Rebecka recobra la conciencia y oye que alguien grita. Siente un dolor en la cabeza como si la tuviera rota, y cuando intenta respirar descubre que no puede hacerlo por la nariz, como si alguien le hubiera puesto un puñado de barro en la cara tapando las vías respiratorias.

No se mueve porque se marea.

Alguien grita encima de ella en la oscuridad. Un hombre.

—¡No, no! —dice—. ¡Esto no es lo que habíamos hablado!

Está tumbada en una postura extraña, con las piernas hacia atrás y hacia arriba y las manos a la espalda.

Primero piensa dispersa que se ha partido por la mitad. Que se le ha roto la columna.

Después oye la voz de una mujer. Es Maja Larsson.

—Chis, esta es la última. Es por ti, cariño. Tranquilo. Sólo hace falta que muevas su coche.

—No, no voy a hacer nada. Nunca te lo he prometido. No hago nada más.

—De acuerdo, vale, ya lo moveré yo. Ya me ocupo de todo. Tranquilo. Siéntate. No andes de un lado para otro. Tranquilo.

No, no se ha roto la espalda. Está atada por detrás y siente que le va a estallar la cabeza de dolor hasta la nuca. Intenta contener la respiración para escuchar a Marcus.

«Quédate tumbada y quieta. No vomites. No te muevas. Porque entonces Maja volverá a pegarte en la cabeza».

Oye el ruido de una botella que colocan sobre la mesa. Y algo más. ¿Un vaso?

—Toma —dice Maja—. Tranquilízate. Vuelvo enseguida.

—¿Qué vas a hacer? ¿Adónde vas? No puedes dejarme.

—Voy a mover su coche. Pondré al crío en la barca y le daré la vuelta. El accidente más sencillo del mundo. A ella la vendré a buscar con un toldo y unos pesos.

—No debería verme implicado. Eso fue lo que me dijiste.

—Perdona, pero no necesitas hacer nada.

La voz es ahora apagada, como si estuviera hablando con la boca pegada al pelo de él.

—Aguanta, pronto habrá pasado todo. Y entonces también lo tendrás todo. Podrás ir a donde quieras. Hacer lo que quieras. El resto de tu vida. Y si me quieres contigo…

—Claro que quiero. Tienes que venir conmigo.

—… entonces iré.

Oye pasos sobre el suelo. Después la puerta que se abre y se cierra.

Advierte el ruido del vaso cuando lo atrae hacia sí. El sonido de un tapón metálico al abrir la botella. El ruido del líquido que vierte en el vaso.

«¿Se habrá ido ya ella? —se pregunta Rebecka—. ¿Está solo? Sí, se ha quedado solo.

»Si me escuchara… —piensa luchando por no volver a quedarse inconsciente. Siente como un latido en su interior, la liberación negra. Un segundo sin dolor. El cuerpo quiere rendirse, hundirse.

»No», se dice a sí misma. En voz alta:

—Te matará.

En el mismo momento que pronuncia aquellas palabras abre los ojos.

El compañero de Maja está sentado junto a la mesa de la cocina. Da un respingo y la mira fijamente.

—Örjan —le dice con la voz grave por culpa de la hinchazón de la nariz. Escupe trabajosamente en el suelo flema y sangre que quiere bajarle por la garganta—. Te va a matar.

—Tonterías —responde él—. Cierra el pico o te rompo la cabeza.

Rebecka respira con cortos jadeos.

—Mi cabeza ya está rota —consigue decir—. Tú no quieres esto. Matar a un niño.

Örjan da un puñetazo en la mesa mientras grita:

—¡Calla, calla, calla! Ella está haciendo todo esto por mí. ¡Por mí! ¿Y por qué habría de matarme? En ese caso, no recibiría ni un céntimo.

Aparta el vaso hacia un lado, sube la botella hasta la boca y traga Jägermeister.

—Los primos no heredan —sentencia—. Sol-Britt y Maja son primas.

—No —responde Rebecka—. Pero las tías sí. Y la madre de Maja es la tía de Sol-Britt. Piensa un poco. Si Sol-Britt estuviera viva, tú hubieras heredado la mitad de cualquier modo. Y la mitad es mucho dinero. Sin embargo, a Maja no le hubiera tocado nada. Al principio tuvo paciencia, ya hace tres años que atropelló al hijo de Sol-Britt.

—Fue un accidente. Ella no tuvo nada que ver con eso.

—Oh, Örjan. Yo creo que sí. Entonces podía esperar. Debía parecer un accidente. Pero después, de pronto le entró prisa y… ¿Cómo os conocisteis?

—No te importa —responde Örjan secándose la frente y el labio superior con la manga.

«No queda mucho tiempo —piensa Rebecka—. Maja volverá enseguida».

—Creo que te cortejó de alguna manera —le dice hablando demasiado deprisa—. No fue casualidad. A mí me dijo que fuiste a leer el contador del agua para poder afirmar que la engañaste. La utilizaste para llegar hasta Sol-Britt y hasta Marcus. Pero, piensa. ¿Por qué había tanta prisa? Mató al padre de Sol-Britt hace unos meses, ahora a Sol-Britt y Marcus se libró. ¿Sabes siquiera por qué corre tanta prisa?

Örjan Bäcke no dice nada. Se atusa el largo pelo hacia atrás y mira fijamente a Rebecka. En su mirada hay algo nuevo.

«Tiene miedo», piensa ella.

—La madre de Maja se está muriendo —dice—. Por eso tiene prisa. Maja ha pensado esto: si tú, Sol-Britt y Marcus desaparecéis, la madre de Maja hereda. Las tías heredan. La madre tiene cáncer de hígado, por lo que no le queda mucho tiempo. Es cuestión de días. Máximo unas semanas. Maja le da de comer con paciencia. ¿Lo entiendes? Maja ha planeado que todos vosotros desaparezcáis y que su madre herede de Sol-Britt. Después ya se puede morir y ella hereda. Maja lo quiere todo.

—Eso no es más que…

La voz de Örjan es un susurro.

—Ya te hubiera matado si no te necesitara. Creo que eres su plan de reserva.

—Me quiere —responde Örjan cogiendo con toda la mano el vaso vacío de la mesa.

—Lo entiendo —dice Rebecka cerrando los ojos un momento—. Yo también creí que le caía bien. Conocía a mi madre, o por lo menos eso es lo que dice. Qué raro. Nos hicimos amigas. Muy deprisa.

Siente un latigazo de dolor en la espalda y en la nuca. Tal vez está sangrando por dentro. En la cabeza.

—Creo que tiene el plan de acusarte de todo. Tu existencia tiene que haberla sorprendido mucho. Quizá fue Sol-Britt quien se lo explicó. Esto, Marcus y yo, no se puede esconder. Aquí hay restos de mi sangre que no se pueden eliminar. Cualquier pelo. En el cuerpo de Marcus se verá que no fue un accidente. Creo que ha ido a buscar algo a casa que tú has tenido en tus manos. Una pala, una palanqueta, lo que sea. Nos matará con esa herramienta. Después te matará a ti y dirá que fue en defensa propia. Quería que movieras mi coche. Como no quisiste hacerlo, pondrá algo con tus huellas allí donde… Algo con tus huellas. Sudor. Pelo. ADN.

Örjan Bäcke se coge la cabeza con las manos. Luego se levanta y mira el estante de los gorros. Mira a su alrededor, el suelo y la mesa.

Después se queda mirando fijamente a Rebecka.

—Es astuta —dice la fiscal.

Él asiente.

—Frans Uusitalo —dice—. Cogió el arma de la caseta del cazador de alces y la devolvió a su sitio cuando acabó. Siempre pensé que…

Se seca de nuevo la cara con la manga.

—… que ella era demasiado para ser verdad. Guapa y lista.

«Mantente fría —piensa Rebecka—. Él también es un puto loco, pero todos queremos vivir».

—Tú no has hecho nada —suplica Rebecka—. Libérame. Tú no quieres verte implicado. Me lo has dicho.

Örjan se apoya en un pie y luego en otro. Se mece a sí mismo.

—¿Qué voy a hacer? —dice— ¿Qué voy a hacer?

—No podrás soportar lo de Marcus —insiste Rebecka—. Pero, Örjan, tú eres inocente. Y ya eres un hombre rico. Esas acciones valen millones. La mitad ya es tuya.

—Joder —dice él lamentándose—. Joder, joder.

Mientras continúa maldiciendo va a buscar un cuchillo del cajón de la cocina y corta la cinta americana con la que le han atado las piernas y las manos a Rebecka.

Con esfuerzo, esta se pone a cuatro patas. Se le nubla la vista, sobre todo la parte derecha. Con ese ojo no ve bien.

Se pone de pie. Se apoya en la pared. Ahora ve a Marcus. Estaba tumbado detrás de ella.

Él la mira a los ojos. Oh, gracias a Dios, la mira a los ojos.

—Desátalo —le pide a Örjan.

En ese momento, el móvil de Örjan emite un sonido y él se lo queda mirando fijamente.

—Ya viene —dice.

Oscurece. Hjalmar Lundbohm lo ha perdido todo. Todas sus riquezas. Ha hipotecado sus acciones y el dinero lo ha invertido en otras acciones. Las acciones bajan de valor y es el principio del fin. En la primavera de 1925, sus deudas a bancos y a un particular ascienden a 320.000 coronas. Se ve obligado a ceder sus acciones y un adelanto de su pensión a sus acreedores así como a empeñar todas sus obras de arte.

Pierde la salud y los desmayos aparecen cada vez con más frecuencia. Pierde la memoria y el dolor le hace sufrir.

También pierde a sus amigos. Ya no puede invitar a lujosas cenas y vive sin medios en casa de su hermano Sixten. El tono de las cartas que escribe es quejumbroso y habla sobre todo del dolor, de lo mal que tiene las rodillas y de que el médico le ha prohibido comer y beber todo lo que no sean verduras y agua con gas.

Las respuestas de los amigos son cortas y espaciadas. A menudo una simple postal.

Oscurece, pero tiene que hacer una cosa. Antes de que oscurezca del todo.