Ese día Vohilaba lo pasó mejor. El antibiótico estaba dejando sin fuel la caldera y la fiebre ya se contaba con décimas. La enfermera se lo contó a la doctora, que fue a darle la buena noticia nada más saberlo y la encontró escribiendo algo que rápidamente ocultó.
—Hola Vohilaba ¿cómo estás?
—Hoy me encontré bien y con ganas de contarle algo más. Estaba tratando de recordar… pero me cuesta mucho trabajo expresarlo.
—No te preocupes, yo lo haré por ti si me lo cuentas despacio. Cuando acabe de hacer unas cosas que aún tengo pendientes, vendré a buscarte y te invito a un bocadillo en el jardín. Quiero saber cómo fue tu viaje a Manakara y que pasó después. Sigue refrescando tu memoria que enseguida vuelvo —añadió al darse la vuelta para marcharse a su despacho con las notas de su evolución clínica.
Cuando finalizó de revisarlas y actualizó su evolución, se dirigió a la cocina y buscó un poco de pan y queso, que tanto le gustaban a Vohilaba. Al rato, fue a buscarla a su habitación. No se sabía quién de las dos estaba más impaciente. Esta vez, Juliette tampoco llevaba su cuaderno de notas. En cuanto la dejara acostada iría directamente a su despacho y escribiría sin parar hasta donde hubiera llegado la historia…
Durante un rato caminaron juntas en silencio por el pequeño jardín, mientras la doctora se despejaba del día tan intenso que había vivido entre la consulta de la mañana y las operaciones de la tarde. A medida que pasaban los días las mujeres ya confiaban en ella de forma incuestionable. Aún tenía mucho que aprender pero allí había mucho más que enseñar. Contaba con muy buena predisposición y colaboración por parte de todos los demás, pero lo que más le obsesionaba era que llegaran casos que ella no supiera resolver. Ahora, deseaba centrarse de nuevo en uno de esos —como el de Vohilaba—, aunque seguía sin saber cómo afrontarlo quirúrgicamente. En su país, esa patología no sobrepasaba el rango de anecdótica.
Ya anochecido, se sentaron en su banco de madera raída en el que, cómodamente instaladas, Vohilaba se comió con apetito el capricho que le había preparado su ginecóloga. Un viento ligero, que hacía caer volando despacio —como despidiéndose unas de otras— las pocas hojas que aún quedaban en el árbol —ahora ya desnudo—, refrescó los recuerdos de Vohilaba…