III

—Espere aquí padre…

Me quedé sentado en la recepción de la comisaría mientras el inspector pasaba dentro para hablar con los agentes de Portugal y averiguar lo que había ocurrido. Entiendo que no pudiera estar presente en todo lo concerniente al caso… al fin y al cabo, yo no era policía; sólo estaba ayudando. Claro está, que tanta intriga aumentaba mi nerviosismo; me sentía excluido pero no tenía ningún derecho a exigir un trato preferente.

Por fortuna, el inspector no tardó en salir y se me acercó. Deseaba con impaciencia conocer los detalles del nuevo caso aunque seguramente sólo venía a despedirse.

—Hablé con mi superior y está conforme en que me acompañe en todo lo referente a la investigación que llevamos entre manos. Nos pondremos en contacto con su responsable para pedir que nos permitan contar con usted. Siempre que usted esté dispuesto a hacerlo.

—Claro inspector; como no.

—Pues acompáñeme por favor.

No podía contener mi alegría, parecía un chiquillo de quince años y una reacción así, no era normal en mí. En cierto modo, creo que en nosotros aun coexiste el niño que fuimos en su día, pero yo no podía permitirme el lujo de perder la compostura. Me sentía otra vez parte de la investigación pero a pesar de mi entusiasmo por ayudar, no me olvidaba que se trataba de un asunto muy macabro.

—Le presento al inspector Manuel Guimarães y a su ayudante el… el…

El hombre se adelanto un paso y alargo su mano derecha para presentarse.

—Inspector Da Silva; Marcio Da Silva… Un placer.

—Sentémonos todos; Padre, usted siéntese a mi lado por favor.

—Por supuesto.

—¡Bueno! ¿En qué podemos ayudarles?

El inspector Portugués, juntó sus manos y resopló intranquilo. Sus hinchados ojos y su desarreglada corbata manifestaban la gran preocupación de éste hombre por su trabajo. La dureza en su mirada, junto a su robusto aspecto, te infundía una sensación pavorosa. Todo lo contrarió que su acompañante que, con su escuálida figura y su rizada cabellera, aparentaba ser una persona más afable.

—Anoche hallamos un cadáver que presentaba diversos indicios de haber sido sometido a una especie de ritual, muy cerca de la ciudad de Sagres. Para ser más exactos, encontramos la víctima en la vieja fortaleza situada en el este.

No conseguía comprender como pudo ocurrir tal cosa. Afortunadamente el inspector Alcaráz tampoco intervino.

—Perdone que le interrumpa pero ¿cómo es posible que en un lugar tan vigilado suceda algo parecido?

—Ohhh. Discúlpeme por no haberme explicado bien inspector. Se trata de una fortaleza antigua que sirve más bien como destino turístico. No guarnece ni siquiera a un sólo soldado. Durante la noche, únicamente se queda un viejo guardia de seguridad que es quien encontró el cadáver.

—¿A qué hora?

—A eso de las diez de la noche.

Me sentía fuera de lugar. Ni siquiera sabía dónde se encontraba esa ciudad. Resoplé e interrumpí las explicaciones.

—¿Sagres?

—Para su información padre…

—Gómez.

—Padre Gómez… Sagres se encuentra en el sudoeste de Portugal, lugar que también se conoce como el pico de Europa. Próximo a la ciudad se sitúa una antigua fortaleza que la protegía de los barcos invasores de esa época y que en numerosas ocasiones se trataba de piratas.

—Mmm… Gracias… Disculpe la interrupción…

—En absoluto… El cadáver fue identificado de inmediato; era un comerciante que acostumbraba a tratar con diferentes tipos de mercancía provenientes del continente sudamericano; principalmente Brasil. La mercancía no era ilegal; o al menos según nuestras investigaciones iniciales. Importaba madera, carne de vacuno y fruta exótica, siempre con toda la documentación en regla. Solía cargar en el puerto de Río de Janeiro y descargaba en Lisboa o en su defecto en Oporto. A primeras, no tenía deudas ni deudores o al menos más de lo habitual. Así que de momento descartamos la posibilidad de un ajuste de cuentas y acudimos a ustedes con el fin de comparar nuestros casos.

—¿Cómo se llamaba?

—Joao Núñez Bota… deja mujer y tres hijos; tenía cuarenta y dos años. Aparentemente no llevaba una doble vida. No parece tener ninguna amante ni líos en general. Lo que sospechamos es que pudo ser raptado y pidieron un rescate pero algo no salió bien y lo mataron. Lo raro es la forma en que lo hicieron y lo que encontramos escrito en su espalda. Por supuesto, todas nuestras conclusiones son muy precipitadas puesto que no hemos tenido mucho tiempo para investigar.

—¿Cómo lo mataron?

—En el pecho tiene una herida de puñal que le clavaron directamente al corazón; he de añadir que fue con bastante precisión.

El inspector Alcaráz y yo nos miramos fijamente a los ojos con una inmensa sensación de curiosidad y asombro. Portugal estaba al otro lado de la península y nuestro «Zeus» cometió el asesinato aquí hace sólo cuatro días. ¿Cuál podía ser la relación entre los dos crímenes? ¿Podía tratarse de un imitador? No creo que fuese posible; el caso de anoche fue publicado en los periódicos esta mañana y sin hacer alusión alguna sobre todo lo concerniente a los detalles del crimen.

El ayudante se levantó y se dirigió al lado de la puerta del despacho donde había dejado un maletín negro. Lo cogió, lo puso sobre la mesa y lo abrió con una pequeña llave que sacó de su bolsillo derecho. De su interior sacó una carpeta muy parecida a la que el inspector me había enseñado la noche anterior. Quitó una goma que tenía alrededor y se la entrego al inspector Alcaráz. Al parecer dentro había un informe del crimen y varias fotos. Empezó a barajar las fotos con rapidez y comenzó a leer el informe pasándome la carpeta con las fotos.

De manera intuitiva y con un falso aire de seguridad, cogí las fotos y las miré. El cuerpo de la víctima aparecía desnudo sobre un suelo de piedra y a su lado me fijé en algo que parecía un cañón viejo perteneciente al siglo dieciséis o diecisiete. El cadáver, con algunos arañazos y magulladuras, estaba colocado boca arriba igual que el de la chica y la zona de la espalda estaba manchada de sangre seca a pesar de que el resto del cuerpo parecía limpio. A su lado también había una cosa que no podía distinguir muy bien.

—¿Qué es eso que está al lado del cadáver?

—¿A qué se refiere?

—Fíjese…

—¡Ah! Habla del reloj de bolsillo roto. También le sacamos varias fotos… Aquí están.

Un escalofrió recorrió mi cuerpo al imaginarme lo que había escrito en la espalda de este hombre. Comencé a buscar la foto del grabado como si nada de todo lo demás importara. Allí estaba, no podía creérmelo; no era lo que yo pensaba pero se parecía bastante. «Ο Κρόνος θα ξεράσει την Ήρα».

Me quedé boquiabierto. Mi sorpresa fue tan grande que los demás enseguida se percataron de mi asombro.

—¿Se encuentra bien padre?

La seguridad que aparentaba al principio se desvaneció en un instante y mis manos empezaron a temblar un poco.

—¿Cómo supisteis que vuestro caso podría estar relacionado con éste?

—Es muy simple padre, entre comisarías, igual que entre países, utilizamos un sistema de comunicación para compartir información sobre casos tan peculiares como éste. En una extensa base de datos se introducen palabras clave o descripciones de situaciones singulares para que se pueda realizar una comparación instantánea por si existen casos similares, imposibles de relacionar a primera vista. En el que estamos trabajando, existía una coincidencia muy evidente.

—Entonces ahora tenemos dos víctimas que al parecer las mato el mismo hombre.

—O la misma organización, padre. En realidad no sabemos de qué se trata y no debemos precipitarnos en nuestras conclusiones.

—Por supuesto.

—Entonces ¿qué deducen de la información de la que disponemos?

Miré al inspector Alcaráz y él me hizo un gesto de aprobación. Dejé las fotos sobre la mesa quedándome sólo con una.

—Cuando me dijisteis que el objeto que se encontraba al lado de la víctima era un reloj, intuitivamente lo relacione con Cronos. Para empezar, la frase pone «Cronos vomitara a Hera». En la mitología griega, Cronos era el supremo de los titanes que eran los dioses que gobernaban antes que los doce del Olimpo. Zeus derrotó a Cronos con el poder de sus rayos y desde entonces fue coronado dios de dioses. Hera, en realidad era hija de Cronos, y él, según la mitología, se comía a sus hijos. Por lo que se cuenta, ella nunca fue vomitada por Cronos sino rescatada por Zeus con el que más tarde se casó. La relación entre el reloj roto de la víctima y Cronos se encuentra en que la palabra «χρόνος» que se pronuncia casi como «cronos» y significa tiempo. En realidad se trata de un juego de palabras.

El inspector Guimarães se quedo pensativo. Empezó a acariciar su frondosa perilla como si un gesto tan simple, le ayudara a concentrarse. De manera inesperada, su ayudante rompió su silencio.

—¿Quizás pretendía dar a entender que el tiempo de la víctima se había acabado? Por ese motivo el reloj estaba roto.

A pesar del melódico acento del inspector que parecía hablar en gallego, dominaba el español a la perfección. Por el contrario, a su ayudante la conversación le resultaba un poco confusa con lo cual deduje que no hablaba muy bien nuestro idioma.

Me quedé pensando en la pregunta del ayudante del inspector Guimarães. En el hipotético caso de que el reloj roto adquiriera ese simbolismo ¿qué significaba el corazón de toro que se encontró con la primera víctima? No creo que realmente fuera tan simple aunque tampoco tenía más datos para rebatir esa teoría, así que por el momento lo mejor era que no dijera nada.

—También encontramos esto durante la autopsia; estaba en su barriga.

El ayudante sacó del maletín una bolsa de plástico transparente con una piedra casi idéntica a la que encontramos en la primera víctima. El inspector Alcaráz la observó y la dejó encima de la mesa delante de mí. Entonces se hecho un poco hacia atrás, sacó su bolígrafo y empezó a girarlo como la primera vez que nos vimos. Mientras tanto, cogí la bolsa y comencé a examinar la piedra elevándola por encima de mis ojos. No era exactamente igual que la otra; sí era de forma ovalada pero no existían muchas más similitudes y lo más extraño, lo que había grabado en ella era el número seis.

—¿Se ha dado cuenta inspector?

Indicando la bolsa con su bolígrafo se acerco para observarla mejor.

—Ya veo padre. Otro número.

—Es muy extraño, un número consecutivo.

—¡Sí! Tengo la sensación de que se trata de una cuenta atrás, o a lo mejor marca los días que se cometieron los crímenes.

Se puso las manos en la cabeza y volvió a cruzarlas frente a su esternón.

—El primer crimen, según nuestra investigación, se cometió la noche del Domingo con lo que coincidiría el número siete. ¡Bien! En el segundo caso, el crimen se cometió la noche pasada, es decir, hablamos de la noche del jueves, dato con el que el número seis no encaja. En todo caso debería ser el cuatro.

El inspector Guimarães se levantó y se colocó detrás de mí.

—Nosotros también pensamos que se trataba de algún tipo de señalización. Revisamos otros calendarios como el chino y el judío pero no encontramos ninguna coincidencia. También he de admitir que con tan poco tiempo para investigar, no hemos podido llegar a ninguna conclusión en concreto. Dada la complejidad del caso, decidimos apresurarnos y venir aquí aunque parece ser, que ustedes saben lo mismo que nosotros.

Durante unos minutos nadie pronunció ni una palabra, sólo el chirrido de la silla del ayudante al levantarse rompió la incomodidad de ese momento. Bajó la cabeza y empezó a recoger lo que había sacado anteriormente del maletín. Me imaginaba que entre distintos departamentos de policía existían rencillas y recelos pero sin duda no era el mejor lugar ni el mejor momento para rivalidades. Si «Zeus» se trataba de una persona o de una secta, no debíamos olvidar que aún existía la posibilidad de encontrarnos con más víctimas y eso era lo que realmente importaba.

La tensión aumentaba y supe que debía hacer algo al respecto. Sin más preámbulos, me levanté y me acerqué al inspector Guimarães que se encontraba detrás de mí, me puse cerca de su oído y le susurre…

—Ayuda a tu prójimo para ser ayudado hijo mío…

El inspector se dio la vuelta y me miró bastante asombrado. Bajó la cabeza como si estuviera asintiendo y con la mano izquierda hizo un gesto a su ayudante para que lo dejase todo donde estaba y volviera a sentarse. Sacó un teléfono móvil de su bolsillo y se dirigió hacia la puerta del despacho.

—Discúlpenme un momento.

Abrió la puerta y salió. Nosotros le mirábamos a través de la cristalera que aunque tenía persianas no estaban cerradas del todo. Él, no paraba de caminar de izquierda a derecha y asentía constantemente con la cabeza mientras con su mano izquierda no paraba de frotarse la barbilla.

—¿Qué le ha dicho padre?

—La verdad inspector, sólo la verdad…

—De donde yo vengo existen muchas verdades pero la suya tiene que ser muy fuerte para conseguir aliviar este tipo de tensión.

—Aún así, la verdad que buscamos no se nos ha revelado y eso me inquieta. Si se trata de una cuenta atrás debemos considerar la posibilidad que en un futuro haya cinco víctimas más. Eso, claro está, si no hay víctimas anteriores de las que no sepamos nada.

—Por la peculiaridad de su «modus operandi» lo hubiéramos sabido en un periodo de tiempo bastante corto como en el caso de nuestros compañeros de Portugal.

—Siempre y cuando los crímenes se hayan perpetrado en Europa o donde funcione esa comunicación vuestra. En el caso que se hayan cometido en un país del continente Africano, quizás no le hayan dado la suficiente importancia. Perfectamente podría haber ocurrido en Marruecos del que también somos vecinos.

—Llamaré al correspondiente departamento para averiguar si se ha cometido algún crimen con estas características.

Antes de acabar la frase, el inspector cogió el teléfono. No tardó mucho en explicar la situación al oyente en el otro extremo de la línea. En ese momento, el inspector Guimarães entró en la oficina y se volvió a poner detrás de mí. Se quedó en silencio mirando al inspector Alcaráz esperando que acabara con su conversación telefónica. Cuando finalmente colgó…

—De momento no ha ocurrido algo parecido según sus informes; en el instante de que dispongan de información relevante, nos avisarán.

El inspector Guimarães hizo una señal a su ayudante para que se levantara y se giro hacia nosotros.

—Hablé con mi superior y le hice un breve resumen de nuestros avances. Resumiendo. Están invitados a venir con nosotros a Portugal para examinar el lugar de los hechos y el cadáver de la víctima. Creemos conveniente aclarar el asunto lo antes posible y por ello, cualquier ayuda será bienvenida.

Francamente nos quedamos bastante sorprendidos. El inspector Alcaráz mucho más que yo. No sabía hasta que punto una invitación de esta índole era habitual entre países pero por la cara que pusieron todos los que se encontraban en el despacho me imagino que no solía ocurrir a menudo.

—Les estamos muy agradecidos. Sin duda lo más conveniente es que os acompañemos el padre Gómez y yo. ¿Cuándo partimos?

Los dos portugueses se apresuraron en recoger sus cosas.

—Si nos preparamos para irnos de inmediato, sería lo mejor. En coche sólo tardaríamos entre ocho y nueve horas en llegar mientras si tenemos que reservar un avión tardaremos más. Entenderéis, que el tiempo es oro.

—De acuerdo. ¿Qué le parece padre?

—Sólo necesito recoger mi maleta del hotel y listo.

—Le llevare en mi coche y luego iré a mi casa a coger un par de cosas. No está muy lejos de su hotel así que seguramente no tardaremos mucho.

Por último, el ayudante cogió la carpeta con el informe junto con las fotos y la volvió a meter en su maletín. Salió a toda prisa mientras el inspector Guimarães se acercó a mí y me susurro al oído.

—Que dios nos ayude padre.

Le cogí del hombro y le mire muy agradecido. Él lo percibió y parecía bastante aliviado. Me estrechó la mano con fuerza y salió después de su ayudante.

—Os esperamos fuera; les acompañaremos en vuestro viaje a Portugal. Será más fácil encontrar el sitio si nos seguís.

—De acuerdo.

Lo cierto es que todo sucedió con mucha rapidez. Prácticamente sin que nos diéramos cuenta, estábamos sentados en el coche del inspector siguiendo a los dos policías portugueses de camino al lugar del crimen. Él sólo se llevó una maleta pequeña mientras yo tenía la mía prácticamente hecha así que no me demoré como de costumbre. Menos mal que en los hoteles existe el servicio de lavandería porque me traje muy pocas cosas y lo había ensuciado casi todo. Me sentí preocupado pensando en cómo estarían las cosas en el pueblo pero no creo que no pudieran arreglárselas sin mí durante unos pocos días. Otro cura de Murcia se acercaría para orientar a mi pequeño rebaño y satisfacer sus necesidades espirituales. Por algún extraño motivo, presentía que mi deber era el de ayudar a resolver este caso y en ningún momento pensé que descuidaba mis obligaciones eclesiásticas. Al fin y al cabo, los caminos del señor son inescrutables.