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SI no hubiera sido por la pesada mochila que llevaba a cuestas, no habría creído que estaba pisando suelo americano. Caía la tarde. La visita guiada había terminado y los otros visitantes ya se habían ido. El aire se notaba fresco y el cielo estaba oscureciendo. Los árboles y la tierra comenzaban a fundirse en un solo tono gris, como si fueran sombras. Estaba claro que Pearl había comprado aquella casa y sus alrededores porque el lugar le había recordado a Chinkiang. Aquélla sería la China en la que viviría el resto de su vida.

¿Cuántas veces habría recorrido Pearl el camino donde me hallaba yo en aquel momento?

La oscuridad era prácticamente absoluta cuando salí de la casa. Continué buscando la tumba de Pearl, pero me costaba ver. Me moví como si se tratara de un fantasma, siguiendo el sendero apenas visible. La carretera me condujo hasta la fonda donde me alojaba.

La encargada del establecimiento, una señora de mediana edad, me preguntó si había disfrutado de la visita.

—Me ha faltado ver la tumba de Pearl —le contesté.

—Seguro que ha pasado muy cerca —dijo—. Es fácil no verla.

—¿Había alguna indicación, o tampoco la he visto? —Desde que había llegado a Estados Unidos, me había fijado en que los americanos sabían cómo indicar.

—Bueno, está como la quería Pearl Buck. —La señora sacó las llaves y me acompañó a mi habitación—. ¿Le reservo un taxi para mañana por la mañana? ¿A qué hora sale su tren o avión?

—No me iré hasta que no vea la tumba de Pearl —aseguré.

La señora me miró y vi en sus ojos las preguntas que provocó mi comentario.

—Tengo algo que hacer en la tumba —traté de explicar, confiando en que mi inglés fuera inteligible para ella.

—¿Qué tiene que hacer? —inquirió en un tono cauto y un tanto suspicaz.

Abrí la cremallera de la mochila y saqué el incienso y la bolsa de tierra. Hice el gesto de esparcir tierra y junté las palmas de las manos bajo mi barbilla.

La mujer no pareció entenderme, pero dijo:

—Mire, le dibujaré un mapa.

Llevaba despierta mucho rato, esperando que amaneciera. Con las primeras luces, me levanté. Seguí paso a paso el mapa de la señora de la fonda. Tras desviarme de la carretera principal, recorrí un pequeño camino de tierra.

El sol perfilaba las montañas y los árboles y bañaba de oro las hojas. Aunque la vista no me resultaba familiar, tenía la sensación de haber estado allí antes. Oía el sonido de mis pies avanzando por el sendero de arena. Al cabo de un rato me pareció percibir un rumor de agua corriendo. ¿Sería mi imaginación, dado que Chinkiang era conocida por sus arroyos? No esperaba echar de menos mi hogar, por lo menos no tan pronto. Pero no era mi imaginación. Allí mismo, frente a mí, a mis pies, fluía un riachuelo.

Decidí inspeccionar el arroyo antes de continuar con mi búsqueda de la tumba.

La luz del sol jugaba con la superficie del agua. Seguí un sendero que discurría a lo largo del riachuelo, serpenteando a medida que se adentraba en el monte. Al fondo del arroyo había pinos gigantes.

El paisaje se abrió y ante mí apareció una arboleda de bambúes; eran dorados, la misma variedad que teníamos en Chinkiang.

Entonces la vi, la tumba de mi amiga, oculta entre los bambúes.

Me fallaron las fuerzas. Caí de rodillas. No había ninguna inscripción en inglés. La lápida se veía esculpida con tres caracteres chinos: , que significaban Pearl Sydenstricker.

Se me llenaron los ojos de lágrimas de felicidad, y esta vez no intenté contenerlas. Entendí la intención de Pearl. Sus raíces chinas no habían muerto. China fue lo último que tuvo en su mente, lo que se llevó con ella a la eternidad.

Para ella era imposible olvidar su amor por China, pues, como ella misma decía, «había conocido la plenitud de dicho amor, el más elevado y profundo de todos». Un occidental no entendería el significado de aquellos caracteres chinos, pero a Pearl no le importaba. No era de extrañar que la señora de la fonda hubiera dicho que era fácil no ver la tumba.

Sentí como si Pearl me saludara. Oí su voz, preguntándome: «¿Qué tal el viaje?».

Los tres caracteres chinos correspondían al sello con firma de Pearl, que le había proporcionado su tutor chino, el señor Kung. Una vez me explicó su nombre cuando éramos jóvenes. La primera letra se pronunciaba Sy, como en Sydenstricker. De los muchos caracteres que tenían el mismo tono, el señor Kung eligió el que representaba una «mansión con un gran tejado» y un «bebé» jugando debajo.

—Mi último nombre en chino significa «una preciosa muñeca en la mansión» —explicó Pearl toda orgullosa—. ¿Te gusta?

—Sí —recordaba haberle contestado, aunque por entonces no sabía leer, hecho que intenté ocultar examinando la forma del primer carácter.

—Mira —le dije—. No es una mansión normal y corriente. Éste es el símbolo del dinero.

—No es del dinero —me corrigió mi amiga, riendo—. Es de la gente.

—¡Cuatro personas bajo el tejado!

—Cuatro trabajadores. Mi padre decía que todos somos trabajadores de Dios.

—El bebé tiene mucha barriga —grité.

—¡Es que le encanta comer! —respondió Pearl entre risas. El segundo carácter chino, era la imagen de una ostra, pero en combinación con el tercero, el significado cambiaba por el de perla, en inglés Pearl.

Mi amiga había elegido su morada final al lado del arroyo a propósito. La tumba estaba orientada al este, lo que demostraba que había seguido la norma del feng shui. El jardín situado alrededor se hallaba cercado con pinos y cipreses. Además de bambúes, había arces, arbustos de hoja perenne y flores. A lo largo del riachuelo se veían lirios silvestres aquí y allá. Un árbol viejo, ya muerto a juzgar por su aspecto, parecía haber caído en medio del arroyo. El tronco, de unos tres palmos de diámetro, estaba podrido y hueco por dentro. Lo que me sorprendió fue que tuviera una exuberante copa verde. Seguro que a Pearl le gustaba aquel árbol, cuyo aspecto encajaba con un verso de un poema chino: «La primavera muestra su poder en la madera podrida y los árboles moribundos».

Toqué la piedra fría y pegué a ella mi mejilla.

Querida Pearl,

Dado que no pudiste volver a China, te he traído China hasta aquí.

Éste no es el reencuentro que llevaba tanto tiempo esperando, pero me siento dichosa de tener la oportunidad de vivirlo. Como me falla la memoria, y no quería dejarme nada en el tintero, he escrito seis notas para que quemen junto con el incienso en tu tumba.

La primera nota se refiere al final de madame Mao. Cuando te denegó un visado, estaba segura de su poder. Creía que gobernaría China al fallecer su marido, pero no duró mucho. Tras la desaparición de Mao, su mujer fue detenida y condenada a muerte. Ocurrió menos de cuatro años después de la visita de Nixon.

La segunda nota atañe a la tumba de tu madre. Durante la Revolución Cultural estuvo a punto de ser destruida a manos de los jóvenes agitadores partidarios de Mao. Lila retiró la lápida y consiguió engañarlos. Es decir, lo que la Guardia Roja destruyó no fue la tumba de tu madre. La ciudad de Chinkiang ha reivindicado la figura de Carie, que hoy en día está oficialmente reconocida como fundadora de la escuela de enseñanza media de Chinkiang. Su espíritu es objeto de loa y honra todos los años en la Fiesta de la Primavera.

La tercera nota tiene que ver contigo. La mansión donde tu madre vivió los últimos años se ha convertido en la Residencia de Pearl Buck. Te oigo diciendo: «Pero ¡si ésa no es mi casa!». Cierto, sin embargo, es importante que la vivienda que lleva tu nombre sea presentable. Debes entender que, para un chino, el lugar que alberga tu alma tiene que ser un templo. Se exponen de forma permanente copias de fotos, cartas y libros tuyos. Lo que no me gustó es que exhibieran tus obras de caligrafía, ya que las pinceladas no eran las tuyas. Tu escritura la retocó un profesor de la facultad de bellas artes y caligrafía de Beijing. Su labor fue una más de las medidas adoptadas para convertirte en una diosa a fin de que la gente pudiera adorarte. No me molesté en oponerme, pues pensé que eso sería mejor que llamarte imperialista culturalamericana.

La cuarta nota se refiere a las personas que te conocían y que mientras vivieron se preguntaron cómo te iría por Estados Unidos. Me gustaría comenzar por Dick, porque te conocía bien y fue el que corrió peor suerte. Estaba demasiado cerca de Mao y tuvo una muerte horrible. Ya me perdonarás por no poder darte más detalles sobre él. Dick sabía que Hsu Chih-mo te amaba. Quería felicitarte en persona cuando se enteró de que habías ganado el premio Nobel, pero no nos permitieron enviarte un telegrama a América. Según Dick, Hsu Chih-mo se habría sentido muy orgulloso, tanto que habría bailado en su mente. Te alegrará saber que hoy en día sus poemas son sumamente populares. Los jóvenes lo veneran por ser un poeta cuya voz se dirige a una generación que es la de ellos. Los periódicos siguen publicando historias de sus amoríos como si hubieran ocurrido ayer, y, naturalmente, siguen sin centrarse en lo principal.

Papá siguió ocupándose de la iglesia hasta que murió. Se convirtió en un ángel combativo como Absalom, aunque la suya era una lucha de guerrillas. Estoy segura de que echabas de menos al carpintero Chan y Lila. Como ya sabes, Chan se convirtió al cristianismo de la mano de Absalom; lo que quizá no sepas es que se sumó a los comunistas cuando Mao se hizo con el poder. Luego volvió a Dios y trabajó para papá. No creo que los americanos puedan entender una vida como la suya, pero tú sí. Viviste en China y sabías cómo podían ser las cosas.

Lila te echaba tanto de menos que no dejaba de hablar de ti. A sus noventa y tantos años, es famosa por ser la persona más longeva de la ciudad. Sus tres hijos heredaron el negocio de su padre. Es una lástima que no pudieras ver la reconstrucción que hicieron de la iglesia de Absalom, conocida ahora como la Iglesia Cristiana de Chinkiang. Lila sigue peleándose con Vanguardia, que antes se llamaba Confucio, el hijo de Soo-ching, la mendiga. Se trata de aquella madre que encontraste en tu jardín con su recién nacido hace ya tanto tiempo. Vanguardia traicionó a todo el mundo por complacer a madame Mao. Soo-ching quería renegar de su hijo, pero papá la convenció para que optara por olvidarlo, pues de lo contrario no iría al cielo.

A quien no conoces es a mi hija, Rouge, pero ella lo sabe todo de ti. Actualmente es la alcaldesa de Chinkiang y dirige la Beca de Pearl Buck y la de Hsu Chih-mo. Tiene una hija y dos niñas adoptadas del anterior matrimonio de su marido. Todas mis nietas comparten el mismo segundo nombre, Pearl. Se llaman Alegría Pearl, Luz Pearl y Vuelo Pearl.

¿Recuerdas al emperador Patán, el señor de la guerra? Se convirtió en un fervoroso cristiano y llegó a ser pastor de nuestra iglesia. Estarás sorprendida. No es para menos. Al igual que tu padre, el emperador Patán estaba obsesionado con convertir a la gente. Intentaba salvarlos como tu padre lo salvó a él. A ti te recordaba como la niña mala de pelo pajizo. Nunca se cansaba de contar la historia de cómo lo habías engañado con aquel cubo de tinta. La editorial People’s Publishing House se puso en contacto con él con la idea de publicar un cómic infantil basado en dicha historia.

La quinta nota tiene que ver con la tierra que he traído hasta aquí. Es de la tumba de tu madre. La esparciré sobre la tuya. Al mismo tiempo, si es posible, te cogeré un poco de tierra, no mucha, lo justo para llenar la bolsa. La llevaré a la tumba de tu madre en cuanto regrese para mezclar la tierra de aquí y de allá. Me complace unir vuestros espíritus.

La sexta nota se refiere a mi propio deseo. Si no te importa, cogeré unas semillas de los árboles que tienes aquí.

Ignoro sus nombres; solo sé que son americanos. A juzgar por la forma de sus frutos, parece que dan flor. Lo importante es que son del lugar donde estás enterrada. No me sorprendería que los hubieras plantado tú misma. Imagino que así fue. En China aprendiste que los espíritus se reúnen a través de la naturaleza. Oigo tu voz hablando por medio del arroyo, los pinos, los arces, los bambúes, los pájaros y las abejas. Plantaré las semillas allí donde me entierren cuando llegue mi hora. Así pasaremos la eternidad acompañadas la una de la otra. Te he traído tu poema de la dinastía Tang preferido, «La tonada de Posaman». El «río Yangtsé» debería sustituirse por el «océano Pacífico», pero prefiero dejarlo como está. Sé que a ti siempre te gustó más el original:

Vivo cerca de donde nace el río Yangtsé,

y tú allá donde desemboca.

De sus aguas bebemos los dos.

No te conozco, pero cada noche sueño contigo.

¿Cuándo dejará de correr el agua de este río?

¿Cuándo dejaré de amarte como lo hago?

Ojalá nuestros corazones latieran como uno solo,

y mi amor por ti se viera correspondido.

Dicha, gratitud y paz, eso es lo que significa este momento para mí. Doy gracias a Dios por la fortuna de haberte conocido.

El arroyo entona una canción alegre. El viento susurra a través de las hojas temblorosas como lo hacíamos nosotras cuando conversábamos. El aire es puro y calienta el sol. Una vez más te veo corriendo hacia mí con tu rostro iluminado por el sol. Pareces una nube saltarina con tu túnica china con flores de color añil y tus cabellos dorados revoloteando sueltos.

«¡Sauce —te oigo llamarme—, date prisa, ya está aquí el vendedor de palomitas!».