ABSALOM se había empeñado en convertir al recién llegado a la ciudad, el carpintero Chan. Tenía dieciséis años y era oriundo de Cantón. Cojeaba un poco. Según explicó a Absalom, su antiguo patrón le había pegado. No tenía trabajo ni hogar y estaba endeudado. Absalom lo acogió, ofreciéndole techo y comida a cambio de que se encargara de la construcción de su nueva iglesia. Absalom sabía exactamente cómo la quería. Tenía un proyecto y había comprado el terreno. Se trataba de un solar nivelado en la calle principal, cerca del mercado.
Lo que Absalom no esperaba era toparse con la terquedad y el peculiar sentido del estilo del carpintero. Aunque el hombre era listo, se veía incapaz de seguir el diseño de Absalom porque le parecía feo. Chan había crecido construyendo templos chinos y estaba orgulloso de su oficio. Sus antepasados se contaban entre aquéllos que habían edificado la Ciudad Prohibida para el emperador. Su especialidad era el uso del entramado de madera tradicional, el llamado estilo tokung. A Chan le frustraba que no se le diera la oportunidad de hacer valer sus aptitudes. Aprovechaba cualquier ocasión para convencer a Absalom de que modificara su proyecto.
—Lo mejor de la arquitectura china siempre se construye al estilo tokung —le decía el carpintero—. Es un símbolo de poder, riqueza y nobleza.
—No quiero tener nada de eso —replicaba Absalom categórico—. La iglesia es un lugar donde las almas se reúnen al abrigo de Dios. No hay nadie por encima ni por debajo del prójimo. En lugar de poder, riqueza y nobleza, me gustaría que plasmaras sencillez, humildad y calidez.
Absalom quería construir una iglesia al estilo occidental, que resultara atrayente, no intimidatoria.
—¿Por qué no deja que ofrezca a Jesús lo mejor de mis capacidades? —le preguntaba el carpintero desconcertado—. Podría construirle un templo en lugar de una casa.
Absalom y Chan se peleaban por cada clavo. El carpintero se mostraba educado y obediente, pero en cuanto Absalom le daba la espalda, volvía a poner lo que le habían ordenado que quitara.
Absalom le amenazó con despedirlo. Exigió que se cambiaran todas las ventanas.
«Estrecha los marcos y hazlos con arcos ojivales —ordenó a Chan y su cuadrilla—. ¡Si no me hacéis caso, os echo a todos!».
El carpintero se quedó abatido cuando cumplió finalmente la orden. A su modo de ver, la tosca fachada de piedra era un insulto para su reputación.
Absalom calificó la construcción de obra de arte, y elogió a Chan por su gran pericia.
Cuando el carpintero comenzó a trabajar en el interior, invitó a sus amigos, los artistas y escultores locales, para que aportaran ideas.
«Tengo entendido que sois maestros en la representación de los dioses chinos —dijo Absalom, en un tono de advertencia más que de bienvenida—. Pero no quiero que el Jesús de la entrada se parezca al buda de Kuang-yin. No podéis ponerle una expresión despiadada como la del dios de la puerta chino, ni hacer que enseñe los dientes. En cuanto al Jesús del altar, no quiero que se parezca al dios de la cocina chino. Dios nos libre de un Jesús entrado en carnes».
Cuando entregaron a Absalom la imagen de Jesús, éste tenía una barriga como la de Buda.
«Ningún chino veneraría a un dios que está más escuálido que un culi», le avisó papá.
Absalom estaba disgustado.
Cogió la espátula y esculpió la talla de Jesús con sus propias manos hasta dejarle el vientre plano.
En la iglesia de los domingos Chan conoció a Lila, la vendedora de huevos. Se enamoró de ella en cuanto la vio. A Lila le gustaba, pero le preocupaba su cojera. Sabiendo que ella era ya una cristiana conversa, el carpintero decidió convertirse para complacerla. Su gesto hizo feliz a papá, que lo anotó como un tanto más en su haber. Mientras tanto, Absalom emprendió otro proyecto: la creación de una escuela. El carpintero fue contratado para levantar otra construcción detrás de la iglesia.
Papá recibió el cometido de recaudar fondos. Aunque Absalom estaba impresionado con su eficacia y entusiasmo, sus métodos le sacaban de quicio. Papá explicaba a los comerciantes de la ciudad que se les había presentado una oportunidad de inversión, pues Dios les recompensaría con fortuna y prosperidad.
Delante de las narices del propio Absalom, papá inflaba los números relativos a los asistentes a la iglesia. Se volvió atrevido. Contaba como feligrés a toda persona que entraba por la puerta, y sacaba más comida para atraer a los mendigos de pueblos vecinos.
«¿Os habéis fijado en la alfombrilla que hay a la entrada de la iglesia? —Papá siempre iniciaba su sermón con la misma frase—. Es la alfombrilla que intentó robar mi hija Sauce antes de que Dios la salvara. Sí, el mismo Dios que cambiará también vuestras vidas».
Pearl no quería decirme lo que le preocupaba. Nainai sospechaba que pasaba algo en el seno de su familia.
—Absalom está en un grave apuro —anunció papá en cuanto llegó a casa—. La sede cristiana de Estados Unidos le ha abierto una investigación.
—¿Qué ha hecho? —quiso saber nainai.
—Es sospechoso de engaño.
—¿Sobre qué? —pregunté.
—Sobre las cifras de conversión —respondió papá con un suspiro.
Se hizo el silencio. Sabíamos que papá tenía la culpa.
—Quizá deberías dar la cara por él —sugirió nainai.
—El problema es que Absalom no sabe exactamente lo que he hecho. Cree tanto en mi trabajo que ha recomendado a los investigadores que hablen conmigo directamente.
—¡Oh, no! —Temí por papá.
—Vas a decepcionar a Absalom —dijo nainai, negando con la cabeza.
Bajo la luz de las velas, los ojos rasgados de papá se cerraron casi del todo. Él suspiraba sin parar.
—¿Cómo has podido hacerle esto a Absalom? —Nainai se secó los ojos llenos de lágrimas.
—Yo solo pretendía ayudar —respondió papá—. La mitad de las personas a las que he ayudado a convertirse lo han hecho de verdad.
—Desde luego que Absalom puede contar conmigo entre sus feligreses incondicionales —aseguró nainai—. Hijo, quiero que enmiendes tu error por Absalom.
Papá fue a hablar con los conversos puerta a puerta.
«Debemos estar preparados para proteger al maestro Absalom —les instaba, informando de la investigación—. Actuad como verdaderos cristianos cuando os pregunten. Haced todo lo posible por memorizar los elementos clave, como que Jesús se sumergió en las aguas del Jordán cargando con la culpa de toda la humanidad, y que inició su vida pública tomando el puesto de los pecadores».
Papá no dejaba dormir a la gente hasta que no contestaban lo correcto. Al llegar la medianoche todo el mundo estaba agotado. Y seguían dando las respuestas equivocadas.
—¿Qué dijo Jesús a la tripulación del barco? —preguntaba papá una y otra vez.
—No lo recuerdo…
—«¡Alzadme y arrojadme al mar!» —contestaba papá a voces por ellos.
—¿Qué significa la palabra «bautismo» para Jesús? —inquiría papá con insistencia.
—¡Su muerte! —coreaba la gente—. ¡La muerte de Jesús!
A la mañana siguiente Pearl se presentó en casa.
—No ha funcionado —nos comunicó—. Han echado a Absalom.
—No puede ser —exclamó nainai.
Pearl rompió a llorar.
—Un nuevo pastor viene de camino para sustituirlo.
Papá se quedó estupefacto.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó nainai preocupada.
—Consternada. Me ha dicho que mi padre va a perder su salario.
Carie tardó un rato en hacernos entender lo que había sucedido. Absalom nunca había prestado mucha atención a su contabilidad. Papá le había hecho creer que llevaba un libro de cuentas. El problema era que Absalom no podía presentarlo. Papá había gastado todos los fondos de la iglesia sin molestarse en llevar un registro detallado. Según le había enseñado Absalom, mientras el dinero se empleara en la obra de Dios, era legítimo. Para contribuir al aumento del número de conversos, papá había prestado la mayor parte del dinero de la iglesia a familias que habían perdido sus casas a causa de tormentas e inundaciones.
—¿Vais a pasar hambre sin el salario de Absalom? —pregunté a Pearl.
—No lo sé —contestó Pearl—. Mamá ya ha dicho a los sirvientes que quizá no pueda mantenerlos.
—La gente no permitirá que el pastor del pueblo y su familia pasen hambre. —Nainai se volvió a Pearl—. Dile a tu madre que tenéis mi invitación para mudaros aquí a vivir con nosotros.
En las semanas siguientes la ciudad de Chinkiang se unió en defensa de Absalom. El investigador de la sede cristiana acusó a papá de ser un hombre corrupto con un largo historial de robos. Absalom le contestó que Dios había restaurado el alma de papá. «Desde su conversión, el señor Yee ha sido un cristiano modélico para la comunidad», aseguró. Absalom reconoció que su labor necesitaba mejorar, pero se negó a admitir que hubiera estado malversando los fondos de la iglesia.
El nuevo pastor llegó en barco procedente de Estados Unidos. Era un joven pelirrojo, de cabeza pequeña y tez blanca. Si Absalom era un león, aquel hombre era una cabra. No quería hablar con papá, que trató de negociar.
«Dios no negocia», le contestó el nuevo pastor.
En el oficio del domingo siguiente, papá le presentó una petición firmada por la ciudad entera de Chinkiang. En ella se solicitaba la restitución de Absalom o los feligreses abandonarían la iglesia.
El joven pastor no daba crédito a lo que acababa de leer. Cuando obvió el tema y comenzó su sermón, la gente se levantó y se marchó. Los niños se apiñaron tras él.
«¡Absalom! ¡Que vuelva Absalom!», gritaban.
El joven embarcó de nuevo en el mismo buque en el que había llegado y regresó a Estados Unidos. Nunca más volvió.
Antes de que acabara el mes, Absalom fue restituido.
La iglesia acogió una celebración. La caja de donativos estaba a rebosar. Absalom recibió además el encargo de oficiar la boda entre el carpintero Chan y Lila. De dicha unión nacería una pareja de gemelos en menos de un año. La pareja pidió a papá que pensara en los nombres de los niños. Tras hablarlo con Absalom, papá los llamó David Doble Suerte y Juan Doble Suerte.
La ciudad de Chinkiang vivió tranquila y en paz hasta que Chan tuvo problemas con un poderoso señor de la guerra.
Aunque tenía poco más de veinte años, aquel guerrero era conocido a lo largo del río Yangtsé. Lo apodaban el emperador Patán. Sus territorios incluían la mayoría de los canales de la provincia de Jiangsu. Tenía dos hermanos de sangre, conocidos como el general Langosta y el general Cangrejo. Hasta entonces, sus principales enemigos habían sido otros señores de la guerra.
Todo ocurrió cuando el emperador Patán entró en el pueblo y se encaprichó de Lila. Aseguró que el carpintero le había robado la amante. Los dos hombres se enzarzaron en una pelea y el emperador Patán juró venganza.
Ante las preguntas de papá, Lila confesó la verdad. Antes de conocer a Chan, había tenido una aventura de una noche con el guerrero y había aceptado ser su concubina.
«Absalom conocía mi aventura —explicó la joven a papá—. Él me dijo que Dios nos perdonaría y protegería mientras aceptáramos a Jesús como nuestro salvador ¡y así lo hicimos! Creía que mis problemas se habían acabado».
Papá consoló a Lila y Chan diciéndoles que depositaran su confianza en Dios.
El emperador Patán regresó al día siguiente con sus tropas. Amenazó con quemar la iglesia si Lila se le negaba.
Papá estaba asustadísimo porque Absalom se hallaba fuera, en uno de sus viajes de evangelización. Le dieron un plazo de tres días para entregar a la pareja.
Presa del pánico, papá mandó un mensajero para ir a buscar a Absalom.
Pearl y yo visitamos a Chan y Lila, que se habían escondido en la parte de atrás de la iglesia. Encontramos a la pareja abrazada entre sollozos, convencidos de que no sobrevivirían. A Pearl se le ocurrió una idea cuando se enteró de que el emperador Patán era sumamente supersticioso.
—Me parece que conozco a los de su calaña por Todos los hombres son hermanos —comentó al carpintero—. Dime a qué dioses venera.
—El emperador Patán venera a dioses y espíritus de todo tipo —contestó Chan—. Se reúne con un maestro del ba-gua para que le diga lo que debe hacer antes de librar una batalla. Quema incienso y rinde pleitesía no solo a Buda, sino también al dios del sol, a la diosa de la luna, al dios de la tierra, al dios de la guerra, al dios del agua, al dios de los truenos, al dios del viento y la lluvia e incluso al dios de los animales. El emperador Patán cree en los poderes sobrenaturales y teme la venganza de cualquier dios.
El ultimátum de tres días había pasado. El emperador Patán detuvo a Lila y Chan y convocó una concentración pública. Tenía previsto mandar decapitar al carpintero.
Era la primera vez que Pearl y yo lo veíamos de cerca. Tenía unos ojos saltones enormes y unos carrillos mofletudos, piel de naranja y una cabeza en forma de pera. Llevaba un uniforme marrón oscuro hecho de lana con una puntilla que sobresalía por ambos hombros y varias medallas prendidas en la pechera. Estaba plantado en medio de la plaza de la ciudad, armado con una espada. Detrás tenía a un pelotón de soldados.
Pearl y yo nos encaminamos hacia el emperador Patán. Pearl llevaba un cubo de tinta. Por primera vez, iba sin su gorro de punto negro. Bajo el sol radiante sus rizos dorados brillaban como hojas de otoño.
Al principio nadie se fijó en ella. El emperador Patán acaparaba todas las miradas. Chan y Lila llevaban las manos atadas a la espalda. El jefe guerrero anunció la decapitación del carpintero.
Llamaron al verdugo para que escogiera su hacha.
Lila cayó de rodillas y se arrastró hacia su amante.
La multitud imploró clemencia al señor de la guerra.
Papá y nainai rogaron a Dios que se apiadara de ellos.
Los soldados hicieron retroceder a la muchedumbre.
Pearl me susurró al oído:
—¡Ahora!
Acto seguido, alzó el cubo sobre su cabeza y se vertió encima el agua teñida de negro.
—¡Un espíritu enfadado! —grité.
Pearl fingió estar poseída por el mal mientras corría hacia el emperador Patán con la cara chorreando tinta.
—¡Espíritus enfadados! —exclamó la multitud con un grito ahogado.
—¡Sangre negra!
Pearl cayó al suelo delante del emperador Patán. Comenzó a agitar los brazos y dar patadas, haciéndose un nudo y gimiendo como si la torturaran espíritus invisibles.
—¿Qué es esto? —preguntó el señor de la guerra, alzando la voz—. ¿Quién eres?
Sin dejar de dar puntapiés, Pearl pronunció una sarta de palabras que nadie entendió.
—¡Habla! ¿Quién eres? —insistió el emperador Patán visiblemente nervioso.
Nainai se volvió hacia él y dijo:
—Algo habrás hecho para ofender a los dioses.
El señor de la guerra se hincó de rodillas frente a Pearl.
—¿Puedo ayudarte, seas el espíritu que seas? —preguntó, intentando calmar su voz temblorosa.
—Debo hablar con quien manda aquí —murmuró Pearl con voz ronca y los ojos cerrados con fuerza—. Debo hablar con el general en persona.
—Yo soy el general —contestó el emperador Patán, poniéndose en pie.
Pearl comenzó a hablar en inglés.
—¿Qué… qué dice? —El emperador Patán se puso tenso—. ¿A qué Dios representas? ¿Está hablando conmigo?
—Sí —contesté, y me ofrecí a hacerle de traductora.
—¿Qué ha dicho? —quiso saber él, volviéndose hacia mí.
—Ha dicho que «El fuego está en tu puerta».
—¿Qué el fuego está en mi puerta? ¿Qué significa eso?
—En el nombre del Espíritu Santo… —prosiguió Pearl.
—¿El Espíritu Santo? —El emperador Patán estaba desconcertado—. ¡Que me aspen si lo entiendo!
—¿Lo dejo? —le pregunté.
—Por supuesto que no —dijo—. ¡Sigue, maldita sea!
—Es que lo que dice no tiene sentido.
—¡Pues haz todo lo posible para que lo tenga!
Metida en mi papel, me agaché para acercarme a Pearl.
—Sí, te oigo… ¿Qué lo sentían por él? ¿Todo el reino de Judá? Un momento. —Me volví hacia el señor de la guerra—. Ha dicho que «Todo el pueblo de Jerusalén se dirige al río para confesar sus pecados…».
—Pero ¿qué dios es? —espetó el emperador Patán confundido.
Yo negué con la cabeza.
—Un Dios poderoso —contestó papá, levantando el brazo para señalar al cielo—. Quizá sea el Dios verdadero.
—¿Cómo se llama? ¡Decídmelo, por favor! —suplicó el señor de la guerra.
—Ángel —respondió Pearl.
—Se llama Ángel —le traduje.
—Nunca he oído hablar de él —repuso el emperador Patán—. ¿Es nuevo?
—Es antiguo —continuó Pearl—. Está aquí desde el principio de los tiempos. Solo los sensatos lo oyen. Está furioso contigo.
—¿Qué… qué quiere de mí? —La voz del jefe guerrero perdió fuerza.
Pearl permaneció callada.
—El Dios ya no quiere hablar contigo —le traduje—. Se marcha.
—¡No te vayas, por favor! —El emperador Patán se veía asustado—. ¡Pregúntale qué asunto le ha traído hasta aquí! Si es un dios extranjero, ¿quién es su patrono en China?
—Me ha invitado la emperatriz regente de vuestro país —respondió Pearl en chino—. He llegado hasta aquí escoltado por el ministro jefe imperial, el señor Li Hung-chang…
Antes de que Pearl terminara la frase, el emperador Patán se hincó de rodillas para hacerle una reverencia, tocando el suelo con la frente.
—¡Su Majestad, no pretendía ofenderos! ¡Merezco… merezco morir tres mil veces! ¡Os ruego que me perdonéis!
Pearl cerró los ojos de nuevo.
—¡No os vayáis, por favor! Concededme una oportunidad, su Majestad —le suplicó el emperador Patán—. ¡Os pido una última oportunidad!
—Deja en libertad al carpintero Chan y su esposa —ordenó Pearl en un tono imperial—. Y márchate de Chinkiang ahora mismo.
—Sí, su Majestad, partiré al instante.
«Bueno, no cabe duda de que Dios ha enviado a Pearl a salvaros —dijo Absalom a Chan y Lila—. Mi hija no es ningún ángel, pero es una buena cristiana».
Más tarde, Pearl me comentó que no le gustó lo que su padre había dicho de ella, aunque se alegraba de que el ardid hubiera funcionado.
—Estoy segura de que tu padre te quiere —la consolé.
Pearl negó con la cabeza.
—A decir verdad, estoy celosa de aquéllos a los que bautiza. Trata a los extraños con afecto, a ti, a nainai, a tu padre, al carpintero Chan, a Lila y a casi todo el mundo de la ciudad. En cambio, nunca tiene un gesto cariñoso con sus propias hijas. Conmigo siempre es frío.
—Absalom te quiere, Pearl.
—Pues yo no lo siento así. Y mi madre tampoco siente que la quiera. ¡Absalom se encierra en el estudio para poder estar con Dios sin que lo distraigan!
—Tu padre está orgulloso de ti, sino no diría que eres una buena cristiana.
—Absalom se preocupa tanto por los chinos que está dispuesto a arriesgar su vida por ellos. Mientras tanto, los ve como infieles y a él como su superior. Vive para convertir a la gente. No pierde la oportunidad ni con los señores de la guerra.
—No me digas que Absalom quiere convertir al emperador Patán, al general Langosta y al general Cangrejo —le pregunté, echándome a reír.
—Sí, y a sus mujeres pez, sus hijos gamba y sus concubinas caracol.
—¡No puede ser!
—¡Ya lo creo, Dios obra milagros, ja, ja, ja!
—Papá creería a cualquiera que le salvara el pellejo.
—Mi padre es un fanático y el tuyo un sinvergüenza.
Ambas nos echamos a reír y dejamos de pensar en nuestros padres.
Nos encaminamos hacia las afueras de la ciudad, donde estaba celebrándose un casamiento. Nos unimos a los niños invitados a la boda para ayudar a inspirar fertilidad. Nos dieron semillas y frutos secos para que los tiráramos a la nueva pareja. El novio era un joven campesino que ya iba borracho. Quiso mostrar su agradecimiento a los invitados, pero en lugar de ello vomitó. La novia llevaba un traje bordado de un color rojo vivo y el rostro tapado con un velo de seda. Pearl y yo nos quedamos embelesadas con el vestido y el brillante adorno que lucía la joven en su cabello. Cuando la banda comenzó a tocar la canción nupcial, nos sumamos al coro:
Buda reposa sobre
una hoja de loto,
con sus dedos delicados
cual orquídeas.
Se pone el sol y sale la luna,
ojalá tengas paz
tranquilidad en tu vida.
Muros de barro y
lechos de paja,
frutos, semillas y
muchos hijos.
Longevidad y dicha.
ojalá goces del buen tiempo
de la primavera.