Capítulo 34

Vohilaba fue examinada por la nueva ginecóloga del hospital quien le estableció unas reglas estrictas de higiene. Como tenían escasez de pañales, sólo le dio dos para que se las arreglara y los lavara ella misma, cambiándoselo cada vez que lo notara mojado y teniendo siempre disponible uno limpio y seco. Le aconsejó unas pautas para la bebida de agua a unas horas y en unas cantidades determinadas, y le dijo que cuando comenzara a notar escalofríos acudiera a la consulta de inmediato. Ella sabía que una infección de orina podía resultar muy peligrosa, y muchas acabarían dañándole los riñones para siempre. Entonces, en tres o cuatro días, entraría en un sueño dulce del que ya no se iba a despertar.

Vohilaba se adaptó rápidamente a la vida de Akamasoa, un espejo en el que al gobierno no le gusta mirarse porque para hacerlo tienes que tener la mirada limpia; si no te devuelve la imagen del estercolero que fue. Allí se sentía querida y no había un hueco para el desánimo. El Padre daba ejemplo diario y no se lo hubiera permitido. Todo el mundo estudiaba y todos los que podían trabajaban; desde los más pequeños, que pronto eran los más expertos en partir piedras en la cantera. Lo tomaban como un juego y recibían una recompensa equitativa. Ninguno trabajaba gratis. Ya desde niños aprendían el valor del trabajo y del esfuerzo, y así, a golpe de martillazos, forjaban y le daban músculo a su dignidad.

Vohilaba no tuvo dificultades para aprender rápido a leer y a escribir; practicaba de día, de noche, a cualquier hora. Una tarde, cuando ya sabía, acompañó al Padre a la ciudad donde vive —o se creen que viven— el resto de la gente. Todos los anuncios, carteles y letreros tomaron vida, rompiendo el cerco tan estrecho que hasta entonces le había impuesto el analfabetismo. La información que ahora podía adquirir por ella misma le abría un mundo de posibilidades que nunca se hubiera podido imaginar. Se sentía más libre.

En su Residencia le gustaba ayudar a los demás, especialmente a los más niños y a los más viejos. A los primeros, porque sus cuidados la acercaban a una maternidad que había rozado y que echaba de menos; a los segundos, porque le recordaban a la mujer sola del mercado de Fianarantsoa. Así, cuando estuvo en disposición de orientar su vida en la comunidad hacia una u otra formación, tuvo dudas entre ayudar a los que padecían —quien sabe si algún día como enfermera— y la artesanal. Pensó en su fístula, y en que bien podría ocurrir que nunca la operaran o que no se curara, como la niña de la fístula de Fianarantsoa. Entonces, sería mejor hacer un trabajo que pudiera desarrollar en soledad, sin la preocupación de estar en contacto con los demás. Se inclinó por esta opción y pronto entró en el taller de costura. Haría vestidos con colores que disimularan las manchas de ahí —por si acaso—, y paños y manteles como los que usaban para comer en la casa de los franceses en la que había trabajado la madre de Marie, y que a la propia Marie, siendo niña, tanto le fascinaban por sus colores y figuras representando escenas de la vida de su pueblo. A la cabeza le vinieron todas las imágenes de tanto que había visto, observado, y recorrido en su paseo errante por la vida. Estudiaba y cosía; cosía y estudiaba. Todas las horas eran pocas. Ahora la vida prometía.

Se acercaba el día de la ordenación de Siramamy. Todo estaba preparado para la gran Misa del domingo. Con su hermana se iban a ordenar otras tres postulantes. Vohilaba ya empezaba a sentir dudas acerca de sus inclinaciones hacia el Dios de los blancos —que también captaba entre sus fieles a seguidores y creyentes negros— y el suyo de color —que nunca convencía a los blancos—. Éstos tenían, además, la ventaja de que se reunían en sitios como las iglesias y catedrales que construían específicamente para ese fin. Mucho debían creer en su Dios para dedicarle esos edificios maravillosos que tanto dinero y esfuerzo costaban. Definitivamente, el de ella era mucho más pobre. Nosotros, pensó, nunca fuimos capaces de construirle nada, y cuando le rezamos a nuestra manera y le pedimos a través de los espíritus de nuestros muertos no lo hacemos de esa forma tan solemne ni con esos cánticos tan hermosos como lo hacen ellos. Además, por Él, son capaces de hacer todo lo que hacen por nosotros y renuncian a tener una familia o riquezas. Nosotros, sin embargo, motivados por nuestras creencias religiosas, nunca fuimos capaces de hacer nada por los demás. Pedimos pero no hacemos nada. Ahora que puedo leer esos libros que lee en la misa el Padre Pedro me voy a enterar mejor.