Geneviéve Breerette: Usted publicó en Liberation del 20 de mayo [de 1996] una crónica titulada «El complot del arte», en la que repite que el arte contemporáneo es nulo, archinulo. ¿Qué obras, qué exposiciones, le inspiraron ese discurso?
Jean Baudrillard: Todo el malentendido —que por otra parte no pretendo disimular— reside en que el arte, en el fondo, no es mi problema. Yo no apunto al arte ni personalmente a los artistas. El arte me interesa en tanto objeto y desde un punto de vista antropológico; me interesa el objeto, antes que cualquier promoción de su valor estético y de lo que ocurra con él después. Tenemos casi la suerte de vivir en una época en la que el valor estético —como los otros valores, por lo demás— anda alicaído. Es una situación original.
No pretendo enterrar al arte. Si menciono la muerte de lo real, eso no quiere decir que esta mesa no exista más: sería una estupidez. Pero, qué voy a hacerle, siempre se lo toma así. ¿Qué sucede cuando ya no se cuenta con un sistema de representación para figurarse esta mesa? ¿Qué sucede cuando ya no se cuenta con el sistema de valores apto para el juicio o el placer estéticos? El arte no tiene el privilegio de ahorrarse esta provocación, esta curiosidad. Sin embargo, habría que ayudarlo, porque es el que más pretende escapar a la banalidad y tiene el monopolio de una especie de condición sublime, de valor trascendente. Yo esto lo discuto de veras. Quiero decir que debería poder sometérselo al mismo juicio que a todo el resto.
G. B.: ¿Qué es el arte para usted?
J. B.: El arte es una forma. Una forma es algo que no tiene exactamente historia. Pero tiene un destino. Ha habido un destino del arte. Hoy, el arte ha caído en el valor, y por desgracia, en un momento en que los valores están seriamente lastimados. Valores: valor estético, valor mercantil… Se trata de valor, una cosa que se negocia, que se comercia, que se intercambia. Las formas como tales no se intercambian por alguna otra cosa: se intercambian entre ellas, y la ilusión estética tiene ese precio. Por ejemplo, en la abstracción, en el momento de deconstrucción del objeto, deconstrucción del mundo y de lo real, que se intercambie simbólicamente el objeto en sí mismo es todavía una manera de actuar. Pero después se volvió, un procedimiento simplemente seudoanalítico de descomposición de lo real, y no ya de deconstrucción. Hay algo que cayó en el olvido, quizá por simple efecto de repetición.
G. B.: ¿Vio la exposición de «Lo informe» en el Centro Pompidou, que trata este problema con obras soberbias?
J. B.: No. El arte puede tener también una enorme potencia de ilusión. Pero la gran ilusión estética se convirtió en una desilusión: desilusión analítica concertada, que puede ser practicada de una manera genial; ese no es el problema, sino que al cabo de un momento ella gira en el vacío. El arte puede convertirse en una especie de testigo sociológico, o sociohistórico, o político. Se transforma en una función, en una suerte de espejo de lo que ocurrió efectivamente en el mundo, de lo que va a ocurrir, incluyendo las iniciativas virtuales. Tal vez se llega más lejos en la verdad del mundo y del objeto. Pero el arte nunca fue, por supuesto, asunto de verdad, sino de ilusión.
G. B.: ¿No le parece que algunos artistas salen, sin embargo, airosos?
J. B.: Podría decir que salen demasiado airosos…
G. B.: ¿Cree que este es el momento de decirlo?
J. B.: Yo no me ocupo de la miseria del mundo. No quiero ser cínico, pero no vamos a tratar de proteger al arte. Cuanto más proteccionismo cultural se hace, más grandes son los desechos, más falsos logros hay, más falsas promociones. Entramos en el territorio publicitario de la cultura…
Francamente, lo que me choca son las pretensiones del arte. Y es difícil escapar de eso porque la cuestión no surgió así como así. Se hizo del arte algo pretencioso en su intención de trascender el mundo, de dar a las cosas una forma excepcional, sublime. Se convirtió en un argumento de poder mental.
El arte y el discurso sobre el arte ejercen un chantaje mental considerable. No quisiera que se me haga decir que el arte está terminado, muerto. No es verdad. El arte no muere porque no haya más arte: muere porque hay demasiado. Lo que me desespera es el exceso de realidad, y el exceso de arte cuando se lo impone como realidad.