6

Bo no estaba convencido en un cien por cien de los planes para aquel día, aunque normalmente siempre estaba dispuesto a hacer de acompañante. Ahora su colega Brad era oficialmente pareja de Cammie y, como aún era muy reciente, de momento todos estaban contentos. Para compartir su alegría, la nueva pareja preparo una doble cita. A Bo le parecía bien, lo que le preocupaba es que fuera para todo el día y hasta bien entrada la noche.

Todo un compromiso, en opinión de Bo.

¿Y si él y la amiga de Cammie no se gustaban? Podía pasar. Se suponía que era guapa, pero esa era la opinión de Cammie, y no se puede confiar en la opinión de la novia de un amigo.

Incluso si era como Claudia Schiffer, a lo mejor hablaba sin parar, o no dejaba de echar risitas estúpidas. No soportaba a las chicas que estaban con las risitas constantemente. O a lo mejor no tenía sentido del humor. Sí, prefería a una que no dejara de reírse a una que fuera demasiado seria, de esas que van de salvadoras del mundo.

Además, aún estaba colgado de la chica que había visto solo unos segundos y cuyo nombre no conocía.

Era ridículo pero ¿qué podía hacer?

Bo sabía que aquello era uno de los métodos de Brad para traerlo de vuelta al mundo real. Una chica guapa —al menos eso querían venderle— y un día en grupo en el puerto de Baltimore. Ir al acuario, pasear, escuchar algo de música, comer marisco. Reír un poco. «Ponte en situación», se ordenó a sí mismo mientras, seguía las indicaciones de Cammie.

Ella y Brad se habían instalado en el asiento de atrás de su coche, seguramente para poder hacer manitas.

Entró en el aparcamiento y esperó mientras sus pasajeros terminaban su última sesión de besuqueo.

—Podemos subir todos —Cammie se separó de Brad, cogió su bolso—. ¡Será divertido! Hace un día genial.

En eso tenía razón, pensó Bo. Cielo azul, nubes algodonosas, un sol deslumbrante. Mejor salir a distraerse que quedarse en casa comiéndose el tarro por una fantasía o haciendo el tonto en el taller de su jefe.

Lo que él quería era tener su propio taller. Cuando tuviera suficiente dinero para alquilar una casa —o, más fantasías, comprarse una casa—, entonces tendría su propio taller. Un bonito y pequeño cobertizo que equiparía con mesas de trabajo y herramientas eléctricas. Y hasta puede que montara su propio negocio.

Entraron en el edificio de apartamentos, que a él le pareció exactamente igual que los otros edificios de apartamentos que había fuera del campus. Y que era justamente la clase de sitio que quería olvidar. Lo que tenía que hacer era convencer a Brad para que compraran una casa a medias y la rehabilitaran.

—Vive aquí, en el primer piso. —Cammie fue hasta una puerta y llamó con los nudillos—. De verdad, Bo, Mandy te gustará. Es muy divertida.

La amplia sonrisa de Cammie le recordó a Bo porque no le gustaba que otros le arreglaran una cita. Ahora, si la chica no le gustaba, tendría que fingir que sí. Porque, si no, Cammie se lo echaría en cara a Brad y luego Brad se lo echaría en cara a él.

Pero parte de sus preocupaciones desaparecieron cuando una pelirroja menuda, con unos grandes ojos azules y curvas bellamente enfundadas en unos tejanos y una camiseta gris ceñida, abrió la puerta.

Tan bellamente enfundadas que decidió guardarse su opinión sobre el piercing de la ceja.

—Eh, Mandy. Ya conoces a Brad.

—Sí. Hola, Brad.

Bo percibió un leve ceceo… muy sexy.

—Y este es Bo. Bowen Goodnight.

—Hola, Bo. Cojo mi bolso y nos vamos. La casa está hecha un desastre, así es que mejor que no entréis. —Lo dijo riendo, y los hizo retroceder—. Mi compañera de piso se fue ayer a pasar un fin de semana salvaje en Oklahoma City y lo puso todo patas arriba buscando unas sandalias, que encima encontré yo cuando ya se había ido. No pienso recoger nada. Que lo haga ella.

Cogió su bolso y una gorra de los Orioles, sin dejar de hablar ni un segundo, aunque resultaba divertida y alegre.

Ah, béisbol, pensó Bo. Entonces había esperanza.

La chica salió, cerró la puerta y le dedicó a Bo una sonrisa fugaz y afable.

—Llevo una cámara —dijo dando unos toquecitos en el abultado bolso—. Soy un poco pesada con las fotos. Lo aviso.

—Mandy es muy buena fotógrafa —terció Cammie—. Trabaja como ayudante en el Baltimore Sun.

—Un montón de horas, sin cobrar. Pero me encanta. ¡Eh, míralo!

Antes de que Bo pudiera decir nada, la chica se había girado para mirar a un chico que bajaba por las escaleras. Iba vestido con traje y corbata, y parecía algo nervioso.

—Qué peripuesto —dijo ella con una risita—. Estás muy guapo.

—Voy a una boda. —Se llevó una mano al nudo de su corbata a rayas y tiró—. ¿Me la he puesto bien?

—Cammie, Brad, Bo, este es Josh. El vecino de arriba, estudiante y anudador aficionado de corbatas. Deja, yo te la arreglo. ¿Quién se casa?

—La hermana de mi novia. Voy a conocer a toda su familia. Estoy un poco nervioso.

—Ohhh. —Le arregló la corbata, le dio una palmadita en la solapa—. Bueno, perfecto. Y no te preocupes, cielo, en las bodas la gente o se pasa el rato llorando o se emborracha.

—La mayoría son italianos.

—Entonces harán las dos cosas. Las bodas italianas son muy divertidas. Tú limítate a alzar el vaso y dices, ¿cómo era?, salute!

Salute. Vale, lo recordaré. Bueno, encantado de conoceros. Adiós.

—Es un encanto —dijo Mandy cuando Josh se fue—. Lleva casi todo el curso colgado de esa chica de la clase de literatura. Parece que por fin la cosa funciona. Bueno. —Se ajustó la gorra—. Vamos a ver a alguno de esos pescados.

Bella lo había organizado todo a la perfección y, en opinión de Reena, había conseguido lo que quería. Hacía un día increíble, el azul y dorado balsámicos de principios del verano, las flores llamativas y delicadas, la baja humedad.

Parecía una princesa, todos lo decían, con su vestido blanco y vaporoso, los cabellos dorados bajo el velo. El ramo era una creación espectacular con rosas rosas y azucenas enanas.

La iglesia estaba decorada con canastillas blancas con las flores que ella había elegido. Había rechazado el tradicional órgano en favor de un arpa, flautas, violonchelo y violín. Reena tuvo que admitir que sonaba maravillosamente.

Y tenía clase.

Se acabaron las cortinas de blonda y los ramos hechos con kleenex, pensó Reena sintiendo que los ojos le escocían y que se le hacía en la garganta un nudo. Isabella Hale avanzó por el pasillo de la iglesia de Saint Leo del brazo de su padre, como una reina. Con una cola que parecía un río blanco a su espalda, expresión radiante y los diamantes destellando en sus orejas.

«Ha conseguido todo lo que quería», pensó Reena, mientras a su lado Vince —elegante y guapo con su chaqué— parecía totalmente deslumbrado.

Sus ojos, profundos y oscuros, no se apartaban del rostro de Bella. Los de su padre se humedecieron cuando levantó con delicadeza el velo de la novia y la besó en la mejilla, y luego, cuando el cura preguntó quién entregaba a aquella mujer, contestó con ternura:

—Su madre y yo.

Por una vez Bella no lloró, permaneció con los ojos secos y expresión radiante durante toda la misa y la ceremonia. Con ojos como luceros y una voz nítida como una campana.

«Porque sabe que esto es exactamente lo que quiere —pensó Reena—. Lo que siempre ha querido. Y sabe que hoy es el centro del universo y todos los ojos están puestos en ella».

Ya no importaba que su vestido de dama de honor la favoreciera tan poco. Reena comprendió que allí había otra clase de fuego. Era poderoso, brillante y caliente. Era la felicidad de su hermana, que llameaba en el ambiente.

Así que Reena lloró cuando hicieron los votos y se entregaron los anillos, consciente de que aquel día estaban perdiendo una parte de sus vidas. Y empezaba la siguiente etapa de la vida de Bella.

La recepción se ofreció en el club de campo de los padres de Vince. Por lo visto, el padre era una especie de directivo o miembro del consejo del club. Allí también había flores en abundancia, comida, bebida y música.

Cada mesa estaba engalanada con el mismo tono de rosa que las amadas rosas de Bella, salpicada de pétalos blancos, con centros de flores y brillantes columnas de velas de un blanco níveo.

Reena tuvo que sentarse a la mesa principal, en el grupo de los novios. Se alegró de que su madre hubiera tenido la previsión de sentar a Josh en la misma mesa que Ciña, porque sabía que ella le entretendría. Y también de que Fran —como dama de honor— y el hermano de Vince —padrino del novio— se encargaran de hacer los tradicionales brindis.

Reena comió costillas de primerísima calidad, habló y rio con los otros comensales, se preocupó por Josh. Y cuando tuvo un momento para mirar al gran salón de baile, se preguntó a qué clase de mundo pertenecía su hermana.

Las dos familias estaban mezcladas, como suele hacer la gente en esos eventos. Pero, aunque no hubiera conocido a la gente que había allí, habría podido dividirlos fácilmente en dos grupos. Clase trabajadora/clase alta. Barrio urbano/zona residencial de ricos.

La novia no era la única que lucía diamantes o que llevaba un vestido que costaba más que la recaudación de una semana en Sirico’s. Pero sí era la única de su familia que había podido llevarlos.

Seguramente, pensó Reena, era la única de la familia que podía comportarse como si hubiera nacido vistiendo modelos de Prada.

Xander se inclinó para decirle algo al oído, como si le hubiera leído el pensamiento.

—Ahora somos los familiares pobres.

Reena rio con disimulo y luego alzó su copa de champán.

—O, calla. Salute.

Fue más fácil cuando pudo escapar de sus obligaciones y reunirse con Josh.

—¿Estás bien? Ahora estoy libre, al menos un rato.

—Sí, bien. Menuda boda.

—Sí —coincidió ella—. No sabía que tardaríamos tanto con las fotografías. Me siento como si te hubiera abandonado. Y quería decirte que…

—¡Catarina! —Su tía Carmela se abalanzó sobre ella y la envolvió en una nube de perfume—. ¡Qué guapa estás! Pareces una novia. ¡Aunque estás muy delgada! Ahora que has vuelto te engordaremos un poco. Y ¿quién es este joven tan guapo?

—Tía, este es Josh Bolton. Josh, mi tía, Carmela Sirico.

—Encantado de conocerla, señora Sirico.

—Y además educado. Estamos en una boda, joven, hoy puedes llamarme Carmela. Mi sobrina. —Y rodeó con un fuerte brazo los hombros de Reena—. Está muy guapa, ¿verdad?

—Sí, señora, está…

—Francesca es la más guapa, Isabella tiene estilo, pasión. Y nuestra Catarina es la inteligente. ¿Verdad, cara?

—Exacto. Yo tengo el cerebro.

—Pero hoy estás muy guapa. A lo mejor a tu joven galán le dan ideas cuando cojas el ramo de la novia. —Y guiñó un ojo—. ¿Conozco a tu familia? —le preguntó a Josh.

—No, no la conoces —se apresuró a contestar Reena—. Lo conozco de la facultad. Tengo que presentarlo a los demás.

—Sí, sí. Pero resérvame un baile —le dijo a Josh cuando Reena se lo llevaba a toda prisa del brazo.

—Eso quería decirte —empezó a decir Reena—. Te vas a encontrar mucho de eso. Que si quién es tu familia, a qué se dedican, a qué te dedicas tú, a qué iglesia vais. En mi familia, todos piensan que es normal preguntarlo. No te lo tomes como algo personal.

—No pasa nada. Gina ya me ha dicho algo. Me asusta un poco, pero no pasa nada. Y estás muy guapa, de verdad. Nunca había estado en una gran boda católica. Ha sido increíble.

—Y muy larga —dijo ella con una risa—. Bueno, tendré que presentarte a mis tíos y mis otras tías. Animo.

La fiesta siguió y Reena comprobó que efectivamente no pasaba nada. Es verdad que bombardearon a Josh con preguntas, pero todos hablaban tanto que no tuvo que contestar a todas, ni mucho menos.

La música animaba el ambiente, y hubo para todos los gustos, desde Dean Martín a Madonna. Reena se relajó en el momento en que bailó con el novio.

—Nunca había visto a mi hermana tan feliz. La ceremonia ha sido muy bonita, Vince. Todo es muy bonito.

—La pobre estaba muy preocupada. Pero esa es mi Bella.

Vince se movía con suavidad por la pista, tan concentrado en su rostro que Reena se preguntó si no habría tomado clases especiales: bailes de salón y encanto.

—Ahora podremos empezar nuestra vida, crear nuestro hogar, tener una familia. Te invitaremos a cenar en cuanto regresemos de la luna de miel y nos instalemos.

—Aquí estaré.

—Soy muy afortunado por tener una mujer tan bonita y encantadora. Y además cocina. —Se rio, y besó a Reena en la mejilla—. Y ahora tengo otra hermana.

—Y yo otro hermano. Una famiglia.

—Una famiglia. —Sonrió y siguió girando y girando con ella por la sala de baile.

Más tarde, mientras estaba acurrucada en la cama con Josh, Reena pensó en aquel día que su hermana llevaba tanto tiempo esperando. La majestuosidad de la ceremonia, las palabras solemnes, las elegantes flores. La formalidad inicial de la ceremonia que, afortunadamente, había desembocado en una fiesta bulliciosa.

—Dime una cosa, ¿de verdad ha bailado mi tía Rosa el Electric Slide?

—Ahora no recuerdo exactamente cuál de ellas era Rosa, pero sí, creo que sí. O a lo mejor era el Hokey Pokey.

—No, las que han bailado eso han sido mis primas segundas Lena y Maria Theresa. Jesús.

—Me han gustado los bailes, sobre todo la tarenbella.

—Tarantela —le corrigió ella entre risitas—. Has aguantado muy bien, Josh, y no es fácil. Tienes mucho mérito.

—Me lo he pasado muy bien, de verdad. Tu familia es genial.

—Un poco escandalosos. Creo que la familia de Vince estaba un poco incómoda, sobre todo cuando mi tío Larry cogió el micrófono y se puso a cantar a voz en grito «That’s Amore».

—Sonaba bien. Tu familia me gusta más. La del novio parece un poco esnob. Pero él está bien —añadió enseguida—. Y está colado por tu hermana. Parecían una pareja de película.

—Sí, es verdad.

—Y tu madre, ¿quedaré muy mal si te digo que es guapísima? No parece una madre. Mi familia nunca hacía cosas así. Ya sabes, grandes ceremonias o cosas de esas, me ha gustado.

Ella rodó sobre la cama y se puso encima de él. Le sonrió.

—Entonces, ¿vendrás a cenar mañana? Mamá me dijo que te lo pidiera. Así verás cómo somos cuando no estamos de fiesta.

—Claro. ¿Te puedes quedar esta noche? Mi compañero de piso no vuelve hasta mañana por la noche. Podemos salir si quieres, o quedarnos aquí todo el día.

—Me gustaría. —Reena inclinó la cabeza para besarle en el pecho. Era tan suave y cálido—. De verdad. Pero hoy justamente sería demasiado para mi padre si paso la noche fuera. Seguramente estará muy triste. Y además, la gente no dejaba de decirle que pronto tendría que volver a repetir con Fran.

—La empujaste directa hacia el ramo cuando Bella lo tiró, ¿eh?

—Fue un acto reflejo. —Volvió a reír, y se sentó para echarse el pelo hacia atrás—. Procuraré que papá esté ocupado esta noche. Si no, no dejará de pensar en la noche de bodas de Bella y eso es terreno peligroso. —Le acarició la mejilla—. Me alegro de que te lo hayas pasado bien.

Él se sentó también y la abrazó de una forma que a Reena le alegró el corazón.

—Siempre me lo paso bien cuando estoy contigo.

Ella se vistió, se retocó el maquillaje. No quería volver a casa con aspecto de acabar de salir de la cama de nadie. En la puerta dejó que Josh la retuviera durante varios besos.

—A lo mejor, la próxima vez que tenga libre podríamos pasar un día fuera, ir a algún sitio —propuso él—. A la playa o donde sea.

—Me gusta la idea. Te veré mañana. —Se apartó, y entonces volvió atrás y lo empujó hacia la puerta para besarlo otra vez—. Mientras, tendré que aguantar con esto.

Bajó las escaleras prácticamente bailando y salió a la atmósfera templada de la noche.

Bo llegó al aparcamiento en el momento en que ella ponía las llaves en el contacto.

Primero había dejado a Brad y Cammie en casa de esta. Había sido un buen día, y aquello prometía. Mandy le gustaba. ¿Cómo no le iba a gustar? Era muy pesada con la cámara, pero le hacía reír,

—Quiero ver alguna de los seis millones de fotografías que has hecho hoy —le dijo cuando bajaron del coche.

—Sí, no podrás escaparte. Cuando hago las copias me pongo casi tan pesada como cuando voy con la cámara haciendo las fotos. Ha sido divertido. Me alegro de que Cammie me convenciera. Y si digo esto es para que veas que te hablo con el corazón.

—No pasa nada, a mí también tuvieron que convencerme. Supuse que, si al final se convertía en una pesadilla, siempre podría echárselo a Brad en cara durante años. Ahora tendré que buscar otra cosa que echarle en cara. ¿Te va bien si te llamo otro día?

—Estupendo. —Ella sacó un trozo de papel del bolsillo—. Ya te había escrito mi número. Había decidido que, si no me lo pedías, te lo iba a endosar mientras hacía esto.

Y dicho esto lo cogió por la camiseta, dio un tirón y se puso de puntillas. El beso fue ardiente y prometedor.

—Bien. —Rozó sus labios contra los de él—. Sabes, si esto funciona no nos lo van a perdonar nunca.

—La vida está llena de riesgos. —Había decidido que el aro de la ceja era sexy—. A lo mejor te apetece que suba.

—Tentador, muy tentador. Pero creo que es mejor que esperemos un poco. —Abrió la puerta y entró—. Llámame.

Él se guardó el número en el bolsillo y volvió al coche sonriendo.

Como tenía la noche libre y su compañero de piso no estaba allí para poner la música a todo volumen, Josh se sentó a escribir. Sería divertido tratar de escribir un relato corto sobre la boda.

Quería anotar parte de lo que había vivido antes de que las impresiones —y había muchas— se confundieran o empezaran a desvanecerse.

Aunque le habría encantado que Reena se quedara a pasar la noche con él, en parte se alegraba de que se hubiera ido. Tener el piso para él solo significaba que podía pensar de verdad. Trabajar de verdad.

Ya tenía casi un primer borrador terminado cuando oyó que llamaban a la puerta. Fue a abrir, con la cabeza todavía en la historia. Cuando abrió, inclinó la cabeza levemente a modo de saludo.

—¿Puedo ayudarte?

—Sí, soy del piso de arriba. ¿Has oído…? Oh, mira, ahí está otra vez.

Instintivamente Josh miró por encima de su hombro en la dirección que le estaba señalando el visitante. Un fuerte dolor estalló en su cabeza, y vio una nube roja ante los ojos.

Antes de que su cuerpo llegara al suelo, la puerta se había cerrado.

Que flacucho. No me costará nada llevarle hasta el cuarto. El calcetín lleno de monedas le dejará señal. A lo mejor lo descubren mas tarde. Lo dejaré en el suelo, para que parezca que se ha dado un golpe en la cabeza al caer de la cama.

Todo tiene que ser lo más sencillo y rápido posible. Encendemos un cigarrillo, lo limpiamos y se lo ponemos entre los labios al idiota este. Por si acaso. Marcamos sus huellas en el paquete, en algunas cerillas. Ahora ponemos el cigarrillo encendido en la cama, entre las sábanas. Para que prendan bien. Añadimos un poco de papel —papeles de la universidad—, el paquete de cigarrillos, unas cerillas.

Voy a por una cerveza a la cocina. Ya puestos, puedo tomarme algo mientras espero a que empiece la fiesta.

No hay nada como ver cómo empieza un fuego. No, señor. El poder es como una droga.

La combustión interna. El fuego furtivo. Taimado y astuto. Que se hace más y más poderoso, en silencio, secretamente, hasta que aparece la primera llama.

Ahora, con unos guantes, voy a sacar la pila del detector de humos. La gente es tan descuidada… siempre se olvidan de cambiar las pilas. Es una pena.

El tío podría volver en sí. Si pasa le vuelvo a arrear.

Ojalá vuelva en sí, vamos, flacucho de mierda, recupera la conciencia para que te pueda volver a dar.

Y el humo, tan sensual, tan silencioso, tan letal. El humo es lo que los mata. Los atonta. El papel empieza a prender, ya hay llama.

La primera llama es el no va más. Escucha, escucha cómo te habla y te susurra. Mira cómo se mueve, cómo baila.

Y ahora las sábanas. Buen principio, sí. Y ahora le echamos las sábanas encima al gilipollas este.

¡Qué bonito! Y qué colores. Dorado, rojo, naranja, amarillo.

Sí, eso va a parecer: el chico se enciende un pitillo en la cama, se queda dormido. El humo lo atonta, y trata de bajar de la cama, pero se cae y se da un golpe en la cabeza y el fuego lo quema cuando está inconsciente.

La cama está ardiendo. Pero qué bonito, joder. Un poco más de papel no irá mal. Que le prenda la camiseta. ¡Así, muy bien!

Venga, venga. Esto está tardando mucho. Beberé un poco de cerveza, tengo que mantener la calma. ¿Quién hubiera dicho que un jodido espárrago como este podía quemarse de este modo? Ahora ha prendido también la alfombra… es lo que pasa cuando compras barato.

Bien doradito, sí, señor. Huele como un jodido cerdo a la brasa.

Será mejor que me vaya. Qué rabia, tener que perderme el espectáculo. Es tan entretenido ver cómo la gente se churrasca y se derrite al fuego…

Pero es hora de que me despida del gilipollas de Joe, el universitario. Tómatelo con calma, despacito. Primero comprobaré el descansillo. Qué mierda que no me pueda quedar a verlo, pero tengo que irme. Camina normal, nada de carreras. No mires atrás. Tranquilamente, como si no tuvieras preocupaciones.

Y ahora arranco el coche y me largo. Y conduzco dentro de los límites de las señales, como cualquier hijo de puta que respeta la ley.

Estará hecho un chicharrón antes de que lo encuentren.

Esto sí que es divertido.