A Vincenti le gustaba tener el control.
—Es usted una chica lista. Y, sin duda, quiere vivir. Pero ¿qué es lo que sabe de la vida?
No esperó a que Karyn Walde le contestara.
—La ciencia siempre nos ha enseñado que hay dos tipos de seres: las bacterias y los demás. ¿La diferencia? Las bacterias tienen el ADN libre, mientras que los demás seres tienen el ADN agrupado en un núcleo. En los años setenta un microbiólogo llamado Cari Woese descubrió un tercer tipo de forma de vida. Las llamó arqueas, un cruce entre las bacterias y los demás seres. Cuando las descubrió parecía que sólo vivían en los entornos más extremos: el mar Muerto, en manantiales de agua hirviendo, a muchos kilómetros por debajo del nivel del mar, en la Antártida, en pantanos casi carentes de oxígeno, y pensamos que ése era su hábitat natural. Pero en los últimos veinte años se han hallado arqueas en todas partes.
—¿Esas bacterias que encontró destruyen el virus?
—Y con saña. Y estoy hablando del VIH 1, del VIH 2, del VIS y de todas las cepas híbridas que he probado, incluida la más nueva, la del sureste asiático. Las bacterias tienen una membrana de proteínas que destruye las proteínas que mantienen vivo al virus. Atacan el virus del mismo modo que éste ataca las células de su huésped, y muy rápidamente. La única dificultad es conseguir que el sistema inmunológico del cuerpo no destruya las arqueas antes de que éstas puedan destruir el virus. —La señaló—. En personas como usted, cuyo sistema inmune prácticamente no existe, no es un problema, pues no hay suficientes glóbulos blancos como para destruir las bacterias invasoras. Pero allí donde el VIH acaba de establecerse, donde el sistema inmunológico es relativamente fuerte, los glóbulos blancos destruyen la bacteria antes de que acabe con el virus.
—¿Y ha encontrado un modo de evitarlo?
Vincenti asintió.
—En realidad, la bacteria soporta la digestión. Y así es como el viejo sanador se las arregló para suministrármelas, sólo que él pensaba que el remedio era la planta. No sólo mastiqué la planta, sino que también bebí el agua, de modo que si en algún momento yo fui portador del virus, se encargaron de él. La verdad es que me parece mejor administrar la dosis mediante una inyección. Así puedes controlar el porcentaje. En las infecciones tempranas de VIH, cuando el sistema inmunológico aún es fuerte, se necesitan más bacterias. En fases más avanzadas, como es su caso, cuando el recuento de linfocitos es casi cero, no se necesitan tantas.
—Por eso, en el ensayo clínico necesitaba usted a gente en distintas fases de la infección. Necesitaba saber qué dosis se requería.
—Chica lista.
—Así pues, quien escribió el informe que usted me leyó y pensó que era extraño que no le interesara la toxicidad estaba equivocado.
—Yo estaba obsesionado con la toxicidad. Debía saber cuántas bacterias se necesitarían para acabar con el virus en distintos estadios de una infección de VIH. Lo mejor es que las bacterias, por sí mismas, son inocuas; podría ingerir usted millones y no ocurriría nada.
—De modo que usó a aquellos iraquíes como cobayas.
Él asintió.
—Tenía que hacerlo para saber si las arqueas funcionaban. Ellos no lo sabían. Finalmente, adapté una cubierta para preservar la efectividad de las bacterias, lo que les da mayor tiempo para devorar al virus. Lo sorprendente es que ese caparazón, en último término, se deshace y el sistema inmunológico acaba absorbiendo las arqueas, como hace con cualquier otro invasor. Las depura. El virus desaparece y también las arqueas. No es deseable que haya demasiadas bacterias, pues eso sobrecarga el sistema inmunológico. Pero por encima de todo es una cura simple y totalmente efectiva de uno de los virus más mortíferos del mundo. Y todavía no he descubierto que tenga ningún efecto secundario.
Sabía que ella había sufrido, de primera mano, los estragos causados por los medicamentos que combatían los síntomas del VIH: erupciones, úlceras, fiebre, fatiga, náuseas, baja presión sanguínea, dolores de cabeza, insomnio…, todos ellos eran habituales.
Volvió a coger la jeringa.
—Esto la curará.
—Démelo —suplicó ella.
—Usted sabe que Zovastina podría haber hecho esto mismo. —Vio que la mentira surtía el efecto deseado—. Ella está al corriente.
—Estaba al corriente… Ella y esos gérmenes. Ha estado obsesionada con ellos durante años.
—Ella y yo trabajamos juntos; pero nunca le ofreció nada.
Negó con la cabeza.
—Nunca. Sólo venía y observaba cómo me moría.
—Tenía el control absoluto. No había nada que usted pudiera hacer. Entiendo que su ruptura, hace años, fue dolorosa. Se sintió traicionada. Cuando usted regresó pidiendo ayuda, se dio cuenta de que le daba la oportunidad perfecta para vengarse. La hubiera dejado morir. ¿Querría devolverle el favor?
Vincenti contempló cómo la mente de la mujer se enfrentaba al momento de la verdad, pero como había sospechado, hacía tiempo que su conciencia se había disuelto.
—Sólo quiero vivir. Si ése es el precio, lo pagaré.
—Va a ser usted la primera persona que se cure del sida.
—Y que consigue contarlo.
Él asintió.
—Tiene razón. Vamos a hacer historia.
Ella no parecía impresionada.
—Si su cura es tan sencilla, ¿por qué nadie ha podido robarla o copiarla?
—Sólo yo sé dónde se encuentran, en estado salvaje, estas arqueas concretas. Créame, hay muchos tipos, pero sólo éstas son efectivas.
Ella entornó los ojos.
—Sabemos por qué yo quiero este trato, pero ¿qué hay de usted?
—Son demasiadas preguntas por parte de una mujer que se está muriendo.
—Usted parece un hombre que quiere proporcionar respuestas.
—Zovastina es un obstáculo para mis planes.
—Cúreme y lo ayudaré a eliminar ese problema.
Vincenti no se fiaba de esa afirmación incondicional, pero mantener con vida a esa mujer tenía sentido. Canalizaría su ira. Primero había pensado que asesinar a Zovastina era la solución, y por eso había permitido al florentino tener carta blanca, pero había cambiado de opinión y había traicionado a su socio en la conspiración. Un asesinato sólo la hubiera convertido en una mártir. Hacerla sufrir, ésa era la mejor forma. Tenía enemigos, pero estaban asustados. Quizá pudiera infundirles un poco de coraje a través del alma amargada a la que estaba contemplando.
Ni la Liga ni él mismo estaban interesados en la conquista del mundo. Las guerras eran caras en muchos sentidos; quizá el más evidente era la pérdida de dinero y recursos nacionales. La Liga quería su nueva utopía tal como era, no como Zovastina quería que fuera. Para él, quería miles de millones en beneficios y saborear su fama como el hombre que había vencido el VIH. Louis Pasteur, Linus Pauling, Jonas Salk y, ahora, Enrico Vincenti.
Así que vació el contenido de la inyección en el gotero. —¿Cuánto va a tardar?— preguntó con voz expectante y una expresión vivaz.
—Dentro de unas pocas horas se sentirá mucho mejor.
Malone se sentó ante el ordenador y fue directamente a Google. Allí localizó las webs relacionadas con el griego clásico y finalmente abrió una página que ofrecía traducciones. Tecleó las seis letras —KAIMAS— y se sorprendió tanto por su pronunciación como por su significado.
—Klima. en griego —dijo—. «Cima» en inglés.
Encontró otro sitio que también ofrecía la traducción. Tecleó las mismas letras del alfabeto y recibió la misma respuesta.
Stephanie todavía sostenía la vela envuelta con la tira de oro.
—Ptolomeo se tomó muchas molestias para dejarnos esto —dijo Thorvaldsen—. La palabra debe de tener una gran importancia.
—¿Y qué pasará cuando lo descifremos? —quiso saber Malone—. ¿Cuál es el gran plan?
—El gran plan —dijo una voz nueva— es que Zovastina tiene intención de matar a millones de personas.
Todos se volvieron y vieron a Michener de pie en el umbral.
—Acabo de dejar a Viktor en la laguna. Le sorprendió mucho todo lo que sabía de él.
—Supongo que sí —convino Thorvaldsen.
—¿Se ha ido ya Zovastina? —preguntó Malone.
Michener asintió.
—Lo he comprobado. Han despegado hace un rato.
Malone quería saber más.
—¿Y cómo sabe Cassiopeia lo de Viktor? —Entonces cayó en la cuenta, y se encaró con Thorvaldsen—. La llamada. Fuera, en el muelle, cuando llegamos. Se lo dijiste entonces.
El danés asintió.
—Necesitaba esa información. Tuvimos suerte de que no lo matara en Torcello. Pero, por supuesto, entonces yo no sabía nada de esto.
—Más improvisación —dijo Malone dirigiendo su comentario a Davis.
—Lo asumo, pero funcionó.
—Y tres hombres han muerto.
Davis no dijo nada.
Quería saber.
—¿Y si Zovastina no hubiera insistido en llevarse a un rehén para asegurarse su huida al aeropuerto?
—Por suerte, eso no sucedió.
—Es usted un maldito temerario. —Malone estaba cada vez más irritado—. Si tienen a Viktor infiltrado, ¿por qué no saben si Ely Lund está vivo?
—Ese hecho no era importante hasta ayer, cuando ustedes tres se involucraron. Zovastina tenía un maestro, sólo que no sabíamos quién era. Tiene sentido que sea Lund. Una vez que lo supimos, necesitamos contactar con Viktor.
—Viktor dijo que Ely Lund estaba vivo. Pero probablemente ya no —apuntó Michener.
—Cassiopeia no tiene ni idea de lo que debe afrontar —repuso Malone—. Allí anda a ciegas.
—Fue ella misma quien dispuso todo esto —dijo Stephanie—, quizá esperando que Ely todavía esté vivo.
Malone no quería oír eso por varias razones, ninguna de las cuales quería afrontar de momento.
—Cotton —dijo Thorvaldsen—, preguntaste el porqué de todo esto. Más allá del obvio desastre que supone una guerra biológica, ¿qué pasa si esa sustancia es algún tipo de medicina natural? Los antiguos creían eso. Alejandro también. Los cronistas que escribieron los manuscritos también lo pensaban. ¿Y si hay algo ahí? No sabemos por qué, pero Zovastina lo quiere. Ely lo quería. Cassiopeia lo quiere.
Continuaba escéptico.
—Maldita sea, no sabemos nada.
Stephanie se acercó a él con la vela.
—Sabemos que este acertijo es real.
Tenía razón sobre ese punto, y había que admitirlo. Sentía curiosidad, una terrible curiosidad que siempre lo llevaba a tener problemas.
—Y sabemos que Naomi está muerta —añadió ella.
Volvió a observar el escualo. «Cima». ¿Acaso se refería a un lugar? Si era eso, debía de tratarse de una denominación que tendría sentido en tiempos de Ptolomeo. Sabía que Alejandro Magno había insistido en que su imperio fuera cartografiado cuidadosamente. La cartografía era entonces una técnica muy poco desarrollada, pero había visto reproducciones de los antiguos mapas. Así que decidió mirar qué había en la web. Veinte minutos de búsqueda no arrojaron ningún resultado que indicara que KAIMAH —«cima»— existiera.
—Debe de haber otra fuente —dijo Thorvaldsen—. Ely tenía un refugio en el Pamir. Una cabaña. Iba allí para trabajar y pensar. Cassiopeia me lo contó. Ahí guardaba sus libros y sus notas, una buena cantidad de información sobre Alejandro Magno. Ella dijo que había muchos mapas de esa época.
—Eso está en la Federación —señaló Malone—. Dudo mucho que Zovastina nos vaya a proporcionar un visado.
—¿A cuánto está de la frontera? —preguntó Davis.
—A unos cincuenta kilómetros.
—Podemos entrar a través de China. Están cooperando con nosotros en esto.
—¿Y qué es esto. —inquirió Malone—. Más aún, ¿por qué estamos metidos nosotros en esto. ¿Acaso no tienen ustedes la CIA y una multitud de agencias de inteligencia?
—La verdad, señor Malone, es que se implicó usted mismo, como Thorvaldsen y Stephanie. Públicamente, Zovastina es la única aliada que tenemos en la región, así que políticamente no podemos permitirnos desafiarla. Usando agentes ordinarios nos arriesgamos a exponernos. Pero como tenemos a Viktor infiltrado, que nos mantiene informados, conocemos casi todos sus movimientos. Pero esto se está complicando. Entiendo el dilema con Cassiopeia…
—La verdad es que no. Pero es por eso por lo que estoy aquí. Voy a ir a buscarla.
—Preferiría que fuera usted a la cabaña y comprobara qué hay allí.
—Ésa es la gran ventaja de estar retirado: puedo hacer lo que me dé la gana. —Malone se dirigió entonces a Thorvaldsen—. Stephanie y tú id a la cabaña.
—De acuerdo —dijo su amigo—. Cuida de ella.
Malone contempló a Thorvaldsen. El danés había ayudado a Cassiopeia y cooperaba con el presidente, implicándolos a todos. Pero a su amigo no le gustaba la idea de que Cassiopeia estuviera sola.
—Tienes un plan, ¿verdad? —dijo Thorvaldsen.
—Creo que sí.