NOVENTA Y UNO

Malone oyó los disparos en la planta superior y luego un zumbido, seguido por un intenso calor.

Comprendió al instante lo que había sucedido y salió corriendo de detrás de la silla, dirigiéndose precipitadamente hacia el pasillo abovedado en el mismo momento en que Cassiopeia se incorporaba.

Miró a su alrededor.

Las llamas descendían desde el segundo piso, rodeando la balaustrada de mármol y consumiendo las paredes. Los cristales de las altas ventanas exteriores se rompieron en mil pedazos a causa del violento asalto.

El suelo ardía.

Stephanie se protegió de las oleadas de calor que brotaron violentamente. En realidad, el robot no había explotado, más bien se había vaporizado en un destello que parecía casi atómico. Bajó el brazo y vio cómo el fuego se expandía en todas direcciones, como un tsunami: paredes, techo, incluso el suelo estaba ardiendo.

Quince metros más allá y aproximándose.

—Vamos —dijo ella.

Huyeron del torbellino de fuego que se aproximaba, corriendo tanto como les resultaba posible, pero las llamas ganaban terreno. Stephanie fue consciente del peligro. Ely había sido rociado con el líquido.

Echó la vista atrás.

Tres metros y acercándose.

La puerta de la habitación en la que habían desembocado al salir del pasaje secreto estaba abierta, justo delante. Lyndsey llegó el primero; Ely fue el siguiente.

Thorvaldsen y ella llegaron en el mismo momento en que el fuego estaba a punto de alcanzarlos.

—¡Está ahí arriba! —gritó Cassiopeia al ver el segundo piso en llamas, y gimió—: Ely.

Malone le rodeó el cuello con los brazos y le tapó la boca.

—No estamos solos —le susurró al oído—. Piensa. Hay más soldados, y también Zovastina y Viktor. Están aquí, puedes estar segura.

La soltó.

—Voy a por él —insistió ella—. Esos guardias debían de estar disparándoles a ellos. ¿A quién, si no?

—No tenemos modo de saberlo.

—Pero ¿dónde están? —inquirió, mirando el fuego.

Malone le hizo una seña y ambos se retiraron al vestíbulo. Oyó cómo el mobiliario se rompía y más cristales estallando en el piso de arriba. Afortunadamente las llamas no habían descendido por la escalera, como había ocurrido en el Museo Grecorromano. Pero una de las tortugas, como si sintiera el calor, apareció de pronto en el vestíbulo, lo que era un problema.

Si había explotado una, las otras también podían hacerlo en cualquier momento.

Zovastina oyó que alguien llamaba a Ely, pero también había percibido el calor causado por la desintegración del robot y el aroma del fuego griego al arder.

—Idiotas —susurró a sus soldados, allí donde estuvieran.

—Ha sido Vitt quien ha gritado —dijo Viktor.

—Encuentra a nuestros hombres. Yo daré con ella y con Malone.

Stephanie vio la puerta oculta, aún abierta, y los condujo a su interior, cerrándola rápidamente tras de sí.

—Gracias a Dios —dijo Lyndsey.

No se había acumulado humo en el pasaje secreto, pero Stephanie oía el fuego abriéndose camino a través de los muros.

Se retiraron en dirección a la escalera y corrieron hacia el nivel inferior.

Buscó la primera salida disponible y vio una puerta abierta justo enfrente. Thorvaldsen también la vio y salieron al comedor de la mansión.

Malone no podía responder a la pregunta de Cassiopeia acerca de dónde estaban Stephanie, Henrik y Ely. Él también estaba preocupado.

—Es hora de que te retires —le dijo Cassiopeia.

La hosquedad de la que la joven había hecho gala en Copenhague había regresado. Malone pensó que una dosis de realismo podría ayudar.

—Sólo tenemos tres balas.

—No, realmente no.

Se deslizó tras él, recuperó los rifles de asalto de los dos guardias muertos y comprobó su munición.

—Cargados —dijo, y le pasó uno—. Gracias por traerme hasta aquí, Cotton, pero soy yo quien tiene que hacer esto. —Hizo una pausa—. Yo sola.

Malone comprendió que sería inútil discutir con ella.

—Seguro que hay otro modo de subir ahí arriba —dijo Cassiopeia—. Y lo encontraré.

Estaba a punto de resignarse a seguirla cuando un movimiento a su izquierda lo puso en alerta y se volvió, con el arma preparada.

De pronto, Viktor apareció en el umbral.

Malone disparó una ráfaga de su AK-74 e instantáneamente buscó refugio en el vestíbulo. No podía ver si había alcanzado al hombre, pero mirando a su alrededor sí tuvo una cosa clara.

Cassiopeia se había marchado.

Stephanie oyó disparos en algún lugar de la planta baja. El comedor se extendía ante ella, formando un elaborado rectángulo de imponentes paredes, con grandes ventanas y techo abovedado. Una larga mesa con una docena de sillas dispuestas a cada lado presidía la estancia.

—Hemos de salir de aquí —dijo Thorvaldsen.

Lyndsey echó a correr, pero Ely le cortó el paso y arrojó al científico sobre la mesa, derribando al tiempo algunas sillas.

—Le he dicho que íbamos al laboratorio.

—Váyase al infierno.

Unos diez metros más allá, Cassiopeia apareció en la entrada. Estaba empapada, parecía cansada y llevaba un rifle. Stephanie vio cómo su amiga divisaba a Ely. Había corrido un gran riesgo al volar con Zovastina desde Venecia, pero su apuesta acababa de ser recompensada en ese mismo momento.

Ely también la vio y soltó a Lyndsey.

Pero detrás de ella apareció de pronto Irina Zovastina, quien apoyó el cañón de su arma contra la espalda de Cassiopeia.

Ely quedó paralizado.

Las ropas y el cabello de la ministra también estaban mojados. Por un momento, Stephanie pensó en desafiarla, pero esa idea se desvaneció cuando Viktor y tres soldados aparecieron y los encañonaron con sus fusiles.

—Bajen las armas —ordenó Zovastina—. Lentamente.

Stephanie fijó su mirada en Cassiopeia y negó con la cabeza, indicándole que no podía ganar esa batalla. Thorvaldsen fue el primero en seguir las instrucciones y dejó su arma sobre la mesa. Ella decidió hacer lo mismo.

—Lyndsey —dijo Zovastina—, es el momento de que vengas conmigo.

—De ninguna manera. —El hombre empezó a retroceder hacia donde se encontraba Stephanie—. No iré a ninguna parte con usted.

—No tenemos tiempo para esto —replicó Zovastina, e hizo una seña a uno de sus soldados, que corrió hacia Lyndsey, quien se estaba retirando en dirección a la entrada secreta, aún abierta.

Ely se movió como si se dispusiera a agarrar al científico, pero cuando el soldado llegó, empujó a Lyndsey hacia él y se deslizó por el pasadizo, cerrando la puerta tras de sí.

Stephanie oyó el sonido de las armas preparándose para disparar.

—¡No! —gritó Zovastina—. Dejad que se vaya. No lo necesito. Además, este lugar arderá hasta los cimientos.

Malone recorrió el laberinto de habitaciones, una tras otra. Cada corredor daba paso a otra habitación, y luego a otro corredor. No veía a nadie, pero el olor a quemado seguía llegándole desde las dependencias superiores. Casi todo el humo parecía provenir del tercer piso, pero el aire no tardaría mucho en ser irrespirable.

Tenía que encontrar a Cassiopeia.

¿Adónde había ido?

Cruzó una puerta que daba a lo que parecía ser un descomunal almacén. Miró al interior y percibió algo extraño. Parte del revestimiento inacabado de madera revelaba un pasaje secreto. Más allá, una hilera de bombillas arrojaba unos débiles rayos de luz mortecina.

Oyó pasos en el interior.

Asió el rifle y se apoyó junto a la maloliente pared, fuera del almacén.

Los acelerados pasos se acercaban.

Se preparó.

Alguien salió de la habitación.

Con una mano empujó al hombre contra la pared, apoyando el arma, con el dedo en el gatillo, contra su mandíbula. Unos fieros ojos azules lo contemplaron desde un rostro joven, apuesto, intrépido.

—¿Quién eres tú? —preguntó.

—Ely Lund.