El complot del arte

El texto de Jean Baudrillard titulado «El complot del arte» se publicó el 20 de mayo de 1996 en el periódico Libération, y fue objeto de múltiples traducciones en todo el mundo. En Francia generó reacciones bastante violentas, lo que dio lugar a respuestas muchas veces epidérmicas. Nuestra época se caracteriza por olvidar (o por silenciar, tras un ruidoso cuchicheo…), sobre todo, las crónicas de los diarios, pero una de las razones que justifican la edición es registrar los textos importantes, y pensamos que este lo es. El texto se reproduce in extenso en las páginas impares. En las páginas pares insertamos algunos fragmentos a modo de epígrafes, confiando en facilitar así la lectura y ofrecer un acercamiento más sencillo a las ideas contenidas en este libelo —ya que así es preciso llamarlo[1].

Los editores

Sens&Tonka

«Toda la duplicidad del arte contemporáneo consiste en esto: en reivindicar la nulidad, la insignificancia, el sinsentido. Se es nulo, y se busca la nulidad; se es insignificante, y se busca el sinsentido. Aspirar a la superficialidad en términos superficiales».

«El arte ha perdido el deseo de ilusión, a cambio de elevar todas las cosas a la banalidad estética, y se ha vuelto transestético».

Si en la pornografía circundante se ha perdido la ilusión del deseo, en el arte contemporáneo se ha perdido el deseo de ilusión. En el porno no queda nada que desear. Después de la orgía y de la liberación de todos los deseos, hemos pasado a lo transexual, en el sentido de una transparencia del sexo en signos e imágenes que le quitan todo su secreto y toda su ambigüedad. Transexual, en el sentido de que esto ya no tiene nada que ver con la ilusión del deseo, sino con la hiperrealidad de la imagen.

Así sucede con el arte, que ha perdido también el deseo de ilusión, a cambio de elevar todas las cosas a la banalidad estética, y se ha vuelto transestético. En lo que concierne al arte, la orgía de la modernidad ha consistido en deconstruir alegremente el objeto y la representación. Durante este período, la ilusión estética es aún muy poderosa, como poderosa es, para el sexo, la ilusión del deseo.

«Porque la pornografía está virtualmente en todas partes, porque la esencia de lo pornográfico se ha transmitido a todas las técnicas de lo visual y lo televisual».

A la energía de la diferencia sexual, que se transmite a todas las figuras del deseo, corresponde en el arte la energía de disociar la realidad (cubismo, abstracción, expresionismo), pero tanto una como la otra corresponden al propósito de forzar el secreto del deseo y el secreto del objeto. Ello, hasta hacer desaparecer estas dos sólidas configuraciones —la escena del deseo y la escena de la ilusión— a cambio de la misma obscenidad transexual, transestética: obscenidad de la visibilidad, de la transparencia inexorable de todas las cosas. De hecho, ya no hay pornografía localizable como tal, porque la pornografía está virtualmente en todas partes, porque la esencia de lo pornográfico se ha transmitido a todas las técnicas de lo visual y lo televisual.

Pero tal vez no hagamos, en el fondo, otra cosa que apostar a la comedia del arte, del mismo modo en que otras sociedades apostaron a la comedia de la ideología, del mismo modo en que la sociedad italiana, por ejemplo (aunque no es la única), apuesta a la comedia del poder, o como nosotros apostamos a la comedia del porno en la publicidad obscena de las imágenes del cuerpo femenino.

«Como nosotros apostamos a la comedia del porno en la publicidad obscena de las imágenes del cuerpo femenino. De striptease perpetuo, si estos fantasmas a sexo abierto, si este chantaje sexual fueran verdad, sería realmente insoportable».

De striptease perpetuo, si estos fantasmas a sexo abierto, si este chantaje sexual fueran verdad, sería realmente insoportable. Pero, por suerte, todo esto es demasiado evidente para ser cierto. La transparencia es demasiado bella para ser verdadera. En cuanto al arte, es demasiado superficial para ser verdaderamente nulo. Por debajo tiene que haber un misterio. Como en la anamorfosis: tiene que haber un ángulo desde el cual todo ese derroche inútil de sexo y signos cobre todo su sentido, pero por ahora no podemos más que vivirlo con irónica indiferencia.

Hay en esta irrealidad del porno, en esta insignificancia del arte, un enigma en negativo, un misterio entre líneas, ¿quién sabe? ¿Forma irónica de nuestro destino? Si todo se vuelve demasiado evidente como para ser verdad, tal vez quede alguna posibilidad para la ilusión.

«El arte (moderno) ha podido formar parte de la parte maldita, al ser una suerte de alternativa dramática de la realidad y traducir la irrupción de la irrealidad en la realidad».

¿Qué es lo que se mantiene agazapado tras ese mundo falsamente transparente? ¿Otra clase de inteligencia, o una lobotomía definitiva? El arte (moderno) ha podido formar parte de la parte maldita, al ser una suerte de alternativa dramática de la realidad y traducir la irrupción de la irrealidad en la realidad. Pero ¿qué puede significar todavía el arte en un mundo hiperrealista por anticipado, cool, transparente, publicitario? ¿Qué puede significar el porno en un mundo pornografiado de antemano? Como no sea lanzarnos un último guiño paradójico, el de la realidad riéndose de sí misma bajo su forma más hiperrealista, el del sexo riéndose de sí mismo bajo su forma más exhibicionista, el del arte riéndose de sí mismo y de su propia desaparición bajo su forma más artificial: la ironía. De todas maneras, la dictadura de las imágenes es una dictadura irónica. Pero esta ironía ya no forma parte de la parte maldita; forma parte del delito de iniciados[2], de esa complicidad oculta y vergonzosa que liga al artista orlado por su aura irrisoria a unas masas entontecidas e incrédulas.

«Un último guiño paradójico, el de la realidad riéndose de sí misma bajo su forma más hiperrealista, el del sexo riéndose de sí mismo bajo su forma más exhibicionista, el del arte riéndose de sí mismo y de su propia desaparición bajo su forma más artificial: la ironía».

La ironía también forma parte del complot del arte.

El arte que apostaba a su propia desaparición y a la desaparición de su objeto era todavía una gran obra. Pero ¿y el arte que apuesta a reciclarse indefinidamente apoderándose de la realidad? Pues bien, en amplia medida, el arte contemporáneo se dedica precisamente a esto: a apropiarse de la banalidad, del desecho, de la mediocridad, como valor y como ideología. En las innumerables instalaciones y performances no hay más que un juego de compromiso con el estado de las cosas, al mismo tiempo que con todas las formas pasadas de la historia del arte. Una confesión de originalidad, banalidad y nulidad elevada al rango de valor y hasta de goce estético perverso.

«Se aspira a la nulidad: “¡Soy nulo, soy nulo!”. Y se lo es de veras».

Por supuesto, toda esta mediocridad pretende sublimarse pasando al nivel segundo e irónico del arte. Pero la cosa resulta tan nula e insignificante en el nivel segundo como en el primero. El pasaje al nivel estético no salva nada, todo lo contrario: es mediocridad a la segunda potencia. Se aspira a la nulidad: «¡Soy nulo, soy nulo!». Y se lo es de veras.

Toda la duplicidad del arte contemporáneo consiste en esto: en reivindicar la nulidad, la insignificancia, el sinsentido. Se es nulo, y se busca la nulidad; se es insignificante, y se busca el sinsentido. Aspirar a la superficialidad en términos superficiales. Ahora bien, la nulidad es una cualidad secreta que no cualquiera podría reivindicar. La insignificancia —la verdadera, el desafío, el desafío victorioso al sentido, la indigencia del sentido, el arte de la desaparición del sentido— es una cualidad excepcional de algunas raras obras que jamás aspiran a ella. Hay una forma iniciática de la Bagatela, o una forma iniciática del Mal. Y también están el delito de iniciados, los falsarios de la nulidad, el esnobismo de la nulidad, de todos aquellos que prostituyen la Bagatela por el valor, que prostituyen el Mal por fines útiles. No hay que dejar el campo libre a los falsarios.

«Están el delito de iniciados, los falsarios de la nulidad, el esnobismo de la nulidad, de todos aquellos que prostituyen la Bagatela por el valor, que prostituyen el Mal por fines útiles. No hay que dejar el campo libre a los falsarios».

Cuando la Bagatela aflora en los signos, cuando la Nada emerge en el corazón mismo del sistema de signos: he aquí el acontecimiento fundamental del arte. Hacer surgir la Bagatela de la potencia del signo —no la banalidad o la indiferencia de lo real, sino la ilusión radical— es propiamente la operación poética. Warhol es verdaderamente nulo, en el sentido de que reintroduce la nada en el corazón de la imagen. Warhol hace de la nulidad y de la insignificancia un acontecimiento que él transforma en una estrategia fatal de la imagen.

Los otros no tienen más que una estrategia comercial de la nulidad, a la cual dan una forma publicitaria: la forma sentimental de la mercancía, como decía Baudelaire. Se esconden detrás de su propia nulidad y de las metástasis del discurso sobre el arte, generosamente dedicado a hacer valer esa nulidad como valor (hasta en el mercado del arte, como salta a la vista).

«Cuando la Bagatela aflora en los signos, cuando la Nada emerge en el corazón mismo del sistema de signos: he aquí el acontecimiento fundamental del arte. Hacer surgir la Bagatela de la potencia del signo […] es propiamente la operación poética».

En un sentido, esto es peor que nada, puesto que no significa nada y sin embargo existe, procurándose todas las buenas razones para existir. Esta paranoia cómplice del arte hace que ya no haya juicio crítico posible, solo un reparto amistoso —necesariamente de comensales— de la nulidad. Tales son el complot del arte y su escena primitiva, relevada por todos los vernissages, encuentros, exposiciones, restauraciones, colecciones, donaciones y especulaciones, y que no puede desanudarse en ningún universo conocido, pues, tras la mistificación de las imágenes, se ha puesto a resguardo del pensamiento.

La otra vertiente de esta duplicidad es forzar a la gente, fanfarroneando con la nulidad, a que, por el contrario, dé importancia y crédito a todo eso con el pretexto de que no puede ser que sea tan nulo y de que en este asunto debe de haber gato encerrado. El arte contemporáneo apuesta a esa incertidumbre, a la imposibilidad de un juicio de valor estético fundado, y especula con la culpa de los que no lo entienden, o no entendieron que no había nada que entender.

«El arte contemporáneo apuesta a esa incertidumbre, a la imposibilidad de un juicio de valor estético fundado, y especula con la culpa de los que no lo entienden, o no entendieron que no había nada que entender».

También aquí, delito de iniciados. Pero, en el fondo, también podemos pensar que esas personas a las cuales el arte respeta lo han entendido todo, pues con su estupefacción dan testimonio de una inteligencia intuitiva: la de ser víctimas de un abuso de poder, la de que se les esconden las reglas del juego y están siendo engañadas. Dicho de otra manera, el arte ha entrado (no solo desde el punto de vista financiero del mercado del arte, sino hasta en la gestión de los valores estéticos) en el proceso general del delito de iniciados. Y no está solo en eso: la política, la economía, la información, gozan de la misma complicidad y de la misma resignación irónica de los «consumidores».

«Nuestra admiración por la pintura es consecuencia de un largo proceso de adaptación que se desarrolló durante siglos, y por razones que muy a menudo no tienen nada que ver con el arte ni con el espíritu. La pintura ha creado a su receptor. En el fondo, es una relación convencional». (Gombrowicz a Dubuffet).

«La única pregunta es esta: ¿cómo puede una máquina semejante seguir funcionando en medio de la desilusión crítica y del frenesí comercial?».

La única pregunta es esta: ¿cómo puede una máquina semejante seguir funcionando en medio de la desilusión crítica y del frenesí comercial? Si la respuesta es que puede, ¿cuánto tiempo va a durar este ilusionismo: cien años, doscientos? ¿Tendrá derecho el arte a una existencia segunda, interminable, semejante en ello a los servicios secretos, que, como se sabe, hace ya mucho tiempo que no tienen secretos que robar o intercambiar, pero siguen floreciendo en plena superstición de su utilidad y dando pasto a la crónica mitológica?