23

—Mira, Bo, no quiero que te sientas obligado a renunciar a los beneficios de esta forma solo porque son mi familia.

—Hummm. —Él siguió con los ojos cerrados, deslizando la mano por la pierna desnuda de Reena—. ¿Has dicho algo? Estoy en un coma inducido por los cannoli y complicado por la neblina del sexo.

Comprensible, pensó Reena, porque se había comido tres de los bestiales cannoli de su madre antes de que —por fin— hicieran los honores con el suelo de la cocina.

—Haces muy bien tu trabajo y mereces que se te pague bien.

—Ya me pagan. Acabo de comerme buena parte del depósito inicial. El negocio va muy bien —siguió diciendo, anticipándose a las palabras de Reena—. Sirico’s es una institución en el barrio. Este trabajo será una muestra de lo que hago, y hará que la gente hable de mí. Tus padres son unas fieras en el arte del boca oreja.

—¿Estás diciendo que son unos bocazas?

—Desde luego, no se puede negar que habláis mucho. Los oídos no han dejado de reseñarme desde la cena. De una forma positiva —añadió, y dio un bostezo—. Hasta creo que me he ganado a tu tío.

—El tío Sal, el mayor, es un reconocido tacaño. Pero le queremos de todos modos.

—Bueno, ellos consiguen una ganga, yo hago un trabajo que me gusta y de paso me hago publicidad. Ah, oh, Dios, y comeré los platos de tu madre hasta que me muera.

—Te has olvidado del incentivo sexual.

—Eso es personal. —Esta vez subió con los dedos por el muslo, volvió a descender—. No cuenta. Pero, ya que también tengo algunos proyectos para tu casa, siempre puedes llevarme arriba y sobornarme con favores sexuales de forma continuada.

Ella se dio la vuelta para ponerse encima, y Bo gimió. Más por el exceso de pasta que por el deseo.

—¿Has estado haciendo planes para mi casa?

—Sólo he jugueteado con ellos. No he tenido mucho tiempo. Pero la mesa de tu comedor casi está terminada.

—Quiero verla. Quiero verlo todo.

—La mesa estará en un par de días. Y los bocetos aún son algo toscos.

—Tengo que verlos. —Se bajó de encima, le tiró de la mano—. Ahora. Ahora.

Él protestó, pero se sentó en la cama y cogió sus pantalones.

—La mitad de las ideas aún están en mi cabeza.

—Quiero ver la otra mitad. —Reena cogió sus pantalones y su camisa. Y entonces le tomó la cara a Bo y le dio un beso en los labios—. Gracias por adelantado.

—Ya me darás las gracias después. —Abrió la nevera para coger el agua y frunció el ceño cuando oyó que sonaba el teléfono—. ¿Quién demonios me llama a la una de la mañana? Espero que no sea Brad que llama para que vaya a pagar la fianza y sacarle de la cárcel. Aunque, para ser justos, eso solo pasó una vez.

—No contestes todavía. Espera. —Con la camisa a medio abrochar, Reena corrió al teléfono y miró el visor—. ¿Conoces el número?

—Así de entrada, no. —Y lo entendió, Reena se lo vio en la cara—. Mierda. Mierda. ¿Crees que es él?

—Deja que conteste yo. —Cogió el auricular—. ¿Diga?

—¿Estás lista para otra sorpresa? No me gusta repetirme, pero tienes que hacer lo que debes.

Ella miró a Bo y asintió, y mediante gestos le indicó que le trajera lápiz y papel.

—Me preguntaba cuánto tardarías en llamar. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Porque sé que eres una puta.

—¿Porque me he acostado contigo? —preguntó, y empezó a tomar nota de la conversación.

—¿No recuerdas todos los hombres con los que te has acostado, Reena?

—Tengo muy buena memoria para esas cosas. ¿Por qué no me das un nombre, o un lugar? Así veremos si fue muy memorable.

—Piensa, solo tienes que pensarlo, piensa en todos los hombres que has dejado que te follen. Desde el primero.

La mano de Reena se sacudió.

—Una mujer nunca olvida al primero. Y no fuiste tú.

—Tú y yo vamos a irnos de fiesta. Pero antes, ¿por qué no vas a dar un paseo? Así verás lo que he dejado para ti.

La comunicación se cortó.

—Cabrón —musitó buscando su móvil—. Ha hecho algo por la zona, se puede ir andando. No cuelgues —añadió, y entonces cogió su arma y se la puso en la pistolera, mientras llamaba desde el móvil.

—Soy Hale. Necesito que rastreéis este número. —Y lo leyó—. Seguramente es un móvil. Te daré el número al que ha llamado y dejaré esta línea libre. —Y le dio el número de Bo al tiempo que salía de la cocina—. Es posible que haya provocado un incendio cerca de mi casa. Necesito un par de coches. Voy a salir a comprobarlo. Ven lo antes posible… ¡Hijo de puta!

Oyó que Bo renegaba también detrás de ella y que volvía corriendo a la cocina.

—Tenemos un fuego en un vehículo, en esta dirección. Cabrón. ¡Da aviso!

Bo pasó corriendo a su lado con un extintor.

La capota de la camioneta estaba levantada, y el motor escupía fuego. De la parte baja de la carrocería salía una columna de humo, y debajo, los charcos de gasolina estaban encendidos. Los neumáticos se estaban consumiendo y el olor acre a goma quemada impregnaba el aire. Las llamas bailaban sobre la capota, por encima del vehículo, avivadas por la suave y agradable brisa estival.

Pero la rabia se convirtió en miedo cuando Reena vio el reguero de trapos que salían del depósito y que también estaban ardiendo. Con ellos había una servilleta roja con el logotipo de Sirico’s en una esquina.

—¡Apártate! —Saltó hacia Bo y le arrebató el extintor. «Puede que haya bastante o puede que no», pensó embotada, y apuntó el chorro hacia el depósito.

Empezó a salir espuma. El humo la cegó y le hizo difícil respirar, porque el viento se lo echó a la cara. El sabor del fuego volvió a llenar su boca mientras en el suelo, el reguero de gasolina encendida se acercaba.

—Olvida la camioneta. —Bo la cogió y la arrastró con él al otro lado del a calle.

La explosión hizo que la parte trasera del a camioneta saltara por los aires y volviera a caer con un golpe. La onda expansiva los hizo caer al suelo. La onda expansiva los hizo caer al suelo. Bo y Reena se protegieron debajo de uno de los coches aparcados mientras una lluvia de metal caía sobre la calle y sobre los otros coches, como metralla al rojo.

—¿Estás bien? ¿Te has quemado?

Él meneó la cabeza, miro al infierno en que se había convertido su camioneta. Los oídos le resonaban, los ojos le escocían y notaba una intensa quemazón en el brazo. Cuando se paso la mano por encima, vio que tenía sangre.

—Ya casi lo tenía. Unos segundos mas y…

—Casi has conseguido saltar por los aires por una jodida Chevy.

—Estaba jugando conmigo. Lo tenía calculado. —El fuego bailaba en sus ojos cuando golpeó el suelo con el puño—. El motor, la carrocería, no eran más que distracciones. Si hubiera visto la mecha antes… Por Dios, Bo, estás sangrando.

—Me he arañado el brazo cuando hemos salido volando.

—Déjame ver. ¿Dónde está mi teléfono? ¿Dónde está mi jodido teléfono? —Salió arrastrándose de debajo del coche y lo vio roto en medio de la calle—. Ya vienen. —Las sirenas se acercaban, y la gente empezaba a salir de las casas vecinas—. Siéntate aquí, deja que te vea ese brazo.

—Está bien. Sentémonos los dos un momento.

Bo no estaba seguro de si era él quien temblaba o ella. A lo mejor temblaban los dos, así que dejó de sujetarse sobre sus piernas debilitadas y se abandonó sobre el bordillo, y sentó a Reena con él de un tirón.

—Tienes un buen desgarrón. —Al ver la sangre de Bo, se obligó a mantener la calma—. Te van a tener que dar puntos.

—Puede.

—Quítate la camisa. Tenemos que aplicar presión sobre la herida. Puedo hacerte un vendaje de emergencia mientras llegan los sanitarios.

Pero Bo ladeó la cadera y se sacó un pañuelo del bolsillo.

—Con eso bastará. Lo siento, Bo.

—No tienes que disculparte. —Miró su camioneta mientras ella le vendaba el brazo. El dolor por el desastre aún no había calado. Aunque supuso que no tardaría en hacerlo. Aunque sentía una intensa ira—. Eso sería como quitarle la culpa a él y echártela a ti.

El equipo que acudió a la llamada bajó corriendo del camión y empezó a sofocar el fuego.

Cuando Reena terminó de hacerle el vendaje a Bo, apoyó la cabeza en las rodillas un momento, y luego aspiró con fuerza.

—Tengo que ir a hablar con los chicos. Te enviaré un sanitario. A menos que él diga otra cosa, te llevaré a urgencias para que te curen la herida.

—No te preocupes por eso. —No estaba de humor para hospitales. Estaba de humor para pegarle una patada en el culo a alguien. Se levantó y le ofreció una mano a Reena—. Vamos a contarles lo que ha pasado.

Reena apenas había tenido tiempo de contar lo sucedido cuando vio que la mitad de la gente que conocía estaba en la calle y la acera. Sus padres, Jack, Xander, Gina y Steve, los padres de Gina, antiguos compañeros de clase, primos de los antiguos compañeros de clase.

Oyó que su padre llamaba a Fran por el móvil y le decía que no había ningún herido y que llamara a An para decírselo.

«Bases cubiertas», pensó cansada, y entonces se volvió, porque O’Donnell acababa de llegar.

—¿La has localizado? —le preguntó.

—Estamos en ello. ¿Estás bien?

—Sí. Solo tengo algunas contusiones de cuando hemos caído al suelo. Bo se hizo el héroe y ha amortiguado mi caída. —Se frotó los ojos—. Dejó que le hiciera hablar, para tener tiempo de empezar la fiesta. Abrió la capota y roció el interior. Metió un montón de relleno de colchón en los bajos y lo encendió para que hubiera mucho humo. Había charcos de gasolina en el suelo, alrededor del maletero, encendió los neumáticos. Había un fuerte olor a humo, y eso me distrajo.

«Casi demasiado», pensó. Si Bo no se la hubiera llevado, habría sido mucho más que una camioneta lo que habría resultado dañado.

—Cuando reparé en la mecha, había colocado una de las servilletas de Sirico’s casi a la altura del depósito, ya no quedaba tiempo. Yo quise intentarlo, pero Bo me cogió como si fuera un balón de rugby y tuviera que correr hasta la línea de meta. No sabría decir si ha echado a perder una camioneta, y sabe Dios cuantas buenas herramientas, o si me ha salvado la vida.

—Te llamó a casa de Goodnight. ¿Has comprobado ya tu contestador… para ver si primero llamó a tu casa?

—No, aún no he entrado en casa.

—¿Por qué no vas ahora?

—Sí. Dame un minuto.

Reena se fue y cruzó unas palabras con Xander, y entonces fue hacia su casa.

—Muy bien, amigo. —Xander fue hasta Bo y le frotó el hombro bueno—. Venga, tú y yo nos vamos al hospital. Yo te curaré.

—Por Dios, doctor, no es más que un arañazo.

—Eso lo decidiré yo.

—Ve con Xander, no le discutas. —Bianca había hablado—. Yo entraré en la casa y te llevaré una camisa limpia.

Bo echó un vistazo a su casa.

—La puerta está abierta.

Bianca ladeó la cabeza, con los ojos llenos de compasión.

—¿Tienes las llaves? Cuando salga cerraré.

—No. Hemos salido corriendo, no he tenido tiempo de pensar en las llaves.

—Nos ocuparemos de eso. —Le cogió la cara con las dos manos—. Nosotros cuidamos de los nuestros. Ahora sé buen chico y vete con Alexander. Y mañana, cuando estés mejor, irás a ver a mi primo Sal.

—Pensaba que Sal era su hermano.

—Tengo un primo que también se llama Sal, y te hará un buen precio por una nueva camioneta. Muy buen precio. Te lo anotaré.

—Jack, ayuda a Bianca, ¿quieres? —Gib se unió al grupo y le dio una palmadita a su mujer—. Yo iré con vosotros y me ocuparé de que el paciente no se escape.

—Le encanta verme pinchando a la gente —dijo Xander cogiendo a Bo del brazo bueno.

—Eso es muy alentador. —Trató de encontrar una vía de huida y vio que estaba totalmente rodeado—. El sanitario dijo que quizá necesite un par de puntos. Puedo esperar a la mañana.

—No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy —dijo Xander alegremente—. ¡Eh! ¿Te has vacunado contra el tétanos recientemente? Me encanta ponerla.

—El año pasado. Apártese. —Miró a Gib con expresión recelosa—. No necesito una guardia de honor.

—Tú camina. —Gib esperó hasta que dejaron atrás a los vecinos—. He oído algunas cosas aquí y allá y tengo la sensación de que aquí pasa algo que debo saber. Alguien llamó a Reena a tu casa.

—Sí, el tipo de la otra vez. El que la ha estado acosando. El que prendió fuego a la escuela. ¿No os ha dicho nada?

—No, pero nos lo vas a contar tú ahora mismo.

No solo estaba rodeado, decidió Bo. Acorralado.

—Es mejor que le preguntéis a ella.

—No querrás que te sujete mientras Xander te hace un examen de próstata, ¿verdad?

—Eso sí que es divertido —concedió Xander.

—Ya lo capto. Tendría que habérselo contado, pero se enfadará mucho cuando sepa que os lo he contado yo. A lo mejor ser hijo único de unos padres divorciados no está tan mal. Son ustedes muy duros.

Y les contó lo que sabía mientras caminaban las dos manzanas que había hasta la clínica. La expresión divertida de Xander se había convertido en un silencio pétreo. Señaló una camilla con el gesto.

—¿Cuándo empezó todo esto? —quiso saber Gib.

—Según me ha parecido entender, justo después de que se instalara.

—Y no nos ha dicho nada. —Se dio la vuelta y empezó a andar arriba y abajo.

—Steve tampoco —señaló Xander, y empezó a limpiar la herida.

Bo hizo un aspaviento porque le escocía.

—¿Es que los médicos no podéis encontrar algo que no duela tanto?

—Tienes una bonita herida, Bo. Habrá que darte al menos seis puntos.

—¿Seis? Oh, mierda.

—Te pondré anestesia.

Vio la aguja que Xander sacó de un cajón y decidió que prefería seguir mirando la cara de Gib.

—No sé nada más. No sé de qué va ese hombre, pero Reena está muy inquieta. De momento lo puede controlar, pero empieza a afectarle.

—Alguien a quien ha metido en la cárcel —musito Gib—. Alguien a quien encarceló y que ha salido. Mi pequeña y yo vamos a tener una charla.

—Lo de la charla es un eufemismo que tenemos para gritar y renegar y arrojar algunas cosas por los aires —le explico Xander—. Es poca cosa.

—¿Cómo que poca cosa?… ¡Ay! Oh, te referías a esto. Señor Hale… Gib, usted es el padre, así que seguro que la conoce mucho mejor, pero no creo que gritarle y renegar y ponerse a tirar cosas vaya a cambiar las cosas.

Gib le enseñó los dientes.

—No pierdo nada por intentarlo.

La puerta de urgencias se abrió y un momento después apareció Jack con una camisa y zapatos. Miró el brazo de Bo e hizo una mueca de compasión.

—Bianca ha pensado que esto te serviría. Puntos, ¿eh?

—Seis, según el doctor Pesimista.

—Cierra los ojos y piensa en Inglaterra —le dijo Xander.

«Podía haber sido peor», decidió Bo. Podía haberse puesto en evidencia chillando como una chica. Pero el caso es que volvió andando a casa con su dignidad intacta, chupando la piruleta de cereza que Xander le dio cuando termino.

La multitud se había dispersado, y solo quedaban algunos grupitos que querían ver el tipo de cosas que normalmente solo se ven por la tele.

Reena, O’Donnell y Steve, junto con un par de tipos que supuso que eran de la policía científica, aún estaban estudiando el vehículo.

Se preguntó si su seguro cubriría los daños que habían sufrido los coches vecinos por el impacto de las piezas de su camioneta. Uf, sus tarifas iban a subir y mucho.

Reena se separó del grupo y se acercó a él.

—¿Cómo va tu brazo?

—Parece que podré conservarlo. Y me han dado una piruleta.

—Se la di para que dejara de llorar —le dijo Xander—. La camioneta parece siniestro total.

—Sí —concedió Reena—. Hay daños colaterales en los vehículos que había aparcados delante y detrás, incluido el mío. Ya casi hemos terminado aquí. Si firmas la autorización, podremos llevarla al laboratorio.

—¿Qué pasa con mis herramientas? ¿No se ha salvado nada?

—Cuando terminemos, te traeré lo que quede. Mamá está dentro. —Miró a su padre—. Quería esperarte y ver cómo estaba Bo.

—Bien. Voy adentro a esperar con ella.

—A mí aún me queda para rato. Es tarde, tendríais que volver a casa.

—Esperaremos.

Frunció el ceño mientras veía a su padre caminar hacia su casa.

—¿Qué está pasando aquí?

—Vamos, Jack, te acompaño a tu casa. —Xander le pasó un brazo por los hombros a su cuñado, miró a Bo—. Manten el vendaje seco, y utiliza las cremas como te he indicado. Mañana le echaré un vistazo. —Sujetó a Reena por el mentón y la besó en la mejilla—. Estás metida en un buen lío. Buenas noches.

Jack le dio un beso en la frente.

—Cuídate. Nos vemos, Bo.

Reena volvió a mirar a su novio.

—¿Qué está pasando?

—No les habías dicho nada.

Ella abrió la boca y dejó escapar un suspiro de exasperación.

—Y se lo has dicho tú.

—Tenías que haberlo hecho tú, y me has puesto en una situación… no he tenido más remedio que decirlo.

—Estupendo. —Miró hacia su casa, bufando de rabia—. Sí, señor. No podías mantener la boca cerrada y dejar que me ocupara de esto.

—¿Sabes una cosa? —dijo Bo al cabo de un momento—. Ha sido una noche espantosa y no estoy de humor para otro asalto. Haz lo que quieras. Yo me voy a dormir.

—Bo… —Él levantó una mano y se alejó, dejándola con un buen enfado y nadie con quien desfogarse.

Cuando Reena entró finalmente en su casa ya eran más de las cuatro de la mañana. Quería darse una ducha fresca y dormir.

Sus padres estaban dormidos en el sofá, acurrucados como un par de críos. Pensando que era una bendición, Reena retrocedió de puntillas con la intención de subir a su cuarto.

—Ni se te ocurra.

La voz de su padre hizo que se detuviera y cerrara los ojos. Nunca, ni una vez, había podido ninguno de los hermanos entrar en casa después de la hora sin que él los viera. El hombre parecía una serpiente.

—Es tarde. Me gustaría dormir un par de horas.

—Ya eres mayorcita, así que no te hará daño pasar la falta.

—Oh, me pongo mala cuando dices eso.

—Vigila ese tono, Catarina. —Bianca habló sin abrir los ojos—. Aún somos tus padres, y seguiremos siéndolo cien años después de que te mueras.

—Mirad, estoy muy cansada. ¿No podemos dejar esto hasta mañana?

—¿Alguien te amenaza y no nos dices nada?

De acuerdo, no tenía nada que hacer. Reena se quitó la goma con la que se sujetaba el pelo. Su padre se levantó del sofá.

—Se trata de mi trabajo, papá. No puedo, no debo contaros todo lo que me pasa en el trabajo.

—Es personal. Ese individuo te llama. Conoce tu nombre. Sabe dónde vives. Y esta noche ha tratado de matarte.

—¿Parezco muerta? —replicó ella—. ¿Parezco herida?

—¿Cómo estarías si Bo no hubiera reaccionado tan deprisa?

—Oh, genial. —Levantó las manos, caminó hecha una furia por la habitación—. Así que él es el caballero blanco y yo la damisela indefensa. ¿Veis esto? —sacó su placa y la puso delante de la cara de su padre—. No le dan esto a damiselas indefensas.

—Pero ¿se las dan a mujeres obstinadas y egoístas que son incapaces de admitir que se equivocan?

—¿Egoísta?

Hablaban a gritos, y sus rostros estaban separados apenas por unos centímetros.

—¿Eso qué significa? Es mi trabajo, es asunto mío. ¿Te digo yo cómo tienes que llevar tu negocio?

—Eres mi hija. Tus asuntos siempre son también asunto mío. Alguien ha tratado de hacerte daño y ahora tendrá que vérselas conmigo.

—Esto es justamente lo que trataba de evitar. ¿Que por qué no te lo dije? Piensa en todo lo que has dicho. No permitiré que te metas en esto. No te vas a inmiscuir en mi trabajo.

—¡No me digas lo que tengo que hacer!

—Lo mismo digo.

Basta! Basta! ¡Parad! —Bianca se levantó del sofá de un salto—. No le levantes la voz a tu padre, Catarina. Y tú no le grites a tu hija, Gibson. Yo os gritaré a los dos. Par de idiotas. Stupidi! Los dos tenéis razón, pero eso no impedirá que golpee vuestras cabezas la una contra la otra. Tú… —Y le dio a su marido en el pecho con el dedo—. No haces más que dar vueltas y vueltas y no vas al grano. Nuestra hija no es egoísta, y tendrás que disculparte. Y tú… —Esta vez el dedo señaló a Reena—. Tienes tu trabajo, y estamos orgullosos de lo que haces, de lo que eres. Pero esto es distinto, y tú lo sabes. No se trata de alguien desconocido. Se trata de ti. ¿Te hemos dicho alguna vez «No, Catarina, no» cuando te hemos visto entrar en un edificio que se te podía caer encima? ¿Te hemos dicho que no te hicieras policía y nos tuvieras preocupados día y noche?

—Mamá…

—Aún no he terminado. Cuando termine ya lo sabrás. ¿Quién fue la persona que más orgullosa se sintió cuando te convertiste en lo que siempre habías querido? ¿Y en cambio te plantas ahí y nos dices que no es asunto nuestro si alguien trata de hacerte daño?

—Yo solo… no veía la necesidad de preocuparos a todos.

—¡Ja! Esa es nuestra misión. Somos tu familia.

—De acuerdo, tendría que habéroslo dicho. Después de lo que ha pasado esta noche os lo iba a decir, si Bo no se…

—¡No me digas que le vas a echar la culpa! —la interrumpió Gib.

Ella hundió la cabeza entre los hombros.

—Es el único que queda y, ya que no está aquí para defenderse, prefiero que cargue él con las culpas. Qué, ¡no me digas que ahora sois buenos amigos!

—Se ha hecho daño para evitar que te lo hicieras tú. —Gib le cogió el rostro entre las manos—. Podías haber sido tú a quien cosiera Xander esta noche. O algo peor.

—Tienes que disculparte —le recordó Bianca a su marido, y Gib levantó los ojos al techo.

—Siento haber dicho que eres egoísta. No lo eres. Estaba muy enfadado.

—No importa. Soy egoísta cuando se trata de vosotros. Os quiero. Os quiero —repitió arrojándose a sus brazos y aferrando la mano de su madre—. No sé quién está haciendo esto, ni por qué, pero tengo miedo. Y en los dos lugares ha dejado algo de Sirico’s.

—¿De Sirico’s?

—En la escuela dejó una caja de cerillas, y hoy he encontrado una servilleta. Quiere que sepa que puede entrar y llegar hasta vosotros. Me está diciendo… —Su voz vaciló—. Tengo miedo de que intente haceros daño a alguno de vosotros. No podría soportarlo.

—Entonces ya sabes cómo nos sentimos. Ve y duerme un poco. Cerraremos con llave al salir.

—Pero…

Bianca apretó la mano de su marido antes de que pudiera protestar.

—Descansa un poco —siguió diciendo Bianca—. No le des más vueltas por hoy.

Cuando se quedaron solos, Gib le susurró a su mujer:

—No querrás que la dejemos sola esta noche.

—Es exactamente lo que vamos a hacer. Tenemos que confiar en ella y ella necesita saber que lo hacemos así. Es muy duro. —Por un momento frunció los labios con fuerza, habló con firmeza—. Siempre es duro mantenerse al margen con tus hijos. Pero tenemos que hacerlo. Vamos, cerraremos al salir. Iremos a casa y nos preocuparemos por ella.

El teléfono despertó a Reena a las cinco cuarenta y cinco. Ella se movió con torpeza por el espeso líquido del agotamiento, consiguió encender la luz y luego puso en marcha la grabadora.

—¿Diga? —musitó al auricular.

—No has sido lo bastante rápida, ¿eh? No eres tan lista como crees.

—Y tú sí lo eres, ¿no? —Trató de controlar la ira—. Pero te has tomado demasiadas molestias solo para volar una camioneta. Podías haber hecho algo mejor.

—Pero él está enfadado. —Se oyó una risa grave—. Me habría gustado verle la cara cuando explotó.

—Tendrías que haberte quedado. Si tuvieras pelotas, te habrías quedado a ver el espectáculo.

—Tengo pelotas, puta. Y antes de que esto se acabe me las vas a chupar.

—Si eso es lo que quieres dime dónde y cuándo.

—A su tiempo, en mi casa. No lo pillas, ¿verdad? Ni siquiera después de lo de esta noche. Se supone que tú eres la inteligente, pero no eres más que una puta sin cerebro.

Reena entrecerró los ojos.

—¿Por qué no me das un par de pistas? Si no, el juego no tiene gracia. Venga —lo apremió—, juguemos si es lo que quieres.

—Es mi juego, y yo pongo las normas. La próxima vez.

Cuando colgó, Reena se recostó en el asiento. Ya estaba totalmente despierta, y su cabeza no dejaba de pensar.

«No lo pillas, ni siquiera después de lo de esta noche».

¿Qué podía deducir de lo que había pasado?, se preguntó. Utiliza diferentes métodos, diferentes objetivos. No se ciñe al mismo modus operandi ni al mismo tipo de objetivos como haría un pirómano normal.

Y su firma es algo de Sirico’s. Como un mensaje.

¿Alguien a quien había atrapado allí hace años? O’Donnell estaba investigando a Luke, que nunca le tuvo mucho aprecio al restaurante. Pero Luke estaba en Nueva York. Es posible que hubiera conducido hasta Baltimore, claro, pero ¿por qué iba a hacerlo? ¿Por qué empezar a acosarla después de tantos años?

Y no tenía sentido. Sí, Luke podía hacer aquello para molestarla pero ¿por qué?

A lo que había que añadir que él no sabía nada sobre incendios, ni sobre explosivos. Si dejaban aparte que le habían quemado el Mercedes, Luke…

Reena se puso muy derecha.

—¡Oh, Dios!

No era lo mismo, no exactamente. La persona que lo hizo no había entrado en la camioneta, ni había quemado el interior después de desconectar la alarma. Pero…

El motor rociado con gasolina, los neumáticos, la parte inferior del chasis, el invento dentro del depósito de gasolina…

Habían pasado muchos años. ¿Es posible que se tratara de la misma persona? No alguien que quería hacer daño a Luke o tenía algo contra él.

Sino contra ella.

Pero ¿tanto tiempo?, pensó. ¿Seis años? ¿Habría otros incidentes que no había sabido relacionar? ¿Incendios que había investigado y que habían sido obra de él?

Tendría que revisar los casos abiertos. Cualquier cosa que hubiera pasado por sus manos y no se hubiera resuelto.

¿Hasta dónde se remontaba todo aquello? ¿Cuánto tiempo llevaba aquel hombre preparándose para ponerse en contacto con ella?

Un escalofrío le cruzó el corazón, hizo que se detuviera. Notó que la sangre abandonaba su rostro, antes incluso de darse la vuelta y bajar corriendo la escalera.

Las manos le temblaban cuando cogió las notas que había tomado en la cocina de Bo. Las notas sobre su conversación con el pirómano.

«Piensa, piensa en todos los hombres que has dejado que te follen. Desde el primero».

—El primero —musitó, y se dejó caer lentamente al suelo—. Josh. Oh, Madre de Dios. Josh.