Algunas palabras de justificación y agradecimiento

Siendo aún niño ya sabía que quería ser cirujano, como mi padre. Un día, siendo adolescente, él me regaló la biografía de Albert Schweitzer, que leí de forma apasionada. Su vida, su persona como ser humano, médico y a la postre viajero me llenaron de admiración. Ésa es la referencia inicial a la que acuden mis recuerdos de cómo nació en mí la conciencia y se despertó el sueño de África. Entonces, ya supe que algún día mis ojos querían verla y mi piel palparla, sentirla. Y así fue años después. Las dos grandes pasiones de mi vida, la cirugía como medio para aliviar, y viajar para entender el mundo, fueron creciendo como burbujas y marcaron mi camino de forma indeleble.

Unos primeros contactos esporádicos, inciertos, me permitieron conocer a fondo la pobreza extrema de ese continente rebosante de color, de belleza salvaje y grandes riquezas explotadas sin escrúpulos por unos y por otros. Vi, sentí, las miradas vacías de esperanza de un futuro que para ellos, los africanos, no existe, y la ausencia absoluta de salud en todos esos niños y niñas, hombres y mujeres, cuyo único objetivo diario es sobrevivir y llegar a la noche, entre tantos azotes y miseria. Al fin, un tiempo después, llegó la oportunidad de poder concretar una labor médico humanitaria mantenida en la Misión de Ambatoabo, en Farafangana, Madagascar, perteneciente a la Compañía Religiosa de Las Hijas de la Caridad. Allí, en una de las zonas más castigadas por la pobreza, un día de agosto de 2005 Julio R. de la Rúa (traumatólogo), Marta Devesa (ginecóloga), Pere Barri (ginecólogo), Mila Pretel (anestesióloga), Raquel Fernández (anestesióloga) y yo (cirujano), con la ayuda de María Jesús Fernández (Fundación Kalimedes), desembarcamos en la Misión de Ambatoabo con los medios básicos para diagnosticar, anestesiar y poder hacer nuestras operaciones, Desde el primer momento Julio y yo ya supimos que no habría marcha atrás.

A partir de entonces desarrollamos una labor ininterrumpida mediante desplazamientos anuales en los que cada vez participan más médicos y enfermeras, abarcando más y más especialidades. Para un médico occidental resulta inimaginable tanto sufrimiento, tanto dolor, tanta tragedia alrededor de cada enfermedad y de cada enfermo. En mí, este escenario, se fue concentrando en la miseria física y moral a la que se ven abocadas las jóvenes que pierden al hijo no nacido por falta de asistencia en el momento del parto y, en su lugar, les queda la secuela de las temibles fístulas (comunicaciones) que se producen entre la vejiga y la vagina, siendo entonces abandonadas por su marido, su dueño, y sus familias, y condenadas a una vida solitaria, errante, difícil de describir. Es por ello, por lo que de tantas historias que viví, de tantas miradas de esperanza antes de la operación y de desilusión o alegría incontenible después, escribo esta novela para intentar plasmar la vida de una de estas jóvenes imaginarias en Madagascar, esa tierra mirífica tan pobre como hermosa.

Quiero agradecer a todos los compañeros anestesiólogos (Milagros Pretel, Raquel Fernández, José Ángel Palomo, Gloria del Olmo, Berta Iglesias, Guillermo Mañana, Beatriz Romerosa, Roberto Hiller, Manuela Loren, Mar Felipe), cirujanos (Julio R. de la Rúa, Gervasio Salgado, David GarcíaTeruel, Miguel Lumi, Alejandro Gutiérrez, Julio Cataldo, María Díez Tabernilla, Pavle Kosorok), ginecólogos (Marta Devesa; Pere Barri, Carol Strate, Laura Marqueta, Mariano Rossini), pediatras (Estefanía Romero, Ana Jiménez), enfermeras (Montse Perea, Mayte Lázaro, Eloísa Romero, Encarna Fernández Gil, Charo Carreira, María Eugenia Pantrigo) y estudiantes (María Lizariturry, Marta Lizariturry, Alfonso González de Francisco) que me acompañaron en las diferentes expediciones; a los Hospitales (Puerta del Mar, Cádiz; Institut Dexeus, Barcelona; Ramón y Cajal, Madrid), Grupos (Club Rotario Puerta de Hierro, Madrid), Fundaciones (Fundación Kalimedes y Asociación Andaluza de Cooperación Sanitaria), Instituciones (Ayuntamiento de Alcobendas, Madrid) y donantes anónimos que dotaron con material o financiaron parte de las obras de construcción del Hospital Saint Vincent de Paul haciendo posibles estas vivencias.

A Las Hijas de la Caridad de la Misión de Ambatoabo, por su labor que tanto bien hace, por enseñarme tanto de la vida y de la bondad del ser humano, por su interés en nuestra ayuda.

A la doctora Catherine Hamlin, fundadora del Addis Abbaba Fistula Hospital (Etiopía), por la grandeza de su vida y de su obra. A ella y al equipo de ginecólogos del hospital que me enseñaron los secretos del éxito en el tratamiento de las fístulas.

A Teresa Fernández de la Vega, Presidenta de la Fundación Mujeres por África, por su sensibilidad hacia este problema y por hacerme colaborador en su proyecto del tratamiento de las fístulas en otro lugar de África.

A María del Carmen Montero Luna, por sus consejos profesionales en la elaboración del texto y su corrección gramatical. Su ayuda resultó inestimable.

A José Luis Palma, sin cuya ayuda y estímulo apasionado para que esta novela viera la luz tal vez no habría sido posible, o no habría sido lo mismo. Por su hermoso prólogo por mi inmerecido.

A Ana, por su comprensión de esta inquietud y vocación, por su estímulo, por mis ausencias; a Marta, por su compañía y colaboración profesional en tantas operaciones; a Manuel, por haber venido a conocerlo.

A todos les quiero dedicar también esta novela y agradecer su ayuda a que mis conocimientos médicos y mis sentimientos humanos se hayan enriquecido tanto.