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AUNQUE Vanguardia confiscó la radio de papá, perdió su puesto. Lo sustituyó el carpintero Chan, que fue nombrado nuevo secretario del Partido Comunista en Chinkiang. Chan no quería dicho cargo, pero papá lo convenció para que lo aceptara. Papá creía que la obra de Dios necesitaba información. «Te agradecería que pudieras conseguirme el boletín informativo mensual del Partido Comunista, el Referencia Interna», le pidió.

La sabiduría de papá tuvo su recompensa. El Referencia Interna pronosticaba los cambios que iban a producirse en el tiempo político de China. Papá devoraba cada número. Lo analizaba en profundidad en busca de indicios de cambio, especialmente en lo relativo a la actitud de Mao con respecto a Estados Unidos.

En julio de 1971 papá se fijó en un anuncio del tamaño de un sello que informaba de que Mao iba a recibir a un invitado especial de América, un hombre llamado Henry Kissinger.

—¡Algo se cuece aquí! —comentó papá al carpintero Chan.

Tres meses más tarde papá se enteró de que China había sido aceptada como miembro de las Naciones Unidas.

—Hay un acuerdo en ciernes —predijo papá.

Chan y él fueron los primeros de la ciudad en averiguar que el presidente de Estados Unidos, Nixon, iba a visitar China. A través del Referencia Interna se enteraron también de que en el seno del Partido Comunista había dos facciones poderosas. Una era la facción de madame Mao, llamada el Partido de la Esposa, en el que Mao confiaba para seguir con su Revolución Cultural. La otra era el Partido del Primer Ministro, liderado por Chu En-lai, en el que Mao depositaba su confianza para dirigir el país. Ambas facciones competían por el favor de Mao.

La batalla entre ellas se intensificó con el anuncio público de la visita de Nixon. Un grupo de investigadores se presentó en Chinkiang. Nosotros no imaginamos que aquello tuviera que ver con el hecho de que Nixon hubiera elegido a Pearl Buck para que lo acompañara en su viaje a China. No fue hasta más tarde cuando nos enteramos de tan trascendental noticia.

A la luz de las velas papá mantenía conversaciones con los miembros de su iglesia de guerrilla.

—Cuando Nixon venga aquí, acaparará la atención del mundo entero —dijo papá con los ojos brillantes y todas sus arrugas en danza—. ¡Imaginad a nuestra Pearl haciendo las presentaciones entre Nixon y Mao, dirigiéndose a uno en perfecto mandarín y al otro en inglés americano!

El interrogante parecía ser si madame Mao dejaría que sucediera tal cosa. ¿Permitiría que otra mujer ocupara el lugar que a su modo de ver le pertenecía por derecho propio?

—Cientos de cámaras captarán el momento —prosiguió papá—. A madame Mao le dará envidia ver a Pearl entre Mao y Nixon.

—Existe otra posibilidad —intervino el carpintero Chan—. Puede que Mao muestre su interés por Pearl, como lo hizo con la esposa de Marcos, el presidente de Filipinas. He visto el documental en el que Mao le besó la mano.

No me habría extrañado que Mao quedara cautivado por Pearl y sus ojos azules. Me la imaginaba bien vestida. Parecería Carie, hermosa y elegante. Mao le haría preguntas en su dialecto de Hunan, y Pearl le contestaría con el mismo acento. Me constaba que Pearl hablaba con fluidez muchos dialectos chinos aparte del mandarín. Lo más normal sería que Mao la invitara a visitarlo en privado, como hacía con tantas actrices, poetisas y novelistas chinas.

—Puede que Mao le ofrezca enseñarle la Ciudad Prohibida —imaginó papá—. Los veo a los dos paseando por el Largo Corredor Imperial, por donde la última emperatriz, Tzu Hsi, caminaba cada día después de comer. Mao compartiría con Pearl sus conocimientos de historia china.

—Quizá Mao le sugiriera visitar la Gran Muralla —añadió el carpintero Chan—. Los llevarían a los dos en un palanquín.

Lila asintió.

—Seguro que Mao le propondría cenar en el Palacio de Verano Imperial.

—Sí —coincidió papá—. Y los platos llevarían por nombre títulos de poemas de Mao. El cangrejo con jengibre al vino se llamaría «Desmantelamiento de la capital Nankín»; el pato asado con tortitas de trigo, «Triunfo del alzamiento de otoño».

—Las ancas de rana fritas con pimiento rojo picante se llamarían «El nacimiento de la República Popular». —Al emperador Patán y sus hermanos de sangre se les hizo la boca agua.

Las imágenes seguían agolpándose en mi mente. Pearl tal vez se ganara el corazón del presidente chino si le presentaba su traducción de Todos los hombres son hermanos, una de las lecturas preferidas de Mao. El gobernante supondría que Pearl compartiría su pasión por los campesinos heroicos.

Imaginaba a Mao llamándola «¡Mi camarada!», olvidándose de su edad, sus dolores de muelas, sus ojos irritados y sus articulaciones agarrotadas. Cogería a Pearl de la mano y le contaría que Todos los hombres son hermanos había sido precisamente lo que le había llevado a hacerse revolucionario. Para ganarse su afecto, le revelaría cómo se había convertido en la versión moderna del emperador de China, con la intención de que Pearl relatara después la historia a Nixon.

—«La gente, y nada más que la gente, son los creadores de la historia» —recitó Chan, acompañando con mímica la célebre cita de Mao—. Pearl se sentiría halagada.

—No lo creo —discrepó Lila—. A Pearl no le gustaría nada Mao.

—Pearl tiene suerte de que Mao no haya leído aún La buena tierra —comenté—. Si lo hubiera hecho, sabría que ella jamás sería su camarada. Nada de lo que diga o haga Mao cambiará la opinión de Pearl. Y creo que ella también lo decepcionaría a él. Mao descubriría que, aunque Pearl hablara su idioma y conociera su cultura, nunca llegaría a venerarlo como el resto de China. Pearl vería sus defectos. Sería la pesadilla de Mao.

—Ya veremos —dijo papá—. El vino podría dar vida al poeta que Mao lleva dentro, que sacaría un rotulador pincel y escribiría un pareado en caligrafía para regalárselo. Pearl se mostraría agradecida, reconociendo el ritmo de la composición de Mao, y recitaría en voz alta los versos escritos en chino antiguo.

—Mao le pediría que se quedara a tomar el té entrada ya la noche —dijo el emperador Patán, asintiendo.

—Invitación que Pearl declinaría, diciendo: «El presidente Nixon me espera» —añadió Rouge.

—Su negativa sería peor recibida que si Nixon lanzara una bomba nuclear sobre China —coincidimos todos.

A la población de Chinkiang se le asignaría una tarea de importancia nacional. Como jefe del partido, el carpintero Chan comenzó a recibir mensajes de sus superiores. El primero fue del primer ministro Chu En-lai, quien le ordenaba que se preparara para el regreso de Pearl Buck. «Disponga lo necesario para mostrar la ciudad al presidente de Estados Unidos, Nixon», rezaba textualmente.

El segundo mensaje contradecía el primero. Ordenaba a los habitantes de Chinkiang a cooperar con los investigadores de madame Mao. «Es hora de revelar los delitos de Pearl Buck y sus padres contra China y su pueblo», decía el mensaje.

Viendo en aquella situación una oportunidad para recuperar el poder perdido, Vanguardia desenmascaró a la iglesia cristiana clandestina. «El espíritu de Absalom no solo sigue vivo, sino muy activo en su afán por poner al pueblo contra Mao y el comunismo», afirmó.

El periódico oficial del Partido Comunista, el Diario del Pueblo, publicó un artículo titulado «La premio Nobel se gana la vida insultando a China». El carpintero Chan nos contó que madame Mao había prohibido que los invitados estadounidenses visitaran Chinkiang.

Chan consiguió recuperar a escondidas la radio confiscada. Papá y él sintonizaron La voz de América para escuchar las últimas noticias. Entre líneas se enteraron de que la delegación de Nixon partiría de Estados Unidos rumbo a China al cabo de una semana, y que las autoridades chinas habían negado la entrada al país de Pearl Buck.

El carpintero Chan redactó una petición firmada por toda la ciudad y la remitió al primer ministro Chu En-lai.

«Pearl Buck se crió en Chinkiang —alegaba el escrito—. Tiene derecho a visitar la tumba de su madre y nuestro deber como vecinos y amigos suyos es ver su deseo concedido».

Era la primera vez que la ciudad entera se unía con un fin común. No luchábamos por la visita de Pearl Buck, sino por nuestras propias vidas y por el futuro de nuestros hijos. Desde el comienzo de la Revolución Cultural, aquéllos cuyo camino se había cruzado con el de Absalom y Carie habían sido denunciados y sometidos a vejaciones. Los sucesos más significativos habían ocurrido años atrás, pero seguían frescos en nuestra memoria. A unos les habían afectado más directamente que a otros, pero todos teníamos historias que contar. Recordaba que los jóvenes agitadores que se hacían llamar la Guardia Roja de Mao habían llegado a presentarse en Beijing para «borrar la mala influencia de Pearl Buck». Sabían que yo había entregado cartas a Pearl de Hsu Chih-mo. Me sacaron de la cárcel para exhibirme en una concentración pública con una tabla de madera colgada al cuello en la que se leía: PROXENETA. La multitud me exigió que confesara la relación entre Hsu Chih-mo y Pearl Buck. Los antiguos alumnos de Pearl estaban atemorizados. Les obligaron a delatarme. Uno de ellos señaló ante la gente que yo era la mejor amiga de Pearl y la hija adoptiva de Carie. Otros estudiantes recordaron que fui yo quien había intentado robarle Hsu Chih-mo a Pearl Buck.

La Guardia Roja localizó la tumba de Absalom, situada cerca de Chinkiang, y la destrozó. Hicieron añicos la inscripción tallada en piedra que honraba toda una vida entregada al servicio de Dios. Los jóvenes buscaron también el lugar donde reposaban los restos de Carie. Fue Lila quien cambió la lápida de ubicación. La sepultura que destruyeron no era la de Carie.

A los hijos de Lila se les obligó a ponerse otro nombre. David y Juan Doble Suerte pasaron a ser Abajo Cristo y Guerra a Dios. Salomón Triple Suerte se llamó a partir de entonces Leal a Mao.

Cuando la Guardia Roja ordenó al emperador Patán y sus hermanos de sangre que rompieran una figura de cerámica de Jesús, los antiguos señores de la guerra explotaron. Se quitaron las tablas con lemas anticristianos que llevaban colgadas al cuello y fue eso lo que rompieron. Los encerraron por ello, pero consiguieron escapar a las montañas.

Papá corrió el riesgo de proteger los dibujos de Jesucristo hechos a mano por Absalom. Los escondió detrás del retrato de Mao que ocupaba toda la pared. Cuando el carpintero Chan y sus obreros se enteraron de que la Guardia Roja había decidido quemar la iglesia, la transformaron en un «Museo Educativo», con el busto de Mao pintado por todas partes. Las esculturas de Cristo y los santos fueron colocadas en cajas y jaulas con la leyenda «Los maestros negativos» y expuestas al escarnio público. Para evitar que las profanaran, los obreros las taparon con cintas rojas en las que se leían lemas como «¡Viva el presidente Mao!» y «¡Saludos a madame Mao!».

Lo que más apenó a papá fue el abandono de la congregación por parte de sus feligreses. Aunque entendía que la gente lo hacía por miedo y bajo presión, no podía evitar sentirse derrotado. Amenazó a la gente con que «irían al infierno», pero la respuesta que le dieron le consternó: «El infierno no puede ser peor que esto».

Chinkiang se consideró durante años una zona infectadísima por una «plaga cristiana», y se decidió que la ciudad necesitaba una limpieza en profundidad. Si bien Vanguardia se erigió en ejemplo para denunciar el cristianismo, pocos lo siguieron. La gente lo llamaba «el Judas de Chinkiang». La policía descubrió Biblias escondidas dentro de las tapas de libros de Mao, y figuras de barro de Cristo dentro de sacos de arroz. Durante el Año Nuevo chino se oían villancicos, y en la tumba de Carie nunca faltaban flores en primavera. Los niños que se levantaban en plena noche a orinar se tropezaban con sus padres, que estaban rezando de rodillas a oscuras. A pesar de su edad, papá hacía la ronda lloviera o hiciera sol cuando no había un lugar seguro para rendir culto a Dios.

La edad acabó pasando factura a papá. Un día, mientras iba de casa a casa visitando a sus feligreses, se desplomó. Rouge y yo corrimos a su lado. Cuando despertó, me dijo que había visto a Absalom.

—El viejo maestro seguía yendo a lomos de su asno —explicó papá.

—¿Le has preguntado si estaba contento con su trabajo? —le dije, bromeando.

—Sí.

—¿Y qué te ha contestado? —quiso saber Rouge.

Papá respiró hondo varias veces antes de responder:

—Se ha echado a llorar, algo impropio de Absalom. Era por Pearl.

—¿Por Pearl?

—Absalom se arrepentía de no haber tenido nunca tiempo para ser un buen padre con ella.

—¿Y tú qué le has dicho? —le preguntamos Rouge y yo.

—Le he dicho que debería estar orgulloso, porque ella ha seguido su trabajo… pues todos la escuchamos en La voz de América.

Al cabo de una semana papá dejó de respirar. Como un melón maduro, papá colgaba tan contento de su parra antes de caer al suelo. Fue a sentarse bajo el árbol que había a la salida de la iglesia reconvertida y pareció quedarse dormido, con la barbilla en el pecho.