Carl von Post se despertó con un dolor en el pecho.
«Me cago en la puta…», pensó alargando la mano para coger el teléfono. Alf Björnfot contestó a la primera señal. Von Post miró el reloj. Sí, claro que estaba despierto. Eran más de las ocho.
—Jenny Häggroth —dijo Von Post—. ¿No seguirá encerrada en el calabozo de la comisaría?
—Bueno, si tú como fiscal responsable de la investigación no has tomado la decisión de que la soltaran, seguirá allí.
—Pero… —balbuceó Von Post buscando en su cabeza alguna manera de salir de aquel embrollo—. Ayer ni siquiera me informaron.
—Hmm —murmuró el fiscal general algo más tranquilo—. Acabo de hablar con Mella y me dijo que te informó ayer noche. La conversación seguramente se verá en vuestros móviles, así que tómate un rato y ajusta tus recuerdos.
—Voy a llamar para que la pongan en libertad de inmediato —dijo Von Post—. En realidad no hay ningún problema. Sólo ha sido una noche que…
—¿Con Silbersky como abogado defensor? No cuentes con ello. Cuando los motivos para la detención o la prisión preventiva no existen, la privación de libertad debe cesar de inmediato. De inmediato. No unas horas más tarde. Y nunca a la mañana siguiente.
Carl von Post suspiró alto. El narizotas seguro que lo iba a hacer picadillo.
—Seguro que me juzgan por infracción en el servicio —dijo entre dientes.
A veces ocurría que el juez y el fiscal eran juzgados por infracciones: si en una pena con cárcel se olvidaban de descontar los días que habían estado detenidos en el calabozo o de cualquier otra forma habían sido privados de libertad ilegalmente. No te echaban del trabajo pero era una auténtica pérdida de prestigio. Era de esas cosas de las que los compañeros hablaban a espaldas de uno año tras año.
—Rebecka Martinsson se sentará entre el público a comer palomitas —continuó.
—Me cuesta creerlo —le dijo su jefe pensando para sí mismo: «Pero a lo mejor yo sí que lo hago».
Rebecka Martinsson se despertó y miró a Krister directamente a los ojos. ¿Cuánto tiempo hacía que estaba allí tumbado esperando a que se despertara? A los pies estaban Tintin, Mocoso y Roy despertándose.
—Hola, preciosa —dijo—. ¿Cómo estás?
Ella movió los músculos de la cara. Tensa e hinchada.
—No lo intentes —dijo ella—. Me dices preciosa para poder acostarte conmigo otra vez. ¿Los perros en la cama?
Él suspiró.
—Ya lo sé. Es culpa tuya y de Marcus.
Rebecka alargó la mano para coger el abrigo que estaba en el suelo y sacó el teléfono. Tres mensajes y cinco llamadas perdidas de Måns.
«Algo pasa —pensó— cuando una no quiere llamar a su novio. Cuando no quiere hablar. Cuando se siente presionada. Y quizá esté un poco mal acostarse con otro».
—Voy a romper con él —le dijo a Krister.
Él le acarició el pelo.
«Sí —pensó—. Sí».
Y en voz alta dijo:
—No tomes aún grandes decisiones.
—De acuerdo —respondió ella.
—Toma decisiones pequeñas. Voy a ir a buscar a Marcus al hospital. ¿Quieres desayunar con nosotros?
Ella sonrió. Con cuidado. Lo cierto es que le dolía la cara y el corazón. Una pequeña decisión y después otra.
—Sí —respondió—. Quiero desayunar con vosotros.