Querida Julieta:

Si antes no te busqué fue porque te tenía completamente olvidada. Apenas la otra noche, en momento en que, estando un poco borracho, pedí un cigarro caro, al mirar la etiqueta del cigarro me acordé de que estabas viva y coleando, y tenías un hijo. Resido permanentemente en París porque soy millonario y puedo permitirme el lujo de tener casa donde se me antoja. El hecho de que parta el 14 de julio se debe a que un día más que me quedase aquí me enloquecería; de haberme escrito unos días antes, me hubiese ahorrado la molestia de escribir esta carta, pues te habría mandado una copia de las páginas precedentes, donde todo se explica. Dices que las cosas son tan emocionantes en Estados Unidos que te resulta difícil concebirte sentando tus reales en cualquier otro lugar. Me parece muy bien que lo digas, ya que eres tan sólo una madre y esposa del director de un pasquín de tercera categoría. Vives en el plano económico-social. Yo vivo en un plano astronómico al que tú sólo podrías llegar si tuvieses un par de alas. Dices que lees mis libros «no sin interés», lo cual es una curiosa manera negativa de expresarlo; ¿pero qué me cuentas de tu marido, el director, a quien le envié un ejemplar para que lo comentase a mis expensas? ¿Por qué ese cretino no ha publicado una crítica? Unos renglones por lo menos. ¿No hay en él suficiente sociología para su periodicucho infame? Mi próximo libro tratará de los hábitos funcionales de trabajo de la cucaracha durante la guerra de secesión, lo que presumo estará de acuerdo con sus cánones. Describiré el sistema endocrino con y sin alimento, demostrando la relación entre los cambios de clima y los períodos de desocupación. Tendrá una tapa sosa, como las encuadernaciones de los tratados del gobierno, y tipo de cuerpo menor, además de una fe de erratas al final. Es una pena que yo nunca haya leído versos de tu marido. Todo lo que sé de él proviene de Joe Gould. Joe Gould dijo que se mearía en él un día, convirtiéndolo en un hombre. ¿Es cierto eso? Como quiera que sea, es lo que me dicen. Ahora permite que te hable del nene; de la manera debida de criarlo. Cuando le das su avena, vierte siempre en la masa un poco de pis de caballo tibio. Esto le dará firmeza y con el tiempo, cuando sea director de una publicación, no necesitará que le mee encima un escritor norteamericano olvidado para hacer de él un hombre. Si quieres que se convierta en erudito, léele la traducción que hizo Kenneth Burke de The City Man; es una excelente canción para dormirse. ¿Y por qué insistes en lavar los pañales del nene? Usa Kotex. No cuesta más y es sanitario. Pide hoy una caja al Instituto Smithsoniano. Tal como aconseja el comisionado policial Valentine: «Mediante cuidado, cortesía y sentido común, usted y los suyos pueden vivir mucho tiempo y con felicidad». Haz el favor de recordarlo. Hasta la vista, Julieta… Siempre fuiste un buen cigarro… pero bastante caro. Firmado: Henry Valentine Miller.

¿Te ha gustado, Joey? A lo mejor se te ocurren algunas otras individuas a las cuales podamos escribir. No hace falta que ellas me escriban. Basta con que manden los nombres y las direcciones. Esta es la temporada adecuada para cartas. Si tuviese dinero, no escribiría ni un renglón más. Entraría en un bar y pediría un sándwich y un vaso de cerveza. Buscaría a Stefano Fanti, quien me llama por mi primer nombre cada vez que visito su tugurio. Esto me hace bien. Dice: «Lo dejo pagar todos los vasos que quiera. Cuando esté listo para irse, lo invito yo una vez». Eso nos lo dice a la cara. No hay nada solapado en ello. ¡Adelante con los faroles! Eso es lo que me gusta de los europeos. No te dan nada por nada. Tienes que pagar y pagas tupido. Aquí todo es gratis, te lo dan por nada, pero te cuesta más de lo que puedes pagar. Al principio parece maravilloso no dejar propina cuando vas a un bar o a un negocio cualquiera en que despachen gaseosas. ¡Nada de propinas! Se diría que esto es jauja. Pero cuando cuentas el vuelto, descubres que has pagado por un vaso de licor tres veces lo que pagarías en Europa, pourboire comprise. Calculo haber pagado a estos sinvergüenzas que expenden bebidas con burbujas una retahila de propinas principescas. Me la han hecho bien dada, tal vez no los sinvergüenzas del mostrador, sino los propietarios, o sea The Great Atlantic & Pacific Tea Co.

Se me ocurre que ha sido una verdadera lástima que no me haya mandado el Paris Soir, junto con Blaise Cendrars y Claude Farrère. A esta altura me habría ganado el pasaje de regreso, y eso sin tomar en cuenta el champaña gratis y los cigarros Coronas. Puede que mi estilo no sirva para el Paris Soir; pero en ese caso, ¿sirve el de Claude Farrère? ¿Te imaginas lo que ese bicho raro va a decir acerca del Normandie? ¿Y cómo se arregla Cendrars para mantenerse frenado? ¿Dicta sus textos? Como ves, yo tengo todo el equipo, inclusive carbónicos. Sería el reportero más barato que pudiesen encontrar. Si no les gustó la carta que escribí a Julieta, pueden hacer caso omiso. Recuerdo que, en los primeros días, yo solía comprar Le Journal a la hora del desayuno; era mi ejercicio matutino. Recuerdo aquellos artículos infames enviados por Maurice Dekobra; de cuando en cuando una frase inglesa (mal escrita) para dar un poco de color local. Recuerdo al tipo que mandaron a la India, uno que escribía en forma cautivante sobre el pavillon des fleurs. Recuerdo las carreras de bicicleta descritas por Paul Morand… o si no era Morand, algún otro ganso presuntuoso. Todas estas cosas las podría hacer con la mano izquierda… y a un costo menor que el del entierro en una sepultura común. Por supuesto, los escribiría en inglés. Ese es el quid; estoy condenado a escribir en inglés a un pueblo que no existe. Tanto daría que empezase a estudiar chino. Estoy seguro que los chinos quedarían más agradecidos. (Propaganda gratuita: ¡Lee The Hanging on Union Square! Escrito en inglés por un tal, Tchiang, chino. ¡Ta, ta, ta, ta! El dinero se fue, no hay nadie en casa. ¡Ta, ta, ta, ta! Esto es de las poesías. La novela está en el inglés chapurreado de los chinos tal como lo usan en la conversación, acabado de adquirir en Union Square y la Escuela Rand de Ciencias Sociales). El señor Tchiang es uno de mis autores predilectos. He olvidado quiénes son los otros. Quizás Ezra Pound. Un día voy a leer a Ezra Pound. Voy a leer los Unfinished Cantos (cantos inconclusos) al galope. Después leeré a Gertrude Stein y Unamuno. Si me queda tiempo descenderé a la lectura de Fourth Eclogue (égloga cuarta); y tal vez las tres églogas precedentes. Ahora haré un alto y haré una siesta. Son las cuatro, hora oficial de la costa atlántica; si duermo rápidamente podré despertarme a esa misma hora exacta, en Nagasaki y Mozambique. Detesto perder tiempo, siendo el tiempo la única cosa preciosa que poseo. Por tanto, dormitaré un rato para restablecer mis poderes en mengua y continuar con esta carta, que estoy seguro debe ser de gran interés para ti y los lectores de Paris-Soir. No olvides hacerme acordar del hombre que se lustraba sus propios zapatos. Era un lustrador callejero y el negocio andaba tan mal, que tenía que lustrarse su calzado propio. Pienso que el momento es realmente malo.

Pasando hoy frente al Edificio Woolworth con el ferrocarril elevado, no pude menos de advertir lo enormemente mucho que actualmente se parece a un queso de Nuremberg esa pieza arquitectónica. Este es el rascacielos que hace apenas unos años alababan desmesuradamente por razón de su modernismo. Lo diseñó uno de los mejores arquitectos norteamericanos. Y ahora parece un queso. No sólo parece «quesudo» y sin valor, sino insignificante. Otro tanto puede decirse de la Metropolitan Tower y del Singer Building. Tienen un aire lastimoso. Pertenecen al pasado, a ese pasado que no tiene sitio en Norteamérica, que se derrumba ante un soplo. Advierto que las grandes catedrales parecen anticuadas hoy en día. El pedante puede ver en ellas este siglo o aquél; pero un hombre como yo que vaga sin rumbo por las calles es completamente indiferente a las centurias representadas. Para él son independientes del tiempo. Serán motivo de inspiración dentro de cien años, dentro de quinientos años, dentro de un millar de años… si los alemanes no las han destruido. La sensación que yo tengo acerca de Estados Unidos, acerca de todo el continente (flora, fauna, arquitectura, pueblos, costumbres) es ésta: nada vital se inició aquí jamás… nada de valor. En la medida en que me es dable determinarlo, nada se iniciará jamás en este hondo sentido vital. Pueden agrandar las cosas hasta las más colosales proporciones, edificar una red de ciudades que borre de la faz del planeta el campo que ahora las separa… seguirá siendo lo mismo. Es un movimiento horizontal —la operación de llenar espacio— y, por lo tanto, fútil. Podría mañana hundirse en el mar el continente entero… ¿y qué se perdería? ¿Hay algún monumento invalorable? ¿Algo cuya pérdida originase una sensación de privación real, tal como la pérdida de la gran obra de Dante, por ejemplo?

Ahora, Joey, voy a ponerme serio durante un momento. Te voy a decir algunas palabras acerca del aeroplano, de esa obsesión por el aire que parece haberse apoderado de los norteamericanos, agarrándolos de las bolas. Quiero preguntarte qué significa este asunto de volar a la Luna, a Marte o a Júpiter. Me pregunto muy seriamente si esta manía voladora no es síntoma de angustia grande y muy real, si no significa algo más que una mera conquista del aire, como la llaman. Está muy bien decir que los aviadores unen una ciudad con otra, que acortan el elemento tiempo, estableciendo nuevas formas de comunicación, etc. Pero esto no es todo; no es todo el cuento. Hay otro factor más profundo que entra en ello y es el despertar de un sentido místico. El aviador se eleva sobre la tierra y gira con la tierra, o casi. Se desplaza junto con las estrellas en una nueva dimensión, o tiene la ilusión de hacer así. Experimenta una sensación de poder, no como en otros tiempos —en su contacto con la tierra— sino al liberarse de la tierra. Esto es peligroso. Dentro de otros cien años volverá a pensar astrológicamente. Habrá desarrollado el sentido del vuelo, se embriagará de sensación de cosmos, de nuevas ideas de tiempo-espacio, tal como Europa se embriagó con el descubrimiento de América. Se dirá a sí mismo que su ambición es llegar a la Luna, a Marte o a Júpiter, pero jamás llegará a la Luna; llegará de vuelta a sí mismo, al hombre, a un nuevo furor de actividad creadora. Cada vez que se abre un horizonte nuevo, cada vez que se agranda el horizonte imaginativo, la Tierra se torna más pequeña y más habitable. La vida no se expande; florece, retoña, se desarrolla en intensidad. Ahora los hombres consideran importante ir de un lugar a otro con mayor rapidez. Mañana se quedarán completamente quietos, contentos con no ir a ningún sitio. Se quedarán clavados en un lugar y en sus canciones hablarán de viajes a reinos inconcebibles. Sólo hay un camino para el hombre, y es el camino hacia Dios. Por este camino, si busca y reza, se encuentra. Luego abre bien anchas sus mandíbulas y canta con toda su voz. Entonces ya no necesita más a Dios; Dios entonces está en todas partes, distante como el más alejado planeta, cerca de su propia piel. Como digo, vamos hacia Dios en el aeroplano. Ningún aeroplano llegará jamás a Dios. Ningún hombre llegará a Dios jamás. Pero puede tener aleluya, y cuando un hombre se encuentra a sí mismo, es aleluya eternamente. Yo lo he descubierto sin tomar un aeroplano. Lo descubrí de pie, calzado con un par de mocasines.

Y ahora, hermano Fred, quiero que prepares una cancioncita. ¡Arriba, arriba con mi máquina voladora! Esto lo vamos a cantar parados sobre el terreno más alto. Nos erguiremos sobre la última estrofa de Fausto y experimentaremos esa sensación de subir siempre más. Hacia el eterno femenino, que, después de todo, es únicamente el conjunto de fuerzas de la Naturaleza, la que, cuando uno se torna cuasi-divino, dice: ¡Sé tú mismo! ¡Toca la tierra! Por lo tanto, elebémonos en el canto y descendamos con el paracaídas. Goethe, erguido sobre la última estrofa, dominó un espectáculo más vasto de lo que cualquier aviador ha abarcado hasta ahora con su vista. Estaba parado sobre el medio plano más elevado, la meseta metafísica que se encuentra entre el cielo y la tierra. Suspendido en el momento eterno, calmo, seguro, príncipe de hombres, escrutó el pasado y el futuro. Vio el movimiento en espiral que es ley en todos los dominios, empezando con el astral y terminando con el astral. Lo vio en su interminabilidad. Goethe fue aviador un siglo antes de su época. Aprendió a permanecer quieto… y cantar.

Ahora, Joey, antes de subir al barco, quiero darte algo más de información precisa acerca del edificio Empire State: nuevos hechos y cifras que harán que los cabellos se te paren de punta. Es así… Más allá del piso 13° no hay más vértigo, porque la velocidad de los patos que pasan volando en dirección al Ecuador es inversamente proporcional al sonido de un disparo que cae por el espacio a razón de 1.392.046.024 kilómetros por segundo. Las ventanas son a prueba de lluvia; las paredes, a prueba de incendios. En el piso 227° hay artículos de lencería y toilette. Desde que se hizo este edificio han subido 8.765.492.583 visitantes al mástil de amarre, todos ellos provistos de paracaídas y dientes postizos. Este es el edificio más alto del mundo «sin tomar en cuenta» el mástil de la bandera, donde durante todos los 365 días con sus noches flamea la gloriosa enseña «sin tomar en cuenta» nieve, lluvia, granizo, neblina, pánicos bancarios y pánicos no bancarios. Los porteros, que comprenden una fuerza algo más numerosa que los ejércitos en pie de Europa, están provistos de medias a prueba de agujeros y suspensorios a prueba de balas. Se les ha tomado pruebas de inteligencia y son muy corteses aun cuando ganan poco. Todo el personal, excepción hecha de los del turno nocturno, es fumigado por las tardes a fin de prevenir brotes de epidemias tales como la tifoidea, la fiebre amarilla, la disentería y otras enfermedades contagiosas similares. Este es el edificio más maravilloso del mundo, con excepción de los que son todavía más maravillosos y actualmente están en curso de construcción y que sobrepasarán a todo lo pasado y presente, inclusive algunos futuros de los cuales no podemos todavía dar cifras precisas pues aún no se han presentado todas las declaraciones de impuestos. Sin embargo, parece que la victoria va a ser arrolladora.

Lo más maravilloso de este maravillosísimo edificio es la tienda de artículos para regalo del piso 267° donde se cambia de ascensor para subir al piso 318°, situado en la base del poste de amarre, que desde allí se eleva hasta la vertiginosa altura de 565 pisos. Allí se encuentran todas las chucherías y baratijas conocidas por el hombre civilizado, de las cuales no es la más insignificante el zoológico de animalitos hechos enteramente de goma de mascar, Wrigley’s chewing gum. El hombre cuya inventiva genial hizo posible este conjunto de figuritas de goma de mascar fue un chiclero de la selva de Yucatán. Al término de una larga y honrosa carrera lo despidieron sin aviso previo los magnates de la goma de mascar. Dicho genio puede ser entrevistado cualquier día en el Barbizon-Plaza, donde la cortesía tiene su asiento. Allí, libre de los potentados de la goma de mascar, vive actualmente. Otros notables artículos para obsequio son tarjetas postales en que se exhiben vistas de frente, fondo y costado de todos los edificios de Nueva York, «sin tomar en cuenta» tamaño ni contenido. Además, vistas de la terraza… y diapositivas estereoscópicas. Una breve advertencia al visitante casual: no toque los objetos con las manos.

A pesar de sus dimensiones prodigiosas, este rascacielos gigantesco fue erigido en menos de seis meses, gracias al espléndido servicio aéreo entre fábricas y en virtud de la colaboración de la Asociación Gremial de Carpinteros y Ebanistas. Tal vez te interese saber que, de acuerdo con las cláusulas del contrato, el edificio debía terminarse a medio día, el 12 de febrero. Sin embargo, debido a la espléndida colaboración arriba mencionada, el edificio quedó totalmente levantado, con todas sus ventanas lavadas, a las nueve de la mañana del 12 de febrero. El contrato no exigía que las ventanas se lavasen: esto fue una contribución gratuita del Sindicato de Limpiadores de Ventanas. Deseamos aprovechar esta ocasión para disipar cualquier falso rumor lanzado a la circulación por sindicatos hostiles en cuanto a la calidad de la luz emitida por estas ventanas. La luz es absolutamente pura y filtrada, y la administración de la torre garantiza visión impecable a no menos de 120 kilómetros en condiciones barométricas normales. Esta garantía puede sólo ofrecerse al público gracias a la reciente instalación de termostatos fabricados expresamente para Empire State. Aparte de la visión impecable, los termostatos aseguran una presión uniforme en los tímpanos cuando se desciende desde el poste de amarre al subsubsuelo, que, según se ha calculado, está a ochocientos metros por debajo del nivel del mar. Trátase de un dispositivo único en la historia de los rascacielos, que resultará una bendición para cuantos sufren de tisis y disnea, esta última conocida a veces como catarro interno.

Es posible que una visión fenomenal haya impresionado al observador casual mientras comía un sándwich de carne en la base de la torre. Los canarios que gorjean tan melodiosamente en sus jaulas de platino no están allí para entretener al visitante que almuerza, como se podría suponer, sino para vencer la inclinación a dormirse cuando se mira por las ventanas. En contraste con sus otros camaradas canarios, éstos no gorjean para pasar el rato. Al contrario, lo hacen para restaurar la sensación de tiempo que peligra cada vez que el organismo humano queda expuesto a la irrealidad de altitudes a las cuales lo adaptan mal sus hábitos como peatón. Los canarios han sido hábilmente adiestrados por un personal de expertos endocrinólogos que trabajaron conjuntamente con los mejores psicoanalistas del estado de Nueva York. Gorjean con la precisa intensidad necesaria para atravesar el umbral subliminar de los centros nerviosos acústicos, con lo cual el visitante ocasional es conducido nuevamente al ritmo de martillo pilón de la vida cotidiana, que le permite mirar el mundo conocido sin miedo a la agarofobia, la hidrofobia o cualquier trastorno perverso o polimorfo. Todas las noches a las nueve en punto los canarios son soltados, a fin de que los examinen gargantólogos diplomados. Este maravilloso servicio se estableció en parte como homenaje a la memoria de Gatti-Cazzazza, quien, anticipándose a esta gran necesidad, ordenó a su apoderado confidencial que agregase una hijuela al testamento de su última voluntad. El visitante observará que debajo del piso de cada jaula se ha labrado al realce, en oro, la cabeza de este gran benefactor.

En previsión de la eventual declinación de la ciudad de Nueva York como centro financiero e industrial, los propietarios del Empire State, hasta ahora conocidos con el nombre de Empire State Corporation, Inc., ceden al Estado de Nueva York todos los derechos y preocupaciones anexos al modus operandi de su rascacielos. Dicha administración no escatimará gastos para mantener a los obreros desocupados de este grande y glorioso estado en permanente condición de satisfacción. Los salones de la planta baja, a los que deliberadamente se ha dado un aspecto sombrío como deferencia a la crisis nacional, serán redecorados en colores vivos, con frescos especialmente diseñados por artistas de fama internacional, a objeto de prevenir melancolía o morbosidad. Estos frescos describirán la vida alegre y turbulenta de Nueva York cuando las fábricas trabajaban más de un turno y los bifes de lomo se vendían a $12,75 dólar por kilogramo. Aprovechando la experiencia de Grecia y Babilonia, de Egipto y China, el Estado de Nueva York tiene la intención de conservar sus monumentos adecuadamente preservados, aplicando con gran visión terapéutica y benevolencia la sabiduría pragmática de sus grandes pioneros e inventores, los profanadores de tumbas y los que saben avanzar contra las corrientes.

Esta estructura gigantesca, repleta en todas sus partes, será en su vejez el refugio de los pobres y necesitados, un buen puerto para los indigentes cuyo sudor y cuya fatiga, o sin cuyo sudor y cuya fatiga no podrían, sui generis, haber sido hechos de facto y ad hoc. Se ha llegado a la conclusión de que, con la despoblación de la ciudad y la desaparición del obrero migratorio no podría encontrarse en estas barriadas sitio más sano que el Empire State. Los feos edificios de la edad prerrascacielística serán arrasados completamente a fin de conseguir que nada obstruya la vista de la Estatua de la Libertad. Dicha estatua será raspada y barnizada desde el cuello hacia arriba, poniéndole incrustaciones de piedras preciosas que lancen destellos por las noches y eliminando de este modo el costo de la instalación de cables eléctricos. Positivamente, no se escatimará gasto alguno para hacer del Empire State un monumento perdurable al progreso y la invención…

A bordo del «Veendam», tercer o cuarto día de navegación.

Héme aquí en el océano horario, leyendo Prose Novelette, del Dr. Williams y otras prosas. Esto requiere una carta especial al Dr. Williams… Por ende:

Estimado Dr. Williams:

Estamos ahora en mitad del océano y está nevando, o debería estar con sólo que hiciese un poco más de frío. Cape Race está algo a la izquierda y al norte. Nosotros vamos hacia la derecha y el norte. La parte trasera del barco es para los extractores de aire… y los pasajeros de proa. Esto hace el viaje aún más deleitable de lo que en otras condiciones imaginaríamos, con el agria agua de pantoque que se eleva suavemente de las chimeneas y atraviesa ondulándose todos los ojos de buey hacia estribor y a proa y popa. A mediodía un relamido joven de Amherst dice: «Ahora, amigos, quiero que esto lo escuchen todos ustedes… es muy serio: si no se han anotado aún para el torneo de pingpong, sírvanse hacerlo esta noche». Agrega que de tiempo en tiempo nos anunciará exactamente lo que está sucediendo, o va a suceder, o no ha sucedido todavía. Sin este hombre el buque estaría mal regido. Nos aburriríamos. Todos nos suicidaríamos, y de ahí que, cuando el barco llegase a puerto, no habría pasajeros que desembarcasen. Pueden darse cuenta de lo importante y grave que esto es. Estoy pensando en pasarme a primera clase y cenar con el capitán.

Estimado Dr. Williams, esto se refiere a su Prose Novelette y otras prosas de que estoy disfrutando. A Tender Buttons y la obscenidad de James Joyce. Mientras lo leo a usted, leo también a Keyserling, el conde Hermann, de America Libertada. Este es también un libro muy maravilloso. El conde Hermann es un filósofo en virtud del hecho de que continuamente está filosofando. Hay otro libro que leo entre los dos: el mío. Advierto que todos decimos lo mismo: que Estados Unidos es un estercolero. El conde ve que los rosales ya están floreciendo. Usted ve únicamente los caminos de asfalto. Yo no veo nada; de todos modos, no veo a una gran distancia. Precisamente ahora, le ruego recordarlo, estoy en mitad del océano. El océano se le mete a uno en la conciencia. Es imposible desalojarlo. Hay demasiado océano, y falta cielo y agua. Es por eso que los marineros suelen ser chiflados. Chiflados antes y después. Chiflados siempre. A causa del exceso de océano. Voilà! Pensé que empezaría otro libro a bordo. Pero no tuve en cuenta el océano. El hombre que pueda escribir un libro a bordo de un buque debe sentirse aún más solitario que el propio océano. Debe ser más grande que el océano.

Lo que me llamó particularmente la atención en su Novelette fue la referencia a Van Gogh. «Van Gogh, dándose cuenta de la luz, luchó desesperadamente por pintarla y vivirla. Pero murió, naturalmente. No es posible comer arena… y el mundo no se entregará para que lo comiesen». Yo empleé casi el mismo lenguaje escribiendo acerca de Lawrence. Este asunto de comer y ser comido… no creo que hoy en día se lo entienda en absoluto… Sin embargo, lo que en su obra me impresiona es que los fragmentos son mucho mayores que el todo. En su prosa usted escribe poemas enteros. Los poemas parecen fragmentarios. Pero lo que usted transmite eficazmente es la esforzada lucha limpia y blanca, el arranque, el ojo que se enfoca serenamente, sin saber, pero aventurándose, una dimensión nueva en cada paso, siempre un mundo nuevo más allá, y siempre peligro con éxito completo. Parece que usted ha comprendido la naturaleza del esqueleto, la armonía estructural de un mundo antitético. Habla continuamente de la carne, del borde blanco del mundo no digerido del todo, formando un eructo, motivando somnolencia y flatulencia. No sé exactamente donde usted dice esto, pero está allí. Usted dice cosas en forma diametralmente errónea, que yo entiendo perfectamente porque usted parte cada vez de la nada y se entierra en la insignificancia. Sus renglones llegan a un punto en que se detienen en seco al tropezar con el hueso, como una bala que atraviesa violentamente el cerebro y se aplasta contra el hueso occipital. Las palabras se queman, salpican… un golpe seco y luego el reposo. No hay aburrimiento, como en la contemplación de cohetes. No hay tedio, como en Versalles, las fuentes que juegan, las palomas que arrullan. Usted da la impresión de haber captado el sentido de la tradición mediante el estudio de las fracturas compuestas. Usted pone en libertad las enzimas, dejando abiertas las puertas a la descomposición.

Lo que pasa con los viajes oceánicos es que navegando en buque holandés a veces se encuentra un lunático a bordo. Un holandés loco es más lunático que un lunático común. A bordo tenemos un holandés loco que estuvo sin trabajo a tal extremo que un día fue a ver a su cónsul y le puso negros los dos ojos. Hace el viaje en el calabozo. Cada hora más o menos envía un mensaje al capitán: «Esta mañana no me sirvieron la comida a tiempo… Me gustaría fumar un cigarro…», etc., etc. Mira por su pequeño ojo de buey, que tiene barrotes, y pasa informes sobre el tiempo. Fuma cigarros buenos a expensas del gobierno. Sonríe continuamente, en parte porque es holandés y es afable, y en parte porque está loco. Los que no están locos en el barco también sonríen mucho; es decir, los que son holandeses. Los holandeses no tienen otra cosa que hacer que sonreír. Los diques están todos terminados, y están plantados los tulipanes, ¿comprendes? ¡Luego, a sonreír! Cuando uno se sienta para desayunar, lo primero es hacerse un sándwich de queso, con semillas de alcaravea. ¡Con esto se arregla el estómago! Así al pasar debo agregar que la semilla de alcaravea holandesa está ligeramente escasa de contenido alcohólico. Si la dejas caer en un vaso de cerveza Heineken, se vuelve ácida. Esto provoca un eructo que pone en libertad los gases venenosos hasta ese momento aprisionados en la cloaca máxima. Los water closets están todos provistos de barandillas de bronce que deben ser lustradas antes de las 10 de la mañana, hora en que el capitán lleva a cabo su inspección habitual. Después llega el momento de pelar las patatas. También a las diez todas las mañanas la orquesta empieza a tocar. Una orquesta de tres músicos, con acompañamiento de piano. Música oceánica, completa del principio al fin. Y ligeramente laxante. Por lo general, la primera pieza es «Immer Oder Nimmer». Esto imparte a la mañana su adecuado matiz espiritual. Recuerda que primero es un sándwich de queso, luego las barandillas de bronce, después las patatas y más tarde… «Oder Nimmer Oder Schwimmer». Seguido por «El vals del Danubio azul». Los holandeses son gente de gusto internacional; es decir, estrictamente neutrales. Sonríen muchísimo…

Un hecho espantoso acerca del viaje, hasta este momento, es la preponderancia de libros. Es como si a bordo llegase una colmena de hormigas, todas ellas provistas de forraje suficiente para el más largo viaje imaginable. En caso que no hayas traído contigo un libro, la señorita Pfeiffer, bibliotecaria de la Línea Holando-Norteamericana, te prestará uno de la biblioteca circulante oceánica. Hay plétora de libros. Todo el mundo lee… hasta el loco del calabozo. Ninguno dice nada. Pareciera que todos tuviesen miedo de quedarse a solas uno con otro. Hay a bordo unas pocas personas que tienen caras inteligentes y con quienes me gustaría hablar, pero son tímidos. Cuando ves que uno de ellos viene hacia ti, sonríes cortésmente y dices «¿Qué tal?», lo cual tiene por objeto evitar mayor intimidad. Este asunto del «qué tal» sigue el día entero, cada vez que pasas junto a otro… veinte, treinta, cuarenta veces por día. Ser educado y cortés es una manera de mantener a raya a tu prójimo. Lo congela. ¡Jaque mate! O… ¡mate ahogado!

Otra cosa… al levantarme de mañana, siempre me olvido que estoy en el «Veendam». Al parecer, creo que estoy viajando en el «Champlain»: por lo visto, recuerdo mejor aquellas caras de hace seis meses que estas nuevas que veo todos los días. Recuerdo las caras viejas porque eran tan joviales. En su mayoría eran franceses. Se reían, bailaban y se hacían bromas unos a otros durante todo el viaje. No había flores en la mesa; pero había vino en abundancia. Aquí el vino más barato que puedes conseguir cuesta cincuenta centavos de dólar una media botella. Los holandeses no beben en las comidas. Toman un vaso de cerveza después de comer, según me explicaron.

Ahora, Joey, te voy a contar algo más acerca de las caras norteamericanas que veo a bordo, porque Norteamérica pronto será igual que los Países Bajos y en todos los buques habrá flores y una vaca de ubres grandes y gruesas que de leche cremosa en abundancia. Para estudiar lo que es la cara norteamericana lo mejor es observar a los jóvenes que este verano recorren Europa. La mayoría de estos jóvenes llevan el pelo cortado al rape, como los alemanes. Primero todos fueron fumigados, recuérdalo, por favor. El propósito es echarse al sol el tiempo mayor posible y tener la tez de ese color que da la vida al aire libre. Debes también acordarte de llevar ropa de mezcla de lana y zapatos con suela de goma; si es posible, una pipa. Los labios deben ser finos, los ojos tristes, la cara bien asentada, como si fuese de cemento Portland. De cuando en cuando habrá una leve sonrisa, de una comisura de los labios a la otra, pero no más. Una sonrisa dolorosa, si es posible. Uno debe siempre dar la impresión de estar pensando cosas en extremó complicadas: el destino del género humano, el precio del trigo, las nuevas tarifas oceánicas para cargas. Debe tener un bloc en las rodillas y entre una y otra mirada profunda al mar levantar la vista con severa expresión en son de burla, y mover ociosamente las dedos pulgares. Si alguno se acerca con evidente intención de hablar, entonces habrá que ponerse en pie de un salto súbito, alargar la mano derecha y decir: «Yo soy tal o cual… ¿y usted, por favor?» Esto es infalible. Si uno empezase sin este estirón de la mano, esta presentación a gatillo, las cosas podrían andar mal. Diría lo que no deba decir a la persona a quien no deba decírselo. El resultado final sería el caos…

El motivo por el cual es tan maravillosamente difícil escribir libros sobre Estados Unidos es que Estados Unidos es un océano. Hay tanto océano de Unidos en Estados Unidos, que no se puede ver el cielo ni el agua. Sólo el océano. Bogas a la deriva en una masa interminable de agua durante diez o doce días. La gente viene y va. Tu vida está trazada por la compañía como en un mapa y parece muy regular, muy bien regulada. En realidad te sientes caótico. Tienes la sensación de estar corriendo con la manada, y la manada está en una estampida. Ninguno sabe adónde va, pero todos nos mantenemos cerca del prójimo; así nos sentimos más seguros, más cómodos. Si de pronto alguno se quedase quieto, no siguiese la manada, se produciría una catástrofe. Para impedirlo hay una orquesta a bordo. A la primera señal de pánico, arranca la música. Luego todos empiezan a girar en torno del vecino nuevamente y comes esa deliciosa confiture que se llama Compota Holandesa y que encontrarás en el menú, segundo renglón desde abajo, entre el pan y manteca. No se cobra nada aparte por el pan y manteca. Es gratis, como la música. Como el océano, que no te puedes quitar de la conciencia.

Ahora estamos entrando en el Círculo Polar Ártico… para demostrar que la distancia más corta entre dos puntos es una línea curva. El aire está fresco, el agua se llena de cabrillas. Un alisio sopla desde el Océano Ártico.

Interrupción mientras los musiker tocan «El desfile del Káiser» en drei viertel takt. Hace un momento la orquesta terminó de ejecutar «La estrella polar», mazurka. Entre pieza y pieza el violinista cloquea como una gallina. Está poniendo huevos para su viaje próximo. A las cuatro algunos muchachos de Harvard que viajan en la clase turista bajarán a ofrecernos algo de jazz. Yo prefiero escuchar la orquesta de cuerdas holandesa con sus tres ejecutantes: está llena de ovejas y praderas, de arroyos murmuradores y mesas puestas con jamón y dulce. Todo esto apesta un poquito, pero es mejor ese olor que el monótono zumbar y gotear de la orquesta de jazz. Después de todo, la orquesta holandesa es surrealista. Está llena de pequeñas sorpresas; por ejemplo, «Pon un viejo par de zapatos». Cada vez que las cosas se retrasan, la orquesta ataca un Wienerschnitzel Waltz. Este vals está compuesto por las flores muertas de la mesa de ayer, más unas cuantas semillas de alcaravea, algo de queso holandés chato y los dientes postizos del violoncelista, que, a todo esto, se accionan con alambres, como una función de marionetas. Cada vez que quiere sonreír, primero sonríe con los dientes. Avisa justo un momento antes. Poco a poco se le abre toda la boca, enseñando la lengua saburrosa, las amígdalas, el paladar y la aislación. Por su parte, la orquesta de jazz está formada estrictamente por estudiantes de bachillerato: no saben nada de semillas de alcaravea, ovejas murmuradoras, flores muertas, dientes postizos, etc. El baterista toca con escobas de alambre: parecen escobas comunes que hubiesen sido desplumadas. La música no necesita dirección; sale como la pasta dentífrica. Ni siquiera hacen falta notas. Nada más que un cepillo de dientes y una escoba.

Hoy, como dije antes, tenemos un día muy fresco. Hoy tan luego el capitán ha decidido que los marineros limpien el aparejo. Y ahí están, allá arriba en el aparejo, con baldes y esponjas. Son órdenes del capitán. Mientras tanto, el capitán está sentado en la cubierta de popa, que es primera clase, con las damas de sociedad, mirando con sus prismáticos. Tiene puestos unos guantes blancos abrigados. Y los marineros, pobres cristos, los marineros están bailando un «hornpipe» con el frío. Las manos parecen bifes hervidos. Entre tanto, el barco cada vez está más blanco. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para causar una buena impresión? ¿A quién? Para mí el buque ya estaba suficientemente blanco. ¿Por qué cuernos debe estar más blanco? A lo mejor están esperando el albatros. Tal vez todo ello sea parte de la rígida disciplina que de los marineros hace hombres verdaderos. Es posible que esto los aleje de practicar sodomía en la bodega unos con otros. Pero todo es muy triste y vano. El mal verdadero está en que no hay trabajo bastante. Cuando no hay trabajo verdadero, es forzoso limpiar y fregar, que las cosas estén blancas, más blancas. Esta es la base falsa y embustera sobre la cual se edifican la honestidad y la sobriedad. ¡Que quede blanco el buque! Mañana, o pasado mañana, estará sucio otra vez. Bueno, barco que no está sucio, barco que no navega bien. ¡Lógica oceánica!

Uno de los locos interesantes que están a bordo es el cantante de ópera armenio que comparte mi camarote. Todos los días pregunta, en francés: «¿Qué día es hoy?» Si yo le digo que es jueves, él agrega: «¡Muy bien! ¡Entonces mañana es domingo!» Todos los días pregunta, en francés, cuántos días faltan para llegar. Si uno le dice cinco, él comenta: «¡Muy bien! ¡Entonces mañana estaremos allí!» A solas hace y deshace las valijas. Pasa el contenido de una a otra. Luego cierra y abre, probando todas las llaves. Después se prepara para afeitarse. Siempre está por afeitarse. Como es armenio, ¿sabes? la barba le crece con mucha rapidez. A todos pregunta: «Vous parlez français, Madame? ou Monsieur?» Hasta a los marineros holandeses pregunta: «vous parlez français, Monsieur?» Lo que pasa es que quiere estar seguro. Lo gracioso del asunto es que él apenas habla un poco de francés. Pero le gusta oír ese idioma. Y así ocurre que todo el buque, la tercera por lo menos, ahora está hablando francés. Todos han aprendido a decir: «vous parlez français, Monsieur, ou Madame?» De todos modos, estaba bueno, como dicen los holandeses. Esta mañana arenque Maatjes para el desayuno. A mediodía, albóndigas. Nada de vino. Nada de champaña. Nada de bebidas confortantes. Sólo cerveza Heineken, muy clara y espumosa. Como crema batida que se agría.

Como quiera que sea, los mástiles están lavados, las salivaderas han sido enjuagadas y se han puesto en las mesas los manteles marrones. Esta noche veremos a Lillian Harvey en «¡Vivamos esta noche!» Ojalá fuese en cambio una película pornográfica sans suite. «Vous parlez français, Monsieur?»

Jueves, a bordo del «Veendam».

Toda una mañana entera de conversación con Herr Speck, de Rotterdam, también de tercera clase. La conversación me recuerda la dificultad de comunicación con el mundo. Herr Speck vino de Rotterdam hace doce años y encontró trabajo en la fábrica de carrocerías Fisher Body Company, de la cual es capataz o algo así. Quisiera aprender algo nuevo todos los días para así llegar a entender el mundo. En ocasiones, cuando se sienta a pensar, le falta poco para enloquecerse; tiene que dejar de pensar y ponerse a jugar a las cartas o hablar con la mujer, que es de costumbres más norteamericanas, es decir, más romantisch. Nos hallábamos el otro día de pie junto al pasamano de la borda, a popa. Herr Speck dijo que había estado estudiando el color del agua, preguntó por qué era tan verde a veces y agregó que finalmente esta mañana había llegado a la conclusión de que debía ser el agua sucia de lavar los platos y la basura que de cuando en cuando se tira desde los barcos. Explicó que eso hacía que el agua se pusiese grasosa y por eso tomaba la coloración verde, como cuando uno se marea y del estómago le salen esas porquerías. Y le aclaré que quería decir la bilis. Dijo: «Sí, en Holanda yo lo llamo billyus». Agregó que todos los días estaba de igual humor, siempre como si dijéramos tranquilo y contento; no podía entender por qué de pronto un día los hombres se denotan felices y al día siguiente están melancólicos. Cuando me acuesto, dijo, yo solamente me quito los pensamientos, como me quito la ropa. Mi esposa ella dice que sólo tengo una pierna en la cama y ya estar dormido yo. Herr Speck afirma que siempre está inquieto y activo, salvo cuando piensa. Cuando me despierta yo salta de cama… quiero ver qué está pasando en mundo… no puedo seguir acostado… siente muy nervioso para eso. Expresa que es maravilloso las miras amplias que tienen los norteamericanos; no como holánder que nunca sale su chico aldea. Esa está porque norteamericanos tienen buen sentido educar personas directamente en idioma inglés. No como Bélgica, que está una país atrasado porque valones tiene sólo cuatro y medio millones y quieren que Flandes habla francés también. Más de ciento años pasado Bélgica separada de pueblos holandos. Eso estaba muy malo para bélgicos gente. Gentes Estados Unidos está mucho mejor. Todos trabaja y va adelante. Sola cosa tonta es dinero; dinero hace gente tonta y por eso se ponen haraganes y piensa nada más que placer todo tiempo. Ningún desarrollo de cerebro para que todo mundo está educado y alcanza éxito como ustedes llaman en la vida.

A Herr Speck gusta leer libros profundos; no eso romantischer porquería que su mujer muy tontamente lee. A él agrada lo que ustedes llaman «Digest». Está bueno «Digest» porque todo está rápido y ninguna tontería. Le gusta eso que usted llama libros profundos… y no amor todo tiempo. Soy hombre siempre solo, dice Herr Speck. A veces escucho un rato y entonces cuando yo está cortés me retiro en asiento trasero como ustedes dicen y pienso. Me gustaría más ser como gentes norteamericanas que están felices y alegres, que hablan de sus automóviles, cómo rápido viajan y otras cosas, pero yo está muy triste todo tiempo y debo primero entender directamente yo mismo qué pasa. Eso está mi felicidad: cuando puedo sentarme y entender qué es el mundo. Nunca río de gente, ni aunque me hagan preguntas estúpidas. Pienso siempre que ese hombre yo hablo tiene algo sensato que preguntar sólo no sabe cómo decir. Todos tienen cerebro y quieren saber algo de mundo. Debemos educar gente a hacer preguntas, otra manera nunca aprenderemos nada. Supongo usted ha leído ese libro de Van Loon, donde habla de hombre que él viene de chimpancé como usted llama. Yo mismo piensa a veces ese hombre Van Loon está demasiado fantastisch. Va muy lejos con chimpancés. El hombre como digo yo todo tiempo es espiritual. Contrariamente sería sólo animal, ¿no? Van Loon dice una vez, hombre tiene músculos grande como mono y cerebro chico y esto hace la cabeza muy chica para el cuerpo. Estaba hace mucho tiempo, tal vez 3.000 años cuando pasaba lo que ustedes llama diluvio. No sé si ésa es palabra exacta. Mi educación este idioma no está tan buena ya. Yo estaba sólo cuatro meses escuela nocturna… Trabaja mucho todo día. De toda manera, él dice había grandes animales que ahora tienen sólo huesos en tierra. A mí parece cosa tonta asegurar que hace 3.000 años había animales como eso que nadie nunca vio. Eso es que yo llama escrito fantastischer. No gusta a mí cuando él habla ese modo sobre tierra. Da impresión que yo está imbécil y él está más inteligente que yo. Fuera esto él escribe muy buenos libros, muy sensatos, gruesos y profundos. Como hay ocasiones que yo escucha ópera alguna vez. Está música buena y hermosa. Me gusta lo que está hermoso también alguna vez. Un hombre debe educarse para disfrutar música von ópera. Mi esposa dice ella cansa cuando yo habla estas cosa. A ella gusta jugar cartas noche entera y leer esa inmundicia que está las revistas. Está más rápido norteamericana que yo… Posiblemente porque está mujer y mujeres debe siempre tener cosas livianas…

Al llegar a esta altura hablamos durante un rato de los foraminíferos, los diferentes estratos de la tierra y las sustancias de que están compuestos, todo de acuerdo con lo que Herr Speck lee en el Literary Digest. Me dice que yo no me detenga, que le explique lo que era el mundo antes del diluvio porque de eso es de lo que él sabe menos. Me da las gracias por anticipado porque considera que cuando yo termine sabrá algo más que cuando empezó y con eso se sentirá mejor el resto del día. Así, pues, al cabo de un rato volvemos a la naturaleza espiritual del hombre que tan vital interés reviste para Herr Speck, porque él no quiere estar sólo animal que no puede pensar. Dice que todo estaría bien con sólo que nos amásemos los unos a los otros. Eso yo no llama amor, dice Herr Speck, cuando dos personas juntan y hacen uno a otro enfermo con el fiebre. Eso es sólo lo fisical como yo llama. Eso no está mejor que animales, ¿no? En este momento, me aventuro a contradecir a Herr Speck. Trato de explicarle que el amor físico es muy importante, tal vez más que el amor fraternal. Herr Speck dice que en eso estará en desacuerdo conmigo… y este momento yo explica usted por qué. ¿Qué está amor? ¿Cuánto tiempo dura? ¿Dos semanas? ¿Qué está eso? Yo llama amor lo que está espiritual, lo que hace hombre entender mundo. Amor no es un perro en calle que corre un lugar otro lugar todo día con nariz arriba. ¿Es así o no? Cuando dos personas aman uno otro, eso no está amor. Eso está lo físico. Eso está cuando cuerpo habla. Un cuerpo está para animales que no tiene sentido y no puede gozar océano ni ópera…

Y de este modo, mediante pasos graduales, llegamos al presidente Roosevelt, que es un gran hombre a juicio de Herr Speck. Presidente Roosevelt él dice cuando estaba elegido: «Yo no puedo hacer golpe bueno cada vez que juega béisbol». Esa estaba excelente observación von presidente Roosevelt. Sí, él es muy grande hombre, como su hermano Teddy. Supongo usted sabe de él, qué estuvo haciendo en Filipinas mucho tiempo hace. Era gran pensador también. Eso está porque yo digo Norteamérica hace grandes ciudadanos…

(Interrupción: ¡La campana llama a comer!)

Viernes, a bordo del «Veendam».

¡Unas páginas más, Joey, y estaré batiendo mi propio récord! Esta mañana copié algunos renglones en el Maneen Toilet, toilette de hombres. Dice así:

Men wordt verzocht in de privaten niets te werpen, waardoor deze kunnen verstoppen, of het doorstrommen van water kan worden belemmerd.

Por supuesto, esto es holandés oficial. Para proporcionarte una emoción real, te transcribo ahora las últimas palabras de Nana, en holandés:

«Ik zon je nooit iemand gelukkig gemaakt… Ook mezelf niet… zoo ben ik geboren».

No volvemos al polvo, como dice la Biblia, sino al limo protoplásmico que cubre el suelo del océano. Además (esto lo aprendí justamente hoy), la distancia hasta la línea del horizonte, cuando se está de pie en la cubierta de popa, es sólo de veinte kilómetros. El motivo por el cual no podemos ver más lejos, aparte la cuestión de la miopía, está en que la curvatura de la tierra baja treinta centímetros cada milla. Esto pone el botalón a nivel de la quilla del barco que está más adelante. En lenguaje náutico es lo que se llama «geodesia» de la tierra. Todo esto me resulta demasiado húmedo.

Ayer nos quedamos levantados hasta la medianoche jugando al kino. Es un juego de achtendacheter, o sesensester. Se jugó en el comedor de la tercera clase y lo animó la presencia de unos cuantos luxemburgueses, algunos lituanos, unos pocos checos y frisones y un celandés. Este último cultiva rosas en Ukaih, California. Rosas negras. Dice que es importante vigilar las raíces, que pueden contraer cáncer. El kino se juega con los cartones de la lotería y pequeños granos duros que se ponen en el número cuando se lo canta. Para jugarlo debidamente, el camarero debe atarse a la cintura una bolsa blanca; en esta bolsa blanca hay disquitos numerados de 1 a 90. El mejor número es achtenachtig. Le sigue en este sentido sesensester. Es muy buena idea tener un vaso de cerveza al lado para no caer dormido entre número y número. De mañana uno debe tomarse una purga porque el budín no cambia nunca. Todos los días sirven el budín Nesselrole con un nuevo disfraz. Tiene el mismo, gusto que las raspaduras de los extractores de aire. Igual que las pommes rissolées. Más o menos a las diez y media sirven sándwiches de fiambre y un salpicado de semillas de alcaravea. El que quiere darse una ducha anota su nombre en una hoja colgada en el toilette. Debe notificar al encargado del toilette con anticipación… unos veinte minutos antes. Eso se hace para que pueda abrir el vapor que calienta el agua y abrir la puerta del armarito donde se guarda el jabón para agua salada.

El jefe de los mozos es un hombre de Haarlem. Él es quien dirige el partido de kino. Lo primero que hace, como expliqué hace un instante, es atarse a la cintura la bolsa blanca. Luego se sienta cuidadosamente y, cada vez que saca de la bolsa un disquito, canta el número: primero en holandés, luego en inglés, luego en alemán, luego en francés y luego en italiano. En cuanto alguno grita «¡Kino!», llama al mozo de cubierta que está de pie a su lado, le señala afablemente al ganador, y luego con un floreo modesto, le indica que lea despacio la columna ganadora, un número por vez. Cuando el mozo de cubierta canta el número, el jefe de los mozos, que está sentado cómodamente a su lado en una silla, con su bolsa blanca en la cintura, despacio y penosamente busca la lotería, y cuando ha encontrado la lotería correspondiente al disco numerado, levanta la mano derecha y, después de la debida pausa, repite el número que el mozo de cubierta acaba de leer. Digo «acaba de leer». En realidad, entre ambas operaciones ha trascurrido un tiempo infinito. Pero estamos en el océano horario, donde el tiempo es minucia sin ningún valor. Como quiera que sea, luego que el mozo de cubierta ha dicho «¡Sí, está bien!», el jefe de los mozos dice «Está bien, sigan» y de éste se llega al momento en que se lee el siguiente número ganador de la línea ganadora del cartón ganador. Si durante esta fase del juego da la coincidencia de que el mozo de cubierta sea llamado a cubierta, el jefe de los mozos interrumpe el partido y durante la pausa todos permanecen sentados y sonrientes. Sería inconcebible delegar en otro, en el encargado del toilette, por ejemplo, la tarea de leer la columna ganadora. Esto es trabajo del mozo de cubierta y no es cuestión de cometer errores. Puedes ir viendo que cuando tomas un buque holandés, es posible que no sea tan rápido, es posible que no sea tan alegre, pero es limpio y seguro, y no se cometen equivocaciones. Si da la casualidad de que hablas el dialecto luxemburgués (que se llama gukkuk, recuérdalo bien), entonces son aún menores las posibilidades de que incurras en error. Todos estos idiomas derivan del bajoalemán y ésa es la razón de que los valones, aunque no son más que 4.500.000, no permiten que en su lengua se metan los flamencos, que de todos modos no saben hablar francés. Por eso los frisones, por ejemplo, dicen: «vest mit bestreepte pantalon en dessin moderne». La base de lo holandés es un centón de colores en su mayor parte oscuros. Por eso rellenan el Zuider Zee, porque el patinaje precisamente en invierno no cubre los gastos. El azúcar, a todo esto, se hace de caña muy ordinaria. La leche no es desnatada. Las patatas son grasientas. La carne es siempre sopa de carne. El budín es Nesselrole. La cerveza es cerveza Heineken y no te da dolor de cabeza. La cerveza se bebe después de las comidas. Las salivaderas se lavan dos veces por día, más si es necesario.

Entre paréntesis, no debes crearte la impresión de que los holandeses sean faltos de inteligencia. Por el contrario, yo diría que son muy inteligentes, aún más que la foca o la nutria. Por ejemplo… ¡poner un arenque salado en la ensalada! Debes comprender que los seis primeros días no tuvimos más que hojas de lechuga sin ningún agregado y sin aderezo. Sin embargo, el cocinero, cuando observó que ya nadie comía la ensalada, rápidamente (es decir, seis días después… ¡pronto para los holandeses!) sacó los arenques salados y los hizo poner de través sobre las hojas de lechuga. La consecuencia es que uno come las hojas de lechuga con el fin de quitarse de la boca el gusto al arenque. Debo también hacerte notar que estos arenques no son los de la corriente variedad Maatjes, tal como abundan en el Mar del Norte. No, éste es un arenque largo, como una serpiente, que tiene una cabeza más bien chata; los ojos son apagados y vidriosos y las agallas dan la impresión de tener sangre. La piel de este arenque es negra y bastante difícil de arrancar, pero ten en cuenta que esto se compensa en virtud de que el arenque ya no es grasoso ni resbaladizo. Puedes sostenerlo firmemente con una mano y decapitarlo de un mordisco. Si las hojas de lechuga están todavía un poco húmedas, esto da al arenque el sabor justo y preciso. Porque el arenque, como toda otra forma de vida, es fundamentalmente «protoplásmico». O, tal como lo expresó Maasenduyckvansten, el gran poeta holandés: «Van op het doorstroopen uit iemand belemmerd». Groso modo, esto significa: «El que muerde suavemente sabe lo que es una gran paz de espíritu».

Dado que la lengua holandesa es para mí una cosa bastante natural en virtud de mi bajo linaje, pasaré a un estudio de los dialectos corrientes. En mi próxima entrega es probable que diga unas palabras acerca de la lengua Wriessischer. La característica peculiar de este dialecto es la tendencia, por parte de los Friessischers, a hacer muda la d, para lo cual abren la epiglotis. Mientras el hombre de Utrecht dice goot belemmerdt denket, el frisón denotará tendencia a pronunciar la frase de este modo: Goosesch blemmerdetsemt dett. De acuerdo con filólogos modernos, esta idiosincracia deriva de una falta fisiológica de los arenques que los frisones consumen en grandes cantidades. La falta de proteínas y de yodo (particularmente la falta de yodo) determina un factor etiológico, no advertido hasta el presente, en los tejidos de la tráquea, fenómeno que no desconocen quienes están familiarizados con los hábitos del cachalote. Cuando se acerca el cachalote, el frisón sopla. Cuando el frisón habla, lo que hace, in lingua philológica, no es más que recapitular el defecto ontológico de su hermano mamífero, el cachalote. (Véanse en la addenda, más notas de pie de página).

Domingo, todavía a bordo del «Veendam».

Mannheim se llama el loco del calabozo. De acuerdo con lo que sabemos de él, es holandés y, por consiguiente, lo deportan a su tierra natal por cuenta de la Reina. Mannheim tiene el grado de locura suficiente para saber que lo asiste el derecho a un servicio especial. Se ha hecho asignar un médico especial y una nodriza que lleva un saco rosado a rayas. Durante los tres últimos días Mannheim ha sido el centro de atención. Está de pie en la portilla de su celda el día entero, a veces hasta muy avanzada la noche, con un cigarrillo en los labios. Cuando el cigarrillo se consume le enrolla en torno un pedazo de diario húmedo para hacerlo durar un poco más. Sólo fuma cigarrillos Pirate traídos de La Haya. Cuando la conversación decae, Mannheim se pone a telegrafiar con su anillo de sello. «¡Operador, déme con Asbury Park! Habla Mannheim. ¡Hola! ¿Hablo con O’Connell? Quiero comunicación con las Islas Filipinas. Estación WJK, N° 533». Espera unos segundos a fin de que el mensaje pueda retransmitirse por medio del Archipiélago Malayo. Luego que consigue comunicación con las Islas Filipinas, me dice: «¿Cómo llama usted a esas estatuillas de la India…? No ve nada… no oye nada… ¿y cuál es la última? Generalmente están labradas en marfil. ¿Qué nombre le da usted? Una vez leí un libro que trataba de la China. Sí, en el Saturday Evening Post. Son muy fuertes… y crueles».

La manera de contestar a Mannheim consiste en hablar de alguna otra cosa. De Greta Garbo, por ejemplo. ¿Qué piensa usted de Greta Garbo?

Al oír esto, Mannheim echa atrás la cabeza y mira fijamente el cielo. A su rostro asoma una sonrisa… una sonrisa astuta, maliciosa.

—Bueno —expresa, midiendo las palabras—. Yo se lo diré. Es así… Greta Garbo es una gran actriz, muy gran actriz. Tiene lo que ustedes llaman inteligencia. Se llevó todo el dinero y lo depositó en Suecia… ¡antes de la crisis! Chaplin es también un gran artista. No necesita hablar…

Precisamente entonces llega un mensaje… de las Antillas. Mannheim suspende toda conversación, golpea dos veces con el anillo de sello y espera una respuesta. «¡Hola! ¿O’Connell? Habla Mannheim. Coloca dos destructores delante. Despacha todos los buques por el estrecho que está entre Staten Island y Long Island. Enciende los reflectores. Y, por orden de la Reina, pon una lata más de arenque… Arenque Maatjes»… «Ahora le diré, en cuanto a Greta Garbo… En la bodega hay 24.000.000.000 de dólares en oro. Roosevelt no sabe nada. Es el mandadero de Morgan y Rockefeller. He hecho un estudio enorme de toda la cuestión. Soy etnólogo, como usted lo llama. Hago relojes».

Mannheim se detiene un momento y sonríe con la sonrisa zalamera, astuta, suave, evasiva y hermafrodita del lunático que se encuentra en el umbral de la lucidez. Sabe que dependemos de sus palabras, que esperamos algo de él. Tiene la boca semiabierta, está por decir algo. Repentinamente cierra la boca fuertemente y desaparece la sonrisa. Iba a comunicarnos algo, pero ve que lo miramos sonriendo con una mueca de dolor y decide que no valemos la pena.

—¿Así que usted es psicólogo? —dice alguno, simplemente para que arranque.

—Sí, soy psicólogo.

—¿De dónde sacó su psicología? ¿Ha leído a Freud y a Jung?

—La saqué del mismo lugar que ellos… de la fuente.

—Dicen que usted está loco… ¿Es verdad?

—Es verdad. Estoy loco. Estoy muy loco. Soy vicioso.

—¿Le gustaría mejorarse?

—No, quiero empeorarme… entonces estaré mejor. Si usted es cuerdo, entonces yo quiero ser insano. ¿Tiene un buen empleo? ¿Le sirven las comidas con regularidad? ¿Se da cuenta? Yo soy lo que se llama…

Se interrumpe. Levanta la vista en dirección al cielo, como si estuviese leyendo un mensaje privado. Cuando la vuelve a bajar hay en él esa sonrisa astuta, maliciosa, cautivante. Esto significa que quiere seguirnos la corriente, ser loco, si eso es lo que deseamos que sea.

—Mannheim, creo que usted está sencillamente chiflado —dice Schwartz, quien sospecha que Mannheim sólo finge locura—. Me parece que usted no es capaz de contestar en forma simple una pregunta simple.

—Está bien —dice Mannheim—. Hágame unas cuantas preguntas.

—¿Quién fue Hamlet?

—Hamlet… Hamlet… A ver… Hamlet era Shakespeare. Déjame ver… Mercader de Venecia… No. Fue Shylock… quería una libra de carne.

—¿Quién?

—Macbeth.

—¿Dónde están los hotentotes?

—Los hotentotes vienen de Asia… de cerca del Zambeze.

—Las Cataratas del Niágara.

—Están cerca de Búffalo… Sirven para lunas de miel de recién casados.

—¿Dónde se encuentra el obelisco?

—El obelisco es lo que ustedes llaman jeroglíficos… En el Parque Central.

—¿Cuántos idiomas habla usted?

—Sesenta y ocho, sin contar los dialectos.

—¿Tiene un reloj cuya marcha se interrumpe a voluntad?

—No. Interrumpa su ristra de estupideces y tendrá un reloj que se interrumpe.

En este momento Mannheim parece que ya no quiere más. Da tres golpecitos con su anillo de sello y luego, en voz alta y clara, grita: —¡ORACIONES MATUTINAS!

Dicho esto, tira un pantalón de pijama y una chinela de baño.

—Mannheim, se está poniendo violento.

—Sí, pasa porque estoy loco. Soy ruin, ¿sabe?

—¿Cómo vamos a bailar esta noche si usted no tiene pantalón de pijama?

—No quiero más solemnidades… Hágame más preguntas… Usted está en un momento de lucidez.

—¿Qué me dice de las mujeres? ¿No se siente solo y triste ahí?

—No, las mujeres no son mi quebradero. Tengo otros dolores de cabeza.

—¿Por ejemplo?

—Pasar el tiempo.

—¿Adónde van a parar las horas que perdemos cada día?

—A la eternidad.

—¡Muy bien! ¡Cien por ciento!

—Déme 98… Con eso basta.

Ha empezado el concierto de la tarde. Hay una interrupción. A esta altura todos están completamente relajados. El violinista no se para más; se reclina sobre el banco, con los pies abiertos en una silla y toca sin mirar las notas. El pianista trabaja como el rayo. Estamos acercándonos a Plymouth y sólo habrá un concierto más hasta que los pasajeros desembarquen. Apenas el tiempo necesario para recibir una propina de los pasajeros salientes. Se derriban las barreras, todos se sienten felices.

Quebrando por fin el hielo de la rigidez, tengo ganas de invitar a los músicos a beber una copa. Al mismo tiempo, noto que tengo derecho a algo especial… si los invito a beber. Llamo al violinista y le pido que toque algo genuinamente holandés. Menea de lado a lado la cabeza. —No tocamos más —dice.

Un país sin música; yo no puedo concebir tal cosa. Toda esta katzenmusik que han estado endilgándonos proviene de Alemania, según me cuenta. Los holandeses sólo tienen música folklórica. Algo de eso oí anoche: un carpintero holandés tocaba villancicos holandeses. Era triste. Muy triste. Más triste todavía que la música navideña anglosajona. Una dama de sociedad de la primera clase bailó un zapateado en obsequio a nosotros. Calzaba zapatos de taco alto. También eso era triste. Lo único fue la pollera apretada que usaba; exponía su hermoso culo.

Esto lo escribo en el salón. Todos vienen a preguntar si he escrito algo acerca de ellos y qué ha sido. Especialmente la cantante de ópera. Es mitad española y mitad holandesa; de nacionalidad, rusa. Le gustaría que yo escribiese su biografía cuando deje de cantar, lo cual será dentro de unos tres años. Dice que anoche el cielo raso estaba muy bajo y tuvo miedo de las notas altas, no fuera que se cayese el techo. Había también una cantante francesa anoche; una patada en la barriga. Procuró cantar como una lechera. Quizás pertenezca a la Opéra Comique. De todos modos, acaba de preguntarme si diré algo de la canción de primavera que ha cantado. Se llamaba «Primavera»… del siglo decimosexto. Según me explica, todo estriba en no llevar el cántaro a la fuente demasiadas veces.

Desde donde estoy sentado puedo ver a Mannheim. Parece preocupado. Acaba de preguntar a alguien qué marca el barómetro. Además, se le han acabado los cigarrillos. El bar está cerrado, hasta las 3.30… porque es domingo. Los músicos están de pie cerca del bar esperando que abran. Han prometido beber una copa per cápita. Mannheim me está llamando mediante golpecitos, para que vaya a proseguir la conversación. Dice que soy la persona más simpática del buque. Además, afirma que soy inteligente.

El violinista acaba de preguntarme si me divertí en el viaje y contesté que sí. Y entonces preguntó: ¿CUÁNDO? ¿Has entendido, Mannheim?

Tengo que bajar a hacer pipí. Sería inútil que me sentase. Es mejor hacerlo explotar con dinamita cuando lleguemos a Boloña. ¡Ahora la calma de Scheveningen obra como un anestésico! Los aaarenques se retuercen en mi estómago, junto con las pommes rissolées y los budines Nesselrole. Esta noche a las siete llegaremos con los formularios en blanco de extranjería que a todos los pasajeros que descienden en Plymouth se pide que llenen por favor. (Advertencia especial para Mannheim: No llene el formulario. Vaya directamente a Rotterdam en destructor y preséntese al botones de la Reina. ¡O’Connell, por favor, aguarde un nuevo informe!)

Alguien me anuncia que Mannheim amenaza con acusarme judicialmente si lo menciono en un libro. Dice que tampoco quiere ser fotografiado…

Acabo de mantener una breve conversación con Mannheim. Me dijo: ¿Qué estaba haciendo ahí dentro? Escribiendo, contesté. No puede hacer eso, dijo él. Tiene que consultarme antes. Tengo que darle el título; de lo contrario pierde el tiempo. ¿Qué va a decir de mí? No sabe qué poner; no me ha consultado. Esta noche le presentaré al médico: él le dirá todo lo concerniente a mí. Con esto se hará famoso. Pero antes necesito ver qué escribe. Luego le haré sugestiones. Formaremos una sociedad anónima. Yo me quedaré con el 99 % y partiremos el resto por mitades. Tiene que trabajar más de prisa porque pronto estaremos en Plymouth. Espere un momento… Le diré lo que tiene que hacer… Debe enviarlo por cable. Es demasiado tarde para mandar el texto por correo. Tráigame las páginas y las telegrafiaré yo mismo. Supongo que usted espera sacar mucho dinero, ¿eh? Si sólo escribe por placer es inútil, pierde el tiempo. Es mejor que lo rompa. Además, si no me consulta no tiene inspiración. Asóciese conmigo y gane cien centavos por dólar. Consígame una manzana y algunos cigarrillos… marca Pirate. Hoy estoy nervioso… la Reina está esperándome… Ponga eso en su libro.

Esta noche en la mesa pregunté a Herr Speck cuánto piensa dar de propina al jefe de los mozos. Rápidamente respondió: un dólar y medio. ¿Y cuánto al mozo de cámara? Un dólar y cuarto. Dijo que el mozo de cámara no era tan bueno… se olvidó de anotar su nombre en la lista del baño dos veces. ¿Y qué pasa con el encargado del toilette? Le daré 35 centavos, dice Herr Speck. Nunca hizo nada por mí, salvo entregarme una toalla. Yo mencioné algo acerca de las barandillas de bronce. ¡Uf! refunfuña Herr Speck. Yo podría hacer pipí aunque no estuviesen lustradas. ¡Eso lo paga la compañía!

El celandés de mi izquierda va a visitar a sus tres hermanos; viven en partes distintas de Holanda. Como ellos tendrán que tomarse un día franco cuando él los vaya a visitar, ha decidido pagar a cada uno el jornal de un día conforme a la tarifa en vigor. Con eso estaremos a mano, dice.

Ahora todos están emocionados porque tenemos tierra a la vista. Dado que solamente es Inglaterra, a mí no me importa un pito. He visto tierras mejores.

Mannheim no tiene planes precisos. Sólo quiere empeorar para estar seguro de sus tres comidas por día y un lugar en que dormir.

Una gaviota acaba de soltar un poco de liga para atrapar pájaros, la cual cayó en el saco de una mujer. Es la lituana que tiene tres hijos bulliciosos. Dice que entablará pleito a la compañía, reclamándole un saco nuevo. Conoce sus derechos.

Acabo de mantener una breve charla con Mannheim…

—¿Por qué parte de Inglaterra estamos pasando?

—La parte meridional.

Ríe astutamente. Luego añade: —Dígame, ¿no estamos cerca de la Isla de Wright?

—Creo que sí.

—¿Y de la Isla de Man?

—Sí.

—¿Entonces dónde está la Isla de las Mujeres? ¡Ja, ja!

Le pregunto si no quiere darme su dirección futura en Holanda. —¡No hay nada que hacer! —grita.

—¿Entonces cómo haré para escribirle?

—No se preocupe —vocifera—. Tardo sólo minuto y medio en tomar la decisión… para siempre. Mándese un sobre estampillado y póngale encima algo de jugo de muñeca.

Vuelve a sonreír con astucia y sigue: —Escriba lo que escriba, será muy tarde. Yo soy el único que puede escribir el artículo para los diarios. Saqué patente.

Me tira una cigarrera en la cual hay una cáscara de naranja. —¡Para las golondrinas! —exclama—. Están volando hacia su país con Mada…

Vuelve a sonreír con astucia y sigue: —Están volando hacia su país con Madame Schumann-Heink. No se paga derecho por cáscaras de naranja. Pronto nos liberaremos de ustedes los locos. Seré el último en bajar a tierra. En el muelle habrá un carruaje especial esperándome. Voy a ver a la Reina… Se llama Aubergine. Está un poco chiflada también, tal como usted dice. Pero sus papeles están en orden. Por lo general viaja en primera clase, a menos que haga mucho calor.

El ministro de Kentucky está parado junto a la barandilla, rodeado por sus discípulos. Les señala la tierra, ¡como si ellos no pudieran verla solos! Les describe la naturaleza del suelo. Pronto volverá a hablar de cruceros, naves, ábsides. Algunos pasillos tienen anchura suficiente para que pasen treinta monjes de frente. Otros son más estrechos. Por encima del dintel están los impedimentos donde hay una claraboya. Se llama claraboya porque desde arriba puede verse claramente.

Ahora vamos a cruzarnos con un buque grande. ¡Salgan todos a proa para leer el nombre pintado en el casco!

Era el «Olive Bank», un velero cuyas velas tienen parches de colores. El profesor Went acaba de tomarle una instantánea. El profesor aún no ha cruzado una sola palabra con ninguna persona a bordo. Me pregunto si extremará la nota hasta el último extremo. Ya que es profesor, tal vez lo haga.

La cantante de ópera ha venido hace un momento para darme la noticia de la goleta de cuatro palos. ¡Ya lo anoté, señora! Ha llegado tarde.

Ahora, mientras nos aproximamos rápidamente a Plymouth, donde desembarcará el señor Schwartz, quiero agregar, para su información, que si su hermano me piratease el libro, no se olvide por favor de poner mi nombre en la portada y que no elija un idiota de medio traste para hacer las ilustraciones. No quiero llegar a la posteridad como escritor «pornográfico», ni siquiera en una edición pirateada. ¿Queda bien entendido, señor Schwartz?

Una nota especial para James Laughlin, cuarto descendiente de este nombre… Estimado Laughlin: Ocúpese, por favor, de que esta carta se imprima en un papel avitelado hermoso… no más de cincuenta ejemplares, numerados y firmados por el autor. Entregue la mitad de los derechos a Herr Mannheim, a/c. Reina Aubergine, Scheveningen. Dígale que emplee el dinero en comprar cigarrillos… marca Pirate. Si es posible, por dentro de la encuadernación salga un cordoncito de seda, para que parezca un programa de baile. Agregaré una Addenda y una Fe de Erratas cuando llegue a Boloña.

Y ahora, mi estimado Mannheim, una palabra de despedida para usted. No puede imaginar la tristeza que siento al separarnos. Usted ha sido en el buque la única persona por quien he sentido simpatía. Es una lástima que no encierren a los otros y a usted lo dejen en libertad. El mundo sería mucho más alegre y libre si a bordo hubiese gente como usted. Me gustaría tenerlo a mi lado en la mesa esta noche, con su saco de pijama únicamente, tal como está cuando telegrafía a Honolulu, Singapur, Manila y lugares del oriente. Me agradaría que bajase tal como está, con las esposas en torno a su «pulso», tal como llegó el día en que zarpamos. Me encantaría compartir con usted un arenque, de ser posible uno a rayas azules y blancas. ¿Están en orden todas sus cosas? ¿Se ha cepillado los dientes? ¡Hasta pronto, Mannheim, y que el Señor lo bendiga! ¡Qué pena que todos no podamos ir al manicomio! No dudo un solo instante que estaríamos mucho mejor…