Uchdryd
—Creía haberlo visto todo en mi vida, pero debo admitir que me faltaba un ser semejante. Tal vez haya visto algo similar más allá del Rin, pero te aseguro que los germanos eran mucho más limpios que él. ¿Cómo has dicho que se llama?
—Uchdryd. Venga, no lo mires así, Romano, en el fondo no está mal, y además es nuestro salvoconducto en estas tierras pobladas por sus semejantes.
—No me fío mucho de este «salvoconducto». Si no fuera porque lo veo lleno de aguardiente, organizaría turnos de guardia esta noche, pero dadas las condiciones en que está, me limitaré a atarlo en cuanto se duerma.
Breno sonrió sarcásticamente.
—Deja de mirarlo con asco, no vaya a ponerse nervioso. Y no te dejes impresionar por su aspecto, seguro que es un buen hombre.
—¿Cómo puedo saberlo? No ha abierto la boca en todo el día más que para beber y comer.
—¿Ves? En eso se te parece. Solo que es un poco tímido.
Nos miramos y estallamos a reír, mientras Nasua echaba otro leño al fuego y controlaba los espetones con las salchichas. Mientras tanto, el britano se había recostado sobre la hierba húmeda, masticando ruidosamente algo que había cogido de una alforja atada a la silla. En la otra mano sostenía la inseparable cantimplora de aguardiente.
—¿Cuánto falta para la aldea? ¿Qué dice nuestro «guía», si se le puede definir así?
—El propietario de los caballos me ha hablado de un día y medio de viaje a caballo; mañana deberíamos llegar a destino.
Breno hizo una pausa y me miró.
—Casi estamos. ¿No te alegras, amigo?
—Quisiera poder decir que sí, aunque en realidad estoy tenso como la cuerda de un arco. No sé qué encontraré allí.
El mercader hizo una mueca que quería ser una sonrisa de circunstancias, sin apartar la mirada de las brasas que estaba removiendo con una rama.
—Me parece extraño que lo digas tú; por lo que me cuentas has vivido experiencias mucho más difíciles. ¿Crees quizá que Gwynith… en resumen, que no te haya esperado?
—Más bien confío en que sea así. No es importante que ella me haya esperado, al contrario, lo importante es que finalmente haya vivido con felicidad, que haya rehecho su vida, haya tenido un buen marido, una familia.
—¿Tú te alegrarías?
Asentí.
—No te entiendo, Lucio, ¿por qué ibas a desear que esa mujer rehiciera su vida y fuera feliz lejos de ti?
—¿Cómo me has llamado? —dije con una sonrisa.
Breno frunció los labios, luego con una mueca sacudió la cabeza:
—Vamos; te brillan los ojos cada vez que mencionas su nombre y, sin embargo, los hechos de los que me estás hablando sucedieron hace muchos años. Esa mujer te dejó una profunda huella. No sé qué te empujaría lejos de ella, en su momento, pero sé que ahora todo lo que quieres es verla otra vez.
Nasua nos ofreció las salchichas humeantes, que eran excelentes.
—Adelante, baja esa máscara de actor consumado y dime por qué Lucio envió a Gwynith a Britania.
—Todo guarda relación con lo ocurrido aquella noche —respondí, mirando el fuego—, o mejor dicho, al día siguiente. Un día tan largo como una vida. No, no una, sino nueve mil vidas.