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EN el oficio del domingo Absalom anunció la partida de su familia. «Dios prevalecerá», fueron sus palabras de despedida a los asistentes. Prometió regresar en cuanto su familia estuviera instalada en Shanghai.

«Los monos se desperdigarán en cuanto caiga el árbol», dijo papá preocupado.

A las órdenes de Absalom, los conversos empaquetaron los objetos de valor de la iglesia y los escondieron en sus casas. El piano de Carie supuso un gran problema. No había forma de ocultarlo. Papá se ofreció voluntario para ir a pedir ayuda al emperador Patán y sus hermanos de sangre. Los señores de la guerra eran enemigos de los bóxers.

Lo primero que papá dijo al emperador Patán fue: «Un conejo listo hace tres madrigueras por seguridad. Yo en tu lugar no dejaría escapar esta oportunidad de hacer las paces con el dios extranjero». A continuación, le contó que la flota occidental había destruido hacía poco la armada imperial china.

El emperador Patán se llevó el piano de Carie y lo escondió en la mansión de su concubina.

Carie se quedó más tranquila. Dio las gracias a papá. Por última vez, cortó las rosas y limpió el jardín. Mientras regaba las plantas una a una, se vino abajo. Sentada en el suelo de tierra, rompió a llorar.

Pearl y yo intercambiamos recuerdos de despedida. Yo le di un abanico de seda rosa pintado con flores. Ella me regaló una horquilla con un fénix de plata. Se marcharía al cabo de diez días, o antes quizá.

Cerré los ojos y me dije que tenía que dormir aquella noche. Sin embargo, mis ojos permanecieron abiertos. No dejé de dar vueltas en la cama hasta que amaneció. Nainai me aconsejó que me olvidara de Pearl y me fuera con otras niñas de la ciudad. Durante unos días lo intenté, pero sin mucha suerte. A nadie le interesaba mi amistad. Desde que había empezado a ir a la escuela de la iglesia, había cambiado. No me gustaban las niñas de la ciudad, a las que consideraba superficiales y de mentalidad cerrada. No podía evitar compararlas con Pearl, que era amable, curiosa y culta. Las niñas de la ciudad se peleaban por la comida y el territorio, y también entre ellas. Podían pasar de ser amigas del alma a llevarse a matar para acabar reconciliándose en un mismo día. Solían tomarla con una en concreto, a la que atacaban poniéndola en evidencia. Yo las rehuía porque sabía que utilizarían el pasado de papá y nainai para atormentarme.

A diferencia de las hijas de los campesinos, que estaban demasiado atareadas y exhaustas para tener tiempo libre, las niñas de Chinkiang tenían tiempo de sobra. Sus padres eran en muchos casos comerciantes o dueños de una tienda. Les encantaba fingir que eran niñas de una gran ciudad, pero sabían bien poco de las grandes ciudades, como Shanghai, donde Carie había vivido antes de tener a Pearl. Las niñas de Chinkiang miraban por encima del hombro a los campesinos. Se burlaban de sus costumbres primitivas, olvidando que ellas no eran muy distintas.

Yo hacía tiempo que había asumido el hecho de que me veían como un bicho raro. Las peleas entre féminas no iban conmigo. Desde que me había hecho amiga de Pearl, me había convertido en el blanco de aquellas niñas. No soportaban que estuviéramos tan unidas. Nos veían con celos y envidia. Y ahora me hallaba en apuros. No podía meterme en su círculo social así como así. Temía que la gente dijera que me habían abandonado.

Una tarde me puse a jugar a cartas con ellas. Añoraba a Pearl. Le quedaban pocos días para marcharse y yo quería estar con ella. Me obligué a concentrarme en los naipes. Una de las niñas hizo trampas y yo la pillé. Ella me contradijo y lo negó todo. No se mostró agresiva, ni dijo nada que provocara mi ira, pero yo la ataqué. Paré el juego y la llamé embustera. Puse al descubierto su juego sucio paso a paso. Las cartas volaron de mis manos. La niña estaba avergonzada y explotó. Nadie fue capaz de separarnos hasta que llegó Pearl.

Ella sabía que yo no era una persona dada a pelearme con los demás. Imaginó que estaría alterada por su partida. Me limpió con cuidado la sangre de la frente con su pañuelo. La mejilla izquierda se me hinchó allí donde mi adversaria me había arañado con las uñas. Pearl me miró con sus ojos azules llenos de ternura y suspiró.

—No hace falta que estés aquí —le solté.

—¿Te duele? —me preguntó.

—No.

—Que me marche no significa que no vayamos a vernos nunca más —me dijo en voz baja.

—¿Ah, no? ¿Y cuándo volverás? —espeté.

Fue incapaz de responderme.

Hacía un día despejado cuando la familia de Pearl embarcó en un vapor procedente del alto Yangtsé.

La gente de la ciudad se agolpó en el embarcadero para verlos partir. Entre la multitud se hallaba papá, nainai, el carpintero Chan, Lila y sus gemelos, David Doble Suerte y Juan Doble Suerte, además de otro hijo que acababan de tener. Hacía poco que Absalom los había bautizado a los tres, poniendo por nombre al recién nacido Salomón Triple Suerte.

Absalom hizo prometer al carpintero Chan que continuaría con las obras de la segunda planta de la nueva escuela hasta terminar el trabajo. «Y presentaréis una ofrenda encendida al Señor», lo animó en su tarea, recitando un versículo de la Biblia.

Chan asintió y le dio su palabra.

Wang Ah-ma rogó a Carie que la llevaran con ellos.

—Absalom ha tomado una decisión —le dijo Carie con lágrimas en los ojos—. Debes seguir tu propio camino. Ya no tenemos dinero para mantenerte.

—¡Trabajaré gratis! —Wang Ah-ma se metió la punta de la blusa en la boca para que no la oyeran llorar—. No les costaré nada. No tengo a nadie más, ni adónde ir. Ustedes y las niñas son mi familia.

Las integrantes de la compañía de ópera Tonadas Wan-Wan también acudieron a la despedida. Muchas de ellas, incluida la señora con la cara de tortuga, se habían convertido al cristianismo ante el empeño de Absalom. «Los actores viajan —comentó en una ocasión Absalom a papá—. Son ideales para difundir el Evangelio».

Las cantantes desearon buen viaje a la familia de Pearl y entonaron una nueva aria, adaptada de la Biblia:

La bondad y la misericordia

sin duda

te acompañarán a lo largo

de tu vida.

Seguiremos siendo tus fieles

siervos,

y viviremos para siempre

en la casa del Señor.

Pearl prometió volver, pero tanto ella como yo sabíamos que no podíamos hacernos ilusiones. Los bóxers avanzaban hacia la costa y probablemente no tardarían en llegar a Shanghai. Al final, Carie y su familia acabarían en Estados Unidos.

Pearl y yo nos esforzamos en buscar palabras de despedida amables, pero fue imposible.

Nos dijimos adiós y nos abrazamos en silencio.

El barco de vapor se alejó del embarcadero, formando grandes ondas en el agua.

Yo agité la mano en el aire mientras las lágrimas me corrían por la cara.

Las ondas perdieron fuerza hasta desaparecer. El agua volvió a quedar en calma.

Plantada en medio del embarcadero vacío, recordé un poema de la dinastía Tang que Pearl solía recitar:

Mi amiga abandonó la

Mansión de la Grulla

rumbo al sur,

donde los peces

siempre pican.

Una neblina de ramas

de sauce mecida

por el viento deja

pétalos esparcidos

aquí y allá.

Su barco desaparece

donde las olas

se funden con el gran río;

la luna brilla

en lo alto del firmamento.

Una bandada de gansos salvajes

sobrevuela montañas y

antiguos pabellones,

arrancándote una sonrisa

tras el dulce vino de sorgo rojo.

Los crisantemos en flor

adornan mis cabellos.

Oculta las ventanas tras

las cortinas de bambú y

que el sueño te arrulle

en la noche.