Poggio al Cerro, cota 421. Podría parecer cualquier colina perdida en medio de la campiña toscana, una de tantas, pero no es así. Si he escrito este libro lo debo principalmente a las enseñanzas que he extraído durante mi permanencia en aquella colina en 1988, cuando estaba destinado en el entonces 2.° Batallón de Paracaidistas Tarquinia. Ganar la cota 421 significa para un fusilero paracaidista haberlo conseguido, porque esa cumbre se alcanza solo después de un duro adiestramiento que no todos superan.
Poggio al Cerro, lejos de todo, aislado del mundo; muchachos jóvenes, despreocupados y rebeldes eran adiestrados para obedecer, para soportar la fatiga física y, peor aún, la psicológica. Allí, con cualquier condición meteorológica y a cualquier hora, se reptaba, se corría y se preparaban los asaltos de escuadra y de pelotón.
Fue en Poggio al Cerro donde conocí al subteniente Emilio Bertocchi, aquel que en la jerga militar es definido como squad leader, aquel que sabe motivar y conducir al grupo, aquel que empieza las maniobras donde los demás las terminan. Hay mucho de su modo decidido de afrontar las adversidades en las páginas de este libro, por lo que no puedo por menos que agradecer a ese combatiente que supo transmitirme, como oficial primero y como persona después, su sentido del deber y del honor. Me siento orgulloso de haber servido a las órdenes de este hombre, que en este momento, mientras escribo estas líneas, continúa desarrollando un trabajo impecable en Afganistán con nuestros muchachos.
Otra figura carismática que ha seguido este trabajo desde las primeras líneas es Andrea Giannetti, querido amigo, además de gran apasionado de la historia militar, quien ha conseguido que mi entusiasmo no decayera durante mi viaje en el tiempo hasta Atuatuca.
A él se añade Giovanni Saladino, la persona que dio el primer impulso a este manuscrito, transformándolo en un libro. Sin él, este trabajo habría permanecido en un archivo con el título provisional de «Lo intento», guardado quién sabe dónde en mi ordenador.
También hay dos figuras que me han influido particularmente y sostenido en los últimos años. Estoy hablando de Marco Lucchetti y Cesare Rusalen, ambos profundos conocedores de la historia de Roma. Saber que mi escrito ha tocado el ánimo de semejantes expertos me ha conmovido profundamente y me ha dado fuerzas para seguir adelante. Marco, propietario de una firma de figurines históricos, se ha convertido en mi asesor personal y me ha prestado una grandísima ayuda como corrector de pruebas, haciendo aún más atractivos los textos del libro. Cesare es quien ha permitido, gracias a su constancia, que este no fuera un escrito para unos pocos amigos íntimos, circunscrito a un reducido círculo de apasionados.
En resumen, si estáis leyendo La legión de los inmortales es precisamente gracias a Cesare Rusalen.