A las ocho menos cinco, Reena se puso a aporrear la puerta de la casa de Bo y no paró hasta que salió a abrirle.
Bo tenía los ojos pesados, y el pelo aplastado por un lado y levantado por el otro. No llevaba puesto más que unos calzoncillos azules y tenía cara de sueño.
—Tengo que hablar contigo.
—Claro, pasa —musitó cuando ella pasó a su lado—. Siéntate. ¿Te apetece desayunar algo? Estoy aquí para servirte.
—Siento haberte despertado, y sé que has pasado una mala noche, pero es importante.
Él levantó un hombro y dio un respingo cuando su brazo herido se resintió por el movimiento. Entonces le dio la espalda a Reena y fue arrastrando los pies hasta la cocina.
Cogió una lata de Coca Cola de la nevera, la abrió y dio un largo trago.
—Soy consciente de que estás muy molesto conmigo —continuó diciendo Reena. Se oía hablar a sí misma en tono remilgado, y no le disgustó del todo—. Pero no es momento para niñerías.
Los ojos nublados de Bo miraron la lata, entrecerrados. Levantó un dedo.
—Esto sí ha sido una niñería —le dijo a Reena.
—Si quieres pelea, podemos quedar para más tarde. Esto es oficial, y necesito que me prestes atención.
Bo se dejó caer en un sillón y con un gesto descuidado de la mano le indicó que hablara.
En sus ojos Reena veía resentimiento, cansancio y cierto dolor. Pero no había tiempo para mimos.
—Tengo motivos para pensar que mi conexión con el pirómano se remonta mucho más atrás de lo que pensábamos.
Bo bebió más Coca Cola.
—¿Y?
—Mi teoría se basa en algunas de las conversaciones que he tenido con él, incluida la de esta mañana.
Este apretó con fuerza la lata, lo suficiente para dejar marcas.
—Vaya, así que el hombre te llama y tú decides difundir la buena nueva y levantarme de la cama.
—Bo.
—Mierda. —Lo dijo con hastío. Y entonces se levantó y fue hasta uno de los armarios. Sacó un bote de Motrin, se echó unas cuantas pastillas en la mano y después a la boca como si fueran caramelos.
—Te duele.
Él le dedicó una mirada glacial mientras tragaba las pastillas con la ayuda de la Coca Cola.
—No, es que me gusta el Motrin y la Coca Cola. Es el desayuno de los campeones.
Reena sintió una sacudida en el estómago.
—Estás muy enfadado conmigo.
—Estoy enfadado contigo, con los hombres y las mujeres y los niños, y con toda la fauna y la flora del planeta, posiblemente del universo, donde creo positivamente que existen otras formas de vida, porque lo menos habré dormido cinco minutos y me duele todo.
Reena había reparado en los moretones, además del brazo vendado. Moretones, arañazos, rasguños… ella también tenía. Aunque sin duda los de él eran peores. Y eran peores porque había recibido el impacto más fuerte para protegerla a ella.
Reena había pensado contarle lo esencial sin entrar en detalles. Pero al ver su expresión resentida, su pelo de recién levantado, su cuerpo magullado, cambió de opinión.
Incluso su rígida profesora de primero le besaba la rodilla cuando se caía en el patio.
—¿Por qué no te sientas? Te prepararé algo de comer, y traeré un paquete de hielo. Esa rodilla tiene muy mal aspecto.
—No tengo hambre. Hay una bolsa de guisantes congelados ahí.
Reena había tenido suficientes moretones y esguinces para saber para qué quería los guisantes. Los sacó del congelador y fue a ponérselos sobre la rodilla ella misma.
—Siento que te hicieras daño. Siento lo de tu camioneta. Incluso siento haberme enfadado porque le dijeras a mi padre algo que yo no estaba preparada para decirle personalmente. —Se sentó apoyó los codos en la mesa, y apretó los pulpejos de las manos contra sus ojos—. Lo siento tanto…
—Oh no hagas eso. Si te pones a llorar me vas a estropear un bonito enfado.
—No voy a llorar. —Aunque por dentro tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para mantener su palabra—. La cosa va de mal en peor, Bo. Y ahora tú también estás metido por mi culpa.
—¿Cómo de peor?
—Tengo que hacer una llamada. —Sacó su móvil—. Esto va a llevar más tiempo de lo que pensaba. ¿Te importa si me cojo uno? —preguntó señalando la Coca Cola con el gesto.
—Adelante.
—¿O’Donnell? —Se levantó mientras hablaba—. Necesito otra media hora. Voy un poco atrasada. —Abrió la nevera. Con las Coca Cola, de Bo, también había latas de Diet Pepsi. Reena sabía que las había comprado para ella.
Una vez más, notó que las lágrimas le escocían en los ojos, y se sintió ridícula.
—No, no lo haré. Nos vemos de aquí a media hora. —Cortó la comunicación y volvió a sentarse. Abrió la lata y miró a Bo—. Hace unos años estuve saliendo con alguien. Llevábamos unos meses, unos cuatro, me parece, haciéndolo de forma exclusiva. No era el tipo de hombre con el que solía salir. Elegante, muy absorbente. Yo necesitaba algo distinto y él lo era. Tenía una posición, un Mercedes, vestía con trajes italianos, sabía elegir los vinos. Veíamos un montón de películas en original con subtítulos, aunque estoy segura de que a él le gustaban tan poco como a mí. Me gustaba estar con él porque hacía que me sintiera más mujer.
—¿Y cuando no estabas con él qué eras, un caniche?
—Bueno, pues más femenina —dijo Reena corrigiéndose—. Quisquillosa, complaciente. —Se encogió un poco de hombros aunque seguía sintiéndose algo estúpida—. Para mí fue como un cambio de ritmo. Dejaba que él eligiera los restaurantes, que hiciera los planes. Por un tiempo fue un alivio. En mi trabajo siempre tienes que estar alerta, no te puedes permitir ser muy femenina. Tienes que ver y hacer muchas cosas… Bueno, quizá lo que buscaba era el contraste.
—¿Podemos hacer una pausa? ¿Crees que es él quien ha estado llamándote?
—No. No es imposible, pero no lo creo. Es un analista financiero y se hacía la manicura dos veces al mes. Ahora vive en Nueva York. Pero bueno, el caso es que había empezado a irritarme. Yo lo dejaba pasar porque… bueno, no sé muy bien por qué, y no importa. La noche que me asignaron mi primer caso con la unidad tuvimos una pequeña discusión. Y me pegó.
—Uau. —Bo dejó su lata en la mesa—. ¿Cómo?
—Espera. —«Suéltalo todo», se dijo Reena, «todo este humillante episodio»—. Pensé que había sido un accidente, que es lo que él dijo. Fue uno de esos momentos en los que gesticulas exageradamente; yo me acerqué por detrás y de pronto él se dio la vuelta. Podía haber sido un accidente, y yo lo acepté como tal. Hasta la siguiente vez.
Los ojos de Bo ya no parecían somnolientos. Eran de un verde puro, duro.
—Te volvió a pegar.
—Esa vez fue distinto. Hizo los preparativos para una cena maravillosa, yo no tenía ni idea de por qué: elegante restaurante francés, champán, flores, de todo. Y entonces me dice que le han ascendido. Y que lo trasladan a Nueva York. Yo me alegré por él… era una sorpresa, pero bueno ¿qué iba a hacer? Además… —Hizo una pausa—. Además, una parte de mí pensó «Uau, esto me pone las cosas mucho más fáciles». No habría rupturas dramáticas ni escenitas.
—¿Y por qué lo dices con ese aire de culpabilidad?
—Porque parece muy frío. Hurra, el novio del que me estoy empezando a cansar se va del estado. ¡Bingo! Pero, mientras yo trataba de fingir que no era un alivio para mí, él va y me dice que quiere que le acompañe a Nueva York. Tardé unos minutos en entenderlo, pero resulta que lo que quería era que me mudara allí con él. Pero eso no podía ser, yo no quería irme, y quise explicárselo.
—Vale, o sea, que el hombre con el que habías estado saliendo quiere que lo dejes todo, tu casa, tu familia, tu trabajo, porque a él lo trasladan. —Bebió con una mano, y con la otra la señaló—. ¿Lo ves? Ya te había dicho que existía la vida fuera de nuestro gran planeta azul. Evidentemente ese tío venía de otro planeta.
Eso la hizo reír, un poco.
—Pues hay más. De pronto me saca un anillo con un diamante del tamaño de un meteorito, y me dice que nos casaremos y nos mudaremos a Nueva York. —Cerró los ojos, porque las sensaciones que había experimentado en aquella ocasión la asaltaron de nuevo—. Yo estaba alucinada, lo juro. No me lo esperaba, y mientras trataba de decirle que gracias, pero no, aparece el camarero con el champán y todo el mundo se pone a aplaudir y me veo el jodido anillo en el dedo.
—Estabas atrapada.
—Sí. —Dejó escapar el aliento, aliviada al ver que Bo lo entendía—. No podía decirle que no allí, delante de todo el mundo, así que esperé a que llegáramos a mi casa. Digamos que no se lo tomó muy bien. Me puso como un trapo. Que si le había humillado, que si era una zorra mentirosa y una estúpida y blablablá. Yo dejé de sentir pena por él y le contesté. Y él me pegó. Dijo que me iba a enseñar quién llevaba las riendas y cuando se acercó para volver apegarme, lo dejé fuera de combate con un buen rodillazo en las pelotas.
—Pues muy bien hecho, y te diré más. Por lo que me acabas de contar, diría que ese tipo tiene toda la pinta de ser el responsable de todo esto.
Bo no iba a hacer que se sintiera culpable, ni estúpida, ni débil. Era interesante compartir una experiencia desagradable y humillante con un hombre que no hacía que se sintiera humillada o avergonzada.
Sintió cómo el ritmo acelerado de su corazón se apaciguaba ligeramente.
—No, no lo creo, pero creo que está relacionado. A la mañana siguiente, mi capitán y O’Donnell llamaron a mi puerta muy temprano. Por lo visto alguien había quemado el Mercedes de Luke unas horas después de que saliera a rastras de mi casa. Y él decía que había sido yo. No pasó nada. Porque resulta que Gina había venido y se quedó a pasar la noche conmigo, y cuando vinieron mis compañeros aún estaba en casa. Y además, mis compañeros me creyeron.
Por la cara de Bo, Reena supo que había entendido, pero de todos modos contó los últimos detalles.
—El método no fue exactamente el mismo de anoche, Bo, pero hay similitudes. Y cuando el hombre me ha llamado esta mañana lo ha mencionado.
—Ese imbécil de Luke pudo haber quemado él mismo el coche para joderte. Y quizá esté haciendo esto por lo mismo.
—Podría ser, solo que… Anoche, cuando el pirómano llamo, dijo otra cosa. Al principio no me di cuenta, al menos del todo. Después todo sucedió muy deprisa, así que no he tenido tiempo de pensar hasta esta mañana. Dijo que pensara en los hombres con los que había estado, desde el primero.
—¿Y?
—El primero fue Josh. Josh murió en un incendio, mucho antes de que conociera a Luke.
—Porque estuvo fumando en la cama.
—Yo nunca lo creí. —Incluso en ese instante, después de tantos años, se le quebró la voz—. Tuve que aceptarlo, pero no lo creí. Tres hombres, los tres con los que he mantenido una relación mas seria, han tenido algo que ver con algún incendio. Uno de ellos esta muerto. Y no creo que sea una coincidencia.
Bo se levantó, fue cojeando hasta la nevera y sacó otra Coca Cola.
—Porque ahora crees que Josh fue asesinado.
—Sí, lo creo. Y creo que el uso del fuego ha sido algo deliberado en cada ocasión, porque cualquiera que me conozca sabía que yo estudiaba para entrar en la unidad de delitos incendiarios. Desde…
—Desde el incendio de vuestro restaurante —dijo Bo terminando la frase.
—Dios. Pastorelli. —El estómago le dio un vuelco—. Todo empezó aquel día. Todo. —Dejó escapar el aliento—. De acuerdo. Voy a comprobarlo. Entretanto ¿podrías tomarte unas vacaciones?
—¿Para qué?
—Bo, Josh está muerto. Luke se fue a Nueva York, aunque de todas formas rompí con él. Vives en la casa de al lado. Es posible que la próxima vez vaya a por tu casa, o a por ti.
—O a por ti.
—Tómate un par de semanas de descanso, danos tiempo para resolver esto.
—Claro. Y tú ¿adónde piensas ir?
Las manos de Reena se cerraron en puños sobre la mesa.
—Yo soy la mecha. Si yo me voy, parará, esperará a que vuelva.
—Pues según lo veo yo, la mecha somos los dos. A menos que pienses liarte con otro mientras yo estoy practicando el esquí acuático por ahí. Valoro mucho mi vida, Reena. Pero no pienso escapar y esperar a que me digas que el peligro ha pasado. Yo no soy así.
—No es momento para hacerse el hombre.
—Pues mientras no me crezcan pechos, no me queda más remedio.
—Me distraerás. Tener que preocuparme por ti me distraerá. Si te pasa algo… —Calló, porque sintió que las palabras se le atragantaban.
—Si yo te dijera eso, me dirías que puedes cuidar de ti misma, que no eres idiota ni descuidada. —Al ver que Reena no decía nada, arqueó las cejas—. ¿Por qué no nos saltamos esa parte? No hacemos más que dar vueltas alrededor de los mismos argumentos. —En sus ojos ya no había bondad, se habían vuelto de un verde gélido—. Ese hijo de puta ha ido a por mí, Reena. Ha volado mi camioneta. ¿Crees que me voy a esconder?
—Por favor, solo unos días. Tres días. Dame tres días para… —La voz empezó a fallarle.
—No llores. Es injusto, y no te funcionará.
—No estoy utilizando las lágrimas para salirme con la mía, imbécil. —Y se las restregó con el dorso de la mano—. Puedo ponerte vigilancia.
—Puedes.
—¿Es que no lo ves? No puedo controlarlo. —Se levantó de la mesa, fue hasta el fregadero y miró por la ventana.
—Sí, está claro que hay algo que no controlas.
—No sé qué hacer. —Se oprimió el puño entre los pechos, sintiendo que el corazón le dolía—. No sé cómo tengo que comportarme, cómo debo enfrentarme a esto.
—Ya encontraremos una solución.
—¡No! ¡No! ¿Es que estás ciego, o eres tonto? —le preguntó girándose para mirarle—. Puedo llevar el caso. Solo tengo que estudiarlo, nada más. Es como un rompecabezas, y todas las piezas están ahí. Se trata de encontrarlas y colocarlas en el lugar adecuado. Pero es esto… Esto no puedo controlarlo. —Y se golpeó con el puño entre los pechos—. Soy… estoy…
—¿Asmática? —preguntó él cuando vio que resollaba.
Reena cogió un tazón de la encimera y lo arrojó contra la pared.
—¡Idiota! Estoy enamorada de ti.
Bo levantó una mano, como si quisiera evitar el impacto de otro tazón, aunque Reena no tenía nada en las manos.
—Vale, tiempo muerto. Solo un minuto.
—Oh. —Reena cargó contra él, pero Bo le aferró la mano y la obligó a bajarla.
—He dicho que esperaras un minuto.
—Ojalá te dé un ataque y vayas dando tumbos por la habitación y te cortes los pies con los cristales.
—El amor se manifiesta de diferentes formas —musitó él.
—No te rías de mí. Tú empezaste esto. Yo lo único que hice fue salir un día por la puerta de atrás de mi casa.
—No me estoy riendo de ti. Solo trato de recuperar el aliento. —Su mano seguía sujetando con fuerza la de Reena, mientras seguía sentado en la silla, con una bolsa de guisantes congelados en la rodilla—. Cuando dices que estás enamorada de mí, ¿es amor con mayúsculas o con minúscula? Y no me pegues —le advirtió cuando vio que Reena cerraba el otro puño.
—No tengo intención de recurrir a la violencia. —Aunque le habían dado ganas. Obligó a su mano, su brazo y su cuerpo a relajarse—. Te agradecería que me soltaras la mano.
—Vale. Y yo te agradecería que no te fueras hecha una furia, porque entonces tendría que salir detrás de ti y seguramente me daría un ataque y me cortaría los pies con los cristales.
Los labios de Reena se crisparon.
—¿Lo ves? Maldita sea, seguramente esa es la razón de que esto esté pasando. No eres una persona maleable, Goodnight, pero te muestras tan condenadamente afable que es fácil pensar que se te puede manipular. Y eres servicial. Te has trazado un límite en tu cabeza, y seguramente haría falta dinamita para obligarte a sobrepasar esa línea. Mi madre tenía razón. Siempre tiene razón. —Con un suspiro, fue hasta el armarito de la limpieza y cogió la escoba y la pala—. Eres como mi padre.
—No es verdad.
Ella sonrió y se puso a recoger los cristales.
—Nunca he ido realmente en serio con nadie porque ninguno estaba a la altura. Ninguno estaba a la altura del hombre al que más admiro. Mi padre.
—Tienes razón. Somos iguales. Nos separaron al nacer.
—Hasta ahora lo nuestro había sido amor con minúscula, y ya era bastante desconcertante. Pero esta mañana, me has abierto la puerta y he visto una A enorme y brillante. Pero mírate. Con esos pelos.
Él levantó una mano y se tocó el pelo. Hizo una mueca.
—Mierda.
—Y llevas los calzoncillos rotos.
Bo se tiró de la cinturilla rota de los calzoncillos.
—Pero aún les queda mucha tela.
—Estás lleno de magulladuras, tienes mala cara. Y no me importa. Siento lo del tazón.
—Tu hermano mencionó que soléis tirar cosas. Estoy enamorado de ti desde aproximadamente las diez y media de la noche del 9 de mayo de 1992.
Reena seguía con la sonrisa en los labios cuando tiró los cristales al cubo de la basura.
—No, no es verdad.
—Para ti es fácil decirlo. Y aun así, era amor con minúscula —siguió diciendo mientras ella volvía a dejar la escoba en su sitio—. Aderezado con montones de fantasías. Cuando te conocí la cosa adquirió un matiz diferente, aunque seguía siendo con minúscula.
—Lo sé. Voy a llegar tarde —dijo cuando miró la hora—. Haré que te asignen un par de policías hasta que…
—Y ha crecido.
Ella dejó caer la mano. No dijo nada.
—Ha crecido, Reena. Así que me parece que los dos tendremos que encontrar la forma de solucionar esto.
Reena fue hasta él y apoyó la mejilla en su cabeza. Sintió que su corazón se apaciguaba.
—Qué cosa tan extraña, ¿verdad? Pero no me puedo quedar. No puedo quedarme más.
—No pasa nada. Puedo esperar.
Reena inclinó la cabeza hasta que sus labios se encontraron con los de él.
—Te llamaré después. —Volvió a besarle—. Ten cuidado. —Y otra vez—. Ten cuidado.
Y luego salió a toda prisa por la puerta principal antes de que él pudiera levantarse de la silla.
Así que se quedó donde estaba, bajo la luz de la mañana que penetraba por las ventanas, con una lata de Coca Cola caliente en la mesa. Y pensó que la vida era curiosa.
Acababa de terminarse la Coca Cola cuando oyó que llamaban a golpes a su puerta.
—Por el amor de Dios.
Se levantó de la silla y decidió que las pastillas y los guisantes le habían ayudado. Fue a abrir. Tendría que darle una llave, eso estaba claro. Y eso era lo que más se acercaba a vivir juntos, que era primo hermano de la gran M. Y la verdad, no quería pensar en eso todavía.
Cuando abrió la puerta, sus brazos se llenaron de esencia femenina. Pero no era Reena.
—¡Oh, Bo! —Mandy lo achuchó lo bastante fuerte para que todos sus moretones gritaran de dolor—. Hemos venido en cuando nos hemos enterado.
—¿Enteraros de qué? ¿Y quién?
—Lo de la bomba en tu camioneta. —Se apartó y lo miró de arriba abajo—. ¡Oh, pobre criatura! Dijeron que eran heridas leves. Estás hecho una pena. Y llevas un vendaje. ¿Qué te ha pasado en el pelo?
—Oh, no me hables… —Bo se revolvió el pelo.
—Brad está aparcando. Hay que montar un safari para encontrar aparcamiento en este barrio. Y todavía tienen acordonada la parte delantera de tu casa.
—Brad.
—No me había enterado porque tenía el móvil desconectado, y como no estaba en casa, tampoco he leído el periódico. No hemos sabido nada hasta esta mañana. ¿Por qué no llamaste?
—¿Brad? —No es que fuera lento, y eso que solo había dormido unos cinco minutos—. ¿Tú y Brad? ¿Juntos? ¿Mi Brad?
—Oye, que tampoco te ibas a acostar con él. Y no ha sido algo deliberado. Ven, deja que te ayude a sentarte.
Él agitó las manos como un agente de tráfico.
—Espera, espera. ¿Estoy soñando?
—Nooo. Hace años que nos conocemos. Quedamos para comer algo y tal vez ir al cine, y una cosa llevó a la otra. —Y puso una sonrisa amplia y alegre—. Fue estupendo.
—Calla, calla. No me lo cuentes. —Se tapó las orejas con las manos, y se puso a emitir sonidos para no oír las palabras de Mandy—. Mi cerebro no podría asimilarlo. Explotaría.
—No serás uno de esos idiotas que dicen «Yo me acostaba con ella, no es posible que a ninguno de mis amigos le interese», ¿verdad?
—¿Cómo? No. —¿Lo era?—. No —decidió después de un momento—. Pero…
—Porque congeniamos mucho. Venga, déjame que te ayude… —Su rostro adoptó una expresión soñadora y, cuando Bo siguió su mirada, vio que Brad se acercaba con la misma expresión soñadora en versión masculina.
Bo se dio la vuelta agarrándose la cabeza con las manos.
—Mi cabeza, mi cabeza. Los mejores amigos que tengo y estáis apunto de rematar el trabajo que empezó ese hijo de puta ayer por la noche.
—No seas tonto. Y, por si no te has dado cuenta, estás en la puerta de la calle en calzoncillos. Unos calzoncillos bastante hechos polvo, por cierto. Está bien —le gritó a Brad.
—Chico, nos has quitado diez años de vida del susto. —Brad subió los escalones corriendo—. ¿Estás bien? ¿Has ido al médico? ¿Necesitas que te llevemos a que te hagan unas radiografías?
—Ya he ido al médico. —Y gruñó cuando Brad le dio un abrazo.
—Estábamos muy preocupados. Hemos venido directamente. ¿Qué hay de la camioneta?
—Para el desguace.
—Una camioneta jodidamente buena. ¿Podemos hacer algo? ¿Quieres que te deje mi coche? O si quieres podemos quedarnos y llevarte a donde haga falta.
—No sé. Todavía no me he organizado.
—No te preocupes —le dijo Mandy—. ¿Quieres tumbarte un poco? Puedo prepararte algo de comer.
Aunque vio que se habían cogido de la mano, Bo supo que estaban allí por él. Como siempre.
—Tengo que darme una ducha, vestirme, aclararme un poco la cabeza.
—Vale. Mientras, yo prepararé el desayuno. Los dos nos tomaremos el día libre, ¿verdad, Brad?
—Claro.
—Y cuando bajes —añadió—. Nos gustaría saber lo que pasó. Todo.
Reena se restregó los ojos y volvió a mirar la pantalla de su ordenador.
—Pastorelli padre ha estado entrando y saliendo del sistema la mayor parte de su vida. Agresiones, embriaguez, alboroto, piromanía, hurto. En su archivo consta que fue interrogado en relación con cuatro incendios. Dos antes de lo de Sirico’s, y dos después de salir de la cárcel. Su última dirección conocida está en el Bronx. Pero su mujer vive en Maryland, en las afueras de la capital.
—El hijo parece que está siguiendo los pasos del padre —le dijo O’Donnell—. Tiene un par de condenas en un centro juvenil antes de cumplir los dieciséis.
—Ya lo sabía. John me ha tenido informada. Se lo llevaron igual que se llevaron al padre la noche que quemó a su perro y lo dejó delante de nuestra casa.
Reena se levantó y fue a sentarse en la esquina de la mesa de O’Donnell para que el ruido de las otras conversaciones de la comisaría no les molestara tanto.
—Mató a su propio perro. Dijeron que fue una reacción violenta motivada por la detención de su padre. Un niño torturado y confundido que se ha criado en una casa donde los malos tratos eran algo habitual. Porque su padre pegaba a su madre, y de vez en cuando también le pegaba a él.
—Pero tú no te crees eso.
—No. Vi cómo corría detrás del coche de la policía cuando detuvieron a su padre. Lo adoraba. Muchos niños que se crían en ese tipo de ambientes adoran al padre. Su madre era débil, inútil. Su padre era el que mandaba. Y mira su historial —dijo moviéndose para poder ver lo que ponía en la pantalla de O’Donnell—. Arresto por agresión, agresión sexual, vandalismo, robo de vehículos, violación de la condicional. No se limita a seguir los pasos del padre, lo está superando.
—No hay incendios en su historial.
—Bueno, quizá sea más cuidadoso, o tiene más suerte en esa área. A lo mejor él y su padre tienen otra gente que trabaja con ellos. O se ha estado reservando para iniciarse en los incendios conmigo. Pero sé que uno de ellos o los dos están detrás de esto.
—Estoy totalmente de acuerdo.
—Uno de ellos o los dos mataron a Josh Bolton.
—Hay un salto bastante grande de lo que consta en su historial al asesinato, Hale.
Ella meneó la cabeza.
—Puede que haya otras personas y por eso no les han cogido. Y todo esto empieza por mí. El día que Joey me atacó. Aquello fue una agresión sexual en toda regla, solo que yo era demasiado pequeña para entenderlo.
Pero aún lo recordaba, lo recordaba muy bien. La forma en que le echó mano del pecho, de la entrepierna, los insultos que le dijo. Y la expresión salvaje de su cara.
—Me atacó, y mi hermano y un par de amigos me oyeron gritar y lo ahuyentaron. Luego se lo dije a mi padre y él fue corriendo a hablar con el señor Pastorelli. Nunca había visto así a mi padre. Si no hubieran salido algunos vecinos a ver, o la gente que había en Sirico’s, la cosa se habría puesto muy fea. Muy muy fea. Mi padre le amenazó con llamar a la policía, y la gente que había escuchando estaba con él.
—Y aquella noche Pastorelli incendió Sirico’s.
—Sí. Te has metido conmigo, pues toma. Fue un trabajo chapucero. Estaba borracho, y no pensó en la familia que vivía en el piso de arriba. Podían haber muerto en el incendio.
—Pero tú viste el fuego.
—Lo vi, sí. Todo vuelve a mí. Así que teníamos un bonito desastre, pero al menos nadie resultó herido. El seguro lo cubría todo, y todos los vecinos se ofrecieron para ayudar. Según se mire, podría decirse que el incendio nos benefició. Porque mis padres se habían ganado a pulso la lealtad de la gente y eso les permitió expandir y renovar el negocio.
—Eso debió de molestar mucho a aquel hombre si lo que quería era perjudicaros.
—Y encima lo cogen. Su perro ladró, O’Donnell. Esa es una de las cosas que le dije a John Minger. Tenía su caseta en el patio trasero, que es donde la policía encontró la lata de gasolina, parte de la cerveza que había robado y los zapatos que llevaba cuando provocó el incendio.
—Y el hijo mata al perro.
—Sí. Supongo que debió de pensar que el perro formaba parte de la cadena. El jodido chucho contribuyó a la ruina de su padre.
—Y tenía que morir.
—Si. Y más aun tenía que quemarse. A Joey se lo llevan, hacen una evaluación, lo internan en un centro de menores y, cuando sale su madre se lo lleva a Nueva York. Allí también se mete en problemas pero sigue siendo un menor. Es difícil que un crío viaje de Nueva York a Baltimore solo para causarnos problemas a mí o a mi familia. Y, mira. —Dio unos toquecitos en la pantalla—. Él también cumplió una pequeña condena. Pero los dos estaban fuera cuando Josh murió. Joey ya no era ningún crío. Y el padre estaba fregando suelos. Toda una humillación.
Entonces lo sentía, la sensación que notaba en el estomago, en la garganta, le decía que esa era la verdad. Aquellas eran las piezas del rompecabezas.
—Pero Sirico’s iba bien. En nuestra familia las cosas iban bien. Y la puta que provocó todo aquello estaba en la universidad, follando con un chico. Si Joey me hubiera puesto las manos encima lo hubiera fastidiado todo. Así que dejó que aquel chico se la trabajara no hay problema. Ya habría tiempo para resarcirse. Aquella noche yo había estado con Josh, después de la boda de Bella. Y uno de ellos lo mató, le prendió fuego, porque yo había estado con él.
—Muy bien, si lo miramos desde esa perspectiva. ¿Por qué no te mataron a ti? Estabas allí. ¿Por qué no mataros a los dos?
—Porque no habría tenido bastante. Si me matan, se acabo. Es mejor hacerme sufrir, herirme, utilizar el fuego contra mí. Pastorelli padre tenía una coartada para aquella noche. John lo comprobó. Pero es posible que fuera falsa. Joey supuestamente estaba en Nueva York y había gente que lo confirmó. Pero la gente hace esas cosas. Y mira, tres meses después de la muerte de Josh, a Joey lo interrogan por el asunto de los coches. En Virginia, no Nueva York.
—No digo que la gente no pueda estar guardando rencor o estar obsesionada por algo durante veinte años. Pero la verdad es que es mucho tiempo.
—Ha habido detalles durante todo ese tiempo. Seguramente habrá cosas que pasé por alto, que no relacioné. Hubo un incidente justo después de que empezara a trabajar. Un bombero con el que estaba saliendo de forma informal fue asesinado. Iba de camino a Carolina del Norte… para pasar el fin de semana. A mí me entretuvieron y no pude hacer el viaje con él, pero Steve, Gina y yo teníamos que ir a reunimos con él a la mañana siguiente. Lo encontraron en su coche, en medio del bosque. Le habían disparado y luego le prendieron fuego al coche. Parece ser que lo atacaron para robarle el coche, que lo mataron y provocaron el incendio para encubrir el crimen. Habían pasado once años desde el incendio de Sirico’s.
O’Donnell se echó hacia atrás.
—Hugh Fitzgerald. Lo conocía. Me acuerdo de cuando lo mataron. No sabía que tú estuvieras relacionada con el caso.
—Era algo informal. Habíamos salido un par de veces, y él era compañero de Steve. Steve y Gina. Pareció algo circunstancial. Y así lo estableció la policía.
Igual que ella, pensó Reena pasándose los dedos por el pelo. No se le había ocurrido rascar un poco bajo la superficie.
—Tenía una rueda desinflada, era de noche, en una carretera secundaria y oscura. Pensaron que seguramente había parado ante la persona equivocada, o que alguien llegó y trató de robarle, y le mató. Luego llevó el coche al bosque y le prendió fuego con la esperanza de que borrara las huellas. Que, básicamente, es lo que pasó. El caso sigue abierto. —Aspiró hondo—. Nunca lo relacioné. Dios, acababa de empezar a trabajar en el cuerpo. ¿Quién era yo para cuestionar el trabajo de otros policías más curtidos solo porque tenía esa extraña sensación en el estómago? Habíamos salido un par de veces, y los dos pensábamos que la relación podía llegar lejos. Pero no éramos pareja. A él lo mataron en Carolina del Norte. No había nada que hiciera pensar en la persona que había quemado el restaurante de mi padre años antes. Me habría dado cuenta.
—Sí, fue una pena que aquella noche tu bola de cristal no funcionara.
Aunque Reena supo verle la gracia al comentario, no sirvió para aplacarla.
—Fuego, O’Donnell. Siempre el fuego. Josh, Hugh, el coche de Luke, y ahora Bo. Siempre el fuego. Puede que haya otras cosas en las que no me he fijado. El caso sigue abierto.
—La diferencia es que ahora él quiere que lo sepas.