CARIE murió el día antes de Navidad. Pearl y yo estuvimos con ella hasta el final. El último deseo de Carie me conmovió profundamente. Teníamos que vender todas sus pertenencias y entregar los fondos recaudados a su criada de toda la vida y amiga, Wang Ah-ma, para que pudiera retirarse y regresar a su pueblo. El funeral se celebró el día de Navidad. Absalom llevó a cabo una ceremonia sencilla, la misma que ofrecía a cualquier vecino de la localidad. Nos sorprendió que no hiciera algo más por su mujer.
Descendieron lentamente el ataúd a tierra. Toda la ciudad de Chinkiang permanecía en pie tras Absalom y Pearl. Desconsolada, Wang Ah-ma se desmayó. El coro cristiano de niñas de Chinkiang cantó «Amazing Grace». Mientras tocaba el piano de Carie, me prometí que mantendría su tumba como lo haría cualquier hija china.
Colocaron cientos de velas en calabazas huecas rellenas de arena. Las chicas del coro las encendieron y rezaron por el alma de Carie. Luego pusieron las velas en hojas de loto y las soltaron a la deriva. Las velas fueron flotando lentamente por el canal hasta el río Yangtsé. Rezamos para que el espíritu de Carie viajara a través del océano Pacífico hasta llegar a su lugar de nacimiento en Estados Unidos.
Absalom se mostró contrariado cuando Lila le propuso ofrecer un «banquete de tofu» para honrar a Carie. Era una tradición budista china. El deseo procedía de gente que se sentía profundamente en deuda con Carie. Papá recordó a Absalom que la mayoría de los habitantes de la población, a quienes Carie había tratado y ayudado, no eran cristianos.
—Nos gustaría despedir a los viejos espíritus y dar la bienvenida a los nuevos, para que Carie sea bien recibida en su próxima vida no solo por el Dios cristiano, sino también por los dioses chinos —dijo Lila a Absalom.
—Es un honor que solo pueden permitirse las personas de gran reputación y riqueza —explicó papá a Absalom.
—¡No! —respondió Absalom con firmeza, frunciendo el ceño—. Eso va en contra de los principios cristianos. Un funeral refinado es un despilfarro. Carie solo estaba cumpliendo con su deber cristiano.
Pearl intentó convencer a su padre de que al honrar a Carie la gente estaba honrando al Dios cristiano, pero no sirvió de nada.
Absalom también descartó la idea del carpintero Chan y sus amigos de construir una puerta conmemorativa dedicada a Carie. Para que pudiera celebrarse el banquete de tofu, Papá se inventó una situación de emergencia en la iglesia de un pueblo vecino que envió a Absalom fuera de Chinkiang.
El banquete de tofu duró una semana. Se celebró en nombre de Carie. Simbolizó su gratitud con todo aquél que acudió a ayudarla a completar su transición de una vida a otra.
La gente recorrió largas distancias para asistir a la ceremonia. Permanecí despierta toda la noche para ayudar a Lila a poner en remojo y cocinar las semillas de soja. Las molimos y preparamos una gran variedad de platos de tofu, entre ellos pollo al tofu, pato al tofu, pescado al tofu, jamón al tofu, pan de tofu y un enorme pastel de tofu.
Pearl recibió a las familias que acudían vestidas de blanco riguroso, el color tradicional del luto en China. Los trajes de algodón blancos hacían juego con los sombreros blancos y las flores blancas prendidas en ellos, así como con los zapatos forrados con una funda blanca. Pearl ignoraba que su madre tuviese tantos amigos.
Me llamaban «la otra Pearl» porque Carie me había adoptado en muchos sentidos. Entoné la canción de las lágrimas junto con la multitud. En Chinkiang era costumbre llorar de esta forma la muerte de alguien. La canción pedía a los dioses que escucharan nuestras quejas por haberse llevado a Carie demasiado pronto.
El carpintero Chan y sus hombres construyeron puertas provisionales que conducían a la gente hasta la tumba de Carie. Colocaron figuras de dioses protectores talladas en madera sobre todas las entradas, cada una de las cuales tenía su propio título que representaba un símbolo de bendición para la siguiente vida de Carie.
La primera puerta, llamada «Semillas durmientes», representaba el invierno; la segunda, «Capullos de flores», se refería a la primavera; la tercera, «En flor», simbolizaba el verano, y la última, «Cosecha y frutos», el otoño. Carie tenía aseguradas las cuatro estaciones en su siguiente vida.
La gente se inclinaba al pasar a través de las puertas demostrando respeto. Se pidió a los niños que rogaran a los dioses que protegieran el espíritu de Carie. La compañía de ópera Tonadas Wan-Wan representó La celebración y los asistentes al funeral agasajamos a los dioses del universo. En primer lugar, al dios de la muerte, de quien se creía que había ordenado la partida de Carie de la tierra. Lo entretuvimos para cerciorarnos de que no cometiera ninguna equivocación. A continuación, a los demonios que se creía habían escoltado a Carie. Les pedimos que «fueran amables con un alma tan afligida». En tercer lugar, al Juez Celestial, encargado de enumerar las virtudes de Carie y decidir su futuro. El mensaje que los dolientes le dirigimos fue: «Por favor, sé justo y bondadoso». Le ofrecimos comida y vino para garantizar que el juez tuviera un estado de ánimo receptivo.
Pearl agradeció el hecho de que la gente de la ciudad hubiera pensado en honrar a su madre siguiendo su antigua tradición. Participó en la ceremonia de la piedad, donde encendió incienso en el altar de Carie y rezó por el bienestar del espíritu de su madre.
Pregunté a Pearl dónde estaba su marido.
—Lossing es estadounidense —dijo Pearl— y ha estado muy ocupado.
Percibí un tono de resquemor en su voz.
—Lossing debería estar aquí, aunque solo fuera por ti.
Pearl parecía dolida, si bien me explicó:
—Le dije que no hacía falta que viniera si estaba ocupado.
—Pearl. —La obligué a mirarme—. ¿Qué pasa?
—Lossing se queja de que soy demasiado exigente —respondió de mala gana—. Ni siquiera le parecía bien que viniese yo. Quería que me quedara en Nankín, cuidando de Carol.
Negué con la cabeza.
—Carol no mejora… —Pearl se vino abajo—. No quiero creer lo que ven mis ojos. Pero tengo que hacerlo. Mi hija no habla y no me responde. He intentado enseñarle, pero no sé cómo llegar hasta ella… Lossing cree que es culpa mía. Y yo también lo creo… Para empezar, fui yo quien no hizo bien a Carol. No sé qué sucedió… Lossing está deshecho. No puede creer que sea hija suya. La semana pasada se fue de casa, otra vez, a realizar un trabajo de campo al norte. Tal vez sea lo mejor… así no nos pelearemos sin parar. Estará fuera tres meses, puede que más. Temo que no regrese…
—Volverá. —La consolé—. Es el padre de Carol. Dale tiempo.
—No sabes la verdad sobre nuestro matrimonio, Sauce. No funciona. El problema de Carol solo ha sido como echar sal encima de una herida. Creí que podría soportarlo. No me importa que Lossing la pague conmigo. Pero cuando trata mal a Carol…
La dejé sollozar en mi hombro.
—Ya no me veo viviendo con él —continuó—. Carol no sabe lo que está mal. No merece la crueldad de su padre.
—Necesitas a Lossing en estos momentos —dije.
—Necesitamos dinero para pagar los médicos de Carol en Estados Unidos —asintió.
Al final, Pearl dejaría de buscar una cura para Carol. Tras años de decepciones, acabaría aceptando su destino. Hundida en el dolor, comenzó a imaginar su muerte accidental y a contemplar el suicidio. Yo le escribía cuanto podía.
Pearl me contó que escribir se había convertido en su tabla de salvación. Era el único modo en que conseguía dejar de pensar en su hija. Ya que no podía solucionar el problema de Carol, al menos podría resolver las dificultades de los personajes de sus novelas.
Tras la muerte de Carie, Absalom comenzó a viajar por el interior del país, a veces durante más de un año. Como resultado, se fundaron más iglesias cristianas. El carpintero Chan siguió a Absalom. Se llevó a su mujer y a sus hijos consigo.
Papá continuó siendo responsable de la comunidad cristiana de Chinkiang. Entre sus logros más recientes estaba la conversión del hombre más rico de la ciudad: el jefe de la famosa compañía vinagrera. Papá recibía generosas contribuciones y transfería el dinero a Absalom, que a su vez financiaba escuelas cristianas en el interior.
Yo, por mi parte, además de ser editora y redactora del periódico, también estaba a cargo del Instituto Cristiano Femenino de Chinkiang. Seguí el plan de estudios original de Carie y añadí historia china, ciencias y matemáticas.
No era consciente de la popularidad de la que gozaba El Independiente de Chinkiang hasta que recibí una carta de El Diario de Nankín ofreciéndome el puesto de directora.
Acepté la oferta sin vacilar porque siempre había sido una gran admiradora de El Diario de Nankín. Dicho periódico tenía tanto prestigio como El Diario de Shanghai y su público alcanzaba todo el sur de China. La oferta ampliaría mis horizontes y me permitiría reunirme con Pearl.
Como si hubiésemos regresado a la infancia, Pearl me dio la bienvenida a Nankín. Subimos juntas la famosa montaña Púrpura. La ciudad se extendía a nuestros pies. Había templos, ermitas y la tumba del siglo XIV del emperador Ming diseminados por las laderas. Nankín tenía una muralla de cuarenta kilómetros de largo y nueve puertas de doce metros de alto minuciosamente decoradas. El río Yangtsé, que discurría hasta Chinkiang, pasaba junto a la ciudad.
«Me encantan las sinuosas calles adoquinadas y las tiendecitas que brillan por la noche a la luz de las velas —dijo Pearl—. Adoro las lámparas de aceite titilantes que iluminan las calles. No puedo evitar imaginarme la vida familiar de la gente dentro de estos muros antiguos».
Tras instalarme en un pequeño apartamento cerca de la oficina del periódico, empezamos a visitarnos con regularidad. Pearl vivía en una casa de ladrillo de tres habitaciones. Era modesta comparada con las residencias de otros extranjeros. La casa pertenecía al complejo universitario ocupado en su mayor parte por la facultad. Lossing llevaba cuatro años viviendo en ella. Igual que Carie, Pearl cuidaba de su jardín. Además de rosas y camelias, había plantado tomates y repollos.
Me alegraba volver a ver a Carol, aunque me entristecía su estado. Tenía cinco años. Intentaba comunicarme con ella, pero no respondía. También veía a Lossing.
Su piel era aún más blanca de lo que recordaba. Daba clases en las aulas de la facultad, donde tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo. Anhelaba el trabajo de campo.
«Por favor, Sauce, quédate a cenar —insistió Pearl una noche—. No me supone ningún problema. Los criados lo hacen todo por tres sacos de arroz a final de mes. Me siento culpable a pesar de que casi todas las familias blancas de la ciudad disfrutan de semejante ayuda. Mi cocinero es de Yangchow, pero también puede cocinar siguiendo el estilo pequinés y cantonés».
Ya en la mesa fui testigo de una pelea entre el matrimonio. Lossing necesitaba que Pearl le hiciera de traductora en su nuevo experimento de campo, pero ella se negó.
—Ya no sé quién es esta mujer —dijo Lossing medio en broma, girándose hacia mí—. Está claro que no necesita un marido. Tiene una aventura amorosa con sus personajes imaginarios.
—Puede que escribir alivie su ansiedad. —Intenté poner paz.
Lossing me interrumpió, riéndose a carcajadas.
—No, no la conoces, Sauce. Mi mundo es demasiado pequeño para esta mujer. La vanidad y la codicia son los verdaderos demonios de los que estamos hablando aquí. Y por mucha ambición que tenga Pearl, carece de aptitudes y de la formación necesaria. Quiere ser novelista, pero no tiene formación académica ni madera de escritora. Está perdida como madre, y si intenta dedicarse a la literatura tiene todas las de perder.
Pearl miró a su marido, furiosa.
Lossing siguió hablando sin hacerle caso.
—Es destructivo que una afición se convierta en una obsesión.
—Déjalo, Lossing —dijo Pearl, intentando controlar su enfado.
—Tienes una responsabilidad —continuó Lossing—. ¡Te debes a esta familia!
—Basta ya, por favor.
—Tengo derecho a expresar lo que pienso. Y Sauce tiene derecho a saber la verdad.
—¿Qué verdad? —preguntó Pearl, con los ojos rojos.
—¡Que este matrimonio es un error! —dijo Lossing a voz en grito.
—¡Como si tuviéramos un matrimonio! —replicó Pearl.
—No, no lo tenemos —asintió Lossing.
—No tienes ningún derecho a pedirme que deje de escribir —dijo Pearl.
—Veo que ya has tomado una decisión. —Lossing la miró—. Has decidido desatender mis necesidades y abandonar a esta familia.
—¿Cómo he abandonado a esta familia?
—Cuando escribes desapareces mentalmente. No existimos. Sé que yo no. Te niegas a trabajar conmigo para mantener a esta familia. Sabes muy bien que sin tu ayuda no puedo desempeñar mi trabajo. Te tomas la literatura como si fuera un trabajo, pero lo único que yo veo es a una aficionada. ¡Te recuerdo que soy yo quien gana el dinero, quien paga el alquiler, todos los gastos del día a día y los honorarios del médico de Carol!
—Escribir me ayuda a mantenerme cuerda. —Pearl estaba al borde de las lágrimas.
—No parece que te esté ayudando mucho en ese aspecto.
Pearl trató de mantener la compostura.
Lossing siguió hablando.
Mi amiga parecía derrotada. Se levantó y se fue hacia la cocina.
Desde el comedor me llegaron los gritos de Carol y la voz de la criada, ordenándole: «¡Déjalo!».
—Hablo con sentido común, nada más —me explicó Lossing—. Entiendo que Pearl quiera escribir novelas para escapar de su vida. Pero ¿quién quiere leer sus relatos? Los chinos no necesitan que una rubia les cuente sus historias y a los occidentales no les interesa China.
¿Qué le hace pensar que tiene alguna posibilidad de triunfar?