VII

Mientras miraba a mí alrededor, mareado y confuso, veía a Eduardo hablar con la agente Bardy, pero no estaba de humor para prestarles atención. No me había recuperado del todo. Mis manos aún temblaban y un tremendo dolor de cabeza me impedía pensar con claridad. El aire de la ventanilla bajada, refrescaba mis parpados y el confortable temblor del coche, relajaba mis músculos.

—¿Cómo te encuentras Vicente?

—… No sé qué decir… Me siento como si me hubiera dormido.

—Es que te has dormido.

—¿Cuánto?

—No te preocupes; ha sido sólo una hora más o menos.

No podía creer que me hubiera pasado algo así. A pesar de no haber dormido bien últimamente nunca me imagine que perdería el conocimiento de esa manera. Supongo que el estrés mezclado con mi claustrofobia no resultaron una combinación muy ventajosa.

—Ya falta poco señores…

—¿Dónde estamos?

—Mientras dormías, el inspector y yo decidimos ir a la casa de mis padres en el campo.

—¿Y eso porqué?

—Porque si mi padre hubiera escondido algo y no quisiera que mi madre o yo lo encontráramos enseguida, allí es donde lo escondería.

—Mira Vicente; el padre de nuestra nueva amiga era el guardia del puerto deportivo de Burdeos. Si alguien quisiera introducir un objeto de manera clandestina en el país, ese sería unos de los puestos clave que necesitaría controlar para tener una puerta de acceso desde el mar.

—Eduardo, creo que estamos faltando el respeto al padre de…

—¡No siga! Mi padre está muerto y necesito saber porqué. No sé muy bien en qué clase de asuntos estaba involucrado pero sea lo que sea, quiero averiguarlo.

—…

—Sin olvidarnos de lo más importante.

—¿Qué?

—Quiero coger al malnacido que lo mató.

—La venganza no es el camino a seguir.

—Eso lo decidiré yo padre.

No quise entrometerme y me aparté. Acababa de perder a su padre y los sentimientos que la poseían aún eran muy intensos.

Cada uno de nosotros tenía sus motivos para estar aquí. Para Eduardo era su trabajo aunque cabe la posibilidad que hubiera algo más. Yo necesitaba fijarme un objetivo, escapar bruscamente de la rutina que me rodeaba y enmendar mis errores del pasado de una manera más activa. Si este fuera el caso ¿porqué no podía ser la venganza el motivo que impulsó a la agente Bardy arriesgar su carrera y su vida para ir con dos desconocidos en busca de «Zeus»?, si es que realmente él es el responsable de la muerte de su padre y de las demás víctimas. Sea como sea, la situación se presentaba bastante complicada y era obvio que no conseguiríamos apartar nuestros sentimientos personales.

—Ya hemos llegado.

Al final de una calle rural, vimos una entrada hecha de piedra como si de una hacienda española se tratase. La gente Bardy no tenía la llave del portón. Salió del coche, sacó su arma y disparo a la cerradura abriendo el candado con éxito.

—¿Qué haces?

—No os preocupéis; Los vecinos más cercanos están a un par de kilómetros de aquí y encima sólo son unos viejecitos que apenas pueden oír sus propias conversaciones.

Abrió las dos puertas metálicas y entró en el coche. Condujo durante unos minutos y pronto llegamos a la casa. No podía distinguir muy bien lo que había a nuestro alrededor; la oscuridad lo ocultaba todo, lo que si se podía distinguir era la figura de la casa que aparecía lentamente ante nosotros y tenía el aspecto de ser bastante grande. Unas grandes macetas, una mecedora y una caseta de perro pero sin ocupante, se veían delante del pequeño porche.

—Pasad, estáis en vuestra casa.

—La casa de tus padres es muy grande.

—Y vieja también. Pertenecía a mi bisabuelo que en paz descanse. Es un milagro que aún esté de pie porque durante la guerra, una bomba cayó a unos metros de aquí causándole graves daños. Afortunadamente eso es todo lo que le afecto la guerra, puesto que como ya os habréis dado cuenta, está situada bastante lejos de los núcleos urbanos.

—No pretendo parecer grosero pero ¿Habrá algo para comer?

—La cocina da a la parte trasera inspector. Siga el pasillo hasta el fondo y a la derecha. Pase y busque por los armarios, seguro que al menos encuentra una lata de atún. Usted padre, quédese aquí si lo prefiere; yo iré a echar un vistazo en el dormitorio de mis padres.

El salón era muy amplio y acogedor. El ambiente, la decoración junto al olor a jazmines y rosas estampaban la palabra «hogar» en mi cuerpo y mente. La cálida noche de verano despertaba ya recuerdos olvidados de mi pasado y las nanas de mi madre parecían aún latentes en mi interior. Sólo el recuerdo de ese niño turbaba mi mente. Últimamente ese pensamiento me había atormentado más de lo normal aunque también me daba fuerzas para seguir adelante.

—He encontrado una lata de salchichas y un paquete de tostadas integrales. ¿Quieres?

—No… Gracias Eduardo; no tengo hambre ahora mismo. Por cierto… ¿Qué hacemos aquí?

—Buscar pruebas.

—¿Sobre si el padre de la agente colaboraba con «Zeus»?, ya… pero qué tipo de pruebas crees que encontraremos.

—Si siempre supiéramos qué es lo que buscamos, todo sería mucho más fácil… ¿No crees?

—Sin duda alguna; pero en ocasiones es mejor permanecer en la ignorancia.

—Por cierto… ¿Cómo sabías que teníamos que escondernos?

—¿Qué?

—¡Sí! En la morgue… ¿Cómo es posible?

—¿Alguna vez tuviste un secreto que te atormentase y que a su vez fuera la solución a tus problemas sin que lo supieras?

—Me estás asustando Vicente; no me imaginaba que eras de esa clase de personas.

—¿Por qué no? Al fin y al cabo, he dedicado mi vida a enseñar el camino oculto de un ser supremo jamás visto.

—¿Quieres decir que Dios te dijo que nos escondiéramos?

—¡No! Quiero decir que algunas veces tus pesadillas pueden indicarte el camino correcto y salvarte para después poder devorarte.

—No digas tonterías…

—En la antigüedad, los siervos de Dios, escuchaban los pecados de sus seguidores para liberarlos de culpa y afianzar su camino hacia el cielo. En realidad, vaciaban sus conciencias de la culpabilidad de sus actos, como si fueran a un psicólogo, pero llenando el vacío que ellos dejaban con la esperanza de encontrar la vida eterna.

—No te entiendo Vicente.

—Pronto lo harás amigo mío… pronto lo harás.

—Sigues sin contestar a mi pregunta.

—Será mejor que dejemos esta conversación para otro momento. Estoy convencido de que la retomaremos muy pronto. ¿Es que durante estos pocos días me lo has contado todo sobre ti?

El silencio de Eduardo resultó ser la mejor respuesta a mí pregunta aunque sabía que tarde o temprano tendría que confiar en él mi secreto. Puede que fuese lo mejor… quizás, yo también necesitaba confesarme y apaciguar mi conciencia.

—Señores, aquí tengo el maletín de mi padre. Justo en el lugar donde siempre lo escondía.

—He de decir que no lo escondía muy bien agente.

—¡Oh! Por favor; dejad de llamarme agente Bardy. Mi nombre es Emma y mi padre tenía ese escondite para que no pudiera encontrarlo alguien que no fuese mi madre o yo. Lo importante es que nunca lo hemos tocado, ya que en mi familia respetamos la intimidad de los demás, por no mencionar que nunca sospeche que aquí podía encontrarse algo más importante que unas fotos de alguna ex novia, algún documento de cualquier trifulca familiar o simplemente los papeles de la casa.

—Muy bien Emma. La cuestión es… ¿has encontrado información relacionada al caso?

—Lo siento inspector, yo…

—Ya que vamos a dejarnos de formalidades, a mí llámame Eduardo y mi querido amigo no creo que tenga ningún inconveniente en que lo llames Vicente ¿Verdad?

—Por supuesto… Faltaría más… Emma.

—El caso es que no tengo valor de hurgar en las cosas de mi padre. He tenido este maletín en mis manos más de cinco minutos y a lo único que me he atrevido es a bajarlo aquí para que lo examinéis vosotros.

—¡Muy bien! Dámelo a mí que estoy acostumbrado de rebuscar en las cosas de los demás.

—Se un poco más delicado Eduardo, recuerda de quién se trata.

—Y tú recuerda que la próxima víctima de «Zeus» aparecerá pasado mañana, lo que significa que es posible que en este preciso momento esté muy cerca de él.

—O ella. Recuerda que la primera víctima fue una mujer.

—Ya sabéis a lo que me refiero.

—No perdamos más tiempo y abrid el maletín. Ya he marcado la combinación correcta en la cerradura.

Eduardo asintió con la cabeza y abrió el maletín. Empezó a vaciar lentamente su contenido examinándolo con detenimiento. Primero sacó unas fotos de lo que parecía ser momentos familiares de hace años. Emma contemplaba los movimientos de Eduardo de pie, intentando contener sus lágrimas. También sacó algunas escrituras de propiedades y un libro viejo que parecía ser un cuento de niños. En ese momento Emma no pudo contenerse más y se echó a llorar.

—¿Te encuentras bien?

—No os preocupéis por mí… Seguid.

Me levanté y abracé a Emma con todas mis fuerzas intentando dar consuelo en el momento que más lo necesitaba. Mientas, Eduardo sacó una carpeta de cuero que aparentemente era lo que estábamos buscando.

—Averigüemos que tenemos aquí.

—Ábrela.

—En eso estoy Vicente.

En su interior había un montón de papeles. Se guardaron de manera muy desordenada, algunos estaban doblados y otros parecía que los habían metido con bastante prisa. ¿Por qué iba a hacer algo así? ¿Cómo es posible que alguien pueda tener tanta prisa o miedo en un lugar al que considera seguro? En el resto de la casa existía un cierto orden lo que me hacía pensar que el desorden, no se trataba de algo habitual entre los familiares de Emma.

—¡He encontrado algo!

Nos inclinamos un poco más sobre el contenido y ella abrió los ojos preocupada.

—¿Conoces los detalles sobre una cuenta bancaria en suiza?

—¡No! Bueno… nunca me había mencionado nada…

—Fijaos; aquí tengo un extracto bancario de un banco suizo con la increíble cantidad de un millón de euros.

—¡No es posible!

—Pues lo es… está claro… aquí se puede ver el nombre de tu padre y la cantidad de dinero, el problema es que la parte donde se encontraba el nombre y la dirección del banco ha sido cortada y es posible que lo haya hecho a propósito. Lo veis, sólo se ve «Swiss».

—¿Y la numeración?

—Me temo que tampoco la ha dejado.

—¡Un momento!

—Sí Vicente…

—Hermes, aparte de ser el mensajero de los dioses, también era el dios de los mercaderes. Suiza es el banco de Europa y en su momento del mundo. Hablamos del punto donde el propósito de todos los mercaderes converge.

—¿Y qué propósito es ése?

—El dinero Eduardo… el dinero.

—¿Y por eso crees que el siguiente asesinato ocurrirá en Suiza?

—No sólo por eso. Recuerda lo que decía el mensaje. «Hermes cruzara la frontera».

—Sí pero hasta ahora ya hemos cruzado dos fronteras.

—Párate un segundo y piensa en el día de hoy… piensa en la actualidad…

—No pares por favor.

—¿Qué es lo que tenemos en común?

—¿Qué perseguimos a «Zeus»?

—¡Qué somos Europeos! En realidad no hemos cruzado ninguna frontera sino que hemos viajado por los estados de un mismo país. Recuerda el rapto de «Europa» en el primer asesinato.

—¡Por supuesto! Y como Suiza no pertenece a la comunidad europea, Hermes debe cruzar la frontera… debe ir a Suiza.

—Muy bien Emma.

—¿Y has descifrado ya el significado de las piedras negras?

—Sólo sé que por su color manifiestan desaprobación, los números grabados en ellas aún me desconciertan.

—Quizás sólo sea una cuenta atrás.

—Ya hemos pensado en esa posibilidad Emma, pero, no puede tratarse de algo tan simple. Está claro que quien se encuentre detrás de todo, lo tiene muy planificado y quiere seguir las pautas.

—¿Por qué crees eso?

—¿Se lo explicas tú Eduardo?

—Verás, quien haya matado a tu padre lo hizo con bastante precipitación. Las anteriores víctimas presentan indicios de haber sido torturadas aunque no en gran medida, pero lo fundamental es que la piedra se encontró en la boca de tu padre.

—¿Eso es lo fundamental?

—¡Sí! «Zeus» no tuvo tiempo de hacérsela tragar y simplemente se la introdujo en la boca. En las otras víctimas, la piedra la encontramos en su estomago. Eso sólo se consigue si la persona está viva y se le obliga a tragarla o si se abre el estomago por fuera para introducirla por la fuerza. Por el momento, no se nos ha dado el caso.

—Se trata de un acto con gran simbolismo. Quizás «Zeus» pretendía que se tragase su orgullo.

—O sus pecados Padre.

La última frase de Emma me dejó pensativo por un instante. Cogí una de las tostadas que Eduardo había traído y empecé a comérmela junto a una de las salchichas mientras le daba vueltas al asunto. «Por votación popular se ha decretado que la persona en cuestión, debe tragarse sus pecados». No lo tenía muy claro. Sabía que la respuesta aparecería en cualquier momento, pero…

—Te hemos vuelto a perder Vicente.

—No… en absoluto… es que…

—¿Qué?

—Todavía no lo tengo claro y si os lo explico me podríais confundir.

—Pues tendremos que esperar.

Emma se sentó a mi lado y me cogió de la mano. Buscaba algo en mí que no estaba seguro de poder, o es más, de querer ofrecérselo. Buscaba la manera de llevar a cabo su venganza y ahora mismo, yo era su única esperanza para descubrir el paradero del asesino. Tras darse cuenta de mi desconcierto, se levantó y nos miró.

—Creo que ya es suficiente por hoy. ¿Qué os parece si nos quedamos aquí y dormimos unas cuantas horas? Mañana nos levantamos temprano, vamos a vuestro hotel y recogemos vuestras cosas.

—¿Y luego?

—Luego nos vamos a Suiza.

—Sí, pero… ¿A dónde? Suiza es pequeña pero no tanto.

—¿Por qué no lo consultamos con la almohada? Es probable que el cansancio nos impida pensar con claridad.

—Puede ser.

—Podéis escoger la habitación que queráis. En la casa hay de sobra.

Recogimos los papeles, subimos al piso de arriba y nos despedimos en un pequeño rellano al final de las escaleras. El chirrido de las puertas cerrándose y el quejido del colchón viejo al acostarme me despejaron durante un instante pero pronto me olvidé de todo y me quedé dormido.