En la oscuridad del piso de arriba estaba el compañero de Maja Larsson mirando a Rebecka Martinsson salir de la casa y montarse en la bicicleta.
El maldito perro escarbaba donde estaba el estiércol.
Oyó que ella lo llamaba.
—¡Venga, vamos! ¡Vamos!
El perro escarbaba por todas partes. Al final ella dejó la bicicleta en la cuesta, fue a buscar al perro y le puso la correa.
Por lo visto tenía problemas para coger al perro y llevar la bicicleta hacia el camino. El perro miraba con ansiedad el estiércol cuando se lo llevó.
«Vete de aquí —pensó el hombre en el piso de arriba—. Y vigila al perro, si no, tú también acabarás ahí».
—Noventa y ocho, noventa y nueve… cien. Voy.
Krister Eriksson y Marcus jugaban al escondite. Le tocaba a Krister buscar y se paseó por toda la planta de abajo, removió los armarios y gritó «¡Ajá!», antes de continuar casi rendido: «Mecachis, aquí tampoco».
Desde el piso de arriba oyó de forma clara que una criatura decía: «Vete, Vera, lo estás estropeando todo».
Mientras buscaba, le envió un sms a Rebecka.
«Estamos jugando al escondite. ¿Qué haces tú?».
Tuvo que reírse de sí mismo, de su deseo de parecer perfecto a los ojos de Rebecka. A veces se ponía a hacer pan sólo para enviarle un sms: «Estoy haciendo pan para el desayuno, muy sano. ¿Qué haces tú?».
Encontró a Marcus en el baño.
—¿Cómo te puedes hacer tan pequeño? —preguntó admirado mientras ayudaba al niño a desplegarse y salir de la cesta de la ropa sucia.
—¡Otra vez! —dijo Marcus—. ¿Jugamos fuera?
Krister miró por la ventana. Estaba oscuro y era tarde, pero había una maravillosa nieve recién caída. La luna lamía los pesados árboles con su lengua de plata.
—Sólo un ratito —asintió—. Querías ir a la escuela mañana.
Siguieron jugando al escondite, pero había demasiados sitios buenos. Después les tiraron bolas de nieve a los perros, pero la nieve estaba fría. Tenían que deshacerla en las manos para poder darle forma; se les helaron los dedos. Los perros no podían creer que su amo jugara con ellos tanto rato.
De pronto a Tintin se le erizó el lomo. Metió el rabo debajo del vientre. Hacía ruidos con la garganta y gruñía. Levantó el morro y bajó la cabeza. Krister la miró sorprendido.
—¿Qué te pasa?
Dio un ladrido hacia los árboles, junto a la pista de bicicletas.
—Espera —le dijo Krister a Marcus, que quería tumbarse en el suelo y hacer ángeles de nieve.
A la orden de mando, los perros corrieron hacia la verja de tela metálica que rodeaba su jardín. Saltaron contra ella mientras ladraban coléricos.
—¡Hola! —gritó Krister hacia la oscuridad entre los árboles—. ¿Hay alguien ahí?
Nadie respondió. Los perros volvieron con su amo.
—Ven —dijo Krister tomando a Marcus en brazos—. Es hora de entrar.
—Pero tenemos que hacer ángeles —protestó Marcus.
—Mañana, mi perro salvaje. ¿Quieres hacerme el favor de darles de comer a los perros?
Cuando todos estaban dentro cerró la puerta con llave y bajó las persianas. Alguien se había escondido entre los árboles y había estado mirándolos.
«Algún periodista, seguro», se quiso convencer a sí mismo.
Debería traerse a casa su arma de servicio. Lo malo es que estaba prohibido.
Alguien había puesto aquella vela en la caseta de los perros. Pero ya habían detenido al asesino. Estaba en el hospital.
«Tiene que haber sido un periodista —se dijo mientras, decidido, metía agua en su caja de tabaco prensado y la tiraba al cubo de la basura—. Se acabó el tabaco».
—Esta noche los perros dormirán dentro de casa —le dijo Krister a Marcus—. ¿Sabes por qué?
—No.
—Porque pueden dormir en mi cama y eso les parece de lo más lujoso.
—El perro salvaje también quiere dormir en tu cama —se quejó Marcus.
Costó un poco convencer a Vera, Tintin y Roy para que se atrevieran a subirse a la cama. Krister los animó y les ordenó saltar y acostarse allí. Vio lo que los perros pensaban cuando inclinaron la cabeza hacia un lado, entendió lo que sus oscuros ojos querían decir.
«Oh, no. Entonces nos acostumbraremos. La cama es una zona prohibida».
Al final se subieron y estuvieron de acuerdo en que sería fácil acostumbrarse a aquello.
«Años de instrucción directamente al váter», pensó Krister, y se quedó dormido con Marcus en los brazos.