17

Hacía mucho tiempo que Reena no revisaba el archivo del caso de Joshua Bolton. Y no sabía por qué había decidido volver a revisarlo. No había nada nuevo que ver. El caso llevaba años cerrado. Todos —los investigadores, el forense y el laboratorio criminalístico— habían llegado a la conclusión de que fue una muerte accidental.

No había razón para pensar otra cosa. No habían forzado la puerta, el traumatismo de la cabeza apuntaba a un golpe dado al caer, no habían robado ni destrozado nada, no había móvil. Solamente un joven que se durmió con un cigarrillo encendido en la cama.

Salvo que Reena nunca le había visto fumar.

Y aun así, los investigadores habían encontrado un paquete de cigarrillos y una caja de cerillas con sus huellas. Eso había pesado más que el hecho de que la chica con la que se había acostado insistiera en decir que no fumaba.

Ella habría llegado a la misma conclusión, reconoció Reena, mientras leía los informes. Seguramente hubiera pensado lo mismo y habría cerrado el caso.

Pero nunca había acabado de aceptar aquello, ni podía hacerlo.

Aún estaba leyendo los informes, con las fotografías tomadas en la escena del crimen repartidas sobre su mesa, cuando el teléfono sonó.

—Unidad de delitos incendiarios, detective Hale.

—¿Reena? Soy Amanda Greenburg, Mandy. Nos conocimos anoche, en casa de Bo, en un momento muy humillante para mí.

—Sí, claro, me acuerdo. —Se quedó mirando lo que el fuego había dejado del chico al que conocía.

—Cómo te ibas a olvidar, claro. Mira, quería disculparme.

—No hace falta. De verdad. —Rozó con los dedos la fotografía de Josh—. Pero me preguntaba si tendrías un momento para que nos viéramos. Me gustaría hablar contigo.

—Claro. ¿Cuándo?

—¿Qué tal ahora?

Hacía buen día, así que Reena se instaló en una mesa en la terraza de un pequeño café a cinco minutos de la comisaría. Acababa de sentarse cuando vio que Mandy se acercaba corriendo por la acera, con un voluminoso bolso cuadrado rebotando contra su cadera.

Su pelo era una explosión chillona de rojo, y tenía la cara tan larga como un terrier. Llevaba unas gafas de sol de estilo Jackie Onassis que, extrañamente, le sentaban bien.

—Hola. —Mandy se sentó en la silla.

—Gracias por venir.

—No pasa nada. Café —dijo cuando vino el camarero—. Y cuando se me acabe, tráeme más.

—Una Diet Pepsi.

—Vale, solo quería quitarme la espinita. Anoche estaba hecha polvo y Bo no es solo mi mejor amigo. Para ser un hombre sabe manejar bastante bien a una mujer histérica. No nos acostamos.

—Ya no —dijo Reena.

—Ya no. Hace años que no lo hacemos. Somos como, ya sabes, como Jerry y Elaine. ¿Ves Seinfeid? Solo que Bo no es tan cínico. Mi ex… —Mandy hizo una pausa y esperó a que les sirvieran las bebidas—. Mark y yo hemos vivido juntos durante casi un año. Nos fuimos a Las Vegas a casarnos en un arrebato. Pero las cosas se pusieron muy tensas casi desde que volvimos. No sé por qué. Es más fácil si conoces el motivo, ¿no crees?

—Sí, siempre es mejor saberlo.

—Pues yo no lo sabía. Y entonces, una noche va y me dice que lo siente, y lo sentía, que lo siente pero que nuestra relación no funciona y ha conocido a otra persona. Que cree que está enamorado. Y me lo dice así, con aire lastimero, me dice que lo siente pero que cree que está enamorado de otra. Que no quiere engañarme y que lo mejor es que nos divorciemos.

—Menudo palo.

—Sí, fue muy duro. —Cogió su café, y el anillo de plata que llevaba en el pulgar izquierdo destelló al sol—. Naturalmente, yo me puse hecha una furia. Monté una escenita, discutimos. Y en aquella ocasión también acabé llorando en casa de Bo. Pero ¿qué iba a hacer? El muy cerdo ya no me quiere. Y entonces ayer voy y me entero de que se vuelve a casar y el mundo se me cayó a los pies.

—Lo siento.

—Sí, bueno, que se jodan. Pero la cuestión es que no quiero que Bo tenga problemas porque yo necesitaba un hombro contra el que llorar. Yo soy una vieja amiga. Pero tú eres la chica de sus sueños.

Reena pestañeó.

—¿Tienes idea de lo difícil que es que esté a la altura de ese título?

Mandy sonrió.

—Nunca he sido la chica de los sueños de nadie, pero me lo imagino. Pero es lo que es. A veces Brad y yo nos burlábamos de él por eso.

—Para qué están los amigos, ¿eh?

—Exacto. Pero es una locura. Te has instalado en la casa de al lado. Los ojos le hacen chiribitas… y yo voy y meto la pata.

—Solo un poco.

—Perdona si ahora cambio de tema. —Mandy le hizo una señal al camarero para que volviera a llenarle la taza—. DeWanna Johnson.

—¿Cómo sabes de ella?

—Trabajo para The Sun.

—¿Eres reportera?

—Fotógrafa. Ayer hicisteis una declaración oficial sobre el caso, y sé que querrán un seguimiento. He pensado si podría hacerte una fotografía…

—Jamal Eari Gregg ha sido acusado de asesinato en segundo grado por la muerte de DeWanna Johnson. Si quieres hacer un seguimiento de la noticia, tendrías que hablar con la oficina del fiscal del distrito.

—Tú eres de aquí, tienes fuertes vínculos con la ciudad y, nos guste o no, el hecho de que seas mujer da a la historia un carácter más suculento.

—Mi compañero no es mujer y atrapamos al sospechoso juntos. Tendrás que pasar por el representante de prensa del cuerpo. No tengo ningún problema en que me hagas una fotografía si él te da permiso. Y, en realidad, si te he pedido que nos viéramos es porque quería hablarte de otro caso. El de Josh.

—Vale. —Mandy bajó la vista a su café, y Reena se dio cuenta de que lo tomaba solo… y como si fuera agua—. Aquello me afectó mucho. A todos nos afectó. Un periodista vino a hablar conmigo. Entonces yo trabajaba como colaboradora para The Sun. Después de graduarme, estuve unos seis meses en Nueva York y descubrí que soy una chica de pueblo. Y volví a Baltimore. Hablé una vez con su madre, cuando vinieron a recoger sus cosas al piso. Fue terrible.

—¿Los investigadores hablaron contigo? ¿El de la brigada de incendios, la policía?

—Claro. Que yo sepa, hablaron con toda la gente del edificio, con algunos de los chicos que iban a clase con él, con sus amigos. Supongo que también hablaron contigo.

—Sí. Seguramente fui la última persona que lo vio con vida. Aquella noche estuve con él.

—Oh. —Una expresión compasiva se extendió por el rostro de Mandy cuando se subió las gafas de sol—. Dios, lo siento. No lo sabía. Yo había estado fuera, en una cita a ciegas con Bo… la primera. Salimos con Brad y una amiga mía que por aquel entonces tenía loquito a Brad.

—Llegaste a tu casa entre las diez y media y las once.

Mandy arqueó las cejas mientras daba un sorbito al café.

—¿Ah, sí?

—Es lo que dijiste en tu declaración.

—Sí, supongo, por lo que recuerdo. Bo me acompañó hasta la puerta. Pensé en pedirle que entrara, pero decidí tomármelo con calma y ver qué pasaba. Mi compañera de piso estaba fuera aquel fin de semana, así que lo tenía para mí solita. Puse música, me fumé un porro. Una cosa que no dije en mi declaración y que hacía de vez en cuando en mis tiempos de universitaria. Estuve viendo SNL hasta más o menos medianoche y me acosté. Lo siguiente que recuerdo es que estaban sonando las alarmas y la gente corría y gritaba por los descansillos.

—Conocías a la mayoría de la gente que vivía en el edificio.

—Claro, al menos de cara.

—¿Tuvo Josh algún problema con alguno de ellos?

—No. Ya sabes cómo era, Reena. Un encanto de chico.

—Sí, pero incluso los chicos encantadores tienen problemas con según qué gente. Una chica tal vez. —«Un incendio en un dormitorio», pensó. «Es más propio de una mujer. Más personal, más emocional. Matarlo mientras duerme».

Mientras pensaba, Mandy estuvo jugueteando con uno de los distintos collares de plata que llevaba.

—Salía con chicas. Los edificios del exterior del campus eran pequeños hervideros de melodramas, sexo y un exceso de fiestas. Y un miedo terrible a los finales. Pero aquello fue en época de entretiempo. El semestre se acabó en mayo y muchos de los inquilinos volvieron a su casa a pasar el verano o se licenciaron. No estábamos al completo ni mucho menos. Y, cuando empezó a salir contigo, Josh se centró totalmente en ti. La verdad, no recuerdo que participara en ninguna ruptura dramática, ni ningún desacuerdo grave con nadie. Ni en el edificio ni en el campus. Caía bien.

—Sí. ¿Recuerdas haberle visto fumar alguna vez?

—Seguramente. Recuerdo que en aquella época este tema me preocupaba bastante. Muchos fumábamos socialmente… o cuando estábamos de juerga. Había unos pocos fumadores empedernidos, claro. Y los recuerdo muy bien. Pero Josh no era uno de ellos. Él seguía la corriente.

—¿Y no viste ni oíste nada la noche del fuego?

—Nada. ¿Vais a reabrir el caso?

—No. No —repitió Reena sacudiendo la cabeza—. Es personal. Es algo que no puedo olvidar.

—Lo sé. —Con gesto ausente, Mandy volvió a colocarse las, gafas en su sitio—. Yo tampoco. Es muy duro cuando eres joven y el que muere es uno de los tuyos. La gente no se muere a los veinte años. Al menos eso es lo que piensas a esa edad. La vida es para siempre. Tienes todo el tiempo del mundo.

—DeWanna Johnson tenía veintitrés años. Siempre hay menos tiempo del que pensamos.

Pero lo guardó, guardó el archivo como había hecho otras veces y se concentró en el presente.

Cuando la madre de DeWanna Johnson entró en la sala de la comisaría, Reena se puso en pie.

—Yo hablaré con ella —le dijo a O’Donnell, y fue a su encuentro.

—¿Señora Johnson? Soy la detective Hale. Hablamos por teléfono.

—Me dijeron que viniera aquí. Que aún no puedo llevarme a DeWanna.

—¿Por qué no me acompaña? —Reena le puso una mano en el brazo y la acompañó a la sala de descanso. Había una pequeña barra con una cafetera encima, un microondas anticuado y vasos de plástico.

Reena le indicó a la señora Johnson que se sentara.

—¿Por qué no se sienta? ¿Quiere tomar un café, un té?

—No, nada. Nada. —Se sentó. Sus ojos se veían oscuros y cansados.

No tendría mucho más de cuarenta años, pensó Reena, y ahora tendría que enterrar a su hija.

—Lamento mucho su pérdida, señora Johnson.

—La perdí en el momento en que él salió de la cárcel. Tendrían que haberlo dejado encerrado. Y ahora ha matado a mi niña y ha dejado huérfana a su hija.

—Siento mucho lo que le ha pasado a DeWanna. —Reena se sentó frente a ella—. Jamal pagará por ello.

La ira y el dolor se debatían con el cansancio en aquellos ojos oscuros.

—¿Cómo voy a decirle a esa criatura que su padre ha matado a su mamá? ¿Cómo?

—No lo sé.

—¿Ella…? El fuego. ¿Sufrió?

—No. —Reena estiró el brazo y oprimió la mano de la señora Johnson—. No sintió nada. No sufrió.

—La crie yo sola, y lo hice lo mejor que pude. —Respiró hondo—. Era una buena chica. Cuando se trataba de ese cabrón estaba completamente ciega, pero era una buena chica. ¿Cuándo podré llevármela?

—Lo preguntaré.

—¿Tiene hijos, detective Hale?

—No, señora, no los tengo.

—A veces pienso que solo tenemos los hijos para que nos rompan el corazón.

Aquellas palabras no dejaban de darle vueltas por la cabeza, así que cuando iba para casa, Reena pasó por Sirico’s. Encontró a su madre ante el inmenso horno, y a su padre en la mesa donde trabajaba las pizzas.

Le sorprendió ver a sus tíos Larry y Carmela sentados en uno de los reservados, comiendo setas rellenas.

—Siéntate, siéntate —insistió Larry cuando Reena se inclinó para darle un beso—. Hablanos de tu vida.

—En estos momentos me parece que con dos minutos ya lo habría dicho todo. Seguramente ni eso. Y llego tarde.

—Una cita, ¿eh? —dijo su tía guiñándole un ojo.

—Pues la verdad es que sí.

—¿Cómo se llama el chico? ¿A qué se dedica? ¿Cuándo vas a casarte y darle a tu madre unos nietos bien guapos?

—Se llama Bowen y es carpintero. Y entre Fran, Bella y Xander, mamá ya tiene todos los nietos guapos de los que puede disfrutar.

—Los nietos nunca sobran. ¿Es el chico que vive en la casa de al lado? ¿Cómo se apellida?

—No es italiano —dijo ella con una risa, y volvió a besar a su tía—. Buon appetito.

Reena pasó entre las mesas y fue a coger una bebida de la máquina. Su padre tenía las manos en la masa, así que se puso de puntillas y le dio un beso en la barbilla.

—Hola, guapo.

—¿Quién es? —Volvió la cabeza para mirar a su mujer—. ¿Quién es esta extraña que va repartiendo besos? Me suena de algo.

—Aún no ha pasado una semana —protestó ella—. Y llamé hace dos días.

—Oh, ahora me acuerdo. —Levantó las manos y pellizcó sus mejillas con los dedos manchados de harina—. Nuestra hija perdida. ¿Cómo te llamabas?

—Bromas, lo único que consigo son sus bromas. —Y se dio la vuelta para besar a su madre—. Hay algo que huele bien. Un nuevo aroma, y boloñesa.

—Siéntate. Te pondré un plato.

—No puedo. Un hombre atractivo me va a preparar la cena.

—¿El carpintero sabe cocinar?

—No he dicho que fuera el carpintero. Pero sí, es él, y sí, cocina. En teoría. Mamá, ¿tus hijos te hemos partido el corazón?

—Montones de veces. Toma, come unas setas, por si se le quema la cena.

—Pero, si tanto te hacemos sufrir, ¿por qué has tenido cuatro?

—Porque tu padre no me dejaba tranquila por la noche.

Él volvió la cabeza al oírla y rio.

—Lo digo en serio.

—Yo también. Cada vez que me daba la vuelta para dormir, se le iban las manos. —Bianca dio unos golpecitos con la cuchara en el borde de la cazuela y la dejó—. He tenido cuatro hijos porque, por muchas veces que me rompierais el corazón, también me llenabais. Sois el tesoro de mi vida y mi quebradero de cabeza más grande. —Se llevó a Reena a rastras a la cocina—. ¿No estarás embarazada?

—No, mamá.

—Solo era una pregunta.

—Es que desde hace un par de días se me pasan muchas ideas raras por la cabeza, nada más. Buenas setas —añadió—. Tengo que irme.

—Ven a cenar el domingo —gritó Bianca a su espalda—. Y trae a tu carpintero. Le enseñaré a cocinar.

—Según cómo lo haga esta noche, a lo mejor se lo pido.

Bo preparó pollo porque se le daba bien la carne de ave. Había pasado por la tienda para comprar la carne fresca, y tenía intención de pasar también por la pastelería. Pero aquella tarde le montó a la señora Mallory un cenador y cuando la mujer se enteró de sus planes para aquella noche, le dio un pastel de merengue recién hecho.

Bo aún estaba tratando de decidir si era ético hacerlo pasar como suyo cuando Reena llamó a la puerta.

Había puesto música —Norah Jones— y había limpiado el polvo. Pero sus propósitos de hacer algo más concienzudo habían quedado en nada porque se entretuvo más de la cuenta en casa de la señora Mallory. Y por su debilidad por sus galletitas.

Pero la casa tenía buen aspecto, decidió. Y había cambiado las sábanas. Por si acaso.

Cuando abrió la puerta y la miró, deseó de verdad que tuvieran que utilizar las sábanas limpias.

—Hola, vecina. —Fue directo al grano (¿para qué perder el tiempo?), le puso las manos encima y la besó.

Ella se relajó contra su cuerpo, solo un poco. Seductoramente poco. Y luego se apartó.

—No está mal para lo que suelen ser los aperitivos. ¿Cuál es el plato principal? —Y le entregó una botella metida en una colorida bolsa de papel plateada—. Espero que pegue con el Pinot Grigio.

—Seguimos con el pollo, así que irá estupendamente. —La cogió de la mano para llevarla a la cocina.

—Flores. —Reena se volvió hacia la mesa para admirar las margaritas que Bo había colocado en una botella azul—. Y velas. Eres un encanto.

—Es por días. Estaba entre las cosas de mi abuela. Anoche estuve un rato buscando entre las cajas.

Ella siguió su mirada y estudió lo que había colocado en la vitrina. Más viejas botellas, formas interesantes y algunos platos azul oscuro, algunos vasos de vino.

—Es bonito. Seguro que le gustaría que pusieras sus cosas en una vitrina.

—Yo no suelo tener cosas de estas. Más trastos para empaquetar cuando te mudas.

—Cosa que tú haces con frecuencia.

Él abrió el vino y cogió dos de los vasos de la vitrina.

—No puedes entregar la casa a sus nuevos propietarios si sigues viviendo en ella.

—¿No te sientes apegado a ninguna casa?

—Me ha pasado un par de veces. Pero entonces veo otra y pienso, uau, creo que esta me gusta. Potencial y beneficios frente a comodidad y familiaridad.

—Eres un fanático de las casas.

—Sí. —La risa dio calidez a su mirada; chocó su vaso con el de ella—. Siéntate. Enseguida está todo.

Reena se instaló en un taburete ante la barra.

—¿Y qué me dices de empezar totalmente de cero? ¿Has comprado alguna vez un solar y has construido la casa desde los cimientos?

—Lo he pensado. Puede que algún día lo haga. La casa de mis sueños. Pero en general me gusta ver lo que hay y tratar de mejorarlo o rescatarlo de entre los muertos.

Abrió el horno para comprobar algo y a Reena le llegó olor a romero. Mentalmente tomó nota para traerle un par de tiestos con hierbas para el alféizar de la ventana… si la cosa iba bien.

—Dijiste que podías hacer lo que yo quisiera en mi casa. ¿Solo estabas presumiendo o lo decías de verdad?

—A lo mejor presumía un poco, pero puedo hacer cualquier cosa que esté dentro de lo razonable. Lo que quieras. —Echó un chorrito de aceite en una sartén.

—¿Puedo tener una chimenea en mi dormitorio?

—¿De leña?

—No necesariamente. Con una de gas o eléctrica ya me apañaría. Seguramente hasta sería mejor. No creo que me apetezca tener que andar cargando leña al piso de arriba.

—Podría hacerse.

—¿En serio? Siempre he querido tener una, como en las películas. Una chimenea en el dormitorio. Una en la biblioteca. En realidad lo que de verdad me gustaría es convertir el dormitorio en una especie de suite. Incorporar el cuarto de baño y quizá ampliarlo un poco. Y quiero una claraboya por encima de la bañera.

Él la miró y pensó.

—Quieres una claraboya sobre la bañera.

—Creo que entra en la categoría de razonable. Evidentemente, habría que hacerlo por etapas. Tengo un presupuesto muy limitado.

Bo añadió ajo picado al aceite.

—Echaré un vistazo, prepararé algunos diseños y te haré un presupuesto. ¿Qué te parece?

Reena sonrió, apoyando el codo en la barra y dando sorbos al vino.

—Estupendo. Si va a resultar que eres demasiado bueno para ser real.

—Es lo mismo que yo pensaba de ti.

—No sé qué quiero, Bo. Para aquí, para mí misma… Dios, no sé ni lo que quiero para mañana, imagínate de aquí a un año.

—Yo tampoco.

—Yo creo que sí, o al menos tienes una idea general. Creo que cuando haces tu trabajo, cuando construyes y diseñas, puedes visualizar el siguiente año.

—Sé que te quiero esta noche. Que te he querido, o a la imagen que tenía de ti, desde hace mucho tiempo. Pero no sé qué haremos o cómo nos irá mañana. O de aquí a un año.

Echó el pollo en la sartén y se volvió.

—Creo que hay una razón para que te instalaras en la casa de al lado. Para que te viera cuando te vi hace años y en cambio no te haya conocido hasta ahora. Creo que antes no estaba preparado para conocerte. —La observó, sentada en la barra, con sus ojos de leona, pasando el dedo por el borde del vaso de su abuela—. A lo mejor eso significa que las cosas empiezan a encajar en su sitio. O significa otra cosa. No necesito saberlo inmediatamente.

—Has hablado de potencial cuando ves una nueva casa que te atrae. Tú tienes el potencial de hacer que me enamore. Y eso me asusta.

Bo sintió algo que ardía en su corazón.

—¿Porque piensas que puedo hacerte daño?

—Puede. O yo te lo haré a ti. O a lo mejor todo se complica de mala manera.

—O surge algo especial.

Ella meneó la cabeza.

—Cuando miro las relaciones que he tenido, veo el vaso medio lleno. Y lo que queda en el vaso no tiene por qué ser necesariamente potable.

Bo cogió la botella y llenó el vaso de Reena hasta el borde.

—A lo mejor es que nunca te ha llenado el vaso el hombre adecuado.

—Puede. —Miró a la cocina—. Cuidado, que no se te queme el pollo.

No se le quemó, y Reena tuvo que reconocer que estaba impresionada. Bo había conseguido poner una comida completa en la mesa sin ningún incidente. Empezó su segundo vaso de vino y probó el pollo.

—Muy bien —dijo—. Está bueno. Está muy bueno. Y eso es todo un cumplido viniendo de alguien que se ha criado en una atmósfera donde la comida no es solo comida, ni siquiera un arte, sino una forma de vida.

—El pollo al romero nunca falla.

Reena rio y siguió comiendo.

—Háblame de tu primer amor.

—Fuiste tú. Vale —añadió cuando vio que Reena lo miraba entrecerrando los ojos—. Tina Woolrich. Octavo curso. Tenía ojos grandes y azules y pechos pequeños y redondos… que me dejó tocar generosamente una deliciosa tarde de verano en un cine. ¿Y tú?

—Michael Grimaldi. Yo tenía catorce años y estaba loca por él, que estaba colgado por mi hermana Bella. Yo pensaba que algún día se le caería la venda de los ojos y se daría cuenta de que su destino era estar conmigo. Pero eso no pasó.

—Qué tonto.

—Vale. ¿Quién fue la primera que te partió el corazón?

—Tú otra vez. Aparte de ti… nadie.

—A mí tampoco. No sé si eso nos convierte en afortunados o es triste. Bella siempre estaba con el corazón destrozado o rompiendo el corazón de alguien. Y recuerdo a mi hermana Fran llorando en su habitación porque algún idiota había invitado a otra al baile del instituto. A mí eso nunca me ha importado. Así que supongo que es triste.

—¿Te has acercado alguna vez al M?

—Matrimonio. —En sus ojos algo parpadeó—. Depende de cómo se mire. Algún día te hablaré de eso. Hoy he visto a Mandy.

Con eso supuso que la conversación sobre relaciones anteriores se había acabado.

—¿Ah, sí?

—Llamó para disculparse, otra vez, y le pregunté si podíamos vernos. De tanto en tanto vuelvo a sacar el archivo del caso de Josh. Quería hablar con ella sobre él. No descubrí nada nuevo, claro. Pero conocerla me pareció una de esas señales cósmicas, así que quise indagar un poco. De todos modos, me cae bien. Tiene muchísima energía, lo cual quizá se deba al hecho de que se bebió dos litros de café en veinte minutos.

—Vive del café —concedió Bo—. Nunca ha entendido que yo no beba.

—¿No bebes café?

—Nunca le he encontrado la gracia.

—Yo tampoco. Qué curioso.

—Otra muesca en la hoja del balance de si estás hecha para mí. ¿Más pollo?

—No, pero gracias. Bowen.

—Catarina.

Ella se rio un poco, dio otro trago al vino.

—¿Te acostabas con Mandy mientras estuvo casada?

—No.

—Vale. Es solo una de mis salidas. No lo hago muchas veces, pero mira… En recompensa yo fregaré los platos —dijo poniéndose en pie.

—Los apilaremos y los fregaremos más tarde —empezó a decir y entonces, al ver la cara de ella, suspiró—. Oh, eres de esas. Bueno, los fregaremos juntos. ¿Quieres el postre primero?

—Aún no he decidido si quiero acostarme contigo.

—Ja ja. Toma ya. Me refería a un postre de los que se sirven en un plato y se comen. Tenemos pastel.

Ella dejó su plato en la barra, se volvió.

—¿De qué?

Él abrió la nevera, sacó el plato.

—Merengue de limón. —Ella se acercó, le miró muy seria—. Esto no lo has comprado en la pastelería.

—No.

—¿Has preparado un pastel?

Él trató de poner expresión inocente e insultada.

—¿Tanto te sorprende?

Reena se recostó contra el mármol, lo estudió.

—Si me puedes decir cinco de los ingredientes del pastel que no sean el limón, me acuesto contigo ahora mismo.

—Harina, azúcar… oh, mierda. Me has pillado. Lo hizo una clienta.

—¿Te paga con pasteles?

—Es un extra. También tengo una bolsa enorme con galletitas de chocolate, pero no pienso darte si no te acuestas conmigo.

Podemos comerlas para el desayuno.

—Te pueden condenar por intentar sobornar a un policía, ¿lo sabes?

—¿Llevas micrófonos?

Ella rio. Y pensó: «A la mierda los platos». Apoyó los codos sobre la barra, alzó el mentón.

—¿Por qué no dejas ese pastel y vienes a averiguarlo, Goodnight?