Capítulo 33

Esa mañana, el cura reunió a todos los tullidos del Centro y les dijo que por la tarde pasarían a visitarlos los médicos que venían de España, especialistas en huesos torcidos, atróficos, ausentes, infectados, bultos raros en brazos y piernas y cojeras para todos los gustos. Habían enviado una lista de los problemas que creían que podrían resolver, y, de acuerdo a esa primera lista, solicitaron examinar brevemente a los candidatos seleccionados. El cura leyó los nombres de los elegidos que tenían que estar listos para ser examinados por los traumatólogos en el momento que llegaran. No iban a poder dedicar mucho tiempo pues esa misma tarde noche tenían que continuar el viaje a Farafangana.

En la lista estaba el nombre de Jaky.

Cuando le tocó su turno, entró nervioso y asustado. Nada más verlo, los médicos dirigieron su mirada a aquello que colgaba de una pierna. Lo tumbaron en una camilla y se pusieron unos guantes para tratar de moverle el pie de un lado para otro sin conseguirlo. Aquello estaba rígido y acorazado por una piel dura —que no sentía como suya— en los sitios donde apoyaba, contrastando con la más fina de alrededor, ya desacostumbrada a las piedras y otras adversidades del terreno. Se fijaron en la supuración y entonces le pidieron la libretita donde debían figurar los detalles de la operación que le habían hecho. La hojearon varias veces sin encontrar lo que buscaban. Su cirujano anterior sólo había escrito que lo había operado y que debía hacer un tratamiento largo con un antibiótico. A través del cura intérprete y «la niña de la sonrisa» —que era quien lo curaba todos los días desde que estaba ingresado allí— pudo hacerles saber que el tratamiento apenas duró unos días, pues enseguida se le acabó el dinero para comprar más. Los dos médicos que lo habían examinado hablaron entre ellos, primero en su lengua y a continuación en francés: lo operarían de los primeros pues su caso resultaba sencillo, ya que, debido a la infección y a la propia deformidad, tratar de recuperar la función del pie resultaba prácticamente imposible… En todo caso, necesitaría varias operaciones y un tratamiento con antibióticos muy prolongado, aparte de la rehabilitación posterior, siempre que fuera posible. La operación mejor para él —continuaron explicando— sería amputarle el pie. Jaky, esto lo entendió sin necesidad de traducción, y le pareció mejor un espacio vacío que ocupado por aquello. Los médicos añadieron que la recuperación sería fácil y que ellos mismos se encargarían de conseguirle un pie de imitación, con el que podría apoyar y su cojera sería casi imperceptible.

Por primera vez desde que se había separado de Vohilaba, Jaky sintió una corriente de algo que atemperó su tristeza. Sólo le entró la duda de si en el futuro sería capaz de fijar las tablas y los troncos de madera tan bien como lo hacía con su pie ahuecado. No se atrevió a preguntarlo pero sonrió cuando les dio la mano a los médicos.

—¡Ánimo Jaky, quedarás muy bien!, le dijeron al despedirse.

Cuando se marcharon y el Centro volvió a su rutina, ya era de noche. Camino de su catre «la niña de la sonrisa» se le acercó y sin decir palabra le enseñó toda la fila íntegra de unos dientes muy blancos. Jaky agradeció ese gesto fácil y refrescante que le regaló.

La operación resultó como estaba previsto. Fue rápida, según los cálculos que pudo hacer mientras estaba siendo operado con solo las piernas dormidas y se entretenía mirando a un reloj que había en la pared del quirófano, cuyas agujas le recordaban a él: «se movían pero apenas avanzaban». Por eso, le pareció que duró poco.

Cuando se recuperó de la anestesia, notó dolor en el pie que ya no tenía. Le pusieron un calmante que lo fue adormeciendo entre el recuerdo de Vohilaba y un futuro que tal vez podría vivir con una «sonrisa» a su lado…

Los médicos que lo operaron vigilaban diariamente su final de la pierna —ahora redondeado— y parecían tan contentos que antes de marcharse le hicieron fotos y tomaron unas medidas…

El día anterior a marcharse, se despidieron de todos: uno a uno. Cuando llegó su turno solo fue capaz de decir gracias, pero lo que sentía era algo mucho más profundo. La Misión se quedó vacía de médicos y enfermeras blancos, pero llena de agradecimientos. Jaky no sabía si volvería a tener un pie, aunque fuera de mentira; lo que si sabía era que tenía un futuro sin las risas de los demás y sin pus.

Partieron muy temprano, pero Jaky los esperó levantado, apoyado sobre sus muletas al borde del camino, enfrente del edificio blanco donde lo habían operado. Cuando el coche se acercaba, juntó las dos muletas en una sola para liberar un brazo y decir adiós. Al pasar junto a él, el coche se detuvo, se bajaron las ventanillas y salieron unas manos amistosas que se movieron acompasadas al ritmo de una mezcla de voces que sonaron con alegría y emoción.

—Veloma, veloma (adiós) —decían.

—Misaotra, misaotra (gracias) —respondió Jaky también agitando su mano.

A los pocos días recibió el alta y regresó al Centro de Rehabilitación. Estaba deseando enseñarle el vacío que había dejado el pie a «la niña de la sonrisa»…

Unos meses después, llegó la prótesis. Tras unos principios duros de adaptación, Jaky pudo empezar a andar, primero con el bastón que él mismo se había hecho y poco después ya sin bastón. Sus primeros pasos, sin apoyo ni cojeras, fueron para ir a buscar a «la niña de la sonrisa». Ella estaba ayudando a rehabilitar a otro, pero cuando Jaky se acercó, oyó el ruido de una bota al pisar… y se giró. Se quedaron frente a frente mirándose: él con los brazos abiertos y su mejor sonrisa dibujada en su boca; ella con sus ojos húmedos fijos en los de él.

Por fin, sin dejar de mirarse, ella dijo:

—¡Jaky, ahora ya puedes ir a buscarla…! ¡Tu amiga no está muerta!

La sonrisa de Jaky se encogió y la fuerza de sus latidos golpeó hasta la bota, haciéndole sentir que la sangre también circulaba por ella.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó con voz trémula.

—Pues… porque antes de que te pasaran a la consulta de los médicos que te operaron yo estaba presente en una conversación que tuvieron el cura y ellos. El cura se interesó por su labor y por todo lo que iban a hacer el resto de los médicos que también venían en el grupo. Le explicaron que había especialistas en quitar bultos externos e internos; otros en cortar las hemorragias de las mujeres; otros en devolver la vista a los que se quedan ciegos porque cuando se hacen mayores se les pone una cortina en los ojos, y otros en tratar a los niños.

El cura escuchó muy atento, y cuando acabaron de contarle todo eso les preguntó:

—¿Hay alguien que trate las pérdidas de orina por la vagina?

—No —respondieron uno de los cirujanos y la ginecóloga a la vez, como si estuvieran preparados para esa pregunta—. «Habrá que esperar a que vuelva el otro grupo que estuvo un tiempo antes; ellos si lo hacen —añadió la ginecóloga, al tiempo que se preguntaba por qué se interesaba concretamente por esa enfermedad, al igual que una de las monjas que fue a recibirlos al aeropuerto».

El cura se quedó pensativo… y la ginecóloga se percató de esa inquietud, expresando su curiosidad.

—¡Diga, padre! ¿Por qué la pregunta?

—Bueno… Porque es frecuente en nuestras jóvenes que viven alejadas o ignorantes de la atención sanitaria o no pueden acceder a ella aunque quieran. Aquí, añadió, tuvimos a una durante un tiempo y un día, sin decir nada, se marchó. Sentía mucha pena por aquella pobre chica abandonada, pero nosotros no podemos hacer nada por ellas. Bastante tenemos con todos estos pobres desgraciados inútiles que la sociedad también rechaza.

La ginecóloga con la que hablaba directamente le dijo entonces que sabían la historia de aquella chica. Se la había contado la monja en el camino del aeropuerto a la ciudad.

«La niña de la sonrisa» la volvió a lucir para decirle:

—Jaky… Vohilaba te espera en Akamasoa: «la ciudad de los buenos amigos». Cuando llegues a Tana pregunta por el Padre Pedro. Todo el mundo lo conoce.

Ahora Jaky también tenía los ojos húmedos por tantos motivos; algunos contrapuestos. Se giró sin decir nada, y echó a andar alejándose de «la niña de la sonrisa», que también se giró para seguir su trabajo con aquél niño espástico. Buscó el bastón en el que apoyarse, que había tirado al suelo unos momentos antes. Ahora lo necesitaba para andar por la vida…