en mis bolsillos y saqué la guía de Venecia que Emma había comprado; rompí una hoja y seguí buscando algo para escribir.

—Dame tu bolígrafo Eduardo.

—¿Qué?

—Tu bolígrafo…

—Claro, claro.

Apunté apresuradamente la inscripción y le devolví el bolígrafo a Eduardo. Habíamos llegado cerca de la orilla y pronto abandonaríamos a los dos heridos a su suerte. La lancha chocó contra el muro y la madera chirrió con fuerza. Un quejido salió de las entrañas de Pierre que parecía haber aceptado lo inevitable. Me sentí triste y vulnerable, incapaz de ignorar el hecho de que gracias a él conseguimos llegar hasta aquí. Mis dos compañeros saltaron a tierra firme y yo me incliné para despedirme de Pierre. Se agarró a mi brazo y un susurro salió de sus labios.

—Perdóneme padre porque he pecado.

—No malgastes tus fuerzas. Pronto vendrá ayuda y te atenderán.

Tom me miró con una expresión muy seria en la cara mientras movía la cabeza lentamente de forma negativa.

—Por favor Padre. Otórgueme la extremaunción.

Me puse de rodillas a su lado, le cogí la mano y empecé a rezar susurrando en su oído.

—Estas perdonado de todos tus pecados confesados e inconfesables. Ve en paz hijo mío.

Con sus últimas fuerzas me cogió del brazo y me acercó a su boca.

—En mi chaqueta hay un sobre para usted Padre. Usarlo para detener esta locura. Que Dios os ayude…

Sus últimas palabras apenas podían percibirse pero su mensaje quedó muy claro. Le cerré los ojos y cogí la mano de Tom.

—Yo no estoy tan mal Padre. Ahora ayúdeme a levantarme y márchense de aquí.

Salí de la lancha y Tom se puso al volante desapareciendo entre los canales Venecianos. Eduardo me cogió del brazo y también nos alejamos entre las callejuelas.

—Vayamos al hotel para recoger nuestras cosas y salgamos de la ciudad lo antes posible. No hay tiempo que perder y tú Vicente céntrate en averiguar a dónde debemos ir.

Ni me enteré del tiempo que transcurrió entre el hotel y el coche. Mi mente divagaba entre emociones y pistas que se entrelazaban constantemente y no lograba centrarme. Cierta parte de mí había muerto y renacido varias veces durante este viaje pero la mezcla de ira y de pena que estaba sintiendo de manera tan repentina por ese hombre, me dejó bastante acongojado. Ahora mismo, presentía que algo horrible nos aguardaba.