CAPÍTULO 26

Para cuando Harley y Eddie encontraron el camino de vuelta hasta la cueva, dando traspiés por el bosque con las linternas y las herramientas, había anochecido, y habían tenido el viento en contra todo el rato. Incluso con el pasamontañas de lana negro calado entero sobre la cabeza, a Harley le escocía la cara como si se la hubieran abofeteado un millar de veces.

Eddie, ataviado de forma parecida, no había hecho más que dar la tabarra todo el rato.

En particular porque el botín había sido muy decepcionante.

En cuanto entraron tambaleándose en la cueva, más o menos la décima que probaban, Russell se puso de pie y gritó:

—Pero ¿qué leches…? ¿Me habéis dejado aquí?

Mientras trataba de volver a poner la lona en su sitio, Harley le había dicho que se callara, pero Russell estaba embalado.

—¿Dónde leches habéis estado? ¡Me despierto y estoy listo para irme, y vosotros, gilipollas, no estáis! ¿Adónde habéis ido? ¿Por qué no me despertasteis?

—Porque te cogiste una borrachera tan gorda anoche —contestó Harley, señalando unas cuantas latas de cerveza que brillaban al resplandor de la lámpara de gas— que no teníamos tiempo de que te despejaras.

—¿No teníais tiempo o no queríais compartir lo que pillarais? Habéis ido a cavar, ¿verdad? —Su mirada se dirigió a la pala y el pico que habían soltado en la entrada de la cueva—. ¿Qué habéis encontrado? ¿Ya ocultándome cosas?

—Sí —respondió Eddie, al tiempo que se dejaba caer por la pared hecho un cansado guiñapo—. Te ocultamos cosas.

Harley tiró la mochila, metió la mano dentro y lanzó un rosario de cristal al suelo.

—Eso es lo que hemos encontrado.

Russell lo recogió, miró las cuentas —por lo visto hasta él distinguía que prácticamente carecían de valor— y las tiró.

—¿Qué más?

—¿Qué más qué? —preguntó Eddie—. Tardamos horas sólo en sacar esa mierda.

—No te creo —contestó Russell, al tiempo que echaba mano a la mochila de Harley y la sacudía.

Fue cayendo una cascada de barritas energéticas PowerBar, caramelos de menta Tic Tac, protectores labiales Chapstick, preservativos Trojan y cosas por el estilo.

Harley sintió que su mal humor empezaba a aumentar —el día ya había sido bastante malo—, y estaba a punto de exigirle a Russell que volviera a meterlo todo en la mochila cuando se contuvo. Notó que Russell estaba al borde de perder los papeles del todo, y tal vez un poco borracho incluso ahora. También sabía lo que en realidad lo tenía fuera de sí, y no era la idea de que lo hubieran engañado. Era el tener que pasar el día solo, encerrado en esta cueva, preguntándose qué estaba ocurriendo y si él y Eddie pensaban volver siquiera o no. Russell jamás lo reconocería, Harley lo sabía de sobra, pero estaba teniendo un ataque de pánico.

Tras dos años en Spring Creek y varias estancias incomunicado allí, Russell había perdido el don para estar en soledad, o encerrado.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó Russell, cerniéndose sobre él, aunque seguía teniendo que inclinarse por lo bajo que era el techo de la cueva—. ¿Nos vamos?

—¿En qué? —contestó Eddie—. La última vez que miré, el Kodiak estaba en los escollos.

—Pues en el esquife.

—¿Con esta mar? —preguntó en tono desdeñoso Eddie.

—Pues entonces, ¿qué? ¿Vamos a cavar otra vez mañana?

Aquélla era la pregunta del millón a la que Harley había estado dándole vueltas todo el camino. Cuando él y Eddie rodearon la colonia al regresar, había visto las palas de la hélice del Sikorsky elevarse tras la empalizada, y había vislumbrado la blanquísima luz de unas bombillas eléctricas. Aquel tipo Slater y su grupo de la Guardia Costera estaban instalándose… Pero ¿para qué? Si ellos iban al cementerio, lo único que él podría hacer era esperar a que se fueran.

O bien, y esto se le había ocurrido a mitad del camino de vuelta, esperaría a ver si descubrían algo de valor, y luego se lo robaría una vez que lo tuvieran desenterrado. La Guardia Costera no pensaría que hubiera alguien más en la isla. A lo mejor, en consecuencia, no tomaban las precauciones de seguridad normales. Nunca se sabía.

—¿Qué vamos a comer? —preguntó Eddie, mientras revolvía en los víveres—. Vamos a hacer algo bien caliente.

—Claro —contestó Harley— y, ya puestos, ¿por qué no colgamos un cartel que diga que estamos aquí? ¿Por qué no hacemos una buena fogata, y humo, y quizá hasta atraemos unos animales al olor?

Eddie, bloqueado, se frotó las enmanopladas manos y esperó.

Harley se acercó lentamente a la caja de raciones enlatadas y les lanzó un par de latas a cada uno. Las que cogió para él decían BUEY STROGONOFF.

Rezongando, los otros dos se acomodaron en sus rincones y le metieron mano a la comida.

Harley tenía hambre también y, después de todo por lo que había pasado, hasta la porquería de las latas le supo genial. Así debía de ser como el ejército lo hacía. Metes a un tipo en una trinchera y se comerá cualquier cosa, y encima estará agradecido.

El rosario estaba junto a la pared, y Harley no pudo evitar revivir la decepción que había sentido cuando por fin hubieron roto la tapa del ataúd. A Eddie le había dado miedo meter la mano, de modo que de nuevo le había tocado a él sacar el maldito chisme. Esta vez había procurado no mirar la cara del cadáver; lo último que necesitaba era que lo persiguiera otro producto de su imaginación, como aquel tipo del abrigo de piel de foca. Había tanteado la parte superior del cuerpo, la cara y el cuello, y había revisado los dedos también por si llevaba anillos, pero esto fue lo único que pudo localizar o logró soltar. Ni siquiera la sarta de cuentas había salido fácilmente; era como si el cadáver luchara por quedarse con ella.

Cuando acabaron, Harley volvió a meter a empujones los fragmentos del ataúd en la tumba, y después tapó el agujero con tierra y nieve otra vez. Esperaba que nevara más durante la noche para ocultar bien su rastro.

Russell eructó e hizo saltar el tapón de otra cerveza. Harley empezaba a pensar que las tres cajas a lo mejor no iban a durar mucho, después de todo.

Desde luego, lo que era una cuestión sin resolver era cuánto tiempo duraría Russell. El tipo era una bomba en marcha desde que había vuelto de la cárcel, y Harley sólo quería asegurarse de estar bien lejos de la explosión cuando ésta sucediera.